El hiperbólico lenguaje del
periodismo deportivo es pródigo en expresiones
bastante útiles para comprender el
talante impredecible del mundo. Por obvias razones, el tópico más socorrido
de los analistas es el de las fronteras- siempre difusas- entre el éxito y el fracaso.
Lúcido como siempre, don Raúl
Faín Binda abordó el asunto en su blog de BBC Mundo el lunes 9 de mayo.
Invocando una célebre cita de Rudyard Kipling (“Al éxito y el fracaso, esos
dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia”) don Lalo
enfoca la mirada hacia el sentido que en
el mundo del fútbol moderno le damos al
concepto de triunfo o derrota.
Por supuesto, hablamos de un
negocio que, como el del fútbol de alta competencia, está envuelto en un tejido de intereses económicos
y políticos en el que los niveles de exigencia trascienden los parámetros
habituales. En esa medida, un futbolista
del torneo inglés cuya transferencia costó cien millones de euros está obligado
a un rendimiento por completo distinto
al de un modesto jugador de la liga húngara, por poner un ejemplo. Al primero se le exigen
títulos en correspondencia con la
inversión. El segundo puede darse por
bien servido si su club salva la categoría.
En esa misma lógica, un entrenador como Pep Guardiola es considerado por muchos
como un fracasado por no haber salido
campeón de Europa con el Bayern Munich. Quizá
esté pagando por el hecho de haber ganado todos los títulos disputados el año de su estreno con el Barcelona: en la mirada de
empresarios y periodistas todo lo que no supere ese registro es pérdida. El
trabajo de una temporada, o de toda una vida, puede irse por la borda en un
sistema de valores en el que está prohibido perder.
Trasladadas a otros ámbitos de la vida, esas
visiones simplificadas del mundo pueden
tener graves consecuencias. En el cada
vez más despiadado universo de la competencia laboral, profesional y comercial se pasa del éxito al fracaso en cuestión de segundos. El
brillante ejecutivo de una corporación global que incumple las metas de
ventas tiene tantas probabilidades de engrosar la lista de
desempleados como el cajero de banco que se equivoca en las cuentas. Al final
de la cadena a ambos les espera una
sociedad implacable con los perdedores.
Vivimos unos tiempos que
sobredimensionan el éxito, olvidando de paso que los aprendizajes para llegar a la cima están
hechos de desastres. Es el síndrome de la tapa de revista: en la imagen del
ganador que levanta su trofeo es imposible sospechar el largo y tortuoso camino
de sangre, sudor y lágrimas recorrido por el héroe. Pero la gloria siempre es
efímera.
En los estratos medios y altos se
confina a los niños en burbujas para
que- como el Buda en su infancia- no vean el dolor del mundo. “Quiero que mi
hijo no sufra lo que yo sufrí”. “Quiero
darle a los míos lo que yo no tuve”, son frases de uso cotidiano entre padres abnegados. El problema de esas prácticas reside en que
el ineludible despertar al lado oscuro
de la vida es siempre doloroso: descubrir que el fracaso existe deja a más de
uno sumido en la postración.
Por ese camino se priva a las
personas del conocimiento que solo puede ofrecer la derrota. Morder el polvo de vez en cuando siempre resulta
saludable para el cuerpo y el alma: obliga a
mirarse a sí mismo sin el lente
de aumento de la alabanza ajena. Pero, sobre todo, nos recuerda que caminamos
siempre sobre una cornisa en cuyo tránsito podemos desplomarnos si
atendemos demasiado al destello de los
reflectores.
“Soy un pobre diablo/
y de mí nunca sabrán/ malgasté todas mis fuerzas/ en montones de promesas/ que
eran falsas”, cantan Paul Simon y
Art Garfunkel en unos versos desolados y sabios. Siempre
resulta provechoso abrevar en fuentes como esa, sobre todo en unos tiempos
que nos escamotean la dosis de aprendizaje implícita en toda derrota por
goleada.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Yo creo que de todos los deportes hay dos en donde la derrota puede llegar a ser más épica y memorable que la victoria: el boxeo y el ciclismo. Me estoy acordando de Rocky Valdéz contra Carlos Monzón y del tour de Francia que se le escapó el año pasdo a Nairo Quintana. Morder el polvo es otra variante de la gloria, quizá la más sublime.
ResponderBorrarCami
Creo que Rigoberto Urán empieza a aproximarse a esa condición de perdedor heroíco, apeciado Camilo. Hay incluso algo en su rostro que lo empuja a uno a la solidaridad con sus intentos fallidos. Los antiguos llamaban destino a los azares que se interponen entre el héroe y su meta. Urán tropieza en una piedra o resbala en el asfalto mojado cuando va de líder. "Pruebas de Dios", diría mi mamá.
ResponderBorrarDe cualquier manera todos sentimos una suerte de complicidad visceral con esas figuras.
Ah... y más que afortunada su evocación de esa derrota-victoria de Rocky Valdez.
A veces, como menciona Camilo, la derrota puede ser épica. Casi nadie recuerda el nombre del primer hombre que llegó al polo sur; por el contrario, el capitán Scott pasó a la posteridad por su heroicos sacrificios que le condujeron a la muerte, luego de haber “fracasado” al haber llegado unos días más tarde que su competidor. Es curioso cómo se mide la variable del éxito según qué países y sus parámetros culturales: Johan Cruyff no pudo darle un Mundial a Holanda, pero casi ningún holandés duda de su grandeza y pocos lo tildarían de fracasado; en contrapartida, para una gran parte de los argentinos Messi está bajo sospecha permanente porque no logra colmar sus expectativas, como queriendo ignorar el cúmulo de sus logros personales y colectivos.
ResponderBorrarApreciado José: no podemos olvidar que en los grandes mitos- y las gestas del deporte lo son- el héroe es a la vez víctima propiciatoria. A menudo se pasa de los altares a la hoguera, dependiendo del estado de ánimo y de los intereses de la masa.
ResponderBorrarEn la vida cotidiana , sucede con frecuencia que el exitoso es glorificado mientras permanece en la cima, para ser degradado después cuando emprende la retirada cuesta abajo.
Vale la pena recordar una respuesta de Jurgen Klopp durante la conferencia de prensa tras la caída del Liverpool ante el Sevilla, en la final de la Europa League. Le recordaron que esta era la quinta final que él perdía en forma consecutiva. (Una de ellas fue la de Champions League entre el Borussia Dortmund y el Bayern Munich, 1-2, en Wembley.)
ResponderBorrar“El tema no soy yo”, dijo Klopp según informa The Guardian. “Ya sé, es más fácil decir ´he aquí un manager que pierde finales´. Ese es el problema. En realidad hay tantas variables envueltas que sugerir que el resultado de un partido como este [en Basilea] se reduce a un aspecto de la personalidad de un hombre, que tiene que ver, por ejemplo, con lo que ocurrió en Wembley hace tres años entre dos equipos totalmente diferentes es una simplificación risible. Lo mismo que sugerir que la victoria pueda atribuirse enteramente a lo que hace un manager, o el estancamiento, o la pequeña mejoría… Este tipo de razonamiento es restrictivo.”
Una lección que conviene recordar, pero por favor no lleguemos al otro extremo de negar las responsabilidades individuales en las empresas colectivas.
Claro, don Lalo : si el barco se va a pique, el capitán no puede excusarse detrás de la ebriedad del timonel. Al fin y al cabo él es responsable de mantener el orden en la nave. Pienso en el relato de Jasón y los argonautas : si una de las piezas llega a fallar nos hubiésemos perdido el mito completo de El vellocino de oro.
BorrarQué bien que mencionas a los Argonautas, Gustavo, porque en su declaración Klopp utilizó una palabra de origen griego, que recibimos del latín, stasis, que muy pocos ingleses conocen. (Así como pocos de nosotros conocen el equivalente español, estasis). Yo lo traduje como estancamiento, pero en realidad es detención de la evolución en las especies. Klopp es un técnico en evolución, lo mismo que Guardiola. Se me ocurren varios que están en estasis, pero tal vez mañana me prueben lo contrario.
ResponderBorrarMenuda palabra esta, mi querido don Lalo. En algunos casos significa quedar inmovilizado y en otros entrar en suspensión.
BorrarEn la primera acepción sugiere- solo sugiere- una condición inmodificable, mientras la segunda alude a hacer un alto en el camino , con el fin de recobrar fuerzas para seguir adelante.