Blow- Up es una película de Michelangelo Antonioni fechada en 1966 y protagonizada por el actor David Hemmings. En su relato, Thomas es un célebre fotógrafo de modas que, hastiado de la frivolidad de ese mundo, decide echarse a las calles de Londres en busca de imágenes que contengan algo de vida. Un día toma una fotografía en un parque de la ciudad. Cuando la revela en el cuarto oscuro, tiene la sensación de que, detrás del primer plano, ha captado un asesinato.
Para estructurar la historia, el guionista se basó de modo bastante tangencial en un cuento de Julio Cortázar titulado Las babas del diablo.
Una dimensión insospechada de la realidad irrumpe y produce un quiebre, un corte en lo que se suele llamar el hilo de los acontecimientos. La fotografía cobra vida propia y empieza a contarnos una historia: la de la ciudad y sus signos vitales.
Ignoro si el escritor Rigoberto Gil vio la película, pero su libro titulado De ver pasar tiene mucho de eso: de las rupturas en el flujo de lo cotidiano, captadas casi siempre al azar por el lente de una cámara… o, bueno, de un teléfono celular.
El recurso es sencillo: dejarse seducir por una entre las muchas imágenes dejadas por la vida a su paso y , a partir de ella, construir un relato que puede ser ficción o no.
El París de la segunda mitad del siglo XIX vio nacer la figura del Flaneur, esa suerte de explorador urbano que vaga empujado por el azar de su instinto- en este caso centrado en la mirada- y va registrando los pliegues de la ciudad como quien descorre una cortinilla y se asoma a lo siempre insospechado del mundo.
Fue el filósofo Walter Benjamin quien, basado en la poesía de Baudelaire, señaló al Flaneur como hijo del capitalismo industrial. Este singular caminante ya no es el peregrino que va de aldea en aldea, sino el husmeador de pasajes y vitrinas, esas cajas mágicas donde las cosas se exhiben a la espera de un consumidor. De algún modo el Flaneur expresa sin saberlo ese estado de cosas que Karl Marx bautizó con el nombre de Fetichismo de la mercancía, abordado a profundidad en uno de los apartes de El Capital.
El autor de De ver pasar hace lo propio en el mundo fragmentado y globalizado del capitalismo tardío. De entrada, lo advierte en el primer párrafo del texto titulado El ojo que piensa: “ No es fácil caminar y pensar al mismo tiempo. El cuerpo se fatiga si lo obligamos a concentrarse en dos ejercicios complejos. Ambos exigen voluntad, concentración; ambos validan un ritmo arcano que se liga con la memoria: ese fardo de realidades que teje los años en imágenes delgadas. Solo que, al restaurarlas, les damos volumen y profundidad”.
La obsesión por ese “ fardo de realidades” no es nueva en Rigoberto Gil. De hecho, es una constante en su obra ensayística y de ficción. En un libro titulado Guía del paseante, que de muchas maneras prefigura De ver pasar, lo resume en una frase certera : “el solitario es un caminador”.
Y ese no es un detalle menor: quienes caminan en grupos están todo el tiempo distraídos por la cháchara de los otros. Su mirada aparece mediada por las intenciones y gustos de sus compañeros. Y se precisa una profunda relación con la soledad para ser un caminante, un explorador tanto rural como urbano.
Así que el autor de esta selección de textos( a veces son viñetas, en otras se trata de crónicas o ensayos breves, unas cuantas son ficciones y en la mayoría de los casos un cruce incestuoso de varios géneros) se nos revela ducho en soledades, es decir, en miradas íntimas sobre lo público que casi nadie advierte.
Estamos entonces ante un mirón de las calles. O un voyeour, si prefieren esa palabra, con todo y las connotaciones sexuales que el concepto acarrea.
Porque la mirada es, ante todo, goce, insinuación de la desnudez velada por las prisas de la vida diaria en cualquier ciudad.
En total son treinta y siete textos, publicados inicialmente en el periódico Ciudad Cultural y en el portal web La cebra que habla. En ellos, como corresponde al talante de los tiempos, el escritor plantea un viaje de ida y vuelta entre lo local y lo global. En ese recorrido encontramos relatos como los del soldado mutilado en alguna de las guerras de Colombia, junto a estampas de la zozobra a la que fue arrojada la especie humana tras la irrupción de la Covid- 19. A su lado, convive el vistazo a una Nueva York presentida en las páginas de sus grandes escritores o en la locura visionaria de esos que nuestra indomable torpeza califica de excéntricos. En buena hora la Universidad Tecnológica de Pereira decidió publicar este libro (noviembre de 2020). Porque la internet, tan llena de ventajas a la hora de agilizar y multiplicar la circulación de las obras, alienta al mismo tiempo la más inapelable forma del olvido : la de cientos de miles de millones de palabras, de imágenes , de ideas, de relatos que se anulan unos a otros en su infinita procesión
En suma, quien se asome a sus 232 páginas se hará a su vez cómplice de esta dichosa- y a menudo dolorosa- irrupción de una realidad que siempre participará de la condición del caleidoscopio en su fragmentación y multiplicidad.
En esa realidad a menudo alucinante acontece nuestra condición de viajeros sin remedio… aunque estemos confinados en casa.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=Y6thDNGf7Os
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