Lo hemos repetido tantas veces
que se volvió un tópico : somos sociedades al garete, carentes de un mínimo proyecto colectivo distinto al gestado por la manipulación de
los caudillos, la publicidad y los medios de comunicación. Lo único que parece hacernos sentir parte de un destino común son las victorias de la selección de fútbol: personas que ni siquiera gustan de ese deporte se ponen la camiseta, y se lanzan vociferantes a calles y plazas ante el mínimo triunfo. Pero se trata solo de reacciones emocionales y, por lo tanto, efímeras.
Las razones para ese estado de cosas son múltiples : desde la alienación
propiciada por el mercado hasta el
ejercicio de la política concebida como
un negocio particular, sin vinculación
alguna con un objetivo común. Por eso mismo no existen políticas de Estado sino actos de gobierno o,
peor aún, intereses de gobernantes y grupos de poder.
Al no existir mirada de conjunto y a largo plazo, las
administraciones se diluyen y despilfarran recursos en el más puro activismo.
Una alcaldía pone en marcha una serie de acciones en las que se invierten
recursos públicos y esfuerzos humanos
muy importantes. Independiente de si los resultados fueron buenos, malos o
regulares, una vez concluido el periodo
de gobierno llegan otros grupos con sus propios intereses y desmontan lo ya consolidado. Vivimos así en una
constante improvisación que solo puede
conducir al desperdicio y el retroceso.
Sucedió con la Calle de la Fundación. Motivados por la celebración de
los ciento cincuenta años de Pereira, varios colectivos de ciudadanos consiguieron que la administración de Enrique Vásquez respaldara la realización de
actividades culturales y artísticas el
último viernes de cada mes, como
una forma de apropiación de lo público desde la creatividad y la lúdica. Eso implicaba
la habilitación de las calles
para artistas y peatones, lo que supuso
de entrada la oposición de comerciantes y conductores. Los primeros
argumentaban perjuicios para sus ventas, mientras los segundos hablaron del impacto negativo en la movilidad.
Ahí empiezan las dificultades : somos incapaces de priorizar,
aunque sea durante una jornada, los intereses públicos sobre los
particulares. A eso le sumamos nuestro
pobre concepto de movilidad : pensamos que las políticas en ese frente se reducen a vehículos y conductores. Obviamos así lo más
importante : que la movilidad demanda
la participación propositiva de todas
las personas que habitan o visitan una ciudad.
Desconociendo lo alcanzado, y
argumentando factures normativos y operativos, la alcaldía de Juan Pablo Gallo
decidió que no habrá más tomas culturales de la Calle de la Fundación. Eso, a
pesar de los significativos avances registrados durante la experiencia. El simple
hecho de disminuir los niveles de ruido, congestión y consiguiente agresividad
representaba ya una ganancia. De modo que habrá que reiniciar de cero o levantar carpa en otro lado.
Lo más delicado es que eso sucede
en una ciudad que ha despilfarrado durante décadas la oportunidad de vigorizar
sus parques como punto de encuentro entre quienes la habitan. Solo la
iniciativa de algunas instituciones culturales y unos cuantos artistas ha conseguido recuperar
espacios tan valiosos como los parques Olaya Herrera o Rafael Uribe Uribe.
Como no se trata aquí de atizar una confrontación,
extendemos la invitación a la alcaldía
de Pereira, sobre todo a los responsables de aspectos tan vitales como el tránsito,
la cultura , el comercio, la convivencia y la gestión del espacio público. De igual
manera se hace necesario que los gremios vean la ciudad más allá del impacto en sus cajas
registradoras. Los artistas y gestores culturales deberán estar atentos a la
conciliación sin retrocesos y los medios de comunicación tendrán que enjuiciar menos y reflexionar más. Por esa
ruta podremos alcanzar un punto de
encuentro, una coincidencia de intereses que, al menos en cuanto a la concepción y uso de lo público,
haga de la nuestra una ciudad un poco más amable.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
La calle, como bien sugiere, ya no es más un bien público, sino más bien objeto de disputa de grupos interesados, desde dueños de viviendas hasta ávidos comerciantes que están dispuestos a pelearse por el mínimo de espacio, ya sea de acera y hasta los bordes de la calzada. Si viera, en mi ciudad todo el casco viejo esta tomado por comerciantes ambulantes y puestos fijos callejeros que se han ido consolidando durante varias administraciones ediles a cambio de votos. Algunos tenderos abusivos sacan hasta sus macetas gigantes al borde de la vereda durante el día. Ni hablar de la cantidad de letreros portátiles que estorban el paso. Algunas calles incluso se han convertido en la extensión de talleres donde como si nada cortan, pintan o sueldan aluminio y otros metales en plena acera, con los tubos y perfiles estorbando el paso además del ruido ensordecedor. Ha habido propuestas de convertir alguna via en peatonal, pero todo queda en saco roto por la férrea oposición de unos cuantos afectados. Como están las cosas, eso de tener ciudades amables suena a oxímoron o un absurdo, porque lejos de constituir sitios de pacífica convivencia más parecen campos de tortura ciudadana.
ResponderBorrarSon como ciudades... qué digo : islotes dentro de las ciudades, cada uno con su propio cacique y sus leyes privadas, apreciado José. El concepto de lo público ha sufrido tal distorsión que, como usted bien lo plantea, la expresión " Ciudad ambable" suena a oxímoron, a contradicción en los términos.
ResponderBorrarCon todo, creo que desde la cultura se puede- y se debe- hacer algo para cambiar esa situación.