Póngale el nombre que usted quiera: alborotos, rosetas, gallitos,
pacones, poporopos, popcorn , crispetas
o palomitas de maíz. El asunto es
que la irrupción de estas golosinas de sal o azúcar en los teatros de las élites
representa para mí el peso de la
cultura popular y su irrenunciable
aporte al sostenimiento de las estructuras simbólicas de la sociedad.
Hagamos memoria: la historia
oficial nos dice que sucedió en Missouri durante la Gran Depresión de 1929. Una mujer llamada
Julia Braden les solicitó a los
administradores del Linwood Theater autorización para instalar un puesto de
venta de palomitas de maíz, un producto
barato y llenador, que pudieran pagar
los empobrecidos ciudadanos de la época,
necesitados de un entretenimiento capaz
de distraerlos de una realidad en la que reinaba la incertidumbre. Es
fácil concluir que la sobredosis de sal obligaba a su
vez a la compra de Coca-cola, lo que dio
lugar a uno de las parejas más célebres de todos los tiempos. Tan famosa al
menos como la de Bonnie and Clyde, Laurel
y Hardy, Lennon y MacCartney o
Silvestre y Piolín.
Cuando hablo de cultura popular
me refiero a los valores profundos de una comunidad, no a la
vulgaridad rampante patrocinada por promotores de canciones
y productores de películas en las que la degradación del lenguaje y las relaciones entre las
personas descienden a simas de imposible
retorno.
Cuando el mundo anglosajón acuñó
la expresión Cultura Pop se refería a
esos valores. Fue así como las canciones de Woody Guthrie y los salmos del
profundo sur se incorporaron a la gran tradición importada desde Europa por los
colonos que desembarcaron del Mayflower.
Algo similar sucedió con la pintura, la
literatura, la poesía, el teatro. La célebre
pintura de la lata de sopa Campbell´s o la fotografía multiplicada de
Marilyn Monroe fueron postuladas por Andy Warhol- él mismo un subproducto de la
cultura popular- como un intento, acaso fallido, de redescubrir lo sublime en lo cotidiano.
A menudo olvidamos que lo clásico-
concebido de forma maniquea como
opuesto a lo popular- en realidad echa raíces en este último. La obra entera de Shakespeare abrevó en las tabernas y en los puertos, dos
lugares donde la cultura suele acopiar nuevos bríos. Antes de ingresar a los
salones parisinos el tango fue una épica de malandrines, putas y orilleros.
Johannes Brahms emprendió un viaje de
vuelta a sus queridas danzas húngaras antes de tomar el camino de sus más
celebradas sinfonías.
Vueltos a la tradición
de habla hispana, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no es
nada distinto a un paciente
recorrido por la tradición popular que nos lleva de los
cuentos árabes a los relatos judíos
pasando- cómo no- por el fértil legado
de los visigodos y de los innúmeros
pueblos que surcaron la península. En el pasado reciente, en un
desesperado intento por avivar los
nacionalismos, los militares
argentinos artífices de la Guerra
de las Malvinas prohibieron la emisión
de música en inglés, abriendo de paso las puertas para la expresión de quienes
se les oponían a través de sus
canciones, dándole así nuevo aliento a
las voces de millones de inmigrantes
llegados de todos los lugares de la
tierra.
Volvamos a los años veinte:
en sus albores, el cine carecía de
sonido. Como el analfabetismo reinaba,
el acceso a las películas se reducía a las élites. Con la llegada de las
películas sonoras el espectáculo se abrió
a otros sectores de la población: las masas de trabajadores y funcionarios creados por la revolución
industrial. Tras la crisis, lejos de morir, el cine se convierte para muchos en el séptimo arte, o el arte del siglo XX. Décadas más tarde el jazz, el gospel, los
spirituals , el folk y algunas vertientes
de la música clásica mezclarán sus sangres para dar lugar a un fenómeno
musical tan fascinante como el rock.
Igual que las palomitas de maíz, las
manifestaciones de la cultura popular están allí para insuflarle vida a lo que
amenaza ruina.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
La identificación de cultura popular (Pop Culture) con el "pop" de popcorn antes que con el "pop" de popular me abre los ojos, Gustavo. (No lo digo por eso de "eyes popping with amazement".) No conocía la anécdota de Julia Braden; es fantástica, por esa relación que apuntas de popcorn, cine y gaseosas, nacida en una época de vacas flacas. Y lo del tango, el jazz y el origen popular de tantas y tantas expresiones artísticas nos recuerda que cuando el arte dejó de representar lo divino (bah, cuando dejó de estar al servicio de la iglesia) comenzó a nutrirse de los burdeles, un lugar donde los artistas se sentían como en su casa... Es fascinante tu tema de hoy.
ResponderBorrarYa lo dijo Faulkner , mi querido don Lalo: el mejor sitio para escribir( y podemos añadirle un largo listado de actividades artísticas) es un burdel - putiaderos, les decimos en Colombia-.
ResponderBorrarEn esa línea, el bulín de los argentinos vendría a ser un sitio de oración. Por donde uno lo mire, la cultura popular brota como flor natural del arrabal y los outsiders son los encargados de cultivar ese jardín.
Por estas latitudes las conocemos como pipocas, y ciertamente son parte del paisaje callejero de nuestras ciudades al alcance de la mano por su bajo precio y una auténtica molestia en los minibuses con gente dándole a la masticada. Magnífica lección de historia, cine, danza, música y cultura popular en un buen combo, y aun me pregunto cómo puede haber novelas monotematicas tan extensas cuando se puede decir tanto en pocas lineas. Y a propósito de aquello de "redescubrir lo sublime en lo cotidiano" el inconveniente es que se les ha ido la olla a sus impulsores y demas émulos al no tener limite en sus creaciones, elevando a cotas de arte lo vulgar y chabacano sin mayor regla que su propio criterio. De ahi que el pop-art suene a blando, simplón y trillado, especialmente en el ambito de la música.
ResponderBorrarEl gran problema, apreciado José, empieza cuando los seres y las cosas empiezan a volverse caricaturas de sí mismos. Bastaría con dos ejemplos : el ya mencionado Andy Warhol y la imagen del Ché Guevara explotada hasta la sociedad, al punto de que un sector de la industria se conoce con ese nombre.
ResponderBorrarCon todo, a la cultura popular no le queda salida distinta a la de renacer una y otra vez. Pero cuidado, que lo popular no puede ser sinónimo de vulgaridad y menos de la chabacanería que usted menciona.