Finaliza la segunda década del
siglo XX. El mundo todavía no se recupera de la devastación de
la Primera Guerra Mundial y ya se anuncian los vientos de la segunda. La crisis
económica golpea en todos los frentes, dejando a su paso quiebras y despidos.
En Colombia el gobierno conservador de Miguel
Abadía Méndez hace agua por todos los costados. A la corrupción y la
crisis económica se suman la reacción por la masacre de las bananeras y el
asesinato del estudiante Bravo Pérez. Como si no bastara con eso la jerarquía
católica, que es en realidad la que escoge los candidatos conservadores, no se
decide por uno de los opcionados y eso conduce a que el partido llegue dividido
a las elecciones de 1930. Guillermo Valencia y
Vásquez Cobo participan en la contienda
cada uno por su lado. El partido
Liberal aprovecha ese momento y alcanza la presidencia del país en cabeza
de Enrique Olaya Herrera. Se inicia así un periodo de
tres lustros bautizado en la historiografía con el nombre de República Liberal. En esa tónica, la
propaganda de este partido presentó los gobiernos de Olaya, López Pumarejo y
Eduardo Santos como un intento de ubicar al país en las grandes líneas de
la modernidad : democracia,
industrialización, libertad de cultos,
educación laica y libertad de expresión. Según ese modelo, los liberales representaban la
parte transformadora luminosa, mientras a los conservadores les
correspondía el rol de heraldos de la
reacción y la oscuridad.
Pero las cosas no son tan
simples. En la práctica, todo tiene sus claroscuros. A rastrear esos matices y
exponerlos al análisis dedican los historiadores John Jaime Correa y Álvaro
Acevedo las seiscientas páginas de
su libro Tinta Roja: prensa, política y
educación en la República Liberal, publicado por la Universidad Industrial
de Santander. Para conseguirlo se enfocan en los contenidos de los
periódicos Vanguardia Liberal de
Bucaramanga, orientado por Alejandro
Galvis Galvis y El Diario de
Pereira, dirigido por Emilio Correa
Uribe.
En su recorrido, los profesores nos recuerdan que en la historia
de Colombia la corrupción, la violencia, el clientelismo y el fraude no han sido exclusividad de uno u otro
partido. Al contrario, el seguimiento a las páginas de las dos publicaciones y
su contraste con los equivalentes conservadores
desnuda un mundo de paradojas en el que los dos movimientos políticos se acercan o se alejan, dependiendo de los intereses en
juego.
Soportado en un amplio contexto
del país y de las dos regiones en que tuvieron influencia los periódicos estudiados (Santander y
Caldas) el libro Tinta Roja nos aproxima a una realidad marcada por un intento de modernización basado en la escuela, la infraestructura, la
industria y la lealtad al partido, en
permanente choque con la realidad de pobreza y atraso en la que
sobrevivía la mayor parte de la población. Asuntos como las vías, la
construcción de establecimientos educativos, la formación de los maestros y
la mecánica electoral eran objeto de constante abordaje por
los editorialistas de Vanguardia
Liberal y El Diario, en tanto sus
dueños se sentían investidos de una misión : transformar la sociedad. Y eso
implicaba atraer a una comunidad falta
de educación a las filas de un partido, que según ellos, era el único capaz de
llevar a buen puerto a un país atrasado y maltrecho por medio siglo de dominio conservador.
Quien hurga en las grietas de
la historia puede a veces descifrar el pasado y sospechar el
futuro. Los autores de Tinta Roja, al tiempo que desvelan
la estructura del poder político en
tiempos de la República Liberal, nos
dan algunas claves para entender lo que vendría después : la guerra civil
conocida como La violencia, cuya
estela de sangre y horror hemos padecido varias generaciones. Personajes como Laureano Gómez, Alfonso López Pumarejo, Alberto
Lleras Camargo y Jorge Eliécer Gaitán, que marcarían con su quehacer político
la historia del país en los siguientes cincuenta años, aparecen una y otra
vez en las páginas de Tinta Roja como símbolo y resumen de esos años cruzados, como los de ahora, por aguas turbulentas.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
“Quien hurga en las grietas de la historia puede a veces descifrar el pasado y sospechar el futuro”, magnífico colofón que resume bien la complicada y engorrosa tarea de los historiadores y otros investigadores que no siempre es cabalmente reconocida. He ahí la utilidad de leer periódicos pasados, que ya comentábamos en un post anterior, que como en este caso del libro reseñado, ofrece un compendio bastante amplio (sus 600 páginas) de lo acaecido en su país en décadas pasadas. Este tipo de publicaciones deberían ser de lectura obligatoria por lo menos entre los estudiantes universitarios para refrescar la frágil memoria, ese inquilino incómodo, como alguien la definió.
ResponderBorrarPS. Y muchas gracias por la sugerencia musical, no conocía el género del bambuco, tal vez pueda darme algunos nombres. Un abrazo.
Apreciado José : ya me imagino a Herodoto hurgando en papiros y tablas de arcilla antiguas para tratar de entender algunas cosas de su propio tiempo.
BorrarY sobre el bambuco tenemos un gran compositor nacional, que es Jorge Villamil. Y en lo regional Luis Carlos González, autor de La Ruana , una especie de himno nacional alternativo.
Uno tiene la sensación que esa época, esos hombres y esas circunstancias estaban obstruyendo el cauce de la historia. Como un dique de castores, diría yo. En apariencias algo lindo, positivo, progresivo, pero que termina alterando todo el equilibrio biológico de la region. Pero los castores son tan simpáticos! El corrector automático quiso escribir Castros en vez de castores, pero no lo dejé. No hay que confundir las cosas.
ResponderBorrarJa,ja ja: que viva la incorrección política de los castores, ya que no de los Castro, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarY si: la Historia con mayúsculas... y también la escrita con minúsculas está plagada de tipos y grupos expertos en construír diques, pero el agua al final se sale con la suya
Felicitaciones señor Gustavo, que gran productor de letras es usted.
ResponderBorrarMil gracias, señor Juan, por aceptar el diálogo propuesto en esta blog.
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