Caricatura : Esteban París
En los días de gloria de las
radionovelas se hizo célebre una suerte
de oráculo o de autoridad que siempre les daba una respuesta precisa a las
cartas remitidas por mujeres
atribuladas bajo el peso de sus
desencuentros sentimentales.
A los pocos días el oráculo,
amparado bajo el nombre de Doctora
Corazón, leía las cartas de agradecimiento
de sus corresponsales, más que complacidas por haber sido salvadas de un
final a manos del veneno, la horca, la cuchilla de afeitar o el viejo conocido
pistoletazo en la sien.
Salvación: Esa era la palabra mágica.
Evoco esa imagen, abrumado por la
cantidad de veces que he escuchado
pronunciar el vocablo salvación durante la última fase de la campaña
electoral que ahora tiene a los
colombianos ante una disyuntiva
desesperanzadora: Votar por Iván Duque
para “salvarse” de Petro o votar por
Petro para “salvarse” de Uribe.
Soteriología llaman a eso los teólogos cristianos. Es decir, Doctrina de Salvación.
¡Ahora si nos llevó la Petrona!
Exclamó mi mamá Amelia al enterarse de que el candidato de izquierda- o del
comunismo puro según los azuzadores de la paranoia- había pasado a la segunda
vuelta.
¡Nos tragó la tierra con un
tercer gobierno de Uribe en cuerpo ajeno! Gritó mi vecino, el poeta
Aranguren, blandiendo su sempiterna botella de ron Tres esquinas.
A su manera los dos están
pidiendo ayuda: Eso es lo que buscan las
personas cuando hablan o escriben entre signos de exclamación.
Y cuando alguien pide ayuda no
tarda en aparecer el salvador. Así ha sido siempre desde que los humanos
descubrimos la desesperación. Da igual si es desesperación económica, política,
religiosa, moral o sexual. Quien desespera ha perdido toda esperanza, y por eso
mismo está dispuesto a echarse en brazos del primer redentor.
Y los políticos parecen dotados
de un sentido adicional para captar esos síntomas.
El escritor Gore Vidal, cuya
familia frecuentaba la Casa Blanca
durante los días de Franklin D. Roosvelt,
cuenta que los líderes del Partido Demócrata le dedicaban más tiempo y energías a intrigar para que los republicanos eligieran al peor candidato imaginable, que a
la escogencia de su propio representante en la
contienda electoral.
El truco hizo carrera. Al final,
la gente acaba votando para evitar que el perverso candidato rival acceda a la presidencia. Si el del
propio partido es bueno o malo resulta
secundario.
Con algunas variantes, Álvaro
Uribe se jugó esa carta en 2002 y su
gran contendor, el Partido Liberal,
escogió como su candidato a Horacio Serpa, asociado con los escándalos de
corrupción conocidos como Proceso 8000.
La victoria fue demoledora.
Como si no bastara con eso, el
caudillo llegó al poder con la promesa de
aplastar la cabeza de una serpiente a
la que bautizó como Lafar, en
un deliberado giro de su dicción de terrateniente iletrado.
Con esos ingredientes, sumados a
un caballo y un sombrero caros a nuestra ascendencia campesina, las agencias de
mercadeo político fabricaron un redentor a la medida de los miedos de la gente.
Desmovilizadas las Farc había que forjar a la carrera una
encarnación del mal. Alguien capaz de concitar
con su sola presencia la imagen de
todas las calamidades.
Y he aquí que a la derecha colombiana- la
ilustrada y la de motosierra- les cayó del cielo la figura y el programa de gobierno de Gustavo
Petro.
Directo, retórico y pendenciero, Petro devino muy pronto espejo invertido del uribismo.
O al menos así lo postularon los
expertos en publicidad.
¡Que vuelve el comunismo! ¡Que vuelve el comunismo! Gritaron en
coro desde todos los rincones de un país
conservador hasta el tuétano.
Cosa curiosa: cuando se trata de
descalificar a los opositores se dice que el comunismo es una cosa trasnochada, un anacronismo, una entelequia que murió en 1989 con la caída
del Muro de Berlín.
Pero nada mejor que esa palabra
si se trata de asustar al electorado
para volcarlo en favor de una propuesta salvadora. Una doctrina de salvación.
En ese estado
preapocalíptico nos encontramos por
estos días en la tierra de Nairo, Shakira y James.
En los estratos altos preparan
las valijas para escapar a Miami a la menor señal de peligro
castrochavista.
Los demás apretamos los dientes y
templamos los huesos por si vuelve el cepo uribista.
Y todos, cada quien a su manera,
aguardan por la carta de la Doctora
Corazón que no acaba de llegar.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
"Un occidental desesperado es como.un personaje de Dostoievski con una cuenta bancaria", escribió el siempre lúcido Cioran. No sé si se podrá trasladar a la realidad colombiana, pero percibo que hay pesimismo (no decía una encuesta que Colombia era el país más feliz del mundo?)con respecto a su situación política, pareciera que la sociedad está entre la espada y la pared, sin mayores opciones. Huele a polarización irreconciliable. Tan grave está la cosa?
ResponderBorrarY mil disculpas por la falta de signos de interrogación, el cacharro este llamado smartphone no me da tal símbolo.
BorrarApreciado José: Eso de " El país más felíz del mundo" siempre me lleva a evocar un viejo proverbio: "Díme de qué presumes y te diré qué te hace falta".
BorrarEn realidad si existen opciones. Lo de estar entre la espada en la pared es un invento de los mismos políticos interesados en que la gente se sienta en un callejón sin salida y vote por el redentor de turno.
Por supuesto, los mismos que azuzan el miedo fabrican al salvador.