“Es mejor ser rico que pobre”, sentenció una vez Kid Pambelé, el
boxeador palenquero que se lió a
puñetazos con la vida y acabó- como todos-
fulminado por nocaut.
La frase, lapidaria en su
obviedad, es hoy más recordada y citada
que sus épicas victorias en Panamá,
Buenos Aires, Cartagena o Filipinas.
Suerte similar corrió la declaración aquella del ciclista Martín Emilio “Cochise” Rodriguez, el primer colombiano en competir por un equipo europeo.
“En Colombia la gente no se
muere de cáncer, ni de infarto, sino de envidia”, habría dicho ese hombre de piernas irrompibles,
que nunca se cansó de ganar sucesivas
ediciones de la Vuelta a Colombia,
cuando las carreteras eran poco menos que caminos de
herradura.
Nunca como hoy, cuando las
olimpíadas de Río llegan a su final, cobran tanta vigencia esas frases lúcidas
y certeras. Como sucede siempre, a pesar
de que la atención de medios y aficionados se enfoca en el fútbol, son las
disciplinas individuales las que aportan
las medallas. Mientras la selección
masculina de fútbol tuvo un lánguido y displicente desempeño de principio a fin, fueron los
levantadores de pesas, los yudocas y los boxeadores
quienes aportaron los mayores logros. Por lo visto, los futbolistas
estuvieron más pendientes de los empresarios que planeaban sobre los estadios
en busca de nuevas y jóvenes presas que
de vencer a los rivales.
Ese estado de cosas no es una
casualidad. Al tiempo que los jugadores
de fútbol tienen como única motivación
ingresar al club de nuevos ricos inflado por los programas de farándula, a boxeadores y pesistas los enciende una ilusión: escapar de la miseria. No anhelan ser ricos: solo
esperan salir de pobres. Es decir, tener una casa para la familia y tal vez unos
ingresos fijos que garanticen una vida en los límites de la dignidad.
Recordando a “El Cordobés”, el mítico torero de los años sesenta, podemos
repetir que lo único capaz de llevar a un hombre a arriesgarse a una lesión de por vida es el
hambre. El caso del pesista Óscar
Figueroa es ilustrativo: tres cirugías en la columna vertebral dan cuenta
de más de dos décadas de fatiga para
alcanzar la incierta cumbre de la gloria olímpica.
Desde luego, quienes agitan
banderas, corean himnos y se arriman a la foto ganadora poco se interesan en esos
asuntos. Al fin y al cabo, suelen ser refractarios a la sangre y el dolor.
No deja de resultar perturbador
el hecho de que una persona intente redimirse levantando pesos enormes,
inhumanos casi. De ese tamaño son sus carencias. Mientras los demenciales ingresos de algunos
futbolistas consiguieron que los
estratos medios y altos vieran con ojos
codiciosos las inclinaciones de sus hijos por esa disciplina, ninguno de
ellos celebraría la elección de la halterofilia... a no ser
que uno de esos caprichos del mercadeo y
la publicidad la convierta en una práctica bien recibida en la bolsa de
valores. Por obra y gracia de un
milagro, los levantadores de pesas se volverían glamorosos y no
tardarían en ser asediados por modelos y contratados para promocionar perfumes,
autos y relojes.
Independiente de si son malayos,
chinos, mexicanos o colombianos, estos deportistas lucen en la frente la marca
de la marginación. Una mezcla de rabia y
euforia impregna sus gestos y sus
declaraciones en la victoria y en la
derrota. Se indignan lo suyo cuando los
gobernantes intentan apropiarse de
sus preseas. Y, por supuesto, están
llenos de razones. Han chapoteado
lo bastante en el fango. Como Pambelé en
los callejones de San Basilio de Palenque. Como “ Cochise” en las carreteras destapadas de Antioquia. O
como este Óscar Figueroa acosado por la violencia y la pobreza,
que hizo de las pesas su forma personal de redención. Todos, a fin de
cuentas, mordieron el polvo y comprendieron lo esencial: es mejor ser rico que
pobre.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Hay tres casos que me parece deberían merecer más atención, todos bicicleta. Resumo: Checho Henao estuvo a punto de llevarse el oro hasta su accidente a 8 kms de meta durante la prueba de ruta. Fernando Gaviria hizo lo propio en el velódromo, corriendo a muerte en un final agónico donde le faltaron diez metros para alcanzar la plata. Y Mariana Pajón defenderá su medalla dorada de BMX ganada en 2012 en Londres.
ResponderBorrarHablo de casos diferentes porque los tres son muy, muy, muy bien pagados desde hace años (Henao y Gaviria corren en Europa y ganan salarios altísimos, Mariana es sostenida por varias marcas), y ninguno creció con hambre, fueron niños de clase media estimulados desde jóvenes en el deporte por padres que apoyaron esa elección.
Me parece que eso esboza una nueva imágen de deportista, que se hace por elección y no por necesidad, como sucede en los países ricos del norte, en últimas como tendría que ser, aunque eso le quite parte de su épica al asunto.
Saludos, Cami.
Lo del ciclismo da para una nota aparte, apreciado Camilo. De hecho, los precios de las bicicletas marcan de entrada una diferencia. Sé de cofradías de ciclistas que solo aceptan miembros poseedores de determinadas marcas con características especiales.
ResponderBorrarPero vea usted, excepto Mariana Pajón, de quien a esta hora( 9:55 am en Colombia) no conocemos su suerte, a los otros dos - independiente de si los obstáculos fueron mecánicos o divinos- les quedó faltando como quien dice " cinco centavos pal peso".
Para el caso concreto de esta entrada, me ocupo de quienes si ganaron medallas.
Desafortunadamente he visto muy poco de estas olimpiadas, ya que por primera vez ningún canal abierto transmitió (ni siquiera en diferido), me imagino que los derechos de transmisión eran muy elevados para que alguna cadena local se arriesgue. Al igual que el mundial futbolero, el olimpismo se ha convertido en un vil negocio con goce casi exclusivo para los que tienen cable. Aun así me di modos para ver algunas competencias como la de los pesistas. Mi sentida admiración por esos titanes, hombres y mujeres, que levantan cargas inverosímiles a riesgo de sufrir graves lesiones e insoportables dolores. De ahí que me parece una burla que golfistas y disparadores de pistolas se lleven también medallas sin apenas sudor. Si la petanca o el lanzamiento de herrajes fueran rentables seguro que ya estarían en lista de espera. Me llamó la atención un joven pesista colombiano de escasos 18 años que competía como todo un veterano, superando a todos sus rivales en su serie clasificatoria, lo que le augura un gran fututo, comentaban los periodistas argentinos. Y ansioso estoy por conseguir esa crónica de su compatriota Salcedo Ramos, sobre el tal Kid Pambele, con decirle que me hizo alucinar con la historia del cantante Diomedes Díaz, me dio más hambre de seguir leyéndolo.
ResponderBorrarDel llamado " Espíritu olímpico" queda bien poco, apreciado José. Son demasiados los intereses que gravitan sobre eventos de esta índole como para garantizar limpieza en todos los casos.
ResponderBorrarOjalá pueda conseguir el libro : Salcedo Ramos es un peso pesado del género.
El periodista español Alfredo Relaño tocaba hoy el contraste entre los atletas olímpicos y los futbolistas de primera categoría. Rescataba el sacrificio (no hablemos de los tramposos) y relativa oscuridad de la mayoría de los primeros. En tu texto lo veo con más claridad, el esfuerzo de centenares o miles de chicos y chicas que las pasan canutas sin apenas retribución, aunque más no sea moral. A veces dan ganas de repudiar a los campeones y festejar al que llega cuarto.
ResponderBorrarBueno, mi querido don Lalo : justo en este momento estoy admirando a un muchacho de uno de esos países del antiguo imperio soviético: llegó quinto... pero con una cara de campeón que ni mandada a hacer.
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