miércoles, 19 de junio de 2024

Tila, Zweig y las cebras

 




En la saga de Las Mil y una Noches- o Las mil noches y una noche- como le gustaba decir a Borges, un cuento perfecto es un pasadizo lleno de trampas que al final conduce a una revelación, o al menos a una sorpresa. A ese recurso apela la princesa Scheherezade en su afán de salvar la cabeza, siempre a merced del alfanje del sultán.

 De ahí que se haya vuelto un tópico recomendarle al joven aspirante a cuentista leer con atención a Chéjov: nadie como él para depararle sorpresas al lector.

Los cinco cuentos que conforman el libro titulado La estación de las cebras, del escritor colombiano Mauricio Peñaranda, participan de esa condición: a lo largo del camino encontramos trampas, señuelos, encrucijadas, que al final nos deparan una sorpresa cuando no una revelación. Esas virtudes, aparte del alto nivel de la escritura, fueron reconocidas por el jurado que escogió la obra como ganadora del premio Colección de Escritores Pereiranos en su edición 2021.




Empecemos por el final: sólo en la última frase confirmamos lo que era apenas una sospecha forjada a partir de datos dispersos a lo largo del relato: que el hombre y la mujer que se suicidan el 21 de febrero de 1942 en un hotel de la población brasileña de Petrópolis no son otros que el escritor austriaco Stefan Zweig y su esposa Lotte. El título del cuento, El mejor taxista del río, sólo en apariencia es prosaico. En realidad el taxista que conduce a Zweig y a su mujer hacia el último puerto es el Caronte de la mitología griega. Después de todo, desde antes de morir Stefan y Lotte ya son almas en pena que vagan por el mundo en un exilio sin fin. Así, en la página 96 del libro el narrador nos permite asomarnos por un instante a ese paisaje de desasosiego:

De esa serie de viajes al interior del país surgió un libro escrito a petición del gobierno que resultó ser el más controvertido que pueda recordar. Le ofrecieron todas las garantías y recursos imaginables pero su sensibilidad no podía filtrar ni digerir esa multiplicidad de matices en medio de su tragedia interior. Así pues, no basta la trampa implícita en la belleza de tarjeta postal del paisaje brasilero: la tragedia, el desgarramiento interior de Zweig es la revelación que nos depara este cuento.




Tila

Después de las lluvias, cuando todo parecía olvidado, diluido en un propósito que no llegaría a consumarse, papá trajo a Sarí. Así empieza el primer párrafo de este libro   cuyo misterio aparece sugerido de entrada, porque el lector nunca podrá resolver el acertijo acerca de a qué universo pertenece Sarí: si al de los difuntos, al de los recuerdos o al todavía más inalcanzable de las almas en pena. Si la lluvia como presencia o como añoranza aparece en todas las instancias de la vida,  en el cuento  deviene metáfora, anuncio de algo por llegar que no se resuelve nunca… como la vida. El recurso a la poesía- el autor del libro es también poeta- se hace manifiesto a la hora de crear una atmósfera que ahoga y libera a partes iguales.  Tila lo cuenta así en su incapacidad para asimilar la al parecer inminente muerte se Sarí: Nos intimidaba la culpa. Su muerte nos cerraría el porvenir. Si ella se recuperaba significaba que la vida nos concedía una segunda oportunidad. En esos días adquirimos un hábito que de ningún modo nos había sido infundido: orar. Gestionábamos ante Dios como ante un tendero del que pretendíamos obtener una rebaja; sólo  que lo hacíamos de rodillas y llorando.

La boda

Si sobre los cuentos anteriores gravita siempre la angustia, en el titulado La boda hay una suerte de polo a tierra no exento de humor negro. La anécdota gira alrededor del célebre Maracanazo: la derrota de Brasil a manos de Uruguay en el mundial de fútbol de 1950 y lo que eso significó en la vida de millones de brasileños. El domingo 16 de julio de 1950, a eso de las 7: 30 de la noche, horas después de que los fuegos pirotécnicos se cancelaran en río, y de que Alcides Edgardo Ghiggia nos diera la estocada final anotándonos el que durante toda la vida recordaríamos como el gol del silencio, papá repuntó en casa de los abuelos maternos envuelto en un aura de pena y palidez.




Otra vez nos encontramos aquí con el aura de pena. Ese algo metafísico, esa densa niebla que envuelve a los personajes, porque lo de la derrota de Brasil es apenas el ropaje del dato esencial: papá debe casarse al otro día y ese ambiente de catástrofe habrá de acompañarlo hasta el final.

Palabras en el mar o la invención de la realidad

Como nadie le escribía, inventó los personajes que sufrirían por ella, inventó antiguos amantes, confidentes, amigos entrañables y enamorados sin esperanzas. Invertía las horas escribiéndose cartas que remitía desde una oficina postal cercana a su apartado del centro, y a los días iba a retirarlas con emocionada sorpresa, leemos en el primer párrafo de este cuento.

Visto así, el relato es un homenaje a la literatura, a su capacidad para poblar y repoblar nuestra soledad y aureolarla de un aire de fiesta que nos ayuda   a sobrevivir y convivir con los otros, aunque sean inventados.

En la estructura del libro, este cuento funciona a modo de tregua, de recreo, antes de enfrentarnos a la dureza del  relato que le da título a la colección: La estación de las cebras.

En este último la tragedia ya no es sólo humana: es también el sino de los animales confinados en un zoológico donde reinan el hambre y el abandono en medio de la tragedia de un país llamado Venezuela pero que puede ser cualquiera. En un juego de cartas cruzadas entre los hermanos Rodrigo y Luisa Fernanda, entreveradas con fragmentos del diario del padre que agoniza en medio de una enfermedad agravada por los juicios morales y el resentimiento de Mercedes, su mujer, los pasadizos secretos son más tortuosos que nunca: salvar la cabeza de la princesa Scheherezade   tendrá un precio más alto, el de la más pura derrota. En la página 71 del libro el diario del padre nos permite una muestra de ese paisaje. Refiriéndose a su esposa Mercedes escribe:

Para ella, la duración de mi vida no deberá exceder la duración de las vacaciones. A veces la sorprendo mirándome y comprendo que mide mi desgaste en términos de tiempo. Teme al contagio para ella y los niños. No se atreve a confesarlo pero sé que es así. Sabe que la posibilidad es remota si se toman las debidas precauciones, pero su temor es supersticioso e irreductible. Lo de la partida fue preparado por etapas. Ya no deja que los niños me hablen del otro lado de la ventana.

Ya adultos, Rodrigo y Luisa Fernanda releen el diario y tratan de asomarse a la sima del abismo abierto entre sus padres. Al mismo tiempo, Rodrigo hace de la salvación de las cebras una misión que consiste sobre todo en curarse a sí mismo y a quienes lo rodean.

 Bien sabemos que el olvido en vida es una prefiguración de la muerte definitiva Y los protagonistas de esta historia lo saben muy bien.  Así se desprende de este fragmento del diario:

Esta soledad, por fuerza, debería entregarme lo mejor del recuerdo, aunque siento que todavía no estoy preparado para los vaivenes de la memoria. No puedo estar conforme. ¡La vida ha pasado tan pronto! No hay mucho que recordar. Todo estaba por hacerse y se destruyó. Se resquebrajaron las ilusiones de quienes me amaban, y aquí estoy, sin mayores perspectivas para hablar de la muerte, sin una vida siquiera vivida a plenitud, sin mucho que contar, salvo que Mercedes fue mi novia del colegio, y quien nos separa… mi único amor.



El carácter incompleto, trunco de toda vida. Allí reside la clave de estos cinco cuentos en los que la tensión nunca decae, otra condición indispensable para que el relato llegue a buen puerto. La destreza narrativa de Peñaranda, su proximidad a la poesía, crean una atmósfera común que le da cuerpo al libro, independiente de su diversidad temática. Esa es la garantía de que entre Tila, la lluvia, las cebras, las cartas de una mujer a sí misma y el suicidio de Zweig y Lotte aliente una recompensa impagable: el acceso aunque sea por unos pocos segundos a la  esencia del misterio.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=cPnAXCrQY2o

 

 

 

miércoles, 5 de junio de 2024

Hijos de Cadmo

 



 

En los mitos griegos más antiguos el héroe Cadmo mata al dragón y siembra sus dientes en la tierra. De éstos nacerán los guerreros que más tarde fundan la ciudad de Tebas en la que Cadmo será rey. Es la misma Tebas donde la esfinge cifra el destino de Edipo y de su trágica saga.

Al contrario de China, donde el dragón es un mito solar, la imaginería cristiana asocia el dragón con lo nocturno y por ese camino deviene, al lado de la serpiente y del fabuloso basilisco- nacido de un huevo de gallina empollado por un sapo- símbolo del demonio, del pecado, es decir, de los poderes terrenales contrarios al topos uranos, a la civitas dei de que hablará más tarde Agustín de Hipona. Cabalgando en esa dirección los bestiarios cristianos alimentan un catálogo en el que abundan las alegorías y las imágenes que hacen de los animales representaciones que oscilan entre el mal puro y lo numinoso. De hecho en el Nuevo Testamento tres de los evangelistas están acompañados de igual número de animales: león, águila y buey.  A su vez, en el libro del Apocalipsis, el dragón que escupe fuego es la bestia misma, el sumo sacerdote de las huestes infernales.

Esta breve introducción nos ayuda a adentrarnos en las 334 páginas de la novela Sortilegio, del escritor Julián Andrés Gómez Pineda (Manizales, 1977), obra ganadora del premio de novela Ciudad Pereira en el año 2021. Especialista en el medioevo europeo, profesor de literatura clásica en la Universidad Tecnológica de Pereira, es además autor de la novela El ocaso de la locura, ganadora del mismo premio en 2014.

Esa sólida formación hace de Sortilegio una novela muy bien escrita. Con un brillante manejo de la lengua española propia del siglo XVI, época en la que se desarrolla la historia de los protagonistas, el autor nos conduce de a poco  hacia el centro cada vez más intrincado de  un bosque que es a la vez metáfora de la vida interior de los  personajes y trasunto histórico de la expansión imperial de  España en lo que algunos historiadores llaman La Conquista de América. Al modo del mito de Ariadna, la tarea del lector consiste en llegar al punto exacto donde las brujas ofician sus encuentros con el  Gran Cabrón,  el  Príncipe de las tinieblas, el fornicador de verga helada, el engendrador de  íncubos y súcubos, el forjador de una estela de horror que, transmitida de generación en generación, aún alienta en lo más oscuro de nuestros  insondables temores.




Lo que veas, escríbelo en un libro

Ese es el mandato al que obedecen los escritores  de todos los tiempos. Porque en medio de las turbulencias propias de una época, sólo las historias sobreviven. De modo que Casiano, el narrador de la novela atiende el mandato y se da a la tarea. Debe completar la obra iniciada por  Angelus de quien, antes que continuador, se siente un doble.

Todo empieza en Santiago de Compostela, en una Galicia donde la humillación agobia a su familia empobrecida y en otro tiempo próspera. Es el tiempo de las grandes empresas marítimas y Casiano se embarca en una nave maltrecha y plagada de ratas en la que no tardan en cundir el hambre, la desconfianza y las enfermedades.  El capitán es Pedro de Heredia, quien ha reclutado a una panda de perdularios sin nada que perder, entre los que se  cuenta Arcesio, tío de Casiano. En un mundo que se desploma, donde la fructífera convivencia entre árabes, judíos, cristianos y descendientes de visigodos es cosa del pasado es mejor hacerse a la mar. Además, las noticias sobre fabulosos reinos donde   los caminos están empedrados   con oro avivan la imaginación de unas mentes de por sí enfebrecidas.

Pero volvamos atrás, al   temprano relato de los recuerdos de Casiano en la casa materna; en la página 35 de la novela – o de su manuscrito, si lo queremos ver  así- nos cuenta que:

Despierto con sobresalto y me incorporo como llevado por un impulso involuntario. Esa horrenda imagen de una anciana bruja me acecha en mis pesadillas. Seco el sudor de mi frente, y recuerdo muy bien a mi madre recitando las doce verdades, atrapando a la bruja que había escapado de la estancia donde dormía mi tío; yo era aún un niño, y no creía en tales historias (aún hoy me cuesta dar crédito a estas cosas, creo que son sugestiones de la mente), pero lo recuerdo muy bien, tanto que esas doce verdades se quedaron grabadas en mi mente.




A partir de ese momento, Casiano y los otros protagonistas de la historia tendrán que volverse duchos en conjuros, porque el mal se agita en el aire a todas horas (ese es el verdaderos sentido de la imagen de la bruja volando en su escoba) y Dios  se empeña en mirar  hacia otro lado:  las prácticas  de la Inquisición parecen más propias de una mente infernal que  de  un tribunal inspirado en la justicia divina. Pero eso es propio de la época: quienes están más lejos de la gracia a menudo son los propios monjes encargados de invocarla, como lo aprenderá Casiano apenas  desembarcado en el Nuevo Mundo, que poco tiene de nuevo, a juzgar por la manera como los aborígenes adoran a su propia legión de  dioses  y  demonios, que a menudo se confunden con el panteón de los recién llegados.

Al enterarse de que su tío Arcesio va a ser embarcado como prisionero,  el joven Casiano decide cometer un delito y hacerse capturar como garantía de que así será enviado también a las tierras de ultramar. Como todos, Arcesio está atrapado en la urdimbre del espíritu de la época, es decir, de la creencia en las prácticas brujeriles. De hecho, en la nave viaja también la bruja  Candelaria, una presencia que cruza de principio a fin las páginas del manuscrito.

Mi tío Arcesio piensa que soy tonto. Cree que no sé lo que le ocurre, pero lo sé mejor que nadie. Una noche llegó ebrio como de costumbre, venía de la fonda. Entró en el granero mirando como si alguien lo persiguiera, yo pude verlo desde la ventana del cobertizo. Bajé apresurado y por el  güeco de la puerta roída lo vi todo: se palpaba las partes masculinas y decía : “ Dios mío santo y poderoso, la folla ¿ adónde se ha ido?” y se tocaba desesperado porque no vía su miembro… y luego salió dando tumbos, con su mano agarrando un viril inexistente, porque según parecía, lo había perdido en la cama pública de doña Tigresa; y ansí como vino se fue, a rogarle que le devolviera lo que era suyo, lo supe porque el mesmo me lo dijo luego.




Capaz de   despojar a los hombres de su miembro viril mediante sortilegios heredados  a lo largo de las generaciones, la bruja se nos revela así como lo que en el fondo es: la gran metáfora de la rebelión contra el dominio masculino pues, ¿ Qué es un hombre sin su viril, sin  su verga, sin su consentido instrumento de goce y reproducción? Si durante el día  el macho la sojuzga y  condena al silencio, la noche , la sombra lunar , es el reino donde  la hechicera restablece el equilibrio del mundo.

Leído así, no es casual que el manuscrito- o la novela- esté precedido de una cita del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, el manual redactado por el Tribunal de la Inquisición- o por el mismísimo demonio, dirán algunos- para identificar, perseguir, condenar y ejecutar a herejes y apóstatas, perros, hechiceros y fornicarios:

“Y qué debe pensarse entonces de las brujas que desta manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común?”

                                                                         Malleus Maleficarum, II, 30





 

Por lo pronto, la bruja Candelaria hace méritos para atraer sobre su persona el martillo del tribunal cuando recomienda:

Para mandar el alma de un difunto sobre alguien, para atormentarle o hacerle enloquecer, o matarle, hay que hacer varias cosas. Primero hay que salir a media noche, y en un recodo donde se junten tres caminos, esperar una perra en celo; cuando llegue la perra hay que arrancarle algunos pelos. Se pone la caldera al fuego y en dos partes de sangre de cerdo nonato se agrega nuez moscada, castaña, oliva negra y jengibre. Mientras el conjunto suelta el aroma debemos agregar tres ratas negras nacidas en luna creciente, estas ratas representan las personas innombrables, Quando se agregan las ratas hay que abrir la ventana para que entre el éter noturno hasta la caldera y entonces se agrega grasa de difunto, que se tiene siempre en un frasco disponible.

 

Una vuelta por Babel

A estas alturas, sobra decir que Sortilegio es una novela erudita, entendida esta palabra no como el despliegue  pretencioso de datos,  sino en el sentido de amplitud y profundidad, condición necesaria para abordar los fenómenos.  Gracias a esa erudición podemos aproximarnos a la esencia de un mundo donde los descubrimientos científicos y la expansión por tierra y mar conviven con las más tenebrosas prácticas en las que la bruja Candelaria o el monje Rubicundo, ambos prosélitos del demonio Abduxuel son discípulos aventajados. De ahí que, aparte de la voz del narrador, de los narradores, la obra  sea toda una estela de voces: la del tío  Arcesio, la de Pedro de Heredia, la de los aborígenes, la del árabe suicida Abderramán, descendiente de Boadbil, el último rey moro de Granada, la de la bruja Candelaria. Pero, además, están los murmullos del pasado,  las maldiciones y conjuros que  se escuchan en el bosque o resuenan entre las paredes del monasterio. Para muestra, en la página 243 leemos estos versos finales del Auto de fe contra los fornicadores Bonifacio y Sofía:

¡Cumplid buenos verdugos la sentencia!,

El santo inquisidor se ha pronunciado,

Esquilo agora mesmo estas ovejas,

Y dellas el pecado  hemos purgado.

Oíd aquestas místicas sentencias,

Dictadas de los gran iluminados:

A aquestos que son duros de testuz,

La Iglesia les ha hundido el arcabuz.

Los duros de testuz, los réprobos, herejes y apóstatas mencionados en el Martillo de las Brujas. Los alzados contra todas las formas de poder secular, empezando por el eclesiástico. Entre los bosques de Zugarramurdi  y los del altiplano donde los jefes chibchas se disputan a muerte el control del reino se escuchan los gritos de guerra y los lamentos de los torturados, de los  sorprendidos en conjura o de los moros, cristianos y judíos entregados a los goces del cuerpo, a la celebración de la vida. En este último punto, el virtuosismo del narrador se nos presenta en la voz de Angelus:

Yo, Angelus, Recaudador de las Memorias de la Orden, el más pecador y sucio de todos, quando puse por vez primera mi masculino  atributo en las carnes rosadas y lúbricas de mi amada, caí en éxtasis o visión extática, porque un demonio llamado Abduxuel, vino a mí mientras en las entrañas de mi amada hundía mi miembro a holgura, y mientras jadeaba, este demonio me sacó de mi cuerpo, por arriba de mi cabeza, llevándome a un sitio muy quieto donde tuve muchos y variados deleites jamás pensados, y luego puso su boca de cinocéfalo en mi oído, mientras con una de sus garras me sostenía la cabeza y habló de modo muy claro en hebreo antiguo, y lo que él me dijo se copió en mi memoria de manera prodigiosa en las letras hebreas(…)

El  párrafo anterior está fechado en el año de 1457 ,a poco menos de cuatro décadas de la llegada de los españoles (andaluces, gallegos, catalanes, aragoneses, murcianos, y otros tantos) a  las tierras regadas por el Río Grande de la Magdalena. A completarlo dedicará su vida el joven Casiano, por mandato de Dios o del Diablo, da igual. Porque, como se desprende de la última frase del libro, los íncubos y los engendros son   solo un sortilegio.


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=70pPE9cQ74w&list=PLgUDJQUxv4hx7JDVHuzJdlbwNem3VtahR