“Me contaron los abuelos/ que hace tiempo/navegaba en el Cesar una
piragua/que partía de El Banco/ viejo puerto/ a las playas de amor en
Chimichagua”, escribió el trovador José Benito Barros en tributo al Río Grande
de la Magdalena, que cruza de sur a norte el
mapa de Colombia.
Igual que a los países, a los
mortales nos corre un río cuerpo adentro, desde el nacimiento hasta la
desembocadura.
Por eso el río es un tópico en las músicas y las
literaturas de todos los lugares y de todos los tiempos. Del Mackenzie al
Mississippi y del Amazonas al Río de La Plata
en las Américas. Del Támesis al Don y al Dniéper, pasando por El Sena, El Danubio y El Po, en Europa, hasta llegar al Nilo, El Ganges y el Río Amarillo en África y Asia, sus
crecientes y sequías han sido cantadas y contadas a lo largo de las
generaciones, porque ni los hombres ni los pueblos pueden ser sin el río: Sin
el río no hay Historia.
Lo supieron los viejos que bajaron de las montañas donde nace el Mississippi a plantar en otras
tierras la semilla de ese fruto amargo y dulce llamado blues.
Lo descubrieron tatuado en la propia piel los
aventureros y contrabandistas que navegaron aguas arriba y aguas abajo el cauce
de ese Amazonas tan insondable como el sueño de la serpiente Anaconda.
Lo vieron en los desvelos del destierro poetas como don
Antonio Machado, cuando le cantó al
rumor memorioso de El Duero y
El Guadalquivir.
Lo temieron los legionarios
romanos, que vieron correr las aguas
cada vez más teñidas de sangre a medida que el imperio se desmoronaba.
En sus aguas se sintieron
benditos los hombres y mujeres que
bajaban al Ganges a descansar de sus
reencarnaciones milenarias.
“¡Somos del agua!” exclamó
el gitano Melquiades, contemplando uno de esos aguaceros de Macondo que
parecían ríos precipitándose desde el cielo.
Es el río que trae y lleva dichas
y horrores a partes iguales.
“Quiero traerte/ de mi tierrita/
la cosechita / que ya está en flor”,
cantó con indecible ternura don Luis Ramírez, “ El caballero Gaucho”, un juglar que nos legó un caudaloso
cancionero, compuesto mientras veía pasar las aguas del río Cauca por el puerto
de La Virginia, un pueblo que una vez fuera refugio de negros cimarrones.
En todas esas cosas pienso
sentado en una piedra en la mitad del río Otún, que es él mismo la
Historia de Pereira desde su primera fundación en 1540. Junto al río Consota,
su eterno compañero de viaje, acaricia los bordes de la ciudad con sus manos de
limo y arena. A veces, algunas veces, la mano
se hace puño y golpea con una
andanada de troncos y piedras. Entonces, el temor anida en los corazones y algunos sacan en
peregrinación la imagen de Nuestra Señora de La Pobreza. De ese tamaño es
nuestra fragilidad. Basta un mazazo de la naturaleza para reavivar el rescoldo
de la fe.
Habitamos en el río y el río nos
habita. Los poetas lo saben. Por eso, músicos tan dispares y tan cercanos a la
vez como Rubiel Pinillo y Carlos Elliot Jr. Le
cantan a la cadencia y al furor de las aguas del Otún. Rubiel con su
picaresca de arrieros y Carlos Elliot con su blues de la montaña. Es su manera
de enviarles una ofrenda, a través de
sus aguas, a todos los ríos del mundo, como lo hiciera Robert Johnson con su entrañable Mississippi o el nostálgico Bruce Springsteen
cuando canta: “We´d ride out of that
valley/down where the fields were green/ we´d go down to the river/ and into
the river we´d dive/ oh down to the
river we´d ride”.
Todos los ríos el río, pienso a
estas horas, mientras evoco unos versos
diáfanos y puros del poeta colombiano
Henry Luque Muñoz, que dicen más
o menos así: “Por el Ganges bajaba una vaca/ bajaba muerta/ con el
ternero vivo en las entrañas/ lo vi
desde la barca, mortales/ vi por el agua
bajar ese milagro”.
Cosas que lo asaltan a uno cuando le da por sentarse en
una piedra enorme, como una barca varada
en la mitad del río.
PDT . les comparto enlace a la doble banda sonora de esta entrada
Desde luego, no hay mejor metáfora del transcurrir de la vida que el cauce interminable de un rio. Un poeta y trovador criollo de estos pagos lo traducía de esta manera: Si el rio del tiempo/quisiera marcharse/para no volver/la vida es linda, muchacha no llores/ déjalo correr...
ResponderBorrarSe lo dejo para su apreciacion (en ritmo de cueca), con que aqui solemos distraernos mientras se nos va la vida.
https://www.youtube.com/watch?v=Lii3a7G-8cE
Y tambien esta otra, una preciosidad de Neil Young, que viene bien al caso.
https://www.youtube.com/watch?v=F0NjZrPX-l0
Mil gracias, José, por el enlace a esas bellezas.
BorrarComo ya se dijo en la cita del gitano Melquiades: "Somos del agua". Creo que la poesía toda es, en esencia, eso: agua que fluye.
Como bien dice José, el río ha sido metáfora de vida en casi todas las culturas. Ya sabes, el agua fluyendo, el hecho de que el río nunca sea el mismo río de hace un instante, igual que nosotros, etc. Se me ocurre que esto es particularmente cierto en ríos con una personalidad, digamos, acusada, esos ríos machos en las quebradas de su origen y hembras en las llanuras de más abajo. Lo digo porque hay ríos que no alcanzan esa transformación y que no dejan esa impresión tan fuerte de vida en la gente. En mi provincia, por ejemplo, los artistas y los escritores pintan y describen las montanas, mucho más que el río. Nuestro río no tenía, no tiene, misterio. Es un río que nos sirve para irrigar, para beber, pero no da para imaginar muchas otras cosas. La belleza tiene algo que ver en esto, pero hay algo más...
ResponderBorrarQue áspera belleza en eso del río macho y el río hembra, mi querido don Lalo. Esa condición ambivalente y ambigua(¿se podría decir andrógina?) no la conocía.
ResponderBorrarDe cualquier modo todos los pueblos de la tierra tienen leyendas acerca de " La madre del río", criatura de extraordinaria belleza que, como las sirenas en el mar,extravía a los navegantes.
Sospecho que eso de "La Madre del río" es una manera bastante hermosa de referirse a la vida entera.
Tremenda la primera foto: El Ataúd, el mejor charco -y también el más peligroso- que tiene la quebrada La Cristalina. Un amigo se ahogó ahí hace unos años, es que el río también puede ser terrible. Salud.
ResponderBorrarCami.
Por supuesto, Camilo: hasta podría escribirse una crónica titulada ¿ Quién le teme al río feroz?
ResponderBorrarHablamos,
Gustavo