En el vasto universo del lenguaje
hablado y escrito existen palabras que
no se pueden definir con otras palabras.
Como esos vocablos gravitan sobre
lo insondable, ni siquiera tienen
sinónimos.
Aunque a veces lo parezca.
Una de esas palabras es
melancolía y su correspondiente adjetivo: melancólico.
Por más que uno se empeñe en
forzar las cosas, al final debe admitir que melancolía no es sinónimo de
tristeza, de dolor, de tedio o de
mundano aburrimiento.
Todos esos estados del espíritu se pueden curar mediante una buena dosis de distracción, de
espectáculos, de palabrería religiosa o incluso de teorías sicológicas.
La melancolía no.
La explicación es sencilla:
mientras la tristeza, el dolor, el tedio o el aburrimiento son estados
transitorios, la melancolía es una condición del ser.
Así, hablando con precisión, no se dice que
alguien es triste, pero a menudo apelamos al término melancólico para
referirnos a la condición abismada de una persona.
Melancólica era por ejemplo
Alfonsina Storni, la poeta que una vez se refirió a su
libro La inquietud del rosal
en los siguientes términos:
“Dios te libre amigo de La inquietud del rosal, pero lo escribí para no
morir”.
Melancólico fue también Ernesto Sábato, creador de una
serie de personajes abrumados por una lucidez
traducida en el más visible de sus signos: la melancolía.
Alejandra Vidal, Bruno Bassán y
el pintor Juan Pablo Castel pertenecen a esa
condición alucinada del que aprendió a caminar en las tinieblas con los ojos
cerrados: le basta con el fulgor de fósforo de los propios huesos.
Ustedes ya deben estar fatigados
por la cantidad de veces que he utilizado la palabra en este breve texto.
Pero ya se los advertí: no tiene
sinónimos, aunque muchos gramáticos
piensen lo contrario.
Así que continúo: melancólico era
también el gran Dante Alighieri. De
hecho, su Divina Comedia es lo que el
escritor Robert Burton llamaría una “Anatomía
de la melancolía”.
¿Con qué otras palabras podríamos definir el estado del alma de tipos como el
músico de blues Robert Johnson, forjador
de un puñado de canciones que nos dejan
al límite del desamparo?
Títulos como Cross Road Blues, Kind Hearted Woman Blues, Last Fair Dean Gone Down,
Stones In My Passway, Love In Vain y
la legendaria Me And The Devil Blues bastan para inscribir a Johnson en esa cofradía de la que hace parte el poeta
Francois Villon, cuya célebre pregunta no cesa de inquietarnos:
“¿Qué se hicieron las damas de antaño?”
Así las cosas, cada vez que
alguien me pide una definición de melancolía lo invito a escuchar el primer movimiento de la Segunda Sinfonía en D Mayor, Opus 73, del compositor alemán
Johannes Brahms, heredero directo del genio de Mozart, Haydn y Beethoven.
Sólo la música, con su capacidad
para desvelar el hondo sentido del
silencio, puede aproximarnos a esas simas vislumbradas en las novelas de los escritores que se asomaron al corazón herido de los
hombres y mujeres arrastrados por el desplome del Imperio
Austrohúngaro.
Es decir, al crepúsculo de un mundo que se desvanecía en el aire,
para utilizar- una vez más- la brillante frase de Karl Marx.
Me refiero a escritores como
Robert Musil, Joseph Roth, Heimito von Doderer y Thomas Mann, todos ellos portadores del virus de la melancolía y
por eso mismo los únicos capaces de beber hasta las heces el cáliz de un mundo en irremediable disolución: el de
los valores aristocráticos, incapaces ya de resistir los embates de la
vulgaridad y el pragmatismo burgués.
Todos ellos, en algún momento de
su vida, reconocieron su deuda con la
música de Brahms.
Y yo, pobre mortal, sólo atino a
invocarlo cuando alguien, desconfiado del diccionario, me pregunta por el
sentido de la palabra melancolía.
PDT. Les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada
Tavo, recuerda a Hugo Von Hofmannstal y a Arthur Schnitzler
ResponderBorrarPuestos a hacer un listado de melancólicos, les propongo ese juego, amigos lectores de este blog.
ResponderBorrarA propósito de melancolía, acabo de tropezar con esta imagen en un poema de Octavio Paz, titulado "Nocturno de la ciudad abandonada":
ResponderBorrar"Y el Alba es el cadáver blanco/de una mujer ahorcada, colgando/ inmóvil, del clavo de una estrella".
Yo hace un rato colgué aquí un comentario... ahora no está. Causa de melancolía? No lo creo. Frustración no es melancolía. Pero sí esta comprobación de mi candidato mayor a melancólico, Thomas Mann (La Montaña Mágica): la enfermedad está en el espiritu (tal vez) antes que en el cuerpo.
ResponderBorrarAh, carajo. "The big brother" nos vigila, mi querido don Lalo. De casualidad ¿Colgaría algo excesivamente subversivo? Digo, porque la caverna colombiana ahora pretende regular la protesta social. Supongo entonces que las ideas se clasificarán de esta manera: moderadamente subversivas, medianamente subversivas, potencialmente subversivas, exageradamente subversivas... y así hasta la melancolía.
ResponderBorrarAh, por voluntad de algún duende olvidé mencionar al Gran Maestre de los melancólicos : Hermann Broch. Su Muerte de Virgilio es en sí misma una poética de la melancolía.