"Ay utopía/ como te quiero/
Porque les alborotas / el gallinero."
Joan Manuel Serrat
Hace unas tres
semanas hablé de causas perdidas.
O lo que es lo
mismo: de utopías renovadas.
Causas perdidas,
utopías: formas de nombrar el viejo mito del Paraíso Perdido.
Los evangelistas
del mercado y la globalización, dos fenómenos que en últimas son la misma cosa,
reencauchan cada vez que pueden la sentencia aquella del teórico Francis Fukuyama, basada en la
idea de que admitir el fracaso del experimento comunista o del llamado “Socialismo real” equivale a aceptar que
vivimos en el mejor de los mundos posibles.
No importa si los
pobres se multiplican, si las lógicas del capital y el consumo arrasan con
los recursos del planeta a una velocidad
de vértigo, si la guerra, sigue siendo el camino más expedito para apoderarse de los bienes ajenos y, en
fin, si las miserias sin cuento se disfrazan con cifras y cuadros estadísticos que día tras día nos hablan del aumento exponencial
de los bienes y servicios, aunque no digan nada acerca de cuántas personas y en
qué condiciones pueden acceder a ellos.
A modo de colofón,
nos dicen entonces que la
Historia terminó y con ella las grandes tensiones y utopías que le sirvieron de soporte a lo
largo de los siglos, entre ellas aquella de
igualdad, libertad y fraternidad que fue la esencia de la
Revolución Francesa y su
expresión vital más perdurable: la declaración universal de los derechos del
hombre que nos ha servido de brújula
hasta el día de hoy.
Desde esa
perspectiva proponen como única salida un modelo de sociedad basado en los
principios darwinistas de la selección natural, que en términos prosaicos
equivale al “sálvese quien pueda” que se escucha en medio de los
naufragios y otros desastres no siempre
naturales.
Semejante
determinismo niega de plano el papel que juega la cultura como territorio donde
se forjan los criterios de valoración y
se fundan los momentos supremos de la especie humana, que van desde el derecho,
pasando por los arrobamientos de la poesía y la religión hasta alcanzar las intuiciones y certezas de la
ciencia.
Esos momentos han
sido desde siempre expresiones de la
utopía, ese reino sin tiempo ni lugar amasado con las ilusiones, los
temores y las expectativas de la gente,
que solo encuentran asidero en ese territorio de lo posible más allá de lo
imposible.
Frente al pragmatismo sin remedio de los ministros de economía, los nostálgicos se
remiten invariablemente a la década de los sesentas del siglo XX, ese instante
de fiesta y orgía en el que parecieron
coincidir tres de las más importantes corrientes de pensamiento de las últimas centurias: el marxismo con su propuesta de liberación
del reino de las necesidades, el sicoanálisis y su rebelión desde el vórtice
mismo de la líbido y el pensamiento de
Nietzche con su poética de la
voluntar de poder.
Las revoluciones
políticas en medio planeta, la explosión sexual que para algunos alcanzó su
momento cumbre en el verano de 1967 y la llegada a la luna fueron para muchos
la expresión material del momento de conjunción de esas corrientes.
Ante el tamaño de la amenaza, los poderes que
controlan el mundo no tardaron en poner en marcha ese implacable mecanismo en el que los medios de
comunicación reemplazan a los maestros, los políticos a las fuerzas sociales y
los tiburones de las grandes
corporaciones a los estadistas.
Fue ese el punto de
inflexión que marcó el comienzo del reinado de la dupla Reagan- Thatcher y sus epígonos en el mundo
entero, encargados de conjurar los
peligros y de confeccionar para los corredores de bolsa la imagen de un planeta uniforme, aséptico y
despojado de cualquier sentido crítico.
Sin embargo, contra todo pronóstico, no todo el
mundo está dispuesto a dejarse
conducir tan fácilmente al
matadero disfrazado de paraíso por las agencias de publicidad.
De vez en cuando,
como en el viejo mito del Ave Fénix tantas veces reinventado, irrumpe
la utopía, fresca y renovada, para recordarnos que todavía hay lugar para la herejía y que a
pesar de los evangelistas del mercado y
la globalización, mil caminos son posibles para escapar a ese “ Fin
de la Historia” que pende como una soga sobre la cabeza de los hijos de la era digital.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Eso de que todavía hay lugar para la herejía bien podría ser válido para el actual mundial de fútbol: cuando periodistas especializados, entrenadores, casas de apuestas y aficionados (me incluyo)daban por hecho que Alemania, Brasil, España se quedarían con el título. Menuda sorpresa la irrupción de Croacia 'alborotando el gallinero', que está a un paso de consumar la utopía (por lo menos así debe sonar para un pequeño país que hace unas pocas décadas ni siquiera existía).
ResponderBorrarRespecto a lo de Fukuyama, al dia de hoy su libro resulta demasiado pretencioso por no decir obsoleto; si bien vivimos en un mundo cada vez más globalizado, la democracia liberal lejos está de consolidarse, ni siquiera en la culta Europa que ve con preocupación el retorno de gobiernos nacionalistas y autoritarios dentro de sus propias fronteras. Los conflictos ideológicos rebrotan con más vigor de sus cenizas.
Herejes y apóstatas: eso vienen a ser equipos como Croacia y Bélgica, apreciado José.
ResponderBorrarEsa era mi final soñada. Pero ya ve: no hay dicha completa en este mundo.
Y sobre " El fin de la Historia", el solo título ya es un absurdo. Basta con darse una vuelta por el Mapamundi para darse cuenta de que en muchos lugares la historia apenas comienza.
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ResponderBorrarSi, hay una dinámica dialéctica entre utopía y realidad. Pero, como todo en este universo, tiene o parece tener un impulso circular, repetitivo. Como decía ya tú sabes quién: “Toda verdad atraviesa tres etapas; al principio es ridiculizada, después es combatida violentamente y al final es aceptada como algo evidente”. De la utopía a la realidad en tres frases. Pero la nueva realidad es desafiada de inmediato por una nueva utopía. De vuelta la mula al maiz, decía mi madre, así, acentuando la a en maiz.
"Toda esta gente parada/ que tiene grasa en la piel/ no se entera ni que el mundo da vueltas", canta Charly García, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarRazón tenía entonces su abuela, que sí estaba bien enterada.
Arroba pensar lo que preguntaba Cicerón hace siglos: ¿Cuál es la utilidad de ser bueno con un pobre?. Aunque más ruda, la frase de Sartre es menos desatinada: Los pobres existen para ejercer la misericordia.
ResponderBorrarAprecidado Diego: deduzco de esa frase que Sartre tuvo una sólida formación jesuítica. Con razón acuñó aquella sentencia de: "El infierno son los otros".
BorrarO al darnos una vuelta por el mapamundi nos damos cuenta de que no hay una historias sino muchas historias y por ello pronunciar un fin es limitado. Incluso, los cambios que trajo el libre mercado en los ochenta y noventa son parte de esas historias. Y bueno, no sé, Gustavo, pero eso de ajustar toda la realidad y los procesos actuales a las ideas que Darwin expuso desde la biología parece peligroso, por la misma diversidad. La palabra "evolución" puede traer riesgos si no se lee bien. Cuando dicen que la música evolucionó, pongo un ejemplo muy cotidiano, qué significa eso. Cómo evoluciona la cultura, eso suena raro. Y ahora, desde dónde evoluciona o a qué ambiente me "adecuo" para sobrevivir. Esperemos que la utopía sea de herejes.
ResponderBorrarSi no es de herejes será dictadura, apreciado Eskimal.
BorrarY no pasemos por alto que dictadura de dictar, de uniformar el mundo bajo una sola norma.
Y eso equivale, ni más ni menos, a la muerte del espíritu, esa noción que nos ha mantenido encendidos durante siglos.