martes, 19 de agosto de 2025

El abismo de los días

 



               

 

                        (…) Estar uno parado en un día de su vida / es estar al borde del abismo de los días,/ en una engañosa duna del tiempo, / igual a las otras hasta el infinito/. Color local tiene el destino de cada uno,/ cada uno da cuenta de su dolor y su anhelo (…)

Con esta declaración empieza La Rama Púrpura, el más reciente poemario de Juan Guillermo Álvarez. Y bien vale la pena detenerse en ella, porque en esos versos alientan algunas palabras que regresan una y otra vez a lo largo de su obra: abismo, tiempo, infinito, destino, dolor, anhelo.

Como sabe todo buen lector de poesía esas palabras, con algunas variaciones, reaparecen en la obra de los poetas a lo largo de los siglos. Después de todo son la materia de que está hecha la vida. O, para ser más precisos, todos tenemos anhelos mientras nuestro destino deviene en un tiempo infinito, parados siempre con nuestro dolor al borde del abismo.

Lo importante es la manera como cada poeta vuelve a decirlo, modificando la forma y el fondo de la escritura a cada instante. Por eso, en el segundo poema de la colección de ciento quince páginas puede decir lo mismo sin repetirse:

A punto de irme de ti,/ el truco de siempre, eficaz si los hubo: /abismarnos en el instante, nuestro reino,/ que ciertamente es paralelo a este mundo./ Da igual dragón que serpiente,/ glosa en un incunable que grafiti,/ sólo estamos nosotros dos ahora,/ y el tiempo, prestigioso de huellas y jerarquías,/ se vuelve una vana entelequia.

Aquí el turno es para una heráldica siempre otra y la misma: da lo mismo ser dragón que serpiente, esos viejos símbolos de lo transgresor, santo y seña de los que coquetean con los abismos.




El viejo tópico nos presenta al poeta como un escultor de la palabra. Solo que, en lugar de piedra o mármol, apela al lenguaje para que le hable acerca del misterio de estar vivo. Médico de profesión y poeta de oficio, Juan Guillermo Álvarez sabe de las potencias que se agitan cuerpo adentro y nos conducen a la disolución final. Mientras ese instante llega, el poeta se obliga, no a escribir en el tiempo sino a escribir con el tiempo, en tanto este nos constituye. Si los filósofos se preguntan por el tiempo el poeta lo hace suyo, lo amasa, lo vuelve de revés y nos lo entrega reflejado en el espejo del lenguaje: abismo puro.

El poeta lo sabe desde siempre: las dichas y desgarraduras del amor no son antagónicas, son los rostros siempre cambiantes de la vieja y conocida divinidad que redimen a cada humano de su nada personal. Por eso nos dice que en Tennessee no le hizo falta una mujer hasta que pudo olerla:

En Tennessee, en este Tennessee que me ha sido dado conocer,/ hace un frío de lobos,/ y sigue siendo un país pobre./ Las montañas no se tienden en suaves laderas:/ se precipitan en gargantas suicidas,/y llueve mucho, y estoy tan cansado./ He llegado a desear solo cosas elementales:/ un buen sorbo de agua,/ unos minutos de sol, la paz de mi caballo, que importa más que la mía./ Tal ha sido mi regreso a través del arisco Tennessee./ No me hizo falta una mujer hasta que pude olerla.

La presencia femenina hace suyo ese reino de sol y agua, de frío y lobos, de montañas y laderas. Todo parece conducir al instante bíblico de la creación, el momento en el que todo volvió a empezar, porque ese es uno de los muchos sentidos de la palabra génesis:  el regreso a los orígenes implícito  en los mitos, en las experiencias religiosas.

Y los buenos poetas, empezando por los más descreídos, son espíritus religiosos que invocan para sus semejantes la presencia de lo sagrado, lo único capaz de hacernos inmortales, fugazmente inmortales.

El color púrpura

En cada poema subyace una música que es tanto el ritmo interior del poeta como el de las músicas que este suele escuchar.  De ahí que sobre los versos de Juan Guillermo Álvarez graviten acordes de violines, de guitarras, de mandolinas , sumados a las voces de trovadores de ayer  y de siempre que brotan  de las baladas italianas, del rock y de las piezas sinfónicas que son el eje de su formación musical. Esos ritmos afloran en versos como estos:

 

En un mar de sargazos mi cuerpo, curtido en lides,/ ganó sus cicatrices/ hasta olvidar la reseda y los matices,/ eso quería: sufrir en el desierto,/ pasar bajo el desgaste de la usura,/ mirar por una estrecha celosía,/ lijarme en la ardua arena de los días,/ abrazar y abrasarme, sin cordura,/ a puerto no llegar, no ahorrarme pena.

Lijarme en la ardua arena de los días.  Por sí solo ese verso continúa una antigua tradición que pasa por Leopardi, García Lorca, Goytisolo, Borges y el Rey Salomón. Un verbo inicial, dos sustantivos, un adjetivo, dos preposiciones y un artículo bastan para dar a luz un mundo de matices que crea una espiral siempre en ascenso.

Cómo tornar al éxtasis de sol/ al sabor maduro de la mora/ a la luz ebria de mis siete años, escribe el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo, en un tono emparentado con el de la voz de Juan Guillermo Álvarez cuando, extasiado frente al tono púrpura de  las fresas y las moras maduras, se adentra en  una sinestesia en la que olores, colores, sabores  y sonidos  forman un solo río que es el de la vida misma y en el que los poetas abrevan antes de regresar a los trabajos y los días de los que nos hablara  Hesíodo.




El mismo Darío Jaramillo Agudelo define a los poetas como borrachos por el río del verbo. Ebrio de palabras, Juan Guillermo Álvarez revisita los meandros de Las espirales de septiembre y Todos los días tu piel, sus libros anteriores, para recrear y enriquecer su universo poético. Quizás por eso insiste en que:

 

Entras en el mundo cantando./En casa ajena pisas fuerte/ sin respetar el estertor de los viejos/ ni la algazara de los imberbes./ Entras cantando y llorando de alegría/ en esa habitación desolada./Nada sabes, o muy poco:/ que te nace cantar./ Y los ojos, que se abren desmesuradamente/ mientras avanzas, /son el valor de cambio de este día./Lo que debes superar, marchando a tu paso,/sin que te sea claro el horizonte,/ entre las lágrimas.

 

Aunque a menudo lo parezca, la de Juan Guillermo Álvarez no es solo una poética del adentro. A veces, el fragor del mundo se cuela en sus abismos y equilibra la balanza con versos como estos donde nos habla de un país en fuga que es el de todos y el de nadie:

 

No hay país, hay hermanos/ que trenzan las manos en los pasos oscuros del camino./ El país murió de mala muerte/ en su cuna demasiado grande./Los hermanos se levantan juntos con la aurora./ No temen saludarse con un beso,/ ni mirar por la hornacina los últimos fuegos en el campo./ Toman el café casi hirviente, por turnos,/ en el mismo vaso de hojalata./ Parten juntos a ganarse el día. Y dejan el campo de batalla/ servido para los buitres/.

Un campo de batalla servido para los buitres. Bueno, ese ha sido el paisaje del mundo desde los días del Antiguo Testamento hasta los nuestros. De ahí que las palabras se repitan en la obra de Juan Guillermo Álvarez y en la de los poetas de todo tiempo y lugar.  No por casualidad lo suyo es lidiar con las siempre turbulentas aguas del corazón humano, lo que no impide, como en estos versos de La Rama Púrpura, alcanzar momentos de una tierna armonía que compensan eternidades de desasosiego: Hada que llevas mi corazón en el tuyo, rima mi arrullo.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=347vCib_lMs

 

viernes, 15 de agosto de 2025

Hagan sus apuestas señores

 




En la fotografía, Gianni Infantino, el todopoderoso capo del cartel FIFA, le entrega a su nuevo mejor amigo Donald Trump un balón de fútbol- Soccer, le dicen en su país- que el magnate devenido tirano mira con el aire de quien recibe un objeto incomprensible.

Es normal: tradicionalmente, los deportes venerados por el público norteamericano han sido el beisbol, el baloncesto y el fútbol americano, espectáculos a los que asisten mientras devoran toneladas de hamburguesas y beben hectolitros de Coca- Cola. Para ellos el foot-ball, el fútbol de Pedernera, Pelé, Cruyff, Maradona, Messi, Iniesta y Ronaldo fue un asunto de advenedizos sospechosos de mestizaje… hasta que descubrieron la veta: el magnetismo de ese juego atraía millones de aficionados que, en las graderías o frente a las pantallas de televisión, constituían una masa de potenciales compradores de todo: desde relojes y automóviles de lujo hasta programas políticos, pasando por el más variado surtido de chucherías.

Y entonces en el primer día una voz dijo: apoderémonos de este negocio tan rentable, fundemos un equipo, contratemos unas estrellas capaces de seducir públicos y pongamos en marcha una campaña de publicidad y mercadeo, como quien dice con todos los juguetes.

Acto seguido la voz dijo: hágase el Club Cosmos de Nueva York y el Cosmos se hizo. El 10 de diciembre de 1970 fue inscrito en la North American Soccer League y empezó su participación en 1971. Como los dólares fluían en torrente, en 1975 contrataron a Pelé, que nunca había jugado fuera del Santos de sus amores; a él se sumaron el alemán Franz Beckenbauer y el italiano Giorgio Chinaglia, que habían brillado en México 70.




El negocio marchó tan rápido y tan bien que un cuarto de siglo después, en 1994, los Estados Unidos de América organizaron su primer mundial de fútbol, del que echaron a Maradona por denunciar las fechorías de la FIFA, aunque se adujo la causa de su conocida afición a la cocaína- una institución norteamericana- a modo de justificación.

Como según el credo de los padres fundadores, business is business, la nave no podía detenerse. En 2012 se sacaron de la chistera un engendro denominado Copa América Centenario y le concedieron la sede- miren por dónde- a Estados Unidos. Siguiendo esa tónica, los amos del fútbol se llevaron el Mundial a Catar, y de paso coronaron a la argentina de Messi, para que el genial jugador no se fuera del fútbol sin el único trofeo que le faltaba.

Pero eso no era todo: como  si no bastara con el ya de por sí colosal botín, para 2026 los dueños del balón se inventaron un Mundial con cuarenta y ocho selecciones y ciento cuatro partidos, lo que deriva en una disminución del nivel de calidad… y un incremento exponencial de los ingresos en materia de   publicidad, derechos de transmisión, taquillas y comisiones por tráfico de futbolistas. Como pueden ver, el viejo y querido jogo bonito de los brasileños de otras épocas se convirtió, literalmente, en un negocio redondo.




El certamen se disputará de nuevo en Estados Unidos. Aunque, para guardar las formas se incluyó a México y Canadá no se sabe si con o sin aranceles. En todo ello fue  clave la llegada de Gianni Infantino a la presidencia de FIFA el 26 de febrero de 2016 en un movimiento propio de los bajos fondos. Para hacerse con el poder, utilizaron información privilegiada y descabezaron al suizo Joseph Blatter y sus cómplices en las federaciones nacionales acusándolos de corrupción; el colombiano Luis Bedoya fue uno de  los caídos en esa purga.

Desde entonces el control es total. Cada día se inventan un torneo nuevo, que incluye tanto categorías de profesionales como de aficionados, empezando por los niños que, aupados por la televisión, sueñan con ser Kilian Mbappé o Lamine Yamal mientras sus padres alientan la esperanza de salir de pobres en un mercado que, a diferencia del de los migrantes anónimos, no tiene fronteras.

El último embeleco fue el Mundial de Clubes, donde no por azar, Infantino y Trump posaron para el mundo en el palco principal, durante la final disputada entre el Chelsea inglés y el París Saint Germain, dos clubes cuyos dueños están precedidos de una más que dudosa reputación.  Así funciona ese círculo cerrado: los clubes más poderosos necesitan de un flujo ininterrumpido de dinero. Con esos recursos compran – el verbo es preciso, a pesar de los eufemismos y trucos legales- los mejores futbolistas en el mercado de proveedores,  provenientes casi siempre de los países más pobres, en una réplica de la más pura estructura colonial. Esas nóminas hacen que siempre ganen los mismos y por lo tanto perciban más ingresos por publicidad y mercadeo, con lo que la historia reinicia su giro.




Pero faltaban las mujeres. Como los nobles pretextos abundan, los mercaderes esgrimieron el argumento de la más que justa equidad de género para ensanchar el mercado hacia el enorme y efectivo universo de las mujeres consumidoras.  Esta  vez fue más fácil: bastaba con replicar el  exitoso modelo de los torneos masculinos.

A esta altura del juego, el fútbol en todas sus variantes, aparte de los conocidos narcos, estaba en manos de mafiosos rusos, magnates árabes, traficantes chinos, estrellas de la farándula, sectas religiosas transnacionales… y apostadores de toda laya. De ese modo  tenemos torneos y equipos patrocinados por casas de apuestas y clubes propietarios de las mismas, lo que en principio deja bastante que pensar a la hora de preguntar por la transparencia y buena fe de  los protagonistas.




Así las cosas, solo nos quedan los torneos de barrio y de vereda, hasta ahora los únicos y los últimos en que la gente juega por el gusto de la camaradería inspirada en la pasión por la pelota. Roguemos a los dioses que el cartel de FIFA y sus socios no ponga sus ojos en esas viejas canchas mal podadas y podamos seguir alentando la ilusión que animó en principio   a quienes inventaron ese juego tantas veces tocado por la gracia hasta que una voz movida por la codicia dijo: hagan sus apuestas, señores.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=dctzDQrjBgw&list=RDdctzDQrjBgw&start_radio=1

 

miércoles, 6 de agosto de 2025

Más allá del túnel

 



Suele suceder que la faceta pública más promocionada de un artista oculte otras manifestaciones de su espíritu que podrían ayudarnos a esclarecer la complejidad de sus concepciones del mundo. El de la obra de Ernesto Sábato es uno de esos casos. Sus obras de ficción (El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas, Abaddón El Exterminador) y sus ensayos ( Heterodoxia, Hombres y engranajes, El escritor y sus fantasmas, Uno y el Universo, Apologías y rechazos), siguen concitando la atención tanto de expertos como de  lectores desprevenidos. Desde la publicación de Uno y el Universo – una colección de ensayos sobre ciencia, literatura y filosofía -en 1945 se han escrito miles de artículos, monografías, ensayos y textos en profundidad sobre una obra que no para de demandar nuevas lecturas a medida que se suceden las generaciones.

Pero del Sábato pintor poco se dice, o al menos no con el talante copioso de todo lo escrito, bueno y malo, sobre su legado literario. De ahí que resulte tan significativa la publicación en formato digital por parte de la Universidad Tecnológica de Pereira del libro titulado Ernesto Sábato, Facetas y Perfiles, firmado por Christian Daniel Marín Franco y William Marín Osorio.

De entrada, los autores advierten al lector:

A lo largo de una década tuvimos un encuentro personal con una de las figuras más significativas en el orden de las letras hispanoamericanas, el argentino Ernesto Sabato. Un encuentro con los lugares que visitaron y habitaron sus seres de ficción que, sin embargo, son la expresión de su alma atormentada y alucinada; un encuentro con el espíritu de una época fatigada por el cruento régimen militar, un signo de los horrores y de la barbarie que ha acompañado tristemente a América Latina a lo largo de su historia.

 Se trata, como quien dice, de un viaje al fondo de esa noche que es la obra toda del escritor de Santos Lugares, iluminada de vez en cuando por ráfagas que dejan   entrever esbozos de esos múltiples rostros que conocemos en  forma de personajes y que encarnan el siempre aleccionador entramado de sus ideas sobre arte, ciencia, política, filosofía, religión … y hasta sobre fútbol, porque el  autor de El Túnel fue en su momento jugador en las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata, uno de los equipos de su ciudad natal.

Vale la pena detenerse en el énfasis que los autores ponen en el carácter de encuentro personal con Ernesto Sábato. Eso quiere decir que, sin eludir el rigor académico exigido por este tipo de  investigaciones, el equilibrio entre el intelecto y la emoción cobra aquí especial interés. Ese encuentro personal implicó viajes a la Argentina, en busca del rastro de ese hombre atormentado que en su momento coqueteó con la ciencia, alentando la esperanza de encontrar en las fórmulas abstractas de la física, la química y las matemáticas la claridad que le negaba la turbulenta realidad contemporánea; la del siglo de las dictaduras, de Hiroshima y Nagasaki, de la depredación de la naturaleza y de los fascismos surgidos en los mismos países que combatieron a los nazis.




En esa dirección, los autores del libro publicado por la Universidad Tecnológica de Pereira nos dicen:

Se busca interpretar, en este sentido, los ensayos más emblemáticos de este importante humanista y cultor de las letras argentinas –para situarlos en la perspectiva de toda su obra– y establecer una cartografía cultural de su pensamiento político frente al movimiento de ideas de Occidente y cómo se sitúa este frente a sus contemporáneos y los lectores críticos de la realidad americana y de su tiempo: Jorge Luis Borges, Pedro Henríquez Ureña, Ezequiel Martínez Estrada, José Enrique Rodó, Alfonso Reyes, José Martí, Eugenio María de Hostos, entre otros importantes pensadores .

Releer a Sábato en ese contexto obliga al lector a ubicarse en medio de esas corrientes muchas veces antagónicas que enriquecieron el quehacer artístico hispanoamericano, influenciado desde luego por todo lo que llegaba desde Europa y Norteamérica en materia de ideas políticas y escuelas literarias. Así, aludiendo a algunos personajes de ficción, los autores señalan:

Sus personajes literarios son la encarnación de la memoria histórica de Argentina y por extensión de América Latina, de sus cruentas luchas por el poder político: en Sobre héroes y tumbas (1961, 1986), Alejandra representa a una clase alta aristocrática en decadencia, el lado enfermo de una familia prestigiosa, cuyo linaje se remonta al capitán Olmos de origen inglés y quien combatió a órdenes del general Lavalle a principios del siglo XIX, en el contexto de la guerra civil. Alejandra es transgresora de la idea de lo femenino impuesta por una sociedad patriarcal. Martín, quien representa el viaje hacia el sur, La Patagonia, pertenece a una clase media empobrecida, la misma clase social de Bruno, el intelectual, hombre altruista quien encarna la sabiduría de la vida; estos tres personajes, indudablemente, constituyen, en ese sentido, tres formas del desarraigo y el desamparo frente al mundo, figuras que perseguirán al escritor y artista plástico Ernesto Sábato en momentos clave de su existencia.




Llegamos aquí a lo más novedoso de la propuesta investigativa: las fuentes creativas del Sábato artista plástico, como complemento del escritor y del hombre político, en el mejor sentido de esa última expresión. Al respeto, Christian y William Marín señalan:

Veamos algunos trabajos al respecto que se ocupan particularmente de la obra plástica del creador de ficciones y del ensayista, revelando, singularmente, una etapa creativa que le permitió a Sabato expresar su alma atormentada, el alma de un niño grande incomprendido por sus contemporáneos y a quien le correspondió vivir una de las etapas más violentas en la Argentina de la época de la dictadura militar de Videla que, de un modo u otro, enmarcaba el malestar de una América Latina sangrienta y dolorosamente frágil ante los asedios del régimen de terror del sistema financiero internacional y los conflictos políticos entre las potencias mundiales; evidentemente, los lienzos que comprenden el conjunto de su obra plástica, revelan un lenguaje sutil y delirante, dominado por los paisajes claroscuros que se expanden hacia los bordes del cuadro, invadiendo el espacio del lector que queda incluido en su performance, paisajes que constituyen el telón de fondo donde tiene lugar una narrativa del horror de los seres atormentados que los habitan en un grito perenne y silencioso.

Vista así, la obra plástica de Ernesto Sábato no emprende un camino distinto al de su literatura. De hecho, lo complementa. Los personajes siempre asomados al abismo de sus novelas reaparecen con otros rostros en unas pinturas que parecen hacerse eco del célebre cuadro El grito, de  Edvard Munch, que para muchos expresa la angustia existencial en su estado más puro.

Escribí cuando no soportés más, cuando comprendás que te podés volver loco, le aconseja el narrador de Sobre Héroes y tumbas a un joven aspirante a escritor. A juzgar por la materia de sus cuadros, la incursión de Sábato en el mundo de la pintura fue su último intento por salir indemne de un mundo que se le antojaba de pesadilla.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=QMYbhXJQq8o

 

 

miércoles, 30 de julio de 2025

La justicia es política

 


                                                     No hay filosofía inocente

                                                      Georg Lukacs

                                                      El asalto a la razón



A menudo caemos en la trampa de las alegorías. El poder de sugestión de las imágenes parece resolver la complejidad del mundo y nos libera así de la  responsabilidad de pensar por cuenta propia.

La de la justicia es una de las más socorridas: una mujer  con los ojos vendados sostiene una balanza en una mano y una espada en la otra y promete justicia para todos con imparcialidad y objetividad. Y aquí tenemos el primer problema: imparcialidad y objetividad son asuntos imposibles cuando se piensa y obra desde un sujeto que funciona en el seno de una sociedad donde se cruzan intereses de todo tipo: económicos, políticos, culturales, familiares, sexuales y todos los que surgen en el camino.

Eso para no hablar de los prejuicios- buenos y malos- alentados por viejos atavismos.

Luego viene otro aspecto clave: la justicia en sí misma es un poder delimitado por la suma de  los otros poderes, que no son sólo el ejecutivo, el legislativo  y el judicial, como siguen repitiendo las cartillas de “educación política”. De modo que cuando un juez, por probo que sea, emite su fallo, está mediado de manera   consciente o inconsciente por el sistema de fuerzas que mueven a la sociedad en la que actúa.

Por eso, quien accede al poder ejecutivo intenta hacerse con el respaldo del legislativo y judicial, aparte, claro, del poder económico y el de los medios de  comunicación entre otros. Sin esos respaldos la tarea de gobernar se convierte en algo que raya en lo imposible. La justicia pues, como todo lo demás, es política.

Por eso resultan tan llamativas las reacciones hipócritas- ya que no candorosas- de los defensores y contradictores del expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, tras el fallo en su contra emitido por la jueza Sandra Liliana Heredia, que lo condenó en principio por los delitos de fraude procesal y soborno en actuación penal, dentro del campo de acción más amplio de supuestos nexos con el paramilitarismo.




Es una decisión política y no jurídica, sentencian los uribistas a ultranza. Se obró en pleno derecho, replican los voceros del gobierno. Y de ambos lados tienen razón. Sólo que no asistimos a nada nuevo: la justicia ha sido, es y será un arma política en todos los tiempos y lugares, mucho antes del pobre Maquiavelo al que, sin leerlo o leyéndolo fuera de contexto, se le endosan todos los males. En el ejercicio del poder político y económico la justicia sirve, entre otras muchas cosas, para acorralar a los contradictores y salvaguardar los propios intereses. Así las cosas, las homilías escuchadas en las últimas horas de uno y otro lado están soportadas en una armazón bastante endeble. Si le damos un breve vistazo a los últimos veinticinco años de Historia de Colombia encontramos que el hoy condenado Uribe utilizó la justicia para garantizar la impunidad ante las acusaciones que se le lanzaban, entre ellas sus   presuntas relaciones con el paramilitarismo, el soborno a la congresista Yidis Medina en la votación para aprobar la reelección y los negociados de sus hijos aprovechando  información privilegiada.  Por su lado, los gobiernos de Juan Manuel Santos e Iván Duque miraron para otro lado en defensa de sus propios intereses y de paso, de los del expresidente.

Hasta que llegó el turno de Gustavo Petro, quien de entrada- como lo hicieron sus antecesores- enfocó sus energías en el nombramiento de un fiscal de sus afectos. Al final resultó escogida Luz Adriana Camargo, a quien le fue asignada, entre otras, la tarea de agilizar las acciones relacionadas con el juicio a Álvaro Uribe Vélez. Los resultados concretos se conocieron el lunes 28 de julio de 2025 con el ya conocido fallo de la jueza Sandra Liliana Heredia. Nada nuevo el sol, dicen que dijo el rey Salomón.




Si alguien duda de la condición de arma de la justicia puede echar un vistazo a nuestro continente. Bien al norte, Donal Trump alinea  de su lado al poder judicial para blindarse  contra acusaciones por los delitos que se le imputan. En Argentina  Milei y sus aliados en la justicia condenaron a Cristina Fernández- que no es  ninguna santa- para impedir cualquier posible regreso suyo al poder. Y si recorremos el mapa del planeta encontraremos situaciones parecidas ayer y hoy en todos los rincones.

De modo que en el caso del fallo en contra de Álvaro Uribe, sería más saludable para Colombia que nos centráramos en los delitos por los que se le acusa,  entre los que los de  fraude procesal y soborno en actuación penal son apenas  el intento de encubrir otros más graves. Si lo hacemos con lucidez y responsabilidad, podremos ponernos a salvo de la verborrea y la sinrazón  que nos invaden por estos días y por lo menos tendremos claro que el ejercicio de la justicia no es un acto abstracto  ajeno a  la suma de apetitos que mueven a la sociedad desde  los tiempos del Antiguo Testamento hasta la era de la Inteligencia Artificial que tanto nos inquieta.


PDT. Les comparto enlace  a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=X_r8O1JhzWA&list=RDX_r8O1JhzWA&start_radio=1


 

lunes, 14 de julio de 2025

Ensayo a las tres

 




Al final de una entrevista para la televisión el interlocutor le preguntó a Al Pacino:

Llegada la hora de su muerte ¿Qué palabras esperaría de Dios a modo de saludo?

La respuesta del genial actor italoamericano no se hizo esperar:

 Esperaría que el buen Dios me dijera: mañana tenemos ensayo a las tres.

De ese tamaño es su devoción por el teatro y, sobre todo, por la obra entera de Shakespeare; una pasión que ya en la escuela secundaria lo llevó a interpretar papeles en los que empezaba a vislumbrarse ese talante obsesivo que, con el paso de los años, se convirtió en su seña de identidad.

Hijo de una familia de clase obrera, Alfredo James Pacino nació en el sur del Bronx el 25 de abril de 1940 en el vórtice mismo de la Segunda Guerra Mundial, de modo que conoció muy temprano la dureza de la vida. De esa atmósfera aprendió un sentido de la lucha y la solidaridad que ya no lo abandonó nunca y que vació en cada uno de sus personajes. Una muestra de ello es la película Dog Day Afternoon (Tarde de Perros) una producción de 1975 sobre el asalto a un banco, dirigida por Sidney Lumet, en la que Pacino actúa junto a su amigo John Cazale. El guion está construido sobre una noticia que los medios de la época transmitieron en directo, inaugurando en muchos sentidos el negocio de la información como producto de consumo masivo.




Pudo haber sido otro asalto más… a no ser porque al final Leon Shermer, amante de Sonny (Al Pacino) llega y cuenta que Sonny es padre de dos hijos y que se ha separado de su esposa Angie. El robo tiene como finalidad pagar la cirugía de cambio de sexo de Leon. La historia era audaz, aun para esos días convulsionados por los estertores de los sesenta y Pacino la asumió con un respeto y una intensidad que de inmediato le valió la atención de directores proclives a construir personajes inadaptados y siempre a punto de lanzarse al abismo. Mejor dicho, hechos a la medida de un actor desgarrado entre la fama, la soledad y un escepticismo a toda prueba que lo puso a salvo del sistema de estrellato sobre el que se sustentan los valores de Hollywood. Ese desarraigo expresado en su concepción del mundo y de la actuación de cierto modo marcó el rumbo de otros actores de origen italiano como Robert de Niro y Joe Pesci.

Claro, antes de Dog Day Afternoon estuvo la primera parte de la saga de El Padrino, dirigida por un Francis Ford Coppola en estado de gracia y con la presencia de otro actor moviéndose siempre al filo de la cornisa: Marlon Brando, que con su formación en la escuela del Actors Studio alumbró en buena medida el camino de Al Pacino.




Ese camino remite a los días cuando, sin trabajo y muchas veces durmiendo en las calles, Al Pacino se formó como actor, primero en el HB Studio y luego en el Actors Studio, con sus reputadas técnicas de actuación conocidas como El Método. Ese recorrido paciente y tortuoso le abrió las puertas para actuaciones tempranas en Broadway que poco a poco atrajeron la atención de algunos representantes de la industria del cine. Fue por esos días cuando Francis Ford Coppola, director también de origen italiano, tuvo las primeras noticias sobre el que después se convertiría en uno de sus actores fetiche. En 1971 Pacino actuó en el drama The Panic in Needle Park, donde encarnó a un adicto a la heroína.  Y ahí se produjo el gran salto:  el estreno de El Padrino I en 1972 fue el comienzo de una carrera marcada por momentos de angustia y depresión que lo condujeron a su adicción al alcohol, hasta que el director Brian de Palma- también de ascendencia italiana, cómo no- lo llamó para que interpretara el papel del mafioso Tony Montana en su muy personal versión de la ya clásica Scarface  (Howard Hawks, 1932).

El Scarface (1983) de Brian de Palma reveló a un Al Pacino en la plenitud de su madurez. Sobrio, intenso, hasta en los momentos más brutales de la película es capaz de mantener una fría y calculada calma que recuerda al Marlon Brando de sus mejores tiempos. Y eso lo vuelve más terrible: la suya no es una violencia animal, sino una furia en la que subyace el indignado reclamo de quien se sabe señalado por una sociedad de doble moral. ¡Mirénme, señálenme con el dedo, soy el malo y ustedes son los buenos! Les grita en la cara a los ricos parroquianos de un restaurante, paralizados ante semejante andanada.

Con Tony Montana, Al Pacino a lo mejor allanaba el camino para lo que sería el gran tributo a su maestro Shakespeare: En Busca de Ricardo III (1996), una película que entremezcla el documental y la ficción para mostrarnos las facetas de ese hombre jorobado y resentido que fue rey de Inglaterra durante dos años a finales del siglo XV . Por momentos uno siente que el Tony Montana de Scarface es la personificación de ese Ricardo III que en la película acaba apoderado- en el sentido literal- del espíritu de Pacino. Era su mejor manera de rendir homenaje a la vida y obra de quien consideraba el más grande entre los grandes. No sé quién soy, si Al Pacino, Shakespeare o Ricardo III, confiesa el protagonista al final de la película, abrumado por tantos siglos que pesan sobre sus hombros.




En 1993 Al Pacino recibió el Oscar por su actuación en la película Perfume de Mujer, dirigida por Martin Brest. En ella interpreta al coronel Frank Slide, un hombre ciego que ensaya nuevas maneras de descubrir y disfrutar la vida. En la ceremonia de entrega del premio, Pacino no desperdició la oportunidad de lanzar sus dardos contra la corrección política reinante. Después de tantas películas y roles, tuve que interpretar el papel de ciego para hacerme   merecedor del premio, sentenció y   casi nadie captó o no   quiso captar la ironía en medio de la salva de aplausos. Es el mismo tono del personaje que en El abogado del Diablo sentencia: Nosotros castigamos con la bondad. Así es este hombre que a los ochenta y cinco años sigue siendo fiel a sí mismo:  solitario, amargo, escéptico, cínico y talentoso hasta la genialidad.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=F2zTd_YwTvo

 

martes, 1 de julio de 2025

Atila : la paciencia es virtud asiática

 

 


                                                               
La vida sin lenguaje es deportada.

                                                                         Aliocha Coll

 


El Portón sin puerta es el título de una selección de koanes, esa forma oriental de conocimiento hermana de la gran poesía que tanto impresionó a Ludwig Wittgenstein. Su autor es el maestro chino Wu-men Hui-hai (1183-1260), quien sugirió que el mundo solo puede ser aprehendido a través del lenguaje de la poesía. Vistas así, las metáforas son las únicas capaces de salvar el abismo entre las palabras y las cosas. La intuición bíblica del verbo hecho carne cobra entonces su pleno significado.

Los grandes poetas de todos los tiempos han consagrado su vida a buscar la palabra precisa, que es otra forma del silencio, y han tenido que sortear las tentaciones del sinónimo- no existen dos vocablos que signifiquen exactamente lo mismo- en su intento casi siempre frustrado de aproximarse a lo que, a falta de un nombre mejor, decidimos llamar la realidad.

Esa realidad no es, por supuesto, la de la ciencia y su expresión más prosaica, la técnica. Es un más allá de todo, una inasible línea de sombra que vela el mundo y lo pone lejos de nuestro alcance. En esa línea somos fantasmas que se mueven sobre la cuerda floja de su propio no ser y ensayan señales luminosas   a los otros fantasmas que van y vienen en todas direcciones. El poeta avizora esa línea pero no puede trascenderla: una vida entera no basta para ello, pero otros poetas lo siguen intentando.

Uno de esos intentos lleva el título de Atila, obra inclasificable del escritor español Aliocha Coll (Madrid, 1948- París, 1990).  Mientras trabajaba en ella, el autor anunció que una vez terminada su vida carecería de sentido. Y así fue: se suicidó en París el 15 de noviembre de 1990, cuando contaba apenas cuarenta y dos años de edad.

Esas cuatro décadas le bastaron para intentarlo por todos los medios. Vitam Venturi Saeculi, Imaginarias y El hilo de seda son los títulos de esos intentos en los que, atendiendo acaso la sugerencia de Wu-men Hui-hai, llevó el lenguaje a sus extremos, haciendo de la lectura de su obra un ejercicio difícil cuya recompensa son algunos momentos de iluminación.  Para eso debemos tener presente que la paciencia es una virtud asiática.

Empecemos la andadura con un fragmento de Atila:

 El valle sudaba luz. Las parcelas jugaban a la gallina ciega con dos pañuelos. El viento de poniente se asomaba a las copas y éstas, cediéndole un poco, derramaban algo de su frondosidad. Pero el aura despabilaba las de aquellos árboles que ardieron en verano. Unos cerezos parecían al unísono en flor y en fruto, y la flor y el fruto parecían remendar los cerezos agrumándose la una sin el otro. La ladera se puso, de rodillas, frontera. Temblones eolios cubrían lúbricamente sus choquezuelas. Y la muelle lumbre hacía lentejuelas en esos flecos, que corrían en fila india y va y ven. La tierra empanada y caliente se daba al azogue, que desnudo crecía por entre ella como dos ríos geminados y antígonos. Oriente asediaba con rombos escuadrones de surcos baldíos y liños de abedules. Dos alquerías desterraban destellos de entierros estrellados. Árboles montaraces preferían las cañadas a los caminos, mientras que un tándem de almendros saltaba el lecho de cuenca. Hordas de encinares contemplaban en ajena visión esos suelos más luminosos que cumbres, aireados más que cráteres. Así cercado el valle geórgico despedía enlaces como un ojo de hombre en el cabello de mujer. Y por el puerto más alto bajaba exangüe el cielo a pordiosearle indolencia al granito.

En ese párrafo el autor nos entrega las claves para una lectura lúcida y gozosa. De momento, debemos dejar de lado los viejos manuales   que hablan de argumento, nudo y desenlace como sustentos de la ficción.  Y por el puerto más alto bajaba exangüe el cielo a pordiosearle indolencia al granito. Así de simple: estamos ante una propuesta literaria soportada sobre poemas en prosa y aforismos que todo el tiempo alumbran el camino del lector.

Pero en Atila también hay una historia. La historia de amor entre Ipsibidimidiata, hija de Roma, y Quijote, hijo de Atila, sobre cuya unión se funda una esperanza: la de preservar el legado vital de un Imperio Romano en pleno declive, sitiado por unos bárbaros que en realidad son los llamados a recoger el acervo cultural y vital de un pueblo necesitado de sangre nueva. Lejos del estereotipo del destructor, Atila es en realidad un guerrero lúcido que se sabe destinado a hacer suyo lo construido por Roma a lo largo de los siglos. De ahí su declaración de principios: “ Es la  esperanza lo que conserva la vida, no el miedo”.  Acto seguido, amonesta a su pueblo: “Sin salir a no puedes salir de”, para cerrar declarando: “ El miedo se ríe del que lo padece”.




Bajo esa perspectiva, Atila es también una crónica. El relato de hombres y pueblos enfrentados a su disolución, mientras en ese tránsito intentan resolver el acertijo del propio destino. Ese acertijo está consignado en la pregunta: “¿Por qué la vida de un hombre era a la crónica de la historia lo que la vida de un día era a la crónica de su longevidad?”.

A la luz de esa pregunta comprendemos el primer párrafo del libro donde, al modo de una obra de teatro, se nos presenta a los personajes de una puesta en escena sin principio ni fin.

Laocoonte

 

Así abortó la misogénesis.

De los treinta mil cruzados niños que en 1312 salieron en busca de un taxidermista.

De la estepa de tan extensa comba más que las montañas que la circundan. De tan intensa cuenca más que los valles que circundan las montañas.

De una comedia, que empezaba así:

SALOMON

 

personajes

 

ESPECTRO DE ABSALON

HIJO PUTA MUERTO

HIJO PUTA VIVO

MALA PUTA

BUENA PUTA

SALOMON

REINA DE SABA

 

Esos personajes, o más bien espectros, como corresponde a una de las etimologías de la palabra persona, abren de par en par las puertas a la risa que, bien lo sabemos, es el remedio para quienes se toman en serio sus propias neurosis, sus patéticos intentos de sentirse vivos, llámense amor, gloria, poder.

No se tomen demasiado en serio esta historia, nos recuerda el narrador- poeta-filósofo a cada vuelta de página. La vida es demasiado breve para tomarse las cosas a pecho. Eso explica la idea que atraviesa el relato: “En el fondo de la Caja de Pandora alienta la esperanza”, lo que conduce al conocido Carpe Diem de los amados romanos, que a su vez lo tomaron, como casi todo, de los etruscos.




En todas las grandes obras literarias subyace una sospecha: “La memoria siempre huye hacia la infancia”, según sentencia el narrador de Atila. Todos los atajos conducen a ese reino perdido que a nivel de los pueblos tomó forma en la idea de una Edad Dorada, de un Xanadú, de un Paraíso terrenal que se aleja cuando lo creemos al alcance de la mano, porque no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

Y en la infancia anida ya la muerte que se arropa a sí misma y nos envuelve en su espiral que siembra a su paso una sospecha: “Como si también la muerte fuese una cuestión de lenguaje, una parapalabra surgida antes de la primera sílaba, de la primera sílaba con vocal, una cuestión de otra oralidad, puesta antes que cada cual se salga con la suya”.

Ahí está la cuestión: ni siquiera en la muerte podemos salir del lenguaje, porque no es punto de llegada sino de partida y vuelta a llegar: la metáfora perfecta de la  eternidad. Como sucede a todo lo largo del relato, el poeta convierte esa idea en pregunta, que es la única manera de deshacerse de las certezas: “¿O qué pega el culo de la esperanza al fondo de la caja que resuena al fondo de la bodega de cada poema?”

El poema como caja de resonancia de lo inefable. El aforismo en tanto síntesis de lo infinito, esa especie de “rincón sin esquina” por donde se cuela el mundo mientras “El sol de Capricornio despuntaba en el horizonte como un delfín cansado, con el ocio de una mañana de domingo, más desidioso que ditirámbico “.

Con hilos así de finos está tejida la urdimbre de Atila, historia infinita que conduce a todas partes y a ninguna. A los mitos griegos y la vieja Roma, a la tragedia y la comedia clásicas. Y, sobre todo, a los laberintos del lenguaje donde escritor y lector son a la vez Ariadna, Teseo y el Minotauro. Echemos un vistazo a ese laberinto:

 

 Entretanto habían llegado más batidores de vanguardia, refiriendo sombras flotantes en un cielo raso, sombras absolutas, criptofanías de la luz pasada por un sacabocados, carros sin caballos que cruzaban calles y atravesaban fachadas taladrando las ciudades de parte a parte, aves sin plumas poniendo estridentes huevos en picado que hundían terrazas y tejados, una gota de sol, no, la gota de una ausencia en el sol que caía sobre una ciudad nebulizándola y anublándosela, los campos de Europa cubiertos de sus campesinos despanzurrados por ciudadanos y desentrañados por liebres, masas rojas de hombres combustibles envueltos en una película verde de hombres comburentes, pero esos colores han de entenderse como pertenecientes al espectro de una luz negra, masas esféricas que se hacían más y más conoides de modo que todos los hombres eran combustibles y comburentes de otros hombres y cada uno quería ser más comburente que combustible pero resultaba que la combustibilidad social prevalecía sobre la comburencia individual en cada uno, prevalencia que implosionaba la humanidad a menos de menos, conos en concierto de cúspides y en conflicto de bases, en concierto de diferencias y en conflicto de semejanzas, desalmados de identidad generatriz.




En esa sucesión de imágenes espacio y tiempo se hacen uno solo, como lo sugieren las intuiciones de la física cuántica. Solo así se comprende la visión del  sabio chino: la metáfora es lo único capaz de suspender por un instante- aunque sea por un instante- la certeza de la entropía y la disolución. El poeta – y Aliocha Coll lo es en grado sumo- se asoma a ese abismo donde la eternidad fulgura en medio de su noche diurna para regresar a contarnos el espanto de imaginar que existimos como la pesadilla de un alguien a quien soñamos y que bien puede ser Atila.


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=heZvEmLvN04&t=40s

viernes, 6 de junio de 2025

En el país de Babel

 








En su ya clásico libro Después de Babel el escritor George Steiner arriesga un  viaje de ida y vuelta en procura de desentrañar algunas claves del arte de traducir obras literarias. En su recorrido formula preguntas a todas las fuentes posibles: la lingüística, la filología, la historia, las literaturas de la antigüedad y, por supuesto, el habla popular.

Cuando tiene algo parecido a una suma de respuestas lanza la pregunta más inquietante de todas: ¿Qué traduce realmente el traductor? Acto seguido, esboza otra todavía más perturbadora: ¿Es posible realmente la traducción? Cuando hoy leemos La  Ilíada en inglés, español, francés, alemán, ruso, mandarín o cualquier otro idioma ¿Leemos en efecto a Homero o estamos ante una multiplicidad de ficciones surgidas en el juego especular planteado por el traductor?

Algo semejante sucede con la lectura de los textos de Historia: en últimas nunca sabremos si el Julio César, el Alejandro, el Napoleón o el Bolívar que hallamos en la página impresa existieron alguna vez tal como nos los pintan los expertos o son el resultado de una urdimbre de rumores, textos no siempre fidedignos, testimonios muchas veces amañados, manipulaciones y, todavía más, los cambios  introducidos  por quien lee desde sus propios prejuicios y juegos de intereses.

Esas inquietudes y muchas otras le surgen  en algún momento  al lector de En el país de la magia y otras traducciones, de Eduardo López Jaramillo, segunda publicación del sello editorial Destiempo, una idea liderada por el investigador, poeta y gestor cultural Mauricio Ramírez.

La deuda del escritor Eduardo López Jaramillo (1947-2003) con la gran tradición literaria universal es de sobra conocida: sus lecturas de griegos y latinos, de los  maestros franceses, rusos, ingleses, así como de la poesía que va de Píndaro a Constantin Cavafys,  se transparentan en su legado de poemas, cuentos, novelas y ensayos que  forman ya parte de nuestro patrimonio cultural.

En su ya mencionado libro, G. Steiner recuerda que, simplificando las cosas, los traductores han tomado uno de estos dos caminos: la traducción literal, en la que se intenta trasplantar una lengua a otra palabra por palabra, con el riesgo que eso implica para el ritmo, los juegos de silencios y las evocaciones, en el entendido de que ni siquiera en un mismo idioma dos palabras significan exactamente lo mismo. Dicho de otra forma: el  traductor puede  verse enfrentado a la aporía planteada por el talante infranqueable del sinónimo.

La otra vía es la llamada traducción libre. En ésta, el traductor intenta una versión que, salvando los escollos de la literalidad, le entregue al lector la esencia o el espíritu de la obra  original, facilitando de esa manera  su viaje al universo  interior del autor enfrentado a los retos de su vida personal y a las particularidades de su tiempo. Virgilio en el exilio puede ser un buen ejemplo: una traducción literal corre el albur de desconectarnos del estado de ánimo de quien una vez gozó de privilegios otorgados por el poder, para ser despojado de ellos una vez cambió el curso de los vientos.




 Frente las disyuntivas de la vida- y la traducción hace parte de ellas- Aristóteles  sugería el término medio, la búsqueda del equilibrio entre fuerzas encontradas. A juzgar por lo leído en la selección de Editorial Destiempo, este fue el camino elegido por Eduardo López Jaramillo al asumir con todo el rigor su papel de traductor ( aunque es mejor adoptar el sentido del vocablo anglosajón translate).   Esa es la intención que alienta en sus versiones de Guillaume Apollinaire ( cinco poemas), Ezra Pound (tres poemas), Jacques Prevért (tres poemas) Henri Michaux (uno) y Constantin Kavafys (cuatro poemas).

En el país de la magia, de Henri Michaux, le da título a esta selección de traducciones. Una visita a los primeros versos permite hacerse a una idea sobre las intenciones del traductor:

Vemos la jaula, escuchamos aletear. Percibimos

el ruido indiscutible del pico afilándose contra

los barrotes.  Pero nada de pájaros.

 Nada de pájaros. De inmediato, el lector se siente trasladado al misterio no desvelado  y apenas sospechado por el traductor.   El espíritu de Michaux sigue intacto y el  visitante ha ganado una de esas revelaciones que solo puede prodigar la gran poesía. Por esa vía, comprueba además que, tal como sucedió con sus poemas, cuentos, ensayos y su novela Memorias de la Casa de Sade, López Jaramillo consiguió  sobrevivir a los riesgos planteados  por Steiner en Después de Babel para llegar a salvo  a esa otra orilla donde el poema alumbra sin perder su carácter inefable.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=eUtCC5VPwBs