viernes, 10 de octubre de 2025

Luis Tejada, el peatón suspendido

 




Nunca un perezoso escribió con tal disciplina como Luis Tejada Cano. Nunca un perezoso, amante de los arrullos de la abrigadora cama, engendró tal río de palabras en tan corta vida: antes de los 27 años de edad publicó 654 notas en varios medios, más algunas otras perdidas para siempre. Nunca un perezoso se atrevió a tanto, a eso de tener la cama como lugar de creación literaria, mucho menos si se desciende de laboriosas cepas católicas antioqueñas que tienen el trabajo como sino. Nunca un perezoso. Nunca.

                                Abelardo Gómez Molina


A lo anterior habría que añadir que nunca nadie había definido la vida y obra del cronista- filósofo- ensayista Luis Tejada como el editor y periodista  Abelardo Gómez Molina en su texto de presentación del libro Luis Tejada 100 Años, breve eternidad de un cronista, publicado por la Universidad Tecnológica de Pereira  en la conmemoración del centenario de la muerte del escritor colombiano, ocurrida el 17 de septiembre 1924, en plena Hegemonía Conservadora, dato  éste último que  ofrece una clave para entender el espíritu iconoclasta, libertario e incluso comunista de  Tejada.

En su  breve ensayo titulado Un chestertoniano anclado en los Andes Gómez Molina desvela la que considera evidente influencia del escritor británico Gilbert K. Chesterton en la obra literaria de Luis Tejada. La fina ironía, la capacidad de síntesis y lo elegante del estilo son para Abelardo la muestra viva de la atención que el cronista les prestó a Chesterton y a otros escritores universales en una época en la que comunicarse con el mundo demandaba una gran dosis de tenacidad… así permanecer acostado fumando pipa fuera una de las consignas de Tejada, como bien lo expresa en el texto de tributo a los zapatos   donde se autodefine como El peatón suspendido. Igual podría haber sido El caminante acostado: el sentido es el mismo. Para Tejada la quietud siempre fue una forma del viaje, porque este último acontece en realidad en la imaginación.




El ensayo de Abelardo Gómez hace parte de un panóptico en el que ocho voces comparten con los lectores su aproximación a la obra de quien sigue siendo considerado, con sobradas razones, el más importante cronista colombiano hasta nuestros días.  Cien años después de su muerte, sus textos, tan difíciles de encasillar, nos resultan contemporáneos, lo que comporta el doble mérito de trascender el lenguaje ampuloso propio de la república conservadora y de eludir las jergas academicistas a las que seguimos siendo tan proclives en el propósito de ser oscuros para parecer profundos.

Los autores de los ensayos que preceden la selección de crónicas y viñetas de Tejada son Mauricio Ramírez Gómez como prologuista (Luis Tejada en Pereira), Mariluz Vallejo (Nuevas lecturas sobre el cronista Luis Tejada), Gilberto Loaiza Cano (Luis Tejada, escritor de paradojas), el ya citado Abelardo Gómez Molina (Un chestertoriano anclado en los Andes), Edison Marulanda Peña (Luis Tejada, un educador sentimental), Franklin Molano Gaona (Un ocioso y juguetón Luis Tejada. Oda a “El humo”), Gleíber Sepúlveda (Tejada y el espíritu de las cosas) y Rigoberto Gil Montoya ( Suenan timbres en el vecindario de Tejada y Vidales).

Claro, preciso, conciso y bello. La sucesión de adjetivos es necesaria en este caso, porque define el estilo de Luis Tejada. Su reino es el de la luz, sin concesiones al alarde  retórico o a la tentación oscurantista.  Esas características son las que nos señalan los autores de los ensayos de presentación, ya se ocupen de datos esenciales en la biografía del autor ( el  árbol genealógico Tejada Cano que lo marcó  en su formación literaria y política, su fascinación por el alma de las cosas, su devoción por la poesía que se refleja en cada uno de sus textos, los encuentros claves de su vida, su decisiva residencia en Pereira, su  historia de amor y su matrimonio con Julieta Gaviria) o de su papel en  la literatura colombiana de comienzos del siglo XX y su influencia en el resto del siglo.




Para empezar, en la obra de Luis Tejada la frontera entre periodismo y literatura se difumina, lo que la hermana con un contemporáneo suyo como Roberto Arlt (1900-1942) que dio cuenta de la Buenos Aires cosmopolita en sus Aguafuertes Porteñas que, como las Gotas de Tinta de Tejada, fueron publicadas en principio en los periódicos.  Igual de asombrosa resulta su proximidad con las Crónicas Berlinesas de Joseph Roth (1894-1939). La voluntad de síntesis, la ironía y la siempre dispuesta ternura hacia los personajes y su trasunto vital crean una proximidad con el lector que lo hacen sentir en familia. De ahí que los textos de Tejada, como los de Arlt y Roth sigan siendo jóvenes.

El libro de 242 páginas publicado por la Universidad Tecnológica de Pereira ofrece un valor adicional: presenta un compendio de voces contemporáneas de Luis Tejada que ayudan a ubicar su obra en su contexto de tiempo y lugar en lo que concierne a la historia, la política y la cultura.

Jorge   Zalamea Borda, José Antonio Osorio Lizarazo, Sixto Mejía, Germán Arciniegas, Antolín Díaz, Eme Zeta (Emilio Correa Uribe), Alberto Machado L., Luis Vidales, Adel López Gómez, Eduardo Caballero Calderón, Hernando Téllez, Néstor Gaviria  Jaramillo, José Mar y Lino Gil Jaramillo son los nombres de quienes con su pluma rindieron tributo a Tejada, tanto a su obra como al don de su amistad y a la manera como influyó en sus vidas.

En ese sentido, vale la pena destacar lo escrito por Emilio Correa Uribe en su titulada Carta sin sobre, firmada con el seudónimo de Eme Zeta y dirigida a Julieta Gaviria, la viuda de Tejada:

A doña Julieta Vda. De Tejada: 

Distinguidísima amiga Julieta: El generoso obsequio que usted me hizo en la tarde de ayer, precisamente en la víspera de cumplirse el aniversario de la muerte del inolvidable Luis Tejada, me llena de entusiasmo y de orgullo, porque usted —tan buena y noble amiga de todos los tiempos— me hace depositario de su álbum de crónicas, de su pipa, compañera inseparable del malogrado camarada y de las pocas producciones que Luis dejó inéditas y que, poco a poco, iremos entregando a los lectores de El Diario. Claro está, señora y amiga, que yo me siento bien satisfecho con el encargo gentil que usted me hace, pero créamelo también que me considero merecedor de este tributo de amistad porque el recuerdo cariñoso del hermano Luis florece perennemente en mi vida y no ha de apagarse, se lo aseguro a usted, sino cuando la misma vida se cierre sobre la desolación de lo Inevitable y de la Inevitable.




De esa dimensión fue la impronta dejada por Luis Tejada en la vida de sus amigos. Es la misma que deja en el lector la aproximación a los textos que aparecen en este libro  publicado por la Universidad Tecnológica de Pereira y que llevan títulos como Las transformaciones de la madera, San Antonio y yo, La Vieja, Las muchachas bonitas y el suicidio, Interpretación sentimental del libro, Las campanas, Reflexiones de un cronista recién casado o Julio Flórez.

De esta última bien vale la pena reproducir un fragmento:

En un reciente artículo sobre Julio Flórez dice Eduardo Castillo que si se hiciera un plebiscito sobre cuál es nuestro primer poeta, saldría vencedor Guillermo Valencia.  Un plebiscito ¿entre quiénes?, ¿entre los intelectuales? Indudable mente, los intelectuales son apenas una minoría restringida Y probablemente  extraviada, o al menos, polarizada hacia cierto sentido convencional de la Belleza, excesivamente literaria para ser verdadero. Más allá de los intelectuales, hay una muchedumbre inmensa y sencilla, cuya capacidad de emoción no ha sido pervertida por los efímeros convencionalismos literarios; y para esa muchedumbre que, después de todo, puede estar en lo cierto, el poeta ideal no es, seguramente, el pulido parnasiano, el aristocrático fabricador de frases oscuras y perfectas; para ella, el poeta ideal es el cantor simple y terrible que sabe interpretar en palabras sinceras los sentimientos más humanos, y por lo mismo, más universales eternos.  Julio Flórez fue ese cantor ideal, fue el poeta en la acepción más pura y esencial de la palabra; el hombre que improvisa, el divino juglar trashumante que entona y rima sus quejas sacando los temas de su propio corazón, igual al corazón de todos. Sus versos no deben ser escritos ni leídos; sus versos sólo deben cantarse, subrayándolos con la música de la lira, o de la guitarra si queréis, esa lira popular. Sí, sus versos deben cantarse, como en la poesía primitiva, la única y verdadera poesía. 

 La poesía como un bien colectivo: Es toda una poética, una declaración de principios donde Tejada resume su concepción de la escritura y de la vida misma. Quien visite o revisite sus crónicas respirará todo el tiempo ese aliento que marcó para siempre el devenir literario de un país que- por uno u otro camino-ya nunca más pudo vivir a ajeno a su legado ético y estético.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=Ngmc2rotJ0c&list=RDNgmc2rotJ0c&start_radio=1








lunes, 6 de octubre de 2025

Mariposa de hierro

 




El oxímoron es perfecto: la liviandad y la gracia de la mariposa complementan la pesadez y agresividad del hierro. Conscientes o no de ello, cuando esos muchachos californianos escogieron el nombre de Iron Butterfly para su banda estaban definiendo el espíritu de los años sesenta, que comenzó a gestarse una vez finalizada la Primera Guerra Mundial. Las heridas de la contienda empezaban a ser sanadas por el aliento hip, un vocablo proveniente de la terminología del jazz, que significa algo así como sabio o iniciado y es el origen de la palabra hippy.

La saga nos dice que en 1966, en pleno verano de las flores de la mítica California, la banda fue creada por un grupo de muchachos llamados Doug Ingle (Voz y órgano), Jack Pinney (batería), Greg Willis (bajo) y Danny Weis (guitarra). Más tarde, Willis fue sustituido por Jerry Penrod. Luego Penrod se marchó y fue reemplazado por Bruce Morse, a su vez  relevado por Ron Bushy. Al grupo se sumó también el vocalista y  panderetero Darryl Del Loach.

De esa convergencia de talentos surgió uno de los grandes himnos de la década, al lado de My Generation de The Who, Satisfaction,  de The Rolling Stones,  Blowing in the Wind, de Bob Dylan, All you need is love, de The Beatles. Se trata, claro de In a gadda-da- vida, resultado de una mala pronunciación del título original, que es El  Jardín del Edén.




La letra no puede ser más simple y predecible:

In a gadda-da -vida, honey

Don´t you know that   I love you?

In a gadda- da vida, baby, Don´t you know that I´ll always be true?

De modo que no fue la letra sino el sonido lo que supuso un viaje a la esencia de la utopía. El juego con los teclados recrea a la perfección las sensaciones de un viaje  con ácido lisérgico, el tiquete a los subterráneos de la conciencia sintetizado en principio por el químico suizo Albert Hofmann, cuyo profeta fue el profesor Timothy Leary. ¿De qué pretendían escapar esos muchachos para preferir  la locura a la tierra prometida por el capitalismo a través del ascenso social y el consiguiente consumo sin límites? En primer lugar, de los horrores de la bomba atómica, de las mentiras de los políticos, de la hipocresía de los mayores y de nuevas formas del crimen que se enseñoreaban contra los líderes por los derechos civiles y contra pueblos remotos que  servían de cobayas para nuevas armas letales.




En medio del delirio se llegó a decir que In a gadda- da  vida era una frase proveniente del sánscrito y eso la rodeó de un nuevo prestigio. Después de todo, muchos  artistas hicieron de oriente su lugar de peregrinación y empezaron a tener sus gurús de cabecera: frente al grosero materialismo de occidente, el desapego de prácticas  como el budismo representaba una sugestiva opción. Nadie podía adivinar entonces que muchos de esos líderes espirituales serían seducidos por el dólar y se instalarían en lujosas mansiones de San Diego y Los Ángeles.  Así ha sido siempre: tampoco nadie podía predecir lo que sucedería con las aspiraciones de Napoleón o las promesas de la Revolución  Rusa. Para los lectores de Herman Hesse, H.D. Thoureau y de los poetas beat la tierra de promisión estaba a la vuelta de la esquina: bastaba con subirse al Magic Bus de Ken Kesey con sus provisiones inagotables de LSD,  poner a los  Iron Butterfly en la casetera y  esperar el advenimiento.

 Como bien lo muestra Thomas Pynchon en su formidable novela titulada Vineland, los jipis se hicieron viejos, igual que todos. Las drogas sicodélicas no eran la sustancia de la inmortalidad. Las flores se marchitaron. Algunos lograron  reintegrarse a tiempo al sistema con parte del cerebro achicharrado, pero se las arreglaron para sobrevivir y hasta convertirse en prósperos ejecutivos. Como corolario se volvieron moralistas y se dieron a impartir consejos para triunfar en la vida. Otros- fueron legión- se desollaron los nudillos Tocando a las puertas del cielo, como en la canción de Dylan. Fatal decisión: no había nadie para abrirles.




 Algunas teorías conspirativas todavía aseguran que la CIA atiborró de ácidos a los jóvenes para impedir que una generación entera echara por tierra el sistema. Visto así, el LSD era parte de un plan, pero nadie ha podido probarlo. Mientras las discusiones a favor o en contra se renuevan, In- a gadda-da vida, con la simplicidad de su letra, ligera como el aleteo de una mariposa y la densidad de su sonido, pesado y  agreste como el  hierro, sigue sonando y diciéndoles cosas distintas a nuevas generaciones, porque el rock tiene esa particularidad: desde que emitiera su primer grito  a través de la radio hace ya setenta años, cada vez que alguien anuncia su muerte reaparece con nuevos bríos porque lo suyo, como todas las buenas músicas que en el mundo  han sido, es convertirse en banda sonora de quienes llegan a este extraño y fascinante lugar llamado Planeta Tierra que, hasta ahora, con todas  sus convulsiones, es lo mejor que nos  ha sido dado.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de  esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=Tfpn3wHoNGA


 

 

jueves, 2 de octubre de 2025

El crack en Consotá

 







El relato ya es leyenda: la historia de amor entre un joven futbolista que después sería enorme y un ave tan útil como menospreciada: el inapreciable gallinazo comedor de despojos.

Dice Carlos Mario- para entonces trabajador de mantenimiento en el Parque Consotá- que fue amor a primera vista-. Messi, que todavía no era Messi, es decir, encantador de multitudes, se quedó mirando al pajarraco y le tendió un bien trinchado pedazo de carne a la parrilla a término medio. Todo un lujo para un ave habituada a la carroña. Fue así como se hicieron amigos. Corría el año 2005 y en Colombia se jugaba el campeonato Sudamericano Sub-20 entre el 13 de enero y el 6 de febrero.

El drama vino después. A la hora de partir, el futbolista quería llevarse a su amigo para Barcelona, donde el chico de diecinueve años tejería su leyenda dorada con la pelota. La respuesta fue descorazonadora. Las leyes colombianas prohibían el tráfico de fauna y, como si fuera poco, los gallinazos tienen un hábitat muy distinto al del Mediterráneo surcado por pájaros dotados de más prestigio poético. “Las oscuras golondrinas” de Bécquer, por ejemplo.

No sabemos cuánto tardó Messi en curarse el desamor, pero eso siempre se cura. Lo que sí sabemos es que la historia de Comfamiliar en sus sesenta y ochos de servicios está hecha de esa materia: de amores a primera vista.

Pasen por el teatro de la carrera quinta y  les contarán cuántos romances surgieron allí, al hilo de una película de Roman Polanski (Tess, por ejemplo) de la saga de El Padrino de Coppola o de la muy erótica Nueve Semanas y Media , con Kim Bassinger y Mickey Rourke  desquiciados  por el deseo.

Debe ser muy difícil ser flechado por Cupido en la sala de espera del médico o del odontólogo: la asepsia y tensión propias de esos lugares son enemigas de cualquier escarceo amoroso. Pero habrá excepciones, no lo duden. Bien sabemos que de ellas se nutren las reglas.  Algún secreto contarán los consultorios de Comfamiliar Risaralda.




Donde sí abundan las historias de amor – a primera vista o de acción retardada- es en las aulas de clase y en las bibliotecas. En el Instituto, en la Universidad y hasta en el preescolar, la gente suele ser sacudida por esos sobresaltos del corazón tan antiguos como la humanidad. Amor de estudiante es el título de una canción de hace más de cincuenta años, que le hace justicia a esas formas de locura.

A veces, el aliento amoroso de Comfamiliar tiene alcance internacional. Al despuntar el siglo XXI una sugestiva muchacha llamada Mercedes, colaboradora del área de Turismo en la Caja de Compensación, viajó a Miami como coordinadora de una excursión de personas de la llamada tercera edad. En una de esas playas sacralizadas por la televisión entabló conversa con un cuarentón que, en un español primitivo, dijo ser oriundo de El Paso, en Texas ¿El resultado?: dos mellizos de apellido Rogers Atehortúa, una  auténtica combinación gringo- quimbaya nacida en la mismísima frontera con México.

Eso para no hablar de un viaje a la memoria en 14 Estaciones. Día a día, semana a semana, mes tras mes, año tras año, los colaboradores de Comfamiliar en los catorce municipios de Risaralda dibujaron sus propios mapas: los de las voces y rostros de los niños, jóvenes y viejos que le dan sabor, color y ritmo a la vida de esos pueblos fundados por aventureros llegados de las montañas de Antioquia, de las selvas del Chocó o de las planicies plantadas de caña de azúcar en el Valle del Cauca. Su desarraigo, sus nostalgias fueron contadas y cantadas por un hombre de voz aguardientosa que, acaso sin saberlo, estaba componiendo la banda sonora de los muy mestizos habitantes de esta región. Hablamos, claro, de don Luis Ramírez para servir a usted, bautizado por el poeta Luis Carlos González Mejía con el nombre artístico de El Caballero Gaucho.




Maurier Valencia Hernández, Director Administrativo de Comfamiliar Risaralda durante muchos, muchiiiiiisimos años, tiene su vena bohemia. Su padre fue músico y de él heredó un sentido del ritmo, una intuición de los secretos a voces que nos transmiten las músicas de todos los lugares y de todos los tiempos. Por eso cuando en el Parque Consotá, así con tilde en la a, crearon una réplica de la vieja Pereira de serenateros bebedores de aguardiente y enamoradores de muchachas cantada por Luis Carlos González, supo de buena fuente que el espíritu del viejo pueblo de comerciantes paisas, vallunos y turcos plantaría sus tiendas allí.

“Es como si las almas de la caja y la ciudad fueran una sola”, exclamó Ovidio Montoya, viejo sastre de Corocito, Berlín y poblaciones aledañas, cuando se detuvo a contemplar ese lago, esa iglesia Claret y esa  cantina que parecían   hermanas menores de las ubicadas en el centro de la ciudad, en las calles veinticuatro y veinticinco, entre carreras séptima y octava.

Como tantos habitantes y visitantes de Risaralda a lo largo de varias generaciones, Ovidio estaba resumiendo en esa frase un nuevo capítulo de esta relación nacida en octubre de 1957, que no cesa de renovarse a medida que cambian los rostros de quienes hacen su historia.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=U_XakGmGlUA&list=RDU_XakGmGlUA&start_radio=1

 

lunes, 22 de septiembre de 2025

Cabalgando el relámpago

 





El humano llega a su casa. Abre la puerta. Cuelga el maletín y el saco en el perchero. Se acomoda en su sillón favorito. Pasado un rato siente un dolor en la espalda y se pregunta por qué no lo han recibido sus hijos. Algo falla, pero allí están los cuadros, la televisión de bulbos, la cocina a un lado del baño, la pared marrón a medio pintar. Allí están, como en la mañana, antes de partir hacia el trabajo. Sin embargo, el dolor y sus hijos sin saludar persisten.  El humano decide levantarse del sillón, recoge el maletín y el saco, abre la puerta, sale. Está seguro de haber de haber doblado en la esquina equivocada.

Los personajes de estas historias siempre llegan de ninguna parte y regresan a ninguna parte. Mejor dicho: se desvanecen. Su condición fantasmal contrasta con la precisa descripción de los lugares donde se desarrolla su breve tránsito por algo que, con bastantes dudas, podríamos llamar el mundo. Están los cuadros, la cocina, el   televisor anacrónico, el saco, el perchero, pero el personaje muchas veces ni siquiera tiene nombre. Dicho de otra forma: el protagonista no es.

Con esa incierta materia están tejidos los treinta y ocho relatos que conforman el libro Crónicas para Fantasmas, del periodista y escritor colombiano Gustavo Vargas, radicado en México desde hace un buen rato. La obra fue publicada bajo el sello editorial Cine Club Borges en 2025.

Los textos (¿Poemas en prosa? ¿Crónicas breves? ¿Cuentos cortos?) ostentan títulos como Cuestión de mirar bien, Esquina equivocada, Génesis, Palmillas, Luciérnagas.  A veces los protagonistas tienen nombre propio: Vargas. Rosa, Talita, Siete, Nacianceno, Blanca.  Pero las pistas se pierden allí. Seguir su rastro es adentrarse en callejones sin salida que al final se anudan en uno solo, como si el narrador o los narradores se propusieran recordarnos que la vida no deja opciones distintas al extravío. Es la atmósfera que se respira en una historia titulada Agotamiento del teatro cuyo, último párrafo dice así:

Muchas formas he inventado para ahuyentar el olvido. Fui creador y titán, conté las nubes y las estrellas, también sus plumas. Volví al pasado, corregí mi falta, robé de nuevo. Le advertí a la esposa de mi hermano, le aconsejé abrir el ánfora y envidié ese amor nada difícil entre ellos. Inútil. No recuerdo mis primeros actos. Nada queda por imaginar, solo quiero ver al Héroe, quien expía una culpa con trabajos imposibles. Con la espada cortará mis cadenas, con la flecha matará al que viene por mí. Y si no es de esa forma, si el futuro cambia, bueno, poco nos importa el orden de las cosas.

La última frase es toda una declaración de principios: Poco nos importa el orden de las cosas ante la imposibilidad del recuerdo y su correlato, el olvido. Para quien llega siempre a la esquina equivocada (título de una de las historias) todo es inútil, según se desprende del brevísimo texto que aparece en la página 51 del libro:

Le he llevado una flor a Rosa. Hoy tampoco salió. Quizá un día de estos pueda pasar una tarde junto a ella.

Le he dejado la flor a Rosa. Estará marchita al volver, como las anteriores.

Esta forma de poesía desolada brota a lo largo de las 121 páginas de Crónicas Para Fantasmas. Algo nos dice que el mundo está puesto ahí para permitir esos brotes.  Jardín calcinado, tiene de todos modos un lugar para la esperanza. Eso es lo que nos deja la imagen de la historia de dos renglones titulada Talita:

Descubrió un granito de arena de playa en el centro de Bogotá.

-       ¡Bien!- dijo-. El mar está cerca.

 En muchos sentidos, leer estos relatos de Gustavo Vargas es como cabalgar el relámpago, según la atinada metáfora de la banda norteamericana Metallica:  a través de sus imágenes uno tiene una vislumbre del misterio antes de pasar a la siguiente página, hasta tropezar al final del callejón con la tragedia definitiva: la de la princesa Sherezade:

En un momento de somnolencia, Sherezade olvidó continuar la historia de la mujer que narraba historias al sultán.

-Bueno- dijo Shariar-, también a ella se le habrá olvidado-, y llamó a los verdugos.


PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=We_DLCYDaYw&list=RDWe_DLCYDaYw&start_radio=1

 

jueves, 18 de septiembre de 2025

Tres lecturas y un solo Maquiavelo

 




                    

                 Los que desean congraciarse con un príncipe suelen

                  presentarse con aquello que reputan como más precioso

                 entre lo que poseen, o entre lo que juzgan más ha de agradarle;

                 de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos,

                  armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos adornos 

                 dignos de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante su

                  magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he

                  encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o

                   que tanto estime como el conocimiento de las acciones de los

                   hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas

                   modernas y de un incesante estudio de las antiguas. Acciones 

                   que, luego de meditar y examinar durante mucho tiempo 

                   y con gran seriedad, he encerrado

                   en un corto volumen que os dirijo.

                   

                                            Nicolás Maquiavelo

                                Presentación de El príncipe ante Lorenzo El Magnífico

 

En contravía de lo sugerido por Susan Sontag en su célebre ensayo titulado Contra la Interpretación, toda gran obra de arte no solo es susceptible de múltiples lecturas sino que las exige, en la medida en que se postula como una invitación al diálogo con un auditorio amplio y creciente. La influyente obra de Nicolás Maquiavelo participa de esa condición.

Nacido en Florencia en 1469 y muerto en la misma ciudad en 1527, Maquiavelo conoció, gozó y sufrió las glorias y miserias del poder, pasando de ocupar altos  cargos y desempeñar misiones diplomáticas, a ser destituido y obligado al exilio. Esas condiciones le dieron un conocimiento privilegiado de las fuerzas que subyacen en el ejercicio de la política, que en un momento pueden encumbrar a un individuo   y al grupo que representa, para después arrojarlo a los más hondos abismos. Ese aprendizaje, bien asimilado, conduce a lo que se conoce como pragmatismo político, la característica principal del breve pero decisivo libro titulado El Príncipe y dedicado a Lorenzo de Médicis como eventual modelo de lo que debería ser un gobernante. Al lado de El príncipe, Los discursos sobre la primera década de Tito Livio constituyen el legado de Maquiavelo a sucesivas generaciones que no han dejado de leerlo y releerlo según los intereses de cada quien, al punto de engendrar un equívoco adjetivo que, como corresponde a los lugares comunes, sirve para todo y para nada: maquiavélico. En esa medida para algunos la palabra es sinónimo de brillante y para otros de diabólico.

A resultas de esas lecturas, sobre las obras de Maquiavelo se han escrito centenares de libros, ensayos, tesis de grado, y artículos de prensa que lo exaltan o lo degradan, dependiendo de las circunstancias y poderes en juego.


                                                  Lorenzo de Médici

Las circunstancias y dinámicas del poder: de eso se ocupa   Maquiavelo en sus intentos de encontrar un método que le sirva al príncipe, entendido no tanto como una persona sino como un rol enfocado a trazarle un rumbo a la sociedad y sostenerlo con firmeza en beneficio de todos.

¿Y cuáles fueron las circunstancias en las que el pensador postuló sus ideas?  Según los manuales de historia, la República Fiorentina fue una Ciudad Estado de La Toscana desde 1115, cuando los florentinos formaron una comuna luego de la muerte de la marquesa Matilde. Desde entonces se sucedieron las pugnas entre facciones. Los Médici se hicieron con el control de la ciudad en 1434, mediante un golpe de Estado contra la facción que los había expulsado. Se mantuvieron en el poder hasta 1494 cuando fueron expulsados a su vez por el fraile dominico Girolamo Savonarola, desplazado en su momento por Juan de Médici, futuro papa León X.

En ese ambiente de inestabilidad y turbulencias, Maquiavelo imaginó un príncipe capaz de conjurar la suma de intereses y conspiraciones que impedían a la nave del gobierno avanzar con firmeza hacia puerto seguro… si esta palabra tiene algún sentido en el mundo de la política. Ese príncipe estaba llamado a gobernar no solo la República Fiorentina, sino a los estados pontificios y a las otras Ciudades Estado que batallaban entre sí y eran ocupadas a menudo por potencias extranjeras (España y Francia en especial)  a las que ellas mismas habían llamado en su ayuda. En un principio, César Borgia- hijo del papa Alejandro VI- pareció  encarnar ese príncipe con su conquista de La Romaña. El mundo imaginado por Maquiavelo, la nación italiana, habría de materializarse   cuatro décadas después de su muerte, como desenlace de las guerras de independencia conocidas como El Risorgimiento, que condujeron a la conversión de varios estados en una sola nación, El Reino de Italia. Giuseppe Mazzini, Giuseppe Garibaldi y Camilo Benso, conde de Cavour, jugaron un rol vital en esas luchas que culminaron con la coronación de Víctor Manuel II como primer rey de Italia en 1861.




Fue entonces cuando el mundo volvió a tomarse en serio a Maquiavelo. El propio Karl Marx escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte, pensando que El Príncipe justo y severo a la vez apuntaba a evitar el advenimiento de un tirano como el sobrino de Napoleón.  Mediado el siglo XX, inspirados en esa lectura, tres grandes pensadores marxistas, Toni Negri, Louis Althusser(Maquiavelo y nosotros) y  Antonio Gramsci ( Notas sobre Maquiavelo), se encargaron de postular no una sino tres lecturas del  filósofo y político florentino.

La primera era una versión literal en la que Maquiavelo advertía al gobernante sobre las condiciones que debía reunir si aspiraba a forjar una nación, partiendo de la suma de fragmentos que constituían las Ciudades Estado. Entendido así, El Príncipe se lee como un manual de buen gobierno, que incluye lo que en estos tiempos se llama el perfil del mandatario.

Una segunda lectura se hace en clave de sátira:  El Príncipe sería una burla- esta sí  maquiavélica- de las pretensiones del soberano y su propósito de gobernar lo ingobernable.




La tercera interpretación marxista asume El Príncipe como una denuncia política, en la que se advierte a los gobernados sobre las trampas que puede tenderles un mandatario.  En los dos últimos casos alentaría la voluntad de subvertir el orden de cosas existente, lo que convierte a Maquiavelo en un adelantado. Eso explica el título del libro de Althusser prologado por Antonio Negri:  Maquiavelo y nosotros. Es decir, un Maquiavelo trasladado al mundo de entreguerras, en el que la tentación de la tiranía es una amenaza latente, como bien lo demostraron los casos de Hitler, Stalin, Franco y Mussolini, para no hablar de lo sucedido en el Tercer Mundo en tiempos de la Guerra Fría.

Como corresponde a toda obra considerada clásica, la de Nicolás Maquiavelo está hoy más vigente que nunca, sobre todo cuando nuevas versiones del príncipe y el tirano se agitan en procura de hacerse con el poder, aupadas por recursos tecnológicos que acrecientan las oportunidades de multiplicar la mentira y la impostura como instrumentos de seducción.  Así las cosas, la marxista  es solo una mirada crítica entre muchas que pueden ayudar a su comprensión y actualización en un mundo que requiere cada vez más de nuevas formas de lucidez.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=dtDxIzJWDP4&list=RDdtDxIzJWDP4&start_radio=1

 

viernes, 5 de septiembre de 2025

El tirano está de vuelta

 




 

               Quien tiene el poder, tiene el derecho

                                Max Stirner

                     El único y su propiedad

 

Hace dos mil trescientos años Aristóteles lo advirtió con toda claridad: cuando la democracia se degrada deviene el caos y en el caos florecen los tiranos.

Desde luego, en la Grecia de Aristóteles el concepto de democracia y ciudadanía era algo muy distinto de lo que conocemos hoy, pero, en esencia, su razonamiento sigue siendo válido ahora que tiranías de todos los tintes ideológicos se enseñorean del mundo: del primero, el segundo, el tercero y del último, es decir, del submundo de los que no alcanzan a ser ciudadanos en el sentido moderno.

Dieciocho siglos después de Aristóteles, Maquiavelo volvió a señalar los peligros de la tiranía, tanto en las páginas de El Príncipe como en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

Después de padecer dos guerras mundiales la humanidad creyó encontrar en la  democracia y sus instituciones sino el mejor, al menos el más habitable de los mundos. El sistema electoral de mayorías representativas y el equilibrio entre los distintos poderes garantizó durante poco más de medio siglo- el que va del fin de la Segunda Guerra Mundial al despuntar del siglo XXI- unos niveles de estabilidad que llevaron a alimentar grandes esperanzas tanto en los líderes políticos como en el cuerpo de la sociedad. El final de la Guerra Fría afianzo aún más esas expectativas, a las que se sumó internet con su promesa de apertura, debate y participación masiva de ideas  y propuestas.




La ilusión duró bien poco en realidad. La idea de que habíamos llegado al fin de la Historia y de que el capitalismo y sus valores constituían el mejor de los mundos  posibles empezó a mostrar fisuras por donde se coló el caos en sus distintas manifestaciones. Y con el caos llegaron los redentores con sus siempre sugestivas promesas de salvación basadas en viejos tópicos reencauchados: Patria, Seguridad, Orden, así con Mayúsculas.  Cuando las ideas- ya que no realidades de Igualdad, Libertad y Fraternidad- implícitas en el proyecto de la Ilustración y encarnadas en ciertas formas de democracia dieron señales de agotamiento el terreno estaba abonado  para que la gente, sobre todo en las clases medias que hacen de la seguridad el sentido mismo de la vida, empezaran a clamar en busca de hombres fuertes que les ofrecieran caminos firmes en medio de la incertidumbre. No por casualidad al comenzar el nuevo siglo en Colombia un tiranuelo llamado Álvaro Uribe Vélez hizo de esos anhelos su consigna electoral: mano firme, corazón grande. Pero Colombia no dejaba de ser una Banana Republic con ínfulas. Los vientos decisivos soplaban en otros lados: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña es decir, los que tienen el poder y por lo tanto crean el derecho. A los demás solo les restaba   inclinar la cabeza si no querían ser   desterrados como legionarios del Eje del Mal, esa etiqueta creada para justificar las incursiones de los tiranos. Como la Historia suele repetirse con otros nombres, no es difícil concluir que en la antigua Roma el Eje del  Mal eran los Bárbaros.

Pasados algunos años de finalizada la Segunda Guerra Mundial salieron a la luz muchas cosas. Por ejemplo, mientras los gobiernos hablaban de defensa de la libertad y los soldados norteamericanos y sus aliados morían en las trincheras de Europa, la International, Telephone & Telegraph (ITT) les vendía equipos de comunicaciones a los nazis de Hitler, al tiempo que la Ford hacía lo propio suministrándoles motores para sus tanques. Negocio es negocio, repetían a modo de mantra los tiburones de las finanzas.



Esos negocios despertaron temores que no tardaron en confirmarse: que el Estado, esa figura considerada por Hegel como la manifestación del Espíritu en el mundo, empezaba a mostrar síntomas de anemia: lejos de ser la balanza del sistema de fuerzas que mueven la sociedad comenzaba a ser marioneta de las grandes corporaciones, las auténticas dueñas del planeta. La democracia, que hasta entonces había sido su sustento, se desdibujaba a la vista de todos. De ahí el odio que los tiranos de nuevo cuño dicen profesar hacia el Estado … aunque eso sí, todavía invocan los formalismos de la democracia, como el sistema electoral para hacerse con el poder, poco importa si una vez alcanzado empiecen a arrasar con todo lo demás.

Las evidencias afloraban con nombre propio en todos los rincones del planeta: Trump en sus dos versiones en Estados Unidos; Putin y sus añoranzas zaristas; Xi Jinping y su eficaz injerto de comunismo y capitalismo; Boris Johnson y sus paranoias insulares en Gran Bretaña. Eso para no hablar de Netanyahu y su voluntad de borrar a los palestinos del mapa porque es lo único capaz de sostenerlo en el poder. Por su lado, el submundo engendraba sus propias caricaturas: Bukele, Maduro y Milei son algunas de las más representativas a este lado del planeta.

Todo proyecto político, por endeble que sea, precisa de una teoría. De una mente que le brinde bases para convencer y aglutinar a los potenciales electores y patrocinadores. El leninismo tuvo a Marx y Engels; el capitalismo contó con su J. M. Keynes; el ultraliberalismo invocó a Friedrich von Hayek y Milton Friedman, que a su vez tuvieron a Karl Popper.




Por frívolos que parezcan, los tiranos y tiranuelos del siglo XXI tienen sus propios gurús. Francis Fukuyama no es el único. Uno de sus herederos es Curtis Yarvin (1973), un norteamericano hijo del capitalismo digital- el que está en todas partes y en ninguna como una divinidad laica- que pide sin rodeos una dictadura corporativa capaz de sustituir a la que considera moribunda democracia.  Si hacemos memoria, la dictadura corporativa era el sueño dorado de nazis y fascistas. Sólo que le añadieron el ambiguo vocablo socialista para hacerla atractiva a las masas.  Uno piensa entonces en los seguidores de Trump invadiendo el Capitolio, en Milei burlándose de los valores democráticos y del Estado que el mismo preside, en Putin haciéndose elegir una y otra vez, en Bolsonaro y sus delirios golpistas, en Netanyahu exterminando a los palestinos y tiene los ingredientes para el caos perfecto, el que justifica ante los consumidores de discursos políticos la vuelta de los viejos tiranos ataviados ahora con los ropajes de la era digital.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=E0ozmU9cJDg&list=RDE0ozmU9cJDg&start_radio=1


 

 

 

 

 

martes, 19 de agosto de 2025

El abismo de los días

 



               

 

                        (…) Estar uno parado en un día de su vida / es estar al borde del abismo de los días,/ en una engañosa duna del tiempo, / igual a las otras hasta el infinito/. Color local tiene el destino de cada uno,/ cada uno da cuenta de su dolor y su anhelo (…)

Con esta declaración empieza La Rama Púrpura, el más reciente poemario de Juan Guillermo Álvarez. Y bien vale la pena detenerse en ella, porque en esos versos alientan algunas palabras que regresan una y otra vez a lo largo de su obra: abismo, tiempo, infinito, destino, dolor, anhelo.

Como sabe todo buen lector de poesía esas palabras, con algunas variaciones, reaparecen en la obra de los poetas a lo largo de los siglos. Después de todo son la materia de que está hecha la vida. O, para ser más precisos, todos tenemos anhelos mientras nuestro destino deviene en un tiempo infinito, parados siempre con nuestro dolor al borde del abismo.

Lo importante es la manera como cada poeta vuelve a decirlo, modificando la forma y el fondo de la escritura a cada instante. Por eso, en el segundo poema de la colección de ciento quince páginas puede decir lo mismo sin repetirse:

A punto de irme de ti,/ el truco de siempre, eficaz si los hubo: /abismarnos en el instante, nuestro reino,/ que ciertamente es paralelo a este mundo./ Da igual dragón que serpiente,/ glosa en un incunable que grafiti,/ sólo estamos nosotros dos ahora,/ y el tiempo, prestigioso de huellas y jerarquías,/ se vuelve una vana entelequia.

Aquí el turno es para una heráldica siempre otra y la misma: da lo mismo ser dragón que serpiente, esos viejos símbolos de lo transgresor, santo y seña de los que coquetean con los abismos.




El viejo tópico nos presenta al poeta como un escultor de la palabra. Solo que, en lugar de piedra o mármol, apela al lenguaje para que le hable acerca del misterio de estar vivo. Médico de profesión y poeta de oficio, Juan Guillermo Álvarez sabe de las potencias que se agitan cuerpo adentro y nos conducen a la disolución final. Mientras ese instante llega, el poeta se obliga, no a escribir en el tiempo sino a escribir con el tiempo, en tanto este nos constituye. Si los filósofos se preguntan por el tiempo el poeta lo hace suyo, lo amasa, lo vuelve de revés y nos lo entrega reflejado en el espejo del lenguaje: abismo puro.

El poeta lo sabe desde siempre: las dichas y desgarraduras del amor no son antagónicas, son los rostros siempre cambiantes de la vieja y conocida divinidad que redimen a cada humano de su nada personal. Por eso nos dice que en Tennessee no le hizo falta una mujer hasta que pudo olerla:

En Tennessee, en este Tennessee que me ha sido dado conocer,/ hace un frío de lobos,/ y sigue siendo un país pobre./ Las montañas no se tienden en suaves laderas:/ se precipitan en gargantas suicidas,/y llueve mucho, y estoy tan cansado./ He llegado a desear solo cosas elementales:/ un buen sorbo de agua,/ unos minutos de sol, la paz de mi caballo, que importa más que la mía./ Tal ha sido mi regreso a través del arisco Tennessee./ No me hizo falta una mujer hasta que pude olerla.

La presencia femenina hace suyo ese reino de sol y agua, de frío y lobos, de montañas y laderas. Todo parece conducir al instante bíblico de la creación, el momento en el que todo volvió a empezar, porque ese es uno de los muchos sentidos de la palabra génesis:  el regreso a los orígenes implícito  en los mitos, en las experiencias religiosas.

Y los buenos poetas, empezando por los más descreídos, son espíritus religiosos que invocan para sus semejantes la presencia de lo sagrado, lo único capaz de hacernos inmortales, fugazmente inmortales.

El color púrpura

En cada poema subyace una música que es tanto el ritmo interior del poeta como el de las músicas que este suele escuchar.  De ahí que sobre los versos de Juan Guillermo Álvarez graviten acordes de violines, de guitarras, de mandolinas , sumados a las voces de trovadores de ayer  y de siempre que brotan  de las baladas italianas, del rock y de las piezas sinfónicas que son el eje de su formación musical. Esos ritmos afloran en versos como estos:

 

En un mar de sargazos mi cuerpo, curtido en lides,/ ganó sus cicatrices/ hasta olvidar la reseda y los matices,/ eso quería: sufrir en el desierto,/ pasar bajo el desgaste de la usura,/ mirar por una estrecha celosía,/ lijarme en la ardua arena de los días,/ abrazar y abrasarme, sin cordura,/ a puerto no llegar, no ahorrarme pena.

Lijarme en la ardua arena de los días.  Por sí solo ese verso continúa una antigua tradición que pasa por Leopardi, García Lorca, Goytisolo, Borges y el Rey Salomón. Un verbo inicial, dos sustantivos, un adjetivo, dos preposiciones y un artículo bastan para dar a luz un mundo de matices que crea una espiral siempre en ascenso.

Cómo tornar al éxtasis de sol/ al sabor maduro de la mora/ a la luz ebria de mis siete años, escribe el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo, en un tono emparentado con el de la voz de Juan Guillermo Álvarez cuando, extasiado frente al tono púrpura de  las fresas y las moras maduras, se adentra en  una sinestesia en la que olores, colores, sabores  y sonidos  forman un solo río que es el de la vida misma y en el que los poetas abrevan antes de regresar a los trabajos y los días de los que nos hablara  Hesíodo.




El mismo Darío Jaramillo Agudelo define a los poetas como borrachos por el río del verbo. Ebrio de palabras, Juan Guillermo Álvarez revisita los meandros de Las espirales de septiembre y Todos los días tu piel, sus libros anteriores, para recrear y enriquecer su universo poético. Quizás por eso insiste en que:

 

Entras en el mundo cantando./En casa ajena pisas fuerte/ sin respetar el estertor de los viejos/ ni la algazara de los imberbes./ Entras cantando y llorando de alegría/ en esa habitación desolada./Nada sabes, o muy poco:/ que te nace cantar./ Y los ojos, que se abren desmesuradamente/ mientras avanzas, /son el valor de cambio de este día./Lo que debes superar, marchando a tu paso,/sin que te sea claro el horizonte,/ entre las lágrimas.

 

Aunque a menudo lo parezca, la de Juan Guillermo Álvarez no es solo una poética del adentro. A veces, el fragor del mundo se cuela en sus abismos y equilibra la balanza con versos como estos donde nos habla de un país en fuga que es el de todos y el de nadie:

 

No hay país, hay hermanos/ que trenzan las manos en los pasos oscuros del camino./ El país murió de mala muerte/ en su cuna demasiado grande./Los hermanos se levantan juntos con la aurora./ No temen saludarse con un beso,/ ni mirar por la hornacina los últimos fuegos en el campo./ Toman el café casi hirviente, por turnos,/ en el mismo vaso de hojalata./ Parten juntos a ganarse el día. Y dejan el campo de batalla/ servido para los buitres/.

Un campo de batalla servido para los buitres. Bueno, ese ha sido el paisaje del mundo desde los días del Antiguo Testamento hasta los nuestros. De ahí que las palabras se repitan en la obra de Juan Guillermo Álvarez y en la de los poetas de todo tiempo y lugar.  No por casualidad lo suyo es lidiar con las siempre turbulentas aguas del corazón humano, lo que no impide, como en estos versos de La Rama Púrpura, alcanzar momentos de una tierna armonía que compensan eternidades de desasosiego: Hada que llevas mi corazón en el tuyo, rima mi arrullo.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=347vCib_lMs