Cuenta Mircea Eliade que en los campos de
concentración soviéticos tenían más
posibilidades de sobrevivir los prisioneros que corrían con la fortuna de tener un cuentero entre sus compañeros de
celda. De alguna forma los relatos les
insuflaban fuerzas para soportar el tormento.
Del mismo modo, en Las Mil y
una Noches la princesa
Sherezada consigue eludir una y otra vez
la cuchilla que pende su cabeza,
hilvanando una historia interminable
cuyo desenlace mantiene en vilo al rey.
En la infancia la lectura de cuentos
constituye la forma más certera de adentrarse en los inciertos meandros
del sueño, plagados de pesadillas.
Más adelante, los amantes se hechizan unos a
otros tejiendo historias reales o inventadas acerca de la propia vida.
Así pues, en la dicha o en el infortunio, en el placer o
en el dolor, el goce de narrar está siempre presente para acompañar y darle otro sentido a la
aventura humana.
Ese goce lo encontramos en cada
una de las páginas de Crónicas de Eme Zeta, la selección de textos
periodísticos de Emilio Correa Uribe, publicada por el Instituto de Cultura y Fomento
al Turismo de Pereira, como una de las obras ganadoras de la convocatoria de estímulos 2015, en la
categoría Obra inédita de un autor fallecido.
Como sucede siempre con este tipo de textos, los de
Emilio Correa Uribe resultan
imposibles de clasificar. A través de su
lectura, uno va del artículo de opinión a la viñeta y del ensayo breve a la
anécdota, pasando por ejercicios que
rondan la ficción. Por eso lo más
práctico es definirlos como crónicas, en tanto este género supone de entrada un
intento de recrear las situaciones experimentadas por un individuo o una
sociedad en un momento dado. Para el cronista la ciudad en particular y el mundo en general son apenas un pretexto para contar historias.
En el caso de Crónicas de Eme
Zeta (este era uno de los seudónimos del autor), se trata de la Pereira comprendida entre 1921 y 1954. Tres décadas que abarcan hasta un año antes del asesinato de Emilio
Correa Uribe durante el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla.
Una muestra de esa ciudad aparece en el texto titulado
Un oficio peligroso:
La última que nos faltaba. La
verdá, pa´ mi Dios, que la noticia me tiene completamente preocupado. Casi que no pude pegar los ojos. Y es que no es para menos. Un
hombre anda por allí “desnudándose completamente” delante de las señoras del sexo femenino y
“descubriéndoles” la América, con una frescura que puede usted reírse de los salpicones de lulo, del Delaware y del
Gallito Punch…
No está malo el oficio que se consiguió este compatriota. Ahora la situación no se presta sino para que
todo el mundo ande desnudo. A menos cantidad de ropa, mayor economía y ya se
sabe que esa es la política del gobierno: economizar, economizar, economizar.
Este prójimo, cuyo nombre sentimos no poder publicar, es un “económico”. Nada
de pantalones, nada de saco, nada de ropa interior. Nada de nada.
Salpicadas de una permanente
dosis de humor negro que le debe mucho a la tradición picaresca propia de estas
tierras, las crónicas dan cuenta de los
fenómenos políticos y culturales, así como de los adelantos tecnológicos que
transformaron día a día la vida de una
aldea que, muy temprano, y como resultado de su posición geográfica,
experimentó una incesante corriente de
inmigración que sembró en sus habitantes la inquietud por los prodigios y horrores acaecidos en tierras
lejanas.
Así, Eme Zeta se ocupa de Hitler y del cine
mexicano; de las modas llegadas de Norteamérica y de los prejuicios religiosos
del vecindario; de la situación
económica y de la guerra con el Perú; de
los ideólogos liberales y
conservadores, así como del bullicio de
los vecinos que escuchan radio a todo
volumen: la aldea y el planeta se dan
cita en esos textos cortos marcados por un sello común : el humor y el cuidado
del estilo que hacen de ellos
producciones literarias dignas de una tradición tan conspicua como la que
remite a Luis Tejada en Colombia, a Roberto Arlt en Buenos Aires o a José Martí en La Habana y
Nueva York.
Publicadas en el periódico El Diario, fundado por el propio autor, las
crónicas llevan títulos como: Una metida de “Pata”, Los tres pelos del gato
negro, “ Muera el orador...” ¡ El colmo, señor, el colmo!, Tapen eso, bárbaros
o El Suicida desconocido. Siguiendo ese rastro, el lector puede tomarle el
pulso a una ciudad signada por una
permanente pugna entre su talante liberal y la asfixiante vigilancia de la
ortodoxia católica. Sus textos devienen así agente liberador que oxigena el
enrarecido aire a sacristía y nos
devuelve de paso el viejo y saludable
goce de narrar.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=sbnW-kfUuH4
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=sbnW-kfUuH4
Ay, sabe feo eso de “cuentero”, al menos por estas latitudes donde es sinónimo de embaucador, mentiroso o charlatán a secas. Dejémoslo en “cuentacuentos” que suena más musical como el “storyteller” de los angloparlantes. A propósito de esto último, confieso que me solazo como niño cuando pongo cada cierto tiempo los mitos y cuentos narrados por John Hurt de la televisión británica. Qué quiera que le diga, me gusta ser embaucado por la atmósfera que destila cada capítulo, la banda sonora y el estilo del narrador junto a su perro parlante. La magia de la narración ha estado presente desde la primera noche de los tiempos, pasando por Homero y los cuentos orientales, hasta los grandes cronistas de hoy. A veces hace falta desenterrarlos o rescatarlos del olvido como a su compatriota Correa Uribe. Deliciosa su prosa “económica” en lo poco que lo cita.
ResponderBorrarPs. preciosa la música que nos comparte, y que de rebote me condujo también a los exquisitos instrumentales de Jorge Ariza.
Lo que son las idiosincracias del idioma, apreciado José: en Colombia cuentero es un contador de historias, un conservador de la tradición oral. Cuentacuentos viene a ser un cuenta chistes, o lo que los anglosajones llaman un Stand Up Comedy.
ResponderBorrarY si, no es solo que nos guste: necesitamos que nos cuenten historias. De hecho, la seducción es un artificio que empieza siempre por los oídos. No nos basta con experimentar la realidad a secas: necesitamos ser narrados para completar la experiencia vital.
Como me alegran estas notas, Gustavo. Quizá peque de romántico, pero yo le tengo un gran cariño a estos cronistas. A veces pienso que en la primera mitad del siglo XX, en Colombia, hubo una secta de escritores pensando nen hacer experimentos narrativos alrededor de la crónica de la caminata, de las esquinas, del tinto, del sombrero, de los puestos de periódicos en las calles. Y eso me anima. Y aquí viene lo romántico: hay que intentar estos ejercicios, son saludables para la escritura. Además, Eme Zeta es un seudónimo genial.
ResponderBorrarNo es tanto cuestión de romanticismo como de buena memoria, apreciado Eskimal. El cronista es, por definición, alguien que trata de rescatar, a tavés de las palabras, unos cuantos instantes extraviados como joyas en el mar del olvido.
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