Fotografía: José Crespo perropuka.blogspot.com
“Gustavo, le socializo a mi amiga Irene”, dijo una entusiasta compañera de trabajo al
cruzarnos en un pasillo.
“Chogusto”, respondió la
recién socializada extendiendo una mano blanda y fría, preocupada
tal vez por el significado de ese verbo que, entre otras acepciones,
contempla la de convertir en público
algo que, en principio, es privado.
Ignoro en qué momento expresiones
como presentar o relacionar perdieron su
original significado para ser reemplazadas por el verbo socializar, que
en su esencia, nada tiene que ver con
ellas.
Pero si sé dónde nacen las
palabras que, después de algunos titubeos, se integran a la corriente
colectiva. A menudo esos nuevos vocablos
enriquecen el habla. A veces la transforman. Y en no pocas ocasiones la
empobrecen.
En el primero de los casos las
palabras nacen en la calle, como respuesta a las necesidades de la vida
cotidiana.
En el último son acuñadas en el
mundo de la burocracia y en los despachos
de quienes fungen como expertos.
Casi siempre
tienen el propósito de fijar en la mente del interlocutor una serie de
conceptos que responden a propósitos de dominación. Los medios de comunicación los
replican y la gente empieza a recitarlos sin detenerse a pensar en su
significado y menos en su intencionalidad.
Por ejemplo, a los tecnócratas
ahora les dio por usar la palabra aperturar, en lugar del viejo, humilde, expresivo,
claro, preciso y conciso verbo abrir.
O inaugurar, si es el caso.
De entrada, lo inusual de la
palabra ejerce un impacto en el oyente o
el lector y desencadena una serie de reacciones en la mente.
De a poco la incorpora a su
lenguaje diario sin preguntarse por su
significado.
El objetivo empieza
así a cumplirse. El control del lenguaje
deriva en el control del individuo.
De ahí que los eufemismos sean
tan apetecidos por quienes ejercen el poder: desfiguran el sentido de las
cosas, generando la idea de que estas han sufrido una transformación.
Sucede con expresiones del tipo habitante de calle, trabajadora sexual, falso
positivo, comunidad gay, comunidad afro
y todo ese diccionario acuñado por la corrección política y sus múltiples
espejismos.
La pobreza, la discriminación y
la violencia campean por todas partes. Solo que matizadas por la aparente
suavidad de las palabras.
Tardamos poco en caer en la
trampa: el martilleo de los medios, igual
que el de la publicidad surten efectos rápidos.
Y después ya no hay punto de
retorno.
Igual sucede con toda esa cacofónica letanía de los niños y las niñas, los abogados y las abogadas,
los rinocerontes y las rinocerontas, las periodistas y los periodistos.
El mínimo examen nos lleva a la
conclusión de que lenguaje incluyente es
el que hemos utilizado toda la vida: en la palabra ingenieros caben todos los que ejercen esa profesión: los
hombres, las mujeres, los gay, los indígenas y toda la rica variedad de
individuos y matices que conforman una
comunidad.
Todo eso tiene una explicación:
la imposibilidad de tomar distancia crítica frente a los mensajes emitidos por
los poderes de toda laya: políticos, religiosos, familiares, culturales,
económicos y mediáticos.
A su vez esa imposibilidad
es el resultado de que las personas no leen y, por lo tanto no
predisponen la mente a la reflexión. Por eso se sientan frente al televisor,
recorren con la vista las noticias del periódico, se sumergen en internet y
regresan de ese viaje convencidas de que todo lo representado allí corresponde a la realidad
de los acontecimientos.
Porque en realidad la
información es una representación, no
una presentación de los hechos.
A menudo olvidamos que los medios
de comunicación son menos una expresión de la democracia que una forma de
control de la realidad por parte de
quienes detentan el poder.
Por eso no podemos decir que
seamos ciudadanos. A duras penas somos consumidores y, sobre todo,
consumidores de información.
Como trabajo lejos de mi casa,
suelo almorzar en restaurantes que
ofrecen un menú bautizado como ejecutivo.
En todos ellos fijan grandes
carteles con la variedad de platos
disponibles para la ocasión.
Y además están escritos en letras
grandes. Muy grandes.
Sin embargo, los comensales los
miran con indiferencia, se sientan a la mesa y le espetan a la
persona que los atiende: ¿Qué hay
para almorzar?
No hay otra salida que leerles y releerles lo
que está escrito en la cartelera.
Es decir: no leemos ni el menú.
Por eso se entiende que mi
compañera prefiera socializar a su amiga Irene, en lugar de presentarla, como
en los viejos tiempos.
Así las cosas, en lugar de
ayudarnos a aclarar y comprender el
mundo el lenguaje lo enturbia.
Por ese camino estamos cada
vez más lejos de la posibilidad de
incidir en el entorno y de emprender su transformación, por pequeña que esta
sea.
PDT A propósito de claridad, les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
Ah, eso de que ‘le socializo a fulanita” es totalmente nuevo para mi, mire hasta dónde hemos llegado con el abuso de ciertos verbos que a veces rondan el disparate. La corrección politica es el gran mal de nuestro siglo, una verdadera epidemia cuya punta de lanza son los medios de comunicación, donde a menudo me desayuno con titulares del tipo “animales en situación de calle” por perros vagabundos, y otras lindezas sacadas de los pelos. Y esta vez me ganó por goleada con su cartel sugerente: “napolitanga” y “empanalgas” se merecen la medalla de oro en marketing callejero.
ResponderBorrarEl "Marketing callejero " da para varios tomos completos sobre el ingenio popular, rebusque o "Economía informal" , como la llaman algunos economistas, apreciado José.
ResponderBorrarCreo que eso nos ha ayudado a sobrevivir frente a los infortunios desatados por los poderes expertos en saqueos.
Y lo de la corrección política...Bueno, nos tienen cogidos de las pelotas.
No sé si en castellano ya existe un equivalente del inglés "mansplain" o "mansplaining", que se ha convertido una amenaza para el debate fructífero entre hombres y mujeres en ese idioma. Este matrimonio entre el sustantivo man=hombre y el verbo [ex]plain=explicar se aplica al hombre que explica algo, generalmente a una mujer, en forma condescendiente y con suficiencia, demostrando su ignorancia y al mismo tiempo su falta de sensibilidad para darse cuenta de que la mujer ya sabe todo eso. Es muy eficaz, porque tiene agudeza y humor, dos requisitos de la buena puntería en estas lides. El problema es que, ahora, el término se ha extendido tanto que es usado por cualquier mujer que quiere silenciar a un hombre que da una opinión (buena o mala) contraria a la que es aceptable para ella. Y de un buen instrumento se pasa a una herramienta de exclusión. En inglés es muy irritante... para los hombres, claro.
ResponderBorrar¡Por las barbas del profeta! Me pregunto si los hombres y las mujeres somos " explicables", mi querido don Lalo.
BorrarHasta ahora creia que ese era el único misterio superior al de la santísima trinidad.
Creo que la inquietud planteada por usted supera con creces a la célebre " Pregunta por la cosa", que tantos desvelos sigue causando.
Ah... y a propósito de palabras, palabrejas y palabrotas, se me pasó por alto una perla acuñada en los grandes centros de poder político y académico. Es decir, los paraísos del embaucamiento. Me refiero a la tal "Posverdad", que no es otra cosa que la vieja, marrullera y letal mentira de siempre.
El primer tema de la selección musical de tu enlace, El Arriero, de Atahualpa Yupanki, es una de las perlas indiscutibles del cancionero popular latinoamericano. Recomiendo escuchar la letra, con eso de "las penas y las vaquitas se va por la misma senda... las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas." Y el resto, que es buena poesía popular. Si Joan Manoel Serrat hubiera cantado esto nos mearíamos a chorritos
ResponderBorrarYa me mie, mi querido don Lalo, ya me mie.
BorrarAh si.. ya se que alguien va a corregirme y a decir que la expresión reglamentaria es mee.
Pero que le hacemos si ya me mie.
Querido amigo: Me haces recordar que cuando fui director de Noticias RCN Risaralda, con frecuencia vi a mi jefe Juan Gossaín salido de la ropa con lo que acertadamente llamaba "verbalizar sustantivos".
ResponderBorrarEn cierta ocasión, por dármelas de gracioso, le dije que el idioma es como la política, muy dinámico. Y fue peor. Recibe mi abrazo y mi felicitación por "socializarme" tus escritos.
... Y falta hablar de la plaga bíblica que es la palabra tema... o la tal posverdad, que no es nada distinto a la vieja y conocida mentira que nos acompaña desde el comienzo de los tiempos.
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