Descubrí, leí y disfruté la obra
de Sam Shepard a mediados de los ochenta, gracias a la impagable complicidad de
mi hermano Juan Carlos Pérez.
Hubo además otro dato que ayudó a
acrecentar su prestigio en nuestra mitología personal: el escritor era
baterista de su propia banda de rock.
También fue dramaturgo, actor y
director de teatro.
Poco a poco perdí su rastro hasta
que se convirtió en un buen recuerdo.
Igual que esos amores que llegan,
nos calcinan y se desvanecen dejándonos unas cuantas cicatrices en la piel en y
en el alma.
Hasta que el lunes 31 de julio me llegó la noticia de su muerte a los
setenta y cinco años.
Es lo corriente: la muerte nos
devuelve la vigencia en la vida de los otros. Después de todo es el
acontecimiento más importante en la vida de un ser humano. El que le da sentido
a lo vivido.
Entonces hice memoria de
esas historias breves, intensas y
certeras como canciones.
Luna Halcón, El Gran Sueño del Paraíso y Crónicas de Motel
eran algunos de esos títulos.
Todas giraban alrededor de
hombres y mujeres solitarios, atormentados
y desarraigados de sí mismos.
Seres en permanente tránsito que
un día se echaban a la carretera y ya no paraban más.
La carretera, el camino, esas metáforas eternas de la vida
en trance de disolución.
Y en la carretera están los
moteles con su carga de insomnios, sexo y desolación.
El gran Robert Altman hizo una
película con Sam Shepard y Kim Bassinger como protagonistas.
Estaba basada en uno de los
libros de Sam.
En la escena inicial,
desarrollada en claroscuros, una mujer espía a través de los visillos una
estampa perturbadora. Su amante da vueltas y vueltas alrededor de una
camioneta arrastrando de las bridas a un
caballo. En cada giro uno siente que el círculo se estrecha. Algo ominoso
aletea sobre la vida de los protagonistas.
Que los críticos hagan su
trabajo. Para mí la imagen habla por sí
sola: es el resumen de la desesperación, de la infinita locura norteamericana
que sus escritores han sabido expresar tan bien desde los tiempos de Melville,
Poe y Hawthorne.
Fool for love es el título
de esa historia.
Supongo que no se necesitan más
explicaciones.
En ese desasosiego se inscribe la
obra entera de Shepard.
Los personajes huyen de sus
demonios a lo largo de rutas interminables… para descubrir que éstos los
aguardan en algún recodo del camino.
Porque nadie, por lejos y rápido
que viaje, puede escapar de sí mismo.
En uno de sus relatos breves un
hombre entrado en años viaja en compañía de una bella joven a bordo de una
camioneta todo terreno. Después de unas
tres horas se detiene frente a una gasolinera a comprar algo. Antes de
detenerse vierte en el refresco de la chica un poderoso afrodisiaco. Cuando regresa, luego de incluir un par de condones en la compra, se encuentra
con una escena inesperada: la muchacha se desangra con la palanca de cambios
del vehículo incrustada en la vagina.
La locura americana.
La misma que atraviesa de
principio a fin las canciones de rock y las obras de Thomas Pynchon, Raymond
Carver, William Gaddis, David Foster Wallace, Garth Risk Hallberg y un centenar
de escritores más.
En esa forma particular de la
demencia abrevó Sam Shepard para regresar a contarnos sus visiones del infierno
en poemas, relatos, obras de teatro y canciones.
Como sucede con todos los amores
que nos abrasan, al enterarme de su muerte descubrí que no lo había olvidado.
Solamente que el tipo estaba
allí, agazapado debajo de mi piel, esperando el momento para lanzar el zarpazo.
Y aquí estoy, treinta años después, releyendo cada una de sus
historias, sus párrafos, sus frases, sus
palabras.
En cada una de ellas alienta la lucidez
en sus formas más feroces.
Como la que se desprende de
esta frase que podría ser su epitafio: “La cuestión es que mi mujer se atiborra de
pastillas y yo bebo, es el trato acordado, una cláusula de nuestro contrato
matrimonial”.
Amén.
PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Desconocia a Sam Shepard en su vertiente de escritor; actor, guionista, dramaturgo y músico; muy completo el hombre, menuda tarea tengo para adentrarme en su obra. Hace unos años llegó a Bolivia para encarnar en una historia ficticia a un Butch Cassidy ya anciano. El western (Blacktorn) fue filmado en el salar de Uyuni y otras locaciones pero el resultado no fue el esperado, ciertamente el filme es decepcionante salvo la actuación digna de Shepard.
ResponderBorrarQué bella esa idea de un Butch Cassidy ya anciano, apreciado José. Imagino algo así como un Ulises decrépito. La suma de experiencias y decepciones debe ser abrumadora.
BorrarMil gracias por el dato.
Hace un ratito leí esta observación de Borges, que Bioy Casares le atribuye en su libro sobre las conversaciones con su amigo: "Si le dicen a uno [un escritor] que su libro tiene pocos personajes, es inútil arguir que el Quijote tiene dos y El Proceso, uno: los pocos personajes de nuestro libro aburrieron. El encanto, como escribe Stevenson, es un don que no se razona: se da."
ResponderBorrarQue bueno tenerlo de nuevo en estos diálogos, mi querido don Lalo.
BorrarAsí es el asunto:existen textos como La biblia, habitados por miles de personajes.
Y existen libros de un solo personaje. Pero en ambos casos el protagonista es uno solo : el corazón del hombre con su carga de maravillas y atrocidades.