“Muchas tumbas
estaban guarnecidas con escudos y banderas de equipos del fútbol profesional
colombiano. Casi todas decoradas con flores de plástico, pasta e icopor: margaritas,
anturios, simprevivas, heliconias, nomeolvides, azucenas, girasoles, grandes
rosas rojas fijadas con cemento dentro de pequeñas materas”.
Balas por encargo
Juan Miguel Álvarez
Rey+Naranjo Editores
2013
Toda tumba cuenta una historia. La historia de una vida. De todas las vidas: a través de su silencio ensordecedor asistimos, si aguzamos bien los sentidos, al relato siempre doloroso, algunas veces gozoso y casi siempre vano de la aventura humana. Si la muerte, al cerrar el círculo de manera perentoria y definitiva, le da sentido nuestros pasos en la tierra, la tumba y el sepulturero devienen actores claves para comprender la vida de los muertos. Y Colombia es, bien lo sabemos, un país amasado con la piel y la sangre de muchas víctimas. No por casualidad la palabra paz cobra un sentido especial para nosotros. Amparados en su promesa, los políticos de distintas facciones se han repartido el poder desde los tiempos de las guerras de independencia.
A reconstruir
algunas de esas vidas desde los recursos
del periodismo narrativo ha dedicado sus últimos años el periodista
y escritor colombiano Juan Miguel
Álvarez. Formado en la escuela de los grandes maestros del reportaje ha
publicado en medios como El Espectador, La Tarde o El Malpensante
minuciosos y detallados relatos sobre
algunos aspectos de ese tortuoso camino llamado Historia de Colombia. Entre
ellos destacan los cientos de cuerpos
atrapados en los remolinos de
Beltrán, un recodo del río Cauca ubicado
a la altura del municipio risaraldense de Marsella. Hasta allí iban a parar los dolientes de las
víctimas de la violencia en el departamento
del Valle, en busca del rastro de sus hijos, esposos, mujeres o padres caídos
en esa oleada de demencia protagonizada por paramilitares, guerrilleros, traficantes de drogas y agentes del Estado.
También se ocupó en su momento de las ejecuciones
sumarias ordenadas por las que nuestro miedo o hipocresía optaron por llamar “fuerzas
oscuras”, aunque todos sepamos quienes son y dónde están. Uno de esos relatos, publicado en la edición
digital de la revista Semana, provocó la airada reacción de la dirigencia
local, preocupada porque las denuncias afectaban, según palabras
textuales, “la imagen de la ciudad y la
región ante el país y el mundo”. Claro:
están acostumbrados a concebir al periodista no como un contador de historias dichosas o
terribles, sino como un promotor turístico, un amanuense del poder o cosas peores. En menos de veinticuatro horas el texto fue retirado,
sentando de paso un riesgoso precedente
para la libertad de expresión.
Siguiendo ese
tono de preocupación ética y estética, Juan Miguel Álvarez publica ahora su
libro “Balas por encargo”, un trabajo de la editorial Rey + Naranjo Editores y
presentado en la versión 2013 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Con un riguroso nivel de documentación, a través de sus páginas asistimos a algunos de los acontecimientos que han marcado para mal el último medio
siglo de la historia nacional y regional. Los gérmenes de los carteles del
narcotráfico que muy pronto hicieron
metástasis en todos los sectores de la vida del país. La legitimación social
del sicariato como forma de supervivencia y ascenso social. La ineludible disolución de los referentes éticos y sus consecuencias para el cuerpo entero de
la sociedad. Pero además de eso el autor
contribuye a desmontar un mito forjado
a varias voces entre dirigentes gremiales, políticos y medios de
comunicación: que la relación de Pereira y Risaralda con los grandes grupos criminales ha sido únicamente
la de lugar de refugio, territorio neutral o escenario casual para dirimir sus conflictos. La realidad es
otra: en la década de los sesentas del siglo pasado ya se gestaban poderosas
agrupaciones a las que no fueron ajenos algunos hijos conspicuos de las élites
locales. Si uno lee con atención comprende porqué ha sido posible mantener
altos niveles de consumo y crecimiento a pesar del colapso de algunos sectores
de la economía legal y su consiguiente
impacto en las cifras de desempleo. Pero, como todo buen libro de periodismo
narrativo, “Balas por encargo” es mucho más: es por ejemplo, una mirada a esa
visión del mundo anclada en el dinero como valor supremo, responsable entre
otras cosas de los abrumadores niveles de corrupción y del tendal de muertos que nos hablan en cada capítulo de nuestra
historia.
Haces muy bien en destacar la doble condición de Juan Miguel Alvarez, de narrador y periodista. Un escritor debe caminar con dos piernas. Tu observación sobre la realidad que pone al descubierto Balas por encargo me hace recordar algunas denuncias de Leonardo Sciascia sobre la verdad tras el progreso aparente de Sicilia en uno de tantos momentos penosos de su historia: el mafioso siempre estaba un barrio más allá, en el nuestro no operaba…
ResponderBorrar" Progreso aparente". Con esas dos palabras define usted con precisión lo acontecido con mi ciudad en las últimas décadas, mi querido don Lalo. A propósito : en Camorra, el libro de Roberto Saviano, se ilustran con precisión las complejas y terribles urdimbres de " El sistema", es decir, los juegos de poder elaborados, al contrario de lo que muchos piensan, con las mismas reglas de la legalidad y la "decencia".
ResponderBorrarPasmado quedé con la brutalidad con que describía su compatriota Fernando Vallejo acerca del mundo de los sicarios. Ese relato desnudo, sin florituras, natural y conciso, narrado con esa forma tan personal, fue un todo un descubrimiento para mi, allá cuando rondaba la veintena, me refiero a “la Virgen de los sicarios”. Y ahora que usted destaca a otro colombiano, cada vez me llevo más la impresión de que su país sigue pariendo cronistas notables. No será casualidad que Latinoamérica esté viviendo un nuevo boom, según pude leer, el del periodismo narrativo, nacido al calor de la violencia, la pobreza y los procesos políticos que está atravesando la región, que según algunos autores, del realismo mágico hemos pasado al realismo trágico. Siguiendo esa lógica, Colombia y México son los dos países que desde hace algún tiempo están dando las mejores camadas del género. Al contrario, en mi país, hay cierto letargo, el periodismo de investigación está muy lejos de la narrativa, para mejor muestra, no tenemos ni un solo portal en internet tipo Malpensante, JotDown, etc.
ResponderBorrarApreciado José: a propósito de la crónica, la escritora venezolana Susana Rotker postula en su libro "La invención de la crónica" una hipótesis inquietante: que ese género, definido a su vez por Juan Villoro como una especie de ornitorrinco de la literatura, es en realidad una invención latinoamericana. Según esa idea, nuestra realidad es tan demencial, tan desaforada, que tuvimo que inventar un nuevo género para poderla nombrar. En Colombia una de esas formas del delirio es el narcotráfico y una de sus muchas derivaciones perversas: el sicariato. De auscultarlas a fondo se han ocupado algunos de nuestros mejores cronistas.
ResponderBorrarGustavo, me he quedado atrás con su blog. Me pondré al corriente. Y por el libro me da mucha alegría por Juan Miguel, pero es triste el tema del cual trata el libro, según he leído e su artículo, y lo que retomo de las crónicas de Juan Miguel. Sin embargo, es necesario contarlo, y volverlo a contar porque no podemos olvidar nuestros males, nuestros agravios. Qué será de una generación venidera ¿qué será de su memoria y su amor a lo humano si no sabe qué pasa en su mundo, en su sociedad, en la esquina del barrio donde vive?
ResponderBorrarSerá necesario contarlo una y mil veces, apreciado Eskimal, hasta que despertemos de esta larga y dolorosa noche, que es la otra cara de " El país más feliz del mundo", según revelan las encuestas de marras.
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