El hombre hablaba de cardúmenes.
Cardúmenes por aquí y cardúmenes por
allá. Como disponía de tiempo me colé en ese salón de la universidad donde un
conferenciante con pinta de hipster se dirigía a unas cincuenta personas:
siempre me ha atraído el profundo
simbolismo religioso y mítico del agua y
los peces en las culturas del mundo entero.
Pero no se trataba de eso. Era
una charla orientada a estudiantes de
publicidad. Pero igual me quedé escuchando.
Sucede que los expertos en
publicidad y mercadeo hablan ahora de cardúmenes. Si señores: cardúmenes de fanáticos de las selfies, por ejemplo. O
de seguidores de algún profeta de
Twitter. De fetichistas de la tecnología. De devoradores de hamburguesas.
Otros todavía los llaman nichos de
mercado.
Pero también los hay de
corrientes sociales: cardúmenes de animalistas, de feministas, de ambientalistas y de fervorosos defensores de cuanta causa perdida
surge en el mundo desde el derrumbe de las grandes ideologías.
Falta otra lista: los cardúmenes
políticos: uribistas, santistas, petristas, peñalosistas, gallistas,
fajardistas y otras hierbas.
Ah, y la de los devotos de
cientos de sectas religiosas
hechas a la medida de las desdichas humanas. Sectas para los célibes, para los promiscuos, para
los arruinados, para los millonarios, para los borrachos, para los abstemios,
para los derrochones, para los austeros, para las mojigatas, para las
libertinas.
Escuchando el monólogo del expositor ante ese auditorio extasiado entendí que los
viejos conceptos de pueblo y comunidad, tan caros a otros momentos de la
historia, hace tiempo desaparecieron para ser reemplazados por la figura del
consumidor pasivo de cuanto cacharro le quieran ofrecer. Después de todo puede pagarlos de contado o con tarjeta: lo importante es que la cadena
no se detenga porque ¡ ay! El
capitalismo todo con sus promesas de
felicidad sin límites se iría por
el desfiladero.
Es aquí donde adquiere su
sentido el símil ictiológico: un cardumen es una masa
silenciosa y ciega que se mueve en la
misma dirección, movida por la necesidad
de desovar, de buscar alimento... o de disolverse en la panza de un tiburón.
Hace poco un amigo me contó cómo
hicieron los magos del mercadeo para
conseguir que las mujeres del mundo
entero amanecieran de un día para otro usando
tenis marca Converse de color blanco. Resulta que le pagaron a una
estrella de la farándula (unos dicen que a Britney Spears, otros que a una de
las Kardashian) para que asistiera a una fiesta de sociedad vestida con traje
de gala hasta los tobillos y calzada con
unos Converse blancos. Todavía no había descendido de la limusina cuando la concurrencia
prorrumpió en gritos de éxtasis ante tamaña muestra de rebeldía
empacada al vacío. Bastaron unos cuantos
minutos para que la noticia, multiplicada
a través de teléfonos y redes sociales, alcanzara los lugares más
remotos del planeta. Al otro día, en el colmo de la originalidad, niñas,
jóvenes, mujeres adultas y ancianas, lucían los
zapatos de marras combinados con
la prenda de su gusto: minifaldas, pantalones, elásticos, bluyines,
pantaloncitos, maxifaldas y, por supuesto, vestidos de gala. Así se mueve un cardumen: por instinto y, por
supuesto, sin raciocinio alguno.
El truco funciona para el resto
de facetas de la vida, desde el sexo hasta la experiencia mística. Piensen nada más en la práctica de depilarse
los genitales, impuesta por la industria de la pornografía y adoptada por las
parejas, hasta el punto de que no hacerlo puede convertirse en motivo de
repudio o divorcio: el sobredimensionado mundo del amor está hecho de esas
rarezas.
La enumeración puede hacerse
interminable. De momento avanzamos,
conducidos por políticos, vendedores, comunicadores, publicistas y pastores,
siguiendo una línea recta que conduce – cómo no-hasta las mismísimas entrañas del tiburón.
Cáspita, veo que me he quedado desactualizado ya que en mis tiempos de estudiante, llevé algunas asignaturas de publicidad y jamás había leído tal cosa de los “cardúmenes” en ningún texto ni oído a mis docentes. Fuera de eso, el término me parece muy apropiado para describir la necia masa consumista que es capaz de empeñar hasta el alma con tal de seguir el ritmo a cualquier personajillo de farándula al cual los fabricantes usan como atractiva carnada. Y los peces pican por montones, desafortunadamente. En alguna parte leí que había jóvenes chinos dispuestos a vender un riñón con tal de tener un Ipad o cosa parecida. Su reflexión me hizo evocar una escena de Mad Men, esa fabulosa serie sobre el mundillo de la publicidad de los años sesenta, cuando el protagonista sentenciaba cínicamente que el amor no existía, que era un invento de tipos como él para vender medias de mujer (cito de memoria). Y hoy , no parece haber cambiado mucho la idea: la publicidad es una máquina de generar necesidades donde no las hay.
ResponderBorrarApreciado José : de que el amor es un invento - "Un hecho cultural"- dirían otros- no cabe duda alguna. Fíjese nada más en la publicidad para automóviles. Hace poco vi un aviso en el que nos recordaban que el camino más corto para llegar al corazón y al cuerpo todo de una mujer consiste en... comprar un Ford fiesta " Con veinticinco innovaciones".
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMaestro, la rebeldía se impone con la publicidad. Solo vea lo que pasó con el punk y el grunge. Las pintas de aquellos músicos se hizo mítica, y masiva, al entrar en los medios. fui, soy, no lo puedo negar, parte de esos amantes de tales géneros que idealizaron a Kurt Cobain o Sid Vicius, Lo preocupante es caer en ello de manera exagerada y no reconocer, luego, de joven uno poco reconoce, que ser fieles y ciegos seguidores poco ayuda en el enriquecimiento propio.
ResponderBorrarAcá una desventaja de Internet. La identificación instantánea con personajes o situaciones sin tener cierta distancia. Utilizar redes sociales como Instagram, donde se sigue a famosos sin tan siquiera un fin lúdico, solo para suplir una necesidad de actualidad bana, lleva a no crear contenidos, relaciones creativas.
Vea a las personas que se operan para ser duplicados de cantantes.
Saludos.
Apreciado Eskimal : parafraseando a Kundera, creo que ya no se trata de la levedad, sino del desvanecimiento del ser. Sospecho que- de manera inconsciente, claro- el renacer de las películas sobre zombies tiene mucho que ver con eso.
BorrarSiguiendo el tremebundo espectáculo de las primarias del Partido Republicano en Estados Unidos (las de los demócratas son más convencionales y más fáciles para Hillary Clinton, por la existencia de superdelegados) es difícil evitar las imágenes de cardúmenes de sardinas y bandadas de estorninos, que se mueven en formas muy semejante, en gran número, muy densas y con movimientos bruscos. En alguna película de Attenborough aprendí que en ambos casos los peces y los pájaros se mueven siguiendo el movimiento del vecino, es decir que no siguen una coreografía o impulso colectivo. Es mera repetición o acompañamiento del pez/pájaro vecino. Como en el caso de los que votan a Trump. Muchos de ellos son cristianos fervorosos que abominan de todo lo que representa el candidato, pero se impone el instinto del cardumen/bandada. Me pregunto cómo reaccionaría una sardina si viera que su vecina calza zapatillas blancas.
ResponderBorrarJa, ja. No les dé esas ideas pervesas, mi querido don Lalo. Digo, a los publicistas que controlan la mente y el comportamiento de las sardinas.
ResponderBorrarMe dejó doblemente inquieto su tesis sobre la candidatura de Trump : es más fácil soportar una campaña política sobre los atavismos que sobre las ideas, por elementales que estas sean.