" Me parece que soy de la quinta
que vio el Mundial setentiocho
Me tocó crecer viendo a mi alrededor
paranoia y horror".
Andrés Calamaro
I
Cambio de piel
Nada como escuchar las
conversaciones de la gente en la calle para tomarle el pulso a la vida.
En una sola frase se sintetizan
los temores, los anhelos, las expectativas, las fobias y las filias que mueven
nuestro trasegar por el mundo.
Y nada como un mundial de fútbol
para aproximarse al estado de ánimo de un pueblo.
Incluso los que dicen odiar ese
deporte acaban enfrascados en discusiones que pueden pasar del atavismo más
visceral a reflexiones filosóficas de alto vuelo.
Después de todo, un gran número
de discutidores coinciden en algo que ya se volvió lugar común: que el fútbol cala tan hondo en
todos los rincones de la tierra porque sus razones y sinrazones son las de la
vida misma.
Uno lucha, se afana, padece
angustias, se ilusiona, cae y se levanta para volver a caer. De vez en
cuando nos roza la dicha de un gol
inesperado, para acabar sucumbiendo en la tanda de los penales.
De esta última no se salva nadie.
Si acaso se gana en una ronda se perderá
en la siguiente.
Los dioses griegos hubiesen sido
dichosos asomados desde el Olimpo al
césped de un estadio de fútbol.
El destino en forma de pelota. O
de árbitro. O de arquero ataja penales.
Las parcas tejiendo su red
infinita desde la tribuna de un estadio.
Solo ese deporte puede conseguir
que un país donde la gente se odia por sus idiosincrasias regionales se vuelva
uno solo cuando once tipos saltan a la
cancha dispuestos a jugarse el pellejo.
Costeños, paisas, caucanos,
vallunos, nariñenses, santandereanos, pastusos y bogotanos firman una tregua para consagrarse a urdir una trama que a veces se
aproxima a los acordes de una banda sinfónica.
Bueno, al menos eso sentimos quienes amamos este deporte que alguna vez se
jugó, como tantas cosas de la vida, por
puro y físico amor.
Al menos antes de que el cartel
mafioso de la Fifa lo hiciera suyo.
Pero bueno, volvamos a las
conversaciones de la gente en la calle.
"Ahora que nos eliminaron en Rusia, roguemos para que Nairo saque la
cara por nosotros en la Vuelta a Francia”, le dijo un borracho a su
contertulio luego de la derrota colombiana ante Inglaterra.
Así de simple es el asunto. Necesitamos aferrarnos a
alguien, a algo, para no disolvernos en
la suma de desaciertos que es nuestra historia colectiva desde las guerras de independencia.
Pobre Nairo, pensé. De dónde
va a sacar fuerzas para cargar con la
desazón de casi cincuenta millones de fulanos reacios a asumir su propio destino.
Como si no bastara con enfrentarse a montañas imposibles y descender
por desfiladeros de espanto.
Pero así somos. Cambiamos de piel
al ritmo de nuestras negligencias. En asuntos de política no dudamos en volver
a un pasado de violencias, impunidades y corruptelas si eso nos libera de asumir el riesgo de intentar otros caminos.
Quedó demostrado en la segunda
vuelta presidencial del 17 de junio.
Es el mismo país que se pone la
mano en el pecho y se desgañita cantando
el himno nacional cuando juega la
selección.
Lo dicho: así en el fútbol como en la vida.
II
La parábola de Yerry
La mayoría de los
colombianos no habíamos oído hablar de Guachené hasta
que Yerry Mina se empinó
sobre sus casi dos metros de
estatura y asaltó las porterías rivales
con tres cabezazos mortíferos.
Tan mortíferos como las balas
que segaron la vida de siete hombres en
el municipio de Argelia, en el
mismo Departamento del Cauca del
que hace parte Guachené.
Como ustedes saben, la última
noticia se conoció cuando Colombia jugaba contra Inglaterra en los cuartos de
final del Mundial de Rusia.
La algarabía por los cobros de la
tanda de penales no dejó escuchar el
estallido de los disparos en las montañas del Cauca.
En ambos casos perdimos.
Solo que los hombres asesinados
en el Cauca ya no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.
Y nosotros, los cómplices
silenciosos, perdimos algo todavía más importante: la dignidad, el sentido del
deber, de la responsabilidad histórica.
Como tantos, sospecho que esos
asesinatos son el anuncio de la nueva guerra. O mejor dicho: de la
continuidad de las viejas guerras. Las
de la independencia, la de los mil días, la de liberales y conservadores, la de
las guerrillas, la de los paramilitares, la de
los narcos y la de las fuerzas del Estado.
El tamaño de la complicidad de todos es tal, que los periódicos más
influyentes del país titularon casi igual en
la primera página el miércoles 4 de julio.
¡Gracias por dejar el
alma en la cancha! Dice el
titular de El Tiempo.
¡Gracias, muchachos,
dejaron el alma! Escribió a
su vez El Espectador
Y abajo, bien abajo, en letras
así de chiquitas, ambos redactaron: Masacre en Cauca y
Autoridades atribuyen al Eln la
masacre en Argelia (Cauca).
Lo grave es que los asesinados en
el Cauca perdieron el cuerpo y el alma
al mismo tiempo.
Allí reside todo el valor de la
parábola de Yerry Mina: su cuerpo de guerrero no solo se alzó para marcar tres
golazos que los aficionados agradecemos.
Sin ser consciente de ello su
proeza hizo que emergieran del mapa dos lugares
cercados por el miedo, la violencia, la pobreza y el olvido: Argelia y
Guachené.
Guachené y Argelia. No sé a
ustedes, pero a mi esos nombres me suenan a un llamado para que los cómplices
silenciosos empecemos a alzar la voz.
Como en el fútbol, todavía nos
queda el tiempo suplementario.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Este artículo del querido cronista Colorado y la banda sonora del final, Crímenes perfectos, de Calamaro, me han llevado a recordar lo vulnerable que son los sueños de todo ser humano.
ResponderBorrarOjalá que esta vez no tengas razón con la premonición de una nueva-vieja guerra en la periferia, siempre en los lugares donde confluyen el olvido cómodo de los espectadores de la tragedia,
la desidia de un Estado cuyos representantes son más retóricos que eficientes (sí, pienso en el ministro de Defensa, Villegas y los Altos Mandos).
Por fortuna hay una minoría de voces, como la tuya Colorado y la de Calamaro, incomodando al hurgar en las heridas, cuando el duelo apenas empieza...
Que nunca nos falte el arte de contar historias, de cantar aunque las letras nos arrastren al borde de la saudade y de sentir una piel tibia para protegerse de la soledad algunas noches.
Edison
Que nunca nos falte, mi querido Edison, porque me temo que se acerca el tiempo de apretar los dientes.
ResponderBorrar¿Más? nos preguntarán algunos.
Y sí: más. Yo creia que la horrible noche retornaría después del 7 de agosto, pero entre penal y penal se nos anticiparon.
¡Que las divinidades de la luz nos asistan!
Me imagino que para un pais asolado por décadas de guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico y otras lacras relacionadas, que mueran unos más en otro episodio de violencia ya no es noticia remarcable (por tanto no vende periódicos) y sí lo es la "proeza" de unos cuantos muchachos que dejaron la piel en el campo de juego, a título de representar a Colombia. Por otro lado, esta inmensa responsabilidad intrínseca que los futbolistas y otros deportistas cargan, tiene su componente negativo y hasta peligroso: he oído que los jugadores que fallaron los penales ya han recibido amenazas de muerte, y considerando el antecedente del infortunado zaguero Escobar del mundial 94, no es algo que se puede tomar a la ligera.
ResponderBorrar¡Ay José! Si hubieran visto ustedes el recibiento multitudinario- y merecido, sin duda- que les hicieron a estos futbolistas a su arribo a Bogotá, tendrían una medida de la dimensión de nuestra esquizofrenia colectiva.
BorrarSi al menos una parte de toda esa energía se desplegara para protestar por los crímenes, a lo mejor algo empezaría a cambiar entre nosotros.
“There are no second acts in American lives” dijo Fitzgerald y casi todos nos tragamos la idea de que no hay redención ni casi esperanza cuando los dados salen del cubo... salvo en el fútbol. Como sabes, yo soy hombre del ping - pong, pero puedo ver que en la vida del hincha hay segundo acto. Sin revancha, el fútbol sería un veneno. Y la carrera de Yerry lo confirma: aplaudido en Brasil, criticado en Barcelona, consagrado en Rusia. Algunos sabios dicen que Fitzgerald tal vez no se estuviera refiriendo a la posibilidad de desquite, sino a la estructura clásica de las obras dramáticas, primer acto de planteo, segundo de complicaciones del conflicto y tercero de desenlace. Sospecho que Yerry ya está en el segundo acto de su drama... como tantos de nosotros.
ResponderBorrarQué oportuna esa cita de Scott Fitzgerald para pensarnos desde las distintas aristas de la derrota, mi querido don Lalo.
BorrarSospecho que el escritor norteamericano sabía bastante de ping- pong, un deporte en el que se juega menos contra el contrincante como contra sí mismo.
Si quieres leer “política” donde dice “fútbol” no me opondré. Pero los segundos actos son algo más complejos...
ResponderBorrarAceptada la sugerencia, mi querido don Lalo.
BorrarGustavo, estas lecturas son necesarias. No sé si fue Caparrós, o Salcedo Ramos, están escribiendo sobre el Mundial de Fútbol para el NYT, quien habla sobre ya saber lo que es la derrota y reconocerla, no esquivarla. El Mundial, creo, será interesante para nosotros, los americanos, porque sabremos valorar lo que es este fútbol de "gambeta y magia" hecho un plástico marca FIFA. Por otro lado, nos pone frente a escenas como las que usted contó acá. Y el gran Mina, me parece genial la idea, planteó en el centro del debate público a esos dos pueblos que no conoceríamos de otra manera, porque somos ajenos a cualquier dolencia, porque los medios son agentes del presentismo masivo, porque realmente nos vale huevo... ¡Pero no tanto! Su texto es como el de Salcedo Ramos (https://www.nytimes.com/es/2018/07/03/la-verdadera-derrota-de-colombia/), es como la oportuna celebración de Yerry Mina pero sin la lejanía, como las marchas por los líderes, "Los velatón", de este fin de semana, en América Latina, como esas palabras de Steinbeck en Las Uvas de la ira, nos levantamos en el apocalipsis para luchar contra sus guerras: "Entonces no importa. Estaré en la oscuridad, estaré en todas partes. Donde sea que puedas mirar: donde sea que haya una pelea para que la gente tan hambrienta pueda comer, yo estaré allí. Donde sea que haya un policía golpeando a alguien, estaré allí. Estaré en la forma en la que los chicos gritan cuando están enojados. Estaré en la forma en que los niños ríen cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente esté comiendo las cosas que ellos sembraron y vivan en las casas que ellos construyeron, estaré allí también."
ResponderBorrar¡ Santo cielo! No recordaba ese párrafo lúcido y certero de Las uvas de la ira, aprecido Eskimal.
ResponderBorrarEs como una flecha que da justo en el centro de nuestra desazón.
Ese hombre sí que supo del dolor y encontró la manera de volverlo forma literaria sin desvirtuarlo, sin reducirlo a simple juego estético.
Mil gracias por regalarnos ese fragmento esclarecedor.