En la saga de Las Mil y una Noches- o Las mil noches y una noche- como le gustaba decir a Borges, un cuento perfecto es un pasadizo lleno de trampas que al final conduce a una revelación, o al menos a una sorpresa. A ese recurso apela la princesa Scheherezade en su afán de salvar la cabeza, siempre a merced del alfanje del sultán.
De ahí que se haya vuelto un tópico
recomendarle al joven aspirante a cuentista leer con atención a Chéjov: nadie
como él para depararle sorpresas al lector.
Los cinco
cuentos que conforman el libro titulado La
estación de las cebras, del escritor colombiano Mauricio Peñaranda,
participan de esa condición: a lo largo del camino encontramos trampas,
señuelos, encrucijadas, que al final nos deparan una sorpresa cuando no una
revelación. Esas virtudes, aparte del alto nivel de la escritura, fueron
reconocidas por el jurado que escogió la obra como ganadora del premio Colección de Escritores Pereiranos en su
edición 2021.
Empecemos por el
final: sólo en la última frase confirmamos lo que era apenas una sospecha
forjada a partir de datos dispersos a lo largo del relato: que el hombre y la
mujer que se suicidan el 21 de febrero de 1942 en un hotel de la población
brasileña de Petrópolis no son otros que el escritor austriaco Stefan Zweig y
su esposa Lotte. El título del cuento, El
mejor taxista del río, sólo en apariencia es prosaico. En realidad el
taxista que conduce a Zweig y a su mujer hacia el último puerto es el Caronte de la mitología griega. Después de todo, desde antes de morir Stefan
y Lotte ya son almas en pena que vagan por el mundo en un exilio sin fin. Así,
en la página 96 del libro el narrador nos permite asomarnos por un instante a
ese paisaje de desasosiego:
De esa serie de viajes al interior del país surgió un
libro escrito a petición del gobierno que resultó ser el más controvertido que
pueda recordar. Le ofrecieron todas las garantías y recursos imaginables pero
su sensibilidad no podía filtrar ni digerir esa multiplicidad de matices en
medio de su tragedia interior. Así pues, no basta
la trampa implícita en la belleza de tarjeta postal del paisaje brasilero: la
tragedia, el desgarramiento interior de Zweig es la revelación que nos depara
este cuento.
Tila
Después de las lluvias, cuando todo parecía olvidado,
diluido en un propósito que no llegaría a consumarse, papá trajo a Sarí. Así empieza el primer párrafo de este libro cuyo misterio aparece sugerido de entrada,
porque el lector nunca podrá resolver el acertijo acerca de a qué universo
pertenece Sarí: si al de los difuntos, al de los recuerdos o al todavía más
inalcanzable de las almas en pena. Si la lluvia como presencia o como añoranza
aparece en todas las instancias de la vida,
en el cuento deviene metáfora,
anuncio de algo por llegar que no se resuelve nunca… como la vida. El recurso a
la poesía- el autor del libro es también poeta- se hace manifiesto a la hora de
crear una atmósfera que ahoga y libera a partes iguales. Tila lo cuenta así en su incapacidad para
asimilar la al parecer inminente muerte se Sarí: Nos intimidaba la culpa. Su muerte nos cerraría el porvenir. Si ella se
recuperaba significaba que la vida nos concedía una segunda oportunidad. En
esos días adquirimos un hábito que de ningún modo nos había sido infundido:
orar. Gestionábamos ante Dios como ante un tendero del que pretendíamos obtener
una rebaja; sólo que lo hacíamos de
rodillas y llorando.
La boda
Si sobre los
cuentos anteriores gravita siempre la angustia, en el titulado La boda hay una suerte de polo a tierra
no exento de humor negro. La anécdota gira alrededor del célebre Maracanazo: la derrota de Brasil a manos
de Uruguay en el mundial de fútbol de 1950 y lo que eso significó en la vida de
millones de brasileños. El domingo 16 de
julio de 1950, a eso de las 7: 30 de la noche, horas después de que los fuegos
pirotécnicos se cancelaran en río, y de que Alcides Edgardo Ghiggia nos diera
la estocada final anotándonos el que durante toda la vida recordaríamos como el
gol del silencio, papá repuntó en casa de los abuelos maternos envuelto en un
aura de pena y palidez.
Otra vez nos
encontramos aquí con el aura de pena. Ese algo metafísico, esa densa niebla que
envuelve a los personajes, porque lo de la derrota de Brasil es apenas el ropaje
del dato esencial: papá debe casarse al otro día y ese ambiente de catástrofe
habrá de acompañarlo hasta el final.
Palabras en el mar o la
invención de la realidad
Como nadie le escribía, inventó los personajes que
sufrirían por ella, inventó antiguos amantes, confidentes, amigos entrañables y
enamorados sin esperanzas. Invertía las horas escribiéndose cartas que remitía
desde una oficina postal cercana a su apartado del centro, y a los días iba a
retirarlas con emocionada sorpresa, leemos en el
primer párrafo de este cuento.
Visto así, el
relato es un homenaje a la literatura, a su capacidad para poblar y repoblar
nuestra soledad y aureolarla de un aire de fiesta que nos ayuda a sobrevivir y convivir con los otros,
aunque sean inventados.
En la estructura
del libro, este cuento funciona a modo de tregua, de recreo, antes de
enfrentarnos a la dureza del relato que le da título a la colección: La estación de las cebras.
En este último la tragedia ya no es sólo humana: es también el sino de los animales confinados en un zoológico donde reinan el hambre y el abandono en medio de la tragedia de un país llamado Venezuela pero que puede ser cualquiera. En un juego de cartas cruzadas entre los hermanos Rodrigo y Luisa Fernanda, entreveradas con fragmentos del diario del padre que agoniza en medio de una enfermedad agravada por los juicios morales y el resentimiento de Mercedes, su mujer, los pasadizos secretos son más tortuosos que nunca: salvar la cabeza de la princesa Scheherezade tendrá un precio más alto, el de la más pura derrota. En la página 71 del libro el diario del padre nos permite una muestra de ese paisaje. Refiriéndose a su esposa Mercedes escribe:
Para ella, la duración de mi vida no deberá exceder la
duración de las vacaciones. A veces la sorprendo mirándome y comprendo que mide
mi desgaste en términos de tiempo. Teme al contagio para ella y los niños. No
se atreve a confesarlo pero sé que es así. Sabe que la posibilidad es remota si
se toman las debidas precauciones, pero su temor es supersticioso e irreductible.
Lo de la partida fue preparado por etapas. Ya no deja que los niños me hablen
del otro lado de la ventana.
Ya adultos,
Rodrigo y Luisa Fernanda releen el diario y tratan de asomarse a la sima del
abismo abierto entre sus padres. Al mismo tiempo, Rodrigo hace de la salvación
de las cebras una misión que consiste sobre todo en curarse a sí mismo y a
quienes lo rodean.
Bien sabemos que el olvido en vida es una
prefiguración de la muerte definitiva Y los protagonistas de esta historia lo
saben muy bien. Así se desprende de este
fragmento del diario:
Esta soledad, por fuerza, debería entregarme lo mejor
del recuerdo, aunque siento que todavía no estoy preparado para los vaivenes de
la memoria. No puedo estar conforme. ¡La vida ha pasado tan pronto! No hay
mucho que recordar. Todo estaba por hacerse y se destruyó. Se resquebrajaron
las ilusiones de quienes me amaban, y aquí estoy, sin mayores perspectivas para
hablar de la muerte, sin una vida siquiera vivida a plenitud, sin mucho que
contar, salvo que Mercedes fue mi novia del colegio, y quien nos separa… mi
único amor.
El carácter incompleto, trunco de toda vida. Allí reside la clave de estos cinco cuentos en los que la tensión nunca decae, otra condición indispensable para que el relato llegue a buen puerto. La destreza narrativa de Peñaranda, su proximidad a la poesía, crean una atmósfera común que le da cuerpo al libro, independiente de su diversidad temática. Esa es la garantía de que entre Tila, la lluvia, las cebras, las cartas de una mujer a sí misma y el suicidio de Zweig y Lotte aliente una recompensa impagable: el acceso aunque sea por unos pocos segundos a la esencia del misterio.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=cPnAXCrQY2o