Pero también aquella estirpe
Fue desdeñosa de los dioses
Y
cruel y hambrienta de masacres
Y violenta: conocerás que habían
Nacido de la sangre.
(Ovidio. Metamorfosis, I.160-2)
Sucedió a las tres de la madrugada del domingo 28 de agosto en una taberna de mi vecindario. Como
bien sabemos, a esa hora todos los
borrachos del mundo se vuelven cantantes. Y como, desde luego, no saben cantar,
se desgañitan en coro tratando de
compensar a gritos sus carencias.
Pues bien, el día
mencionado no cantaban: discutían
sobre el plebiscito en el que el
2 de octubre los colombianos deberemos
resolver el rumbo de uno de nuestros muchos conflictos armados: el del
Estado, una parte de la sociedad y la guerrilla de las Farc.
Empiezo por corregirme: los
borrachos no discutían: se insultaban y se trataban de arrodillados o de bandidos, dependiendo del bando escogido para
terciar en la controversia. En medio de
la contienda se escuchó un estropicio de vidrios rotos que, por fortuna, no
tuvo mayores consecuencias.
Antes de levantarme, pensé que
así hemos vivido los colombianos el tránsito hacia esta oportunidad que nos
brinda la historia: confundidos, exaltados y más prestos a insultar
al contradictor que a escuchar
sus razones. Faltos de lucidez y pobres
en argumentos, apelamos al escarnio como instrumento para silenciar a los otros.
Por mi parte, votaré por el
sí a la paz el domingo 2 de octubre. Mis
razones son simples: he visto correr demasiada sangre por ríos, calles y
caminos. He oído demasiado llanto de
huérfanos y viudas. Por eso, como en la canción del viejo y querido John Lennon:
“Todo lo que pedimos es que le
den una oportunidad a la paz”.
Pero mucho me temo que antes
de silenciar los fusiles, debemos
desmontar el arsenal oculto en el
lenguaje. Ustedes y yo guardamos bajo la
lengua toda una batería de palabras
y frases dirigidas a descalificar las razones del otro,
cuando no a destruirlo.
Veamos unas cuantas:
“Todos los políticos son ladrones”, afirmamos, cuando bastaría con
examinar la gestión pública de hombres como Antanas Mockus
o Antonio Navarro Wolff para desmentir el aserto.
“Prefiero un hijo ladrón o
asesino a un hijo marica”, proclaman todavía cientos de padres, ignorantes de la dimensión
del despropósito que equipara las inclinaciones sexuales a un crimen.
“¡Vieja bruta! ¡Mujer tenía que ser!” gritan automovilistas y
peatones ante la menor infracción de
tránsito protagonizada por una dama al volante.
“¡Este si es mucho indio!” decimos ante la muestra
de torpeza de quien camina a nuestro lado.
“Esa es una zorra" sentencian
cientos de mujeres- y hombres también- cuando sus congéneres
asumen el libre disfrute de su cuerpo y su sexualidad.
“Ese tipo es un lambón”, se
dice de quienes en el barrio o en el trabajo muestran espíritu
cooperativo.
Podríamos seguir enumerando y no
acabaríamos. Vivimos levantados en
armas. La palabra, cuya función primordial es comunicar, devino entre nosotros material explosivo.
Sabemos desde siempre que las
palabras sanan o hieren. Sin embargo, a
menudo obramos como si lo ignoráramos.
De modo que el 2 de octubre
comienza la tarea más difícil: cumplir los pactos y reinventar el lenguaje. Por
ahora tenemos un mes para empezar a recomponer el camino. Llenarnos de argumentos en favor del sí, respetando a quienes opten por el no. Hasta
ahora hemos permitido que la búsqueda de la paz
se convierta en una rebatiña de dos políticos y sus seguidores sacándose
los ojos en los medios de comunicación, en las plazas , en las redes sociales
y, como los borrachos de esta historia, en las esquinas y tabernas.
En 1641, en un bello y breve libro titulado
Meditaciones metafísicas, el pensador René Descartes nos enseñó un principio fundamental: “Los actos de la voluntad deben estar
precedidos de los actos del entendimiento”, escribió el francés. Dicho de otra manera: debemos pensar antes de
obrar.
Esas palabras deberían
servirnos de punto de partida
para emprender la reflexión, el análisis y la búsqueda de argumentos que
nos lleven a tomar la más lúcida de las decisiones, ahora que la vida y los avatares de la política nos otorgan esta oportunidad.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=tlKX-m17C7U
Lo que más llama la atención de este debate entorno a la paz es que no hemos podido resolver conflicto alguno, discusiones y peleas por doquier, ofensas van y vienen. Aquí no prima la paz sino el poder y la falta de tolerancia.
ResponderBorrarTiene usted toda la razón, amigo: por eso el primer problema que debemos resolver es el de la manera de asumirnos unos a otros. Si seguimos etiquetándonos como buenos o malos, dependiendo del lado en que nos ubiquemos, no haremos nada distinto a echarle más combustible al incendio.
ResponderBorrarMil gracias.
Hace falta en primer lugar, como usted bien resalta, un desarme espiritual de la sociedad colombiana en su conjunto. Un país polarizado solo lleva a la tragedia tal como lo vienen sufriendo en carne propia durante más de medio siglo. Y a todo esto, ¿qué dice el impresentable de Uribe?...me imagino que sigue con su retórica incendiaria de pasar a cuchillo (mejor dicho a plomo limpio) a todo lo que huela a guerrilla, con tal de ver arruinados los esfuerzos del presidente Santos. Y ojalá se imponga la sensatez a partir de ese domingo de octubre.
ResponderBorrarApreciado José : para utilizar una frase cara al lenguaje futbolero,siempre que vamos al encuentro con el otro entramos, como quien dice, " con los taches arriba". Como usted bien sabe, de esa actitud solo podemos salir lesionados... o expulsados.
ResponderBorrarEn este caso el reto consiste en jugar limpio, en no lesionar ni expulsar a nadie, por opuesto que se muestre a nuestras convicciones.
Yo siempre he pensado que que los colombianos tenemos un "ADN" colectivo enmarcado por una violencia inexplicable, fruto de, como usted bien dice, ver tanta sangre, tanto crimen y tanto odio; y se nos presenta una oportunidad como esta y no sabemos dimensionar lo que realmente significa tener una nueva esperanza. Somos como los fracasados, que lo son, por tenerle miedo al éxito.
ResponderBorrarEstimado rodrogo: pensarlo en términos de ADN implicaría una suerte de fatalidad, de renuncia prematura al cambio.
BorrarEste último conlleva un tránsito, por cierto doloroso, que nos lleve a eludir los cantos de sirena de los caudillos y emprender así la construcción de un camino propio , a partir del pensamiento y la reflexión cosntantes.