Las relaciones de la magia con el
oro son tan antiguas que se remontan a viejos relatos orales acuñados en el
albor de los tiempos.
Tanto, que en los relatos de
duendes, elfos, gnomos, brujas y demonios todos aparecen como guardianes de los tesoros sepultados en lo más profundo
de la tierra.
Llegar hasta esas riquezas demandaba el acceso a
ritos iniciáticos que imponían duras pruebas a los hombres que intentaban
hacerse con ellas.
De hecho, los pasos del
alquimista hacia la piedra filosofal parecen
un manual en clave simbólica que
constituye, en la práctica, una delicada ruta de viaje dirigida tanto a la
perfección espiritual del iniciado como
a guiarlo en sus búsquedas terrenales.
Durante su etapa de implantación,
el catolicismo se encargó de asociar los ritos primigenios con la presencia del
mal, estableciendo duras penas para quienes invocaban esa clase de poderes. De
hecho los misioneros convirtieron el
panteón de divinidades y fuerzas aliadas
de los llamados pueblos primitivos en una legión entera de demonios cuya
persecución y extinción se convirtió en el objeto mismo de su prédica.
Sin embargo, a resultas de su
potencia simbólica y su capacidad para mimetizarse, buena parte de esos ritos sobreviven en los pueblos donde
la minería tradicional es clave para la supervivencia de las
comunidades.
Tanto, que a la hora de bajar a los socavones, los mineros le
prenden, como quien dice, una vela a Dios y otra al diablo.
La zona minera de Marmato,
ubicada al occidente del Departamento de Caldas, no es ajena a esas
tradiciones.
Con fuertes raíces en el territorio, el antropólogo Carlos Julio González Colonia se adentró en
tres frentes que forman parte de un
entramado con repercusiones en la vida particular de la gente y en la estructura social y económica del pueblo, de la región y
de todos los municipios de Colombia ligados a la economía minera: la brujería,
la minería y la presencia de corporaciones trasnacionales dedicadas a la
explotación en gran escala.
El resultado de la inmersión es
un libro titulado Brujería, minería
tradicional y capitalismo transnacional en los Andes colombianos, trabajo
que le mereció el Premio Nacional de
Antropología en el año 2016.
Más allá de la rigurosa
investigación sobre el terreno, la obra es en sí misma una declaración de
principios: las prácticas tradicionales
de los habitantes históricos de Marmato
y su área influencia, están amenazadas por la presencia de los poderes transnacionales y sus aliados al interior del Estado colombiano en los
órdenes local, regional y nacional.
Apelando a un sólido soporte
documental, González Colonia conduce al
lector en un recorrido que va de la cosmovisión de los primeros habitantes hasta
la irrupción de exploradores, colonos y
grandes capitales en una zona cuya riqueza ha
significado a la vez una amenaza para la cultura y para la supervivencia
misma de quienes la habitan. Para muestra, en la página 86 del libro
y citando autores como
Boussingault y Gartner, el investigador nos dice:
“El oro de Marmato no es de muy alta ley, pero los minerales que lo
contienen se oxidan muy rápido y liberan
más oro físico, en la medida en que se los exponga al aire y al agua. Esta
cualidad mineral permitió a los esclavos en esta región ahorrar para comprar su
libertad. Esto, y la costumbre de los dueños de cuadrillas de permitir que sus
esclavos extrajeran oro para sí mismos dos días por semana, tiempo que
empleaban especialmente en el lavado de arenas auríferas, hacían posible que en
Quiebralomo, Supía y Marmato un esclavo o esclava de veinticinco años de edad
poseyera en oro una suma suficiente para comprar su libertad (Boussingault-1987-2008,39).
En los documentos de la época se describe a los
“libres” como muy inclinados al trato comercial y no tanto al trabajo de
las minas, ya que, con los pocos días que se ocupaban en trabajar las vetas,
sacaban el oro que necesitaban y solo retornaban a ellas por necesidad-
Gartner-2005,85).”
Esto, en cuanto a la ilustración de modelos económicos caros
a la reivindicación de algunas
comunidades. Porque en el otro plano- el de la magia y el rito- el autor
nos revela detalles para comprender en
parte el entramado material y espiritual
en el que se han movido y se siguen moviendo estas comunidades . En las páginas
56 y 57 leemos:
“Otra noción muy interesante que encuentra Suárez- Guava (2013) es la
de “entierro”: La noción de entierro es usada en el norte del Tolima para
referirse a una riqueza enterrada, a una ceremonia fúnebre y a un tipo de
trabajos de brujería (…)” (18). Es también usada por Zuluaga (1995): entre los
habitantes de la vereda Brugo, en inmediaciones
del cañón del río Cauca, municipio de Toledo, departamento de Antioquia:
(…) Los habitantes de Brugo distinguen entre sepulturas y entierros”.
En ese constante contrapunto
documental, que va de las creencias ancestrales a la dura realidad económica y
social de las zonas mineras, discurren las 208 páginas de este libro que, entre
muchas otras cosas, nos ayuda a
comprender el sentido de una vieja frase, repetida en muchos lugares del mundo cuando los pueblos mineros se refieren a la incursión ajena en sus
territorios:
“El oro es el cagajón del Diablo”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
No debe de haber gremio más supersticioso que el de los mineros, y como el subsuelo es una suerte de mundo inexplorado y misterioso, todos los que osan penetrar en sus profundidades han de encomendarse a entidades sobrenaturales para hallar las vetas o para protegerse de los peligros que conlleva esta riesgosa actividad. En Bolivia, pais todavia muy dependiente de la mineria, se venera al 'Tio', una especie de demonio benevolente, guardián de las riquezas minerales, representado por una figura sentada a tamaño natural, que generalmente depositan en un rincón de una galeria, adonde acuden los mineros para pedirle favores mientras le homenajean con hojas de coca, le cuelgan serpentinas y le ponen un cigarro en la boca, entre otros ritos, especialmente la época de Carnaval.
ResponderBorrarMire por donde, apreciado José. Hace unos años, mientras adelantaba una investigación para un libro Mio titulado Crónicas del Diablo- que puede encontrar en tiendas de libros electrónicos- me topé con varias personas que me hablaron de ese singular personaje : "El Tío". Es más : me detallaron toda la parafernalia relacionadas con los rituales para convertirlo en aliado. Mejor dicho: Como decimos en mi tierra: ¡Ay Jueldiablo!
ResponderBorrarGustavo, libros como reseñado ayudan a profundizar el tema de la minería, no sólo en Colombia. Valdría la pena revisar el trabajo de Carlos Julio González con un estudio comparativo. Tal vez una región de Bolivia y México ayudarían a plantearlo. Quizá allí la historia económica pueda proponer otras rutas de interés. No sé cómo esté la historiografía de la minería en el país, pero los trabajos que cruzan los tópicos propuestos por el antropólogo ayudan a entablar un diálogo que no está basado sólo en las leyendas, o en este caso, la brujería como adorno. Habría también que preguntarse sobre la religión popular. Cómo entra allí, quiénes pueden ser los patronos de los mineros y qué influjo existe en el ámbito planteado en la reseña. Abrazos.
ResponderBorrarClaro que si, apreciado Eskimal. México y Bolivia como centros de la explotación imperial española dieron lugar a un entramado económico, social, político, religioso y cultural que bien vale la pena abordar como una situación de conjunto, más allá de las particularidades de cada región o país.
BorrarMi primer trabajo fue en las oficinas de una empresa minera. Tuve ocasión de aprender algo sobre la vida de los mineros, sus sufrimientos y sus escasas diversiones. Meses en el socavón, solos. Unos
ResponderBorrarpocos días de juerga en la ciudad, con alguna puta y mucho vino... y de vuelta a la montaña. Los míos trabajaban el talco, no el oro. Poca magia...
" Poca magia", mi querido don Lalo. Ya imagino a sus mineros, con los pulmones hechos trizas y, por lo tanto, imposibilitados para cantar.
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