Voces a puro pedal
“El jardinerito de Fusagasugá
empieza la trepada de La Isla a Anserma.
Sentado en el sillín de su caballito de acero, devora, pedalazo a pedalazo, los
kilómetros que lo separan del premio de montaña en el Alto de San Clemente”.
En los años ochenta del siglo anterior, Beatriz
González era una niña que residía con sus padres, Miguel y Alba Rosa, y con sus
hermanos Bernardo, Fernando y Augusto
en una pequeña finca ubicada a las
afueras de Guática, un pueblo de tierra fría perteneciente al Departamento de Risaralda.
Cuando escuchaban en la radio de
AM al requetemacanudo Julio Arrastía Bricca anunciando con su deje
bonaerense el avance de los ciclistas, los integrantes del clan emprendían su propia carrera rumbo a
la vía que conduce de Anserma a
Medellín.
Allí esperaban el paso de la
nueva camada de ciclistas colombianos en la que resaltaban nombres como los de
Alfonso Flórez, Israel Corredor, Edgar Corredor, Patrocinio Jiménez y Lucho
Herrera.
Eran el relevo natural de la generación de Cochise Rodriguez, Rafael Antonio Niño,
Rubén Darío Gómez y Álvaro Pachón.
¿Qué fuerza empujaba a la familia González a recorrer
varios kilómetros, si al fin y al cabo
sólo obtendrían la recompensa fugaz de saludar
agitando pañuelos a unos hombres corajudos y extenuados que apenas si
notarían su presencia?
Desde luego, no era propiamente el ciclismo: era el mito forjado por
locutores y comentaristas deportivos que atravesaban las regiones de Colombia creando su propia
leyenda.
Primero fueron Carlos Arturo
Rueda y Julio Arrastía, un costarricense y un argentino que acabaron por echar
raíces en Colombia.
Luego fueron remplazados por
voces como las de Rubén Darío Arcila,
Héctor Urrego y Jorge Eliécer Campuzano.
Y todos a través de estaciones de
radio en AM, frecuencias en las que primero Todelar y más tarde RCN y Caracol
marcaron la pauta.
A través de sus voces, los
colombianos de todas las regiones se enteraron de que formaban parte de un
territorio conformado por tierras distantes y disímiles, separadas por una
urdimbre de ríos y montañas a menudo inexpugnables.
Fue el AM lo que permitió ese primer encuentro
virtual entre nuestras regiones.
En términos técnicos, AM quiere decir amplitud modulada y fue el
primer recurso utilizado para hacer radio.
Su ancho de banda oscila
entre 10 KHZ y 8 KHZ. Al tratarse de frecuencias más bajas y al ser
mayores sus longitudes de onda, el alcance de su señal es ostensiblemente más
amplio en relación con el FM o
frecuencia modulada.
Fue mediante esas ondas como los
colombianos de las sabanas de Córdoba y de los
algodonales del Magdalena supieron de la existencia zonas tan frías
como el altiplano cundiboyacense o de lo
que significaba trepar a sitios conocidos con el nombre de Alto de Minas, Páramo de Letras y Alto de la Línea.
En el caso de Colombia, todo
empezó el 12 de abril de 1923, cuando el presidente, General Pedro Nel Ospina, le envió un
mensaje de agradecimiento a Guillermo Marconi,
con motivo de la inauguración del telégrafo inalámbrico en el país.
Ese fue el primer paso que
condujo al nacimiento de la Voz de Barranquilla en 1929, bajo el mando de Elías Pellet Buitrago,
un radioaficionado con un amplio
recorrido en comunicaciones.
A Pellet se sumarían más tarde Manuel Gaitán, con la Voz de la Víctor, Hernando Bernal
Andrade en Radio Santafé, Gustavo Sorzano y Francisco Bueno en Bucaramanga,
los hermanos Fuentes en Cartagena, así como los hermanos Alford, fundadores de
la Emisora Nueva Granada, génesis de
lo que hoy es RCN radio.
Desde ese momento, las estaciones
de AM empezarían a multiplicarse por
todo el territorio nacional. En el caso de Pereira, entonces parte del Departamento de Caldas, el gran pionero
fue Óscar Giraldo Arango, fundador de
La Voz Amiga.
La sintonía con esas emisoras les
permitió a los colombianos de varias generaciones
mantenerse al día con acontecimientos
que marcaron el rumbo de la vida nacional y planetaria: el tránsito de la
hegemonía conservadora a la República
Liberal, el nacimiento y la deriva hacia la vorágine de la violencia entre
liberales y conservadores, la Segunda Guerra Mundial, el ascenso y
caída del dictador Gustavo Rojas
pinilla, el triunfo de la Revolución Cubana, la llegada de los primeros hombres a la luna, la
muerte del sacerdote insurgente Camilo Torres en las montañas de Santander.
Por eso, cada vez que alguien ponía cara de incredulidad ante
la magnitud y el impacto de los hechos, su contertulio no dudaba en replicar: “En la radio lo dijeron”. La voz de los locutores
era algo así como una prueba de irrefutabilidad.
Aunque para esa época ya existían
las noticias falsas, como aquellas en las que se prevenía a la gente porque Fidel Castro le estaba
echando vidrio molido al pan consumido por los colombianos en las
montañas más remotas.
O para las exacerbaciones
patrióticas: el presidente Guillermo León Valencia convirtiendo el célebre
empate con la Unión Soviética en Chile 62 en “Una victoria de la democracia contra el comunismo”.
Acordes lejanos
Pero fue sobre todo la música. Desde el
momento de su nacimiento, las emisoras de AM se dedicaron a reproducir el
cancionero llegado del mundo en esos gruesos discos de vinilo que operaron a modo de
revelación sonora: el canto lírico del gran Caruso, las rancheras y corridos de México, las big
bands norteamericanas, los boleros del caribe, los cantos de Gardel y Magaldi,
el lamento eterno de los Trovadores de Cuyo,
los valses peruanos y ecuatorianos, los ritmos tropicales de Venezuela, las
cuecas chilenas.
Y, claro: también los
compositores y cantantes vernáculos. Los
tempraneros Pelón y Marín, Garzón y Collazos, Lucho Bermúdez, José Barros,
Ibarra y Medina.
Todos ellos abrieron las
compuertas para una avalancha que se abrió
paso a través de los transistores portátiles en campos y ciudades: las
baladas engendradas por el bolero y por la tradición provenzal, el jazz, el
rock and roll, los crooners norteamericanos y británicos.
Hasta la voz de la legendaria
Lili Marleen nos llegó desde Alemania.
Las emisoras de AM y sus locutores empezaron a rodearse de
un aura mítica. Armando Plata Camacho, Gonzalo Ayala y Alfonso Lizarazo están sembrados en la memoria de
varias generaciones de colombianos, al igual que estaciones como Radio 15 y Radio Tequendama.
En el ámbito local tuvimos nuestro propio entramado: Radio
Centinela de Todelar, Radio Reloj de
Caracol, y más tarde Radio Calidad de
RCN fueron hitos de la radiodifusión. Y con ellas las voces de los hermanos Rentería
Pino, Luis Eduardo Tabares, Edison
Marulanda y Carlos Alberto Cadavid se convirtieron en orientadores de nuestra
educación sentimental.
No por casualidad el
cantante argentino Sabú, muerto a temprana edad en México, solicitó que al momento de
su funeral el féretro fuera cubierto con
la bandera colombiana: sólo en el Eje
Cafetero tenía más seguidores que
en su propio país.
El empezose del acabose
Como sucede siempre, alguien no
se enteró en el momento oportuno de que el mundo da vueltas y en cada giro cambia
de faz. Deslumbrados por el resplandor del propio ombligo, los patriarcas no se
dieron cuenta de que la tecnología
comenzaba a avasallarlos. El FM
primero y los prodigios
digitales después determinaron el declive de las emisoras
que reinaron en el gusto de la
gente durante más de medio siglo.
Solo las cadenas controladas por
grandes conglomerados económicos atinaron a invertir en tecnología
y en la contratación de grandes voces y comentaristas.
Las demás no tardaron en languidecer hasta su desaparición. Sólo en el último año en Pereira han apagado sus transmisores las filiales de Todelar y Colmundo.
Lo mismo acontece en todas las
regiones del país. Las mismas que se asomaron por primera vez a las maravillas
y horrores del mundo escuchando transmisiones de radio.
Un paso más y otro puñado de ellas no será más que
materia de conversación para nostálgicos.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
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