“ A mi nadie me
quita ese lenguaje; está incrustado, es un tatuaje imborrable. Y es mi gran
herencia. Ha sido parte de mi alimento.
Yo me he alimentado de la fuerza de las palabras”. La anterior declaración de
principios aparece en una entrevista concedida por la escritora colombiana Alba
Lucía Ángel a un compatriota suyo, el periodista Juan Carlos Pérez Salazar,
vinculado desde hace una década a la BBC de Londres.
Por estas
fechas, cuando en distintos lugares se celebra , con retórica no exenta de un toque pintoresco, el denominado Día del
Idioma, resulta saludable volver a la obra de la autora de textos tan
importantes para la narrativa colombiana como Misiá señora, Los girasoles en
invierno, Las Andariegas y Estaba la
pájara pinta sentada en el verde limón. Esta última recupera para la memoria colectiva, desde una
propuesta estética atrevida, uno de los momentos claves en la
reciente Historia de Colombia: los episodios violentos que precedieron y
sucedieron al asesinato del caudillo liberal
Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en una calle de Bogotá. Pero la novela de Alba
Lucía Ángel no es solo la recreación documental de un hecho doloroso. Es , ante
todo, una vuelta de tuerca al mecanismo secreto de los recuerdos a través del
nunca agotado sortilegio del lenguaje. No por casualidad el título de su novela
más representativa alude a los versos de
un juego infantil. “Estaba la pájara pinta...” es un mantra,
una invitación a desvelar una
zona oscura de nuestro pasado a
la que solo es posible acceder desde los recursos de la palabra poética. A su
modo particular, la autora supo desde
siempre que todo gran escritor es, en esencia , un memorioso.
Ese calificativo
puede usarse también para definir el desafio afrontado por
algunas de las más valiosas voces narrativas de la región. En las páginas de El río corre hacia atrás,
Benjamín Baena Hoyos desanda el camino
emprendido por los protagonistas
de una de las avanzadas colonizadoras, para devolvernos en un lenguaje áspero y
dulce a la vez, la esencia de esa dura materia de que estaban hechos los
colonos, amasada con la herencia machista
árabe y española, el talante ultramontano de un sector de la Iglesia Católica
y la tenacidad de quienes tienen por todo patrimonio un puñado de ilusiones.
En otro ámbito,
durante las primeras décadas del siglo XX, Alfonso Mejía Robledo resumiría el
carácter de la aldea combinando dos oficios para muchos antagónicos: el
comercio y la escritura. Gravitando entre esos dos mundos escribió una novela
cuyo solo título caracteriza los
primeros intentos de diálogo
entre nuestras pequeñas ciudades y el resto del planeta: Las rosas de Francia.
Más cercano a
nosotros en el tiempo y el espacio, el poeta, novelista, ensayista, cuentista y
traductor Eduardo López Jaramillo haría de su obsesión por la antigüedad
clásica o la Francia
de la Ilustración
un pretexto para recordarnos el carácter universal de nuestros
asuntos más esenciales. Los
ciudadanos de la Grecia de Pericles, la Francia de El marqués de
Sade o los colombianos de estos tiempos de sangre y fuego estamos
hermanados por la misma búsqueda ansiosa del sexo y el poder o por un idéntico
temor ante el olvido y la muerte. Ante
ellos solo resta el exorcismo del recuerdo.
No por casualidad el título de su única novela
publicada en vida no sugiere un documento , ni una suma de imágenes
ni una ficción: Memorias de la
casa de Sade invita en realidad a un
tránsito por esa sutil y a veces equívoca frontera entre lo vivido y lo
recordado.
Como si se
propusiera cerrar el círculo, el más
joven de todos estos narradores, Rigoberto Gil Montoya, sugiere desde sus textos
otra clase de aventura: la de convertir
en palabras los recuerdos en el
momento mismo de su gestación. A mitad de camino entre la crónica y la ficción sus novelas dan
cuenta de algunos de los más dolorosos
trances de la historia nacional y
regional. La retoma sangrienta del Palacio de Justicia en 1985; los miles de desaparecidos en las
guerras civiles no declaradas de las últimas décadas; el desbarajuste ético y
social provocado por el narcotráfico son
algunos de los terrenos transitados por este autor que, sin llegar
todavía al medio siglo de edad , ya tiene un lugar asegurado en esta breve y, por
supuesto, arbitraria selección de memoriosos que nos ayudan con su palabra a
comprendernos un poco más.
Recordarás que en otro ámbito hablábamos de los beneficios de la íntima complicidad de varias personas en pos de un objetivo común, trátese de héroes, futbolistas, investigadores, compositores/autores de óperas y también de cómicos, por qué no. Creo que entre los historiadores y los escritores también existe esa sinergia. Hablas aquí de la memoria volcada en palabras y de sus efectos en el lector/escritor y el hecho invocado. Y se me ocurre que esas palabras del escritor también devuelven la carnadura a los remotos esqueletos que contempla el historiador. La ficción, que suponemos efímera, tiene también un efecto mágico en los hechos más vetustos. Los ejemplos históricos que mencionas son más perfectos cuando los toca el escritor. El historiador comprueba y explica, el escritor recrea lo ocurrido y llega a otra conclusión, una conclusión secreta y milagrosa. Ambas operaciones son necesarias y deberían considerarse partes de la misma cosa, creo yo.
ResponderBorrarUna banalidad: hoy cumple años Don Rigoberto. 47 creo.
ResponderBorrarCami.
Qué certera esa imagen , mi querido don Lalo: las palabras del escritor devolviéndole la carnadura al esqueleto de la Historia. Ese es el sentido último y profundo del verbo recrear : volver a la vida. También esa es , en últimas la tarea asumida por artistas y pensadores, inconcebibles, desde luego, sin las pequeñas y amables sociedades de los lectores.
ResponderBorrarNi tan banal, apreciado Camilo. Como dijo el cantor " Cómo se nos van los años/ Cómo cuesta recordar/ y tenemos más edad/ Ahora somos un cuaderno/ De recuerdos arrugados / Y nos vamos a un entierro/ De un amigo que tuvimos/ De un amigo que está muerto". El cantor es Piero di Benedictis, claro.
ResponderBorrarApreciado Gustavo. A a frase de Saint Exupéry, «Vengo del país de la Infancia», le añado, y de los recovecos de la memoria. De sus giros protectores que nos sumerjen en la nostalgia por el tiempo huído, pero nos salvan del olvido y nos afirman en este instante pasajero. Venimos de esas canciones infantiles, como bien lo dice Alba Lucía y como lo dijo don Antonio, «mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla». Qué maravilla el reconocernos anclados en las palabras que recrean y en la infancia que nos guarda. Muy bueno el homenaje a estos escritores que han luchado con las palabras y nos han agraciado con sus recuerdos y obsesiones, como tiene que ser el oficio de escritor. Un saludo desde una primavera en retraso. Olga L Betancourt
ResponderBorrarLa primavera suele andar con retraso, apreciada Olga Lucía. Sobre todo cuando se han acumulado pérdidas a lo largo del camino. Pérdidas que solo es posible recuperar con la ayuda de esa otra forma del milagro que es la palabra escrita. Muchas gracias por la bella y oportuna cita de los versos de don Antonio Machado, ese hombre que, como su paisano Miguel Hernández, pasó por el mundo " umbrío por la pena".
ResponderBorrarAh caray, no sabía que estábamos celebrando estos días el día del idioma, estimado Gustavo. Esta mañana me desperté con la energizante noticia de que era el día internacional del ejercicio. Y ver a las autoridades con sus panzas prominentes en traje deportivo, haciendo lagartijas y sentadillas en plena plaza principal de mi ciudad, fue una estampa de lo más jarryana que he visto en mucho tiempo. Sobre su texto, como me deja en curva, solo se me ocurre una frase que le leí a un cronista ¿o era una mujer?, quien decía que se le hacía pesado o demasiado esfuerzo escribir, pero que amaba lo que había escrito. Eso me hace pensar, que pese a todo, el oficio de escribir es una forma de reinventarse cada día y que por ello nunca va a faltar escritores, de los buenos y de los malos.
ResponderBorrarClaro, apreciado José. En teoría, se le rinde tributo a la memoria de don Miguel de Cervantes Saavedra a quien, por supuesto, no le asiste culpa alguna en todo este despliegue de color tropical. En Colombia , un país con bajísimos niveles de lectura, se pronuncian discursos sobre la "pureza" del idioma. A propósito, cuando escucho la palabra pureza me echo a temblar: pienso en Stalin, Hitler, Mao, Musssolini, Torquemada y otros tantos adalides de esa forma del delirio.
ResponderBorrarY sí, en últimas la escritura es un desesperado y a veces afortunado intento de reinventarse.