Rubiel Pinillo
Como dos ríos que se cruzan, se
abrazan y siguen su camino formando un solo cauce: así ha sido el encuentro
musical entre Rubiel Pinillo y Carlos
Elliot Jr.
Dicen que la palabra Otún llegó de África enredada en la
lengua de los esclavos trasplantados a América por los traficantes de hombres
que los cazaron y secuestraron en sus reinos de leyenda.
Y Otún es el nombre del río en cuyas riberas se encontraron Pinillo y
Carlos Elliot. Más concretamente, en el sector de La Florida, un corregimiento ubicado a media hora del centro de
Pereira.
Las canciones simples y claras de
Pinillo nacen aquí mismo, en esta región
donde el verde adquiere mil tonalidades y asciende al cielo entre
lianas, bejucos y guaduales.
Los acordes de Carlos Elliot Jr
surgen donde quiera que se dé un desencuentro entre el universo y sus criaturas. En el delta del Mississippi
le dicen blues, pero puede llamarse Fado en Portugal, Bossa
nova en Brasil o Tango en
Buenos Aires. Su materia es la
honda tristeza que se agolpa en la
sangre de hombres y pueblos despojados
hasta de sí mismos.
Del Otún al Mississippi, tituló Carlos Elliot uno de sus discos en un intento afortunado por
tender puentes entre pueblos distantes en la geografía pero
más cercanos en espíritu de lo que
parece.
Después de todo, el desarraigo es
uno solo en todos los lugares de la tierra.
Rubiel es un campesino
acostumbrado a descuajar montañas en busca de un terreno fértil para
plantar maíz y frijol. Cuando pulsa las cuerdas
de su guitarra las canciones van
surgiendo convocadas por ese espíritu colectivo de que está hecha la poesía.
A veces son alegres y aluden a los goces del cuerpo y del alma con esos
giros del habla que caracterizan a la picaresca en todas partes.
En otras ocasiones se abisman en
los reinos de melancolía propios de un cancionero en el que la desdicha amorosa es siempre un motivo para alzar la copa y destilar una buena dosis de veneno en las
entrañas.
Pinillo tiene hondas raíces de árbol viejo que no lo dejan
moverse de su tierra. “Con estas piedras me sobra y basta para
hacer mi casa”, declaró alguna vez.
Carlos Elliot parte de vez en
cuando a visitar a sus amigos del Mississippi. A veces ha llegado incluso hasta la India, pero siempre vuelve a su casa
de La
Florida, donde lo espera una mula a la que un día le dedicó una canción.
En uno de esos regresos se sentó
a tomar café con Rubiel en una tienda del vecindario. A tomar café y a repetir un rito milenario: conversar mientras se ve caer la lluvia.
Por aquí los aguaceros abundan. Entre uno y otro, hombres y mujeres
comparten largos silencios.
Un día Rubiel y Carlos cayeron en
la cuenta de lo más elemental: el talante campesino del blues, aquí y en todas partes.
¿Por qué no componer juntos un
puñado de canciones y echarlas al viento de La
Florida a ver qué pasa?
Se preguntaron.
En eso se han pasado los últimos
tres meses, con el auspicio de la Fundación
Albor, otro sueño que nace forjado
por esos eternos amantes de la música que ni componen ni interpretan pero
ayudan.
Una a una las composiciones toman
cuerpo, como esas semillas arrojadas al surco que toman lo mejor del agua, la
tierra y el viento para hacerse fuertes y darse al mundo.
La obra conjunta de Pinillo y Carlos Elliot ya casi
está lista para darse al mundo. Su materia es la misma de todos los versos y
acordes que en el mundo han sido desde el comienzo de los tiempos: las alegrías
y desdichas de los hombres. Por eso el disco se llamará así: El blues de la parranda, que es como
decir la tristeza de la dicha.
A ver qué nos depara la feliz
complicidad entre estos dos trovadores del río.
PDT: les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada
Delicioso título para un album discográfico, que hasta suena con aires simbólicos, una suerte de cara B del disco, donde a veces están escondidas las joyas de un trabajo musical. Muchas gracias por dar a conocer a sus paisanos, esa música de tierra adentro, sin mayor pretensión que narrar las vivencias y desventuras siempre cala muy hondo.
ResponderBorrarAh, por lo visto, es muy colombiano o "macondiano" eso de pasar el rato hablando mientras cae el aguacero.
"Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo" es uno de esos títulos - entre varios- de García Márquez que le rinden tributo al viejo y saludable ritual de ver llover, apreciado José.
ResponderBorrarY-mire por dónde- de una buena sesión de esas puede surgir todo un cancionero a cuatro manos.
A propósito de aguaceros y canciones, lo dejo rumiando estos versos de Armando Manzanero : "Esta tarde vi llover/ vi gente correr/ y no estabas tu".
Muy certera la alusión a los ríos: la música es un discurrir o fluir de la cultura popular, como el río lo es de la sustancia nutritiva de la tierra. O eso me parece a mí...
ResponderBorrarPor algo se habla de "corrientes musicales", mi querido don Lalo. Y por algo la música es la más certera medida del tiempo... Igual que el río, o al menos según la mirada de Heráclito.
ResponderBorrarGustavo, el río y su entorno es un espacio generoso para las historias. En él se alimentan, esperando a quien las quiera cantar. Carlos Elliot bien lo sabe. A Rubiel lo vi en un festival muy agradable sobre cuento y oralidad en Pereira. Fue en la Cámara de Comercio, en el mes de julio de este año que pronto terminará. Rubiel cantó en el evento, lo sé, su bigote aparece hasta en algunas fotos de Groucho Marx. Ese bigote heredado por ciertos afectos del humor y la lengua y no por la genética. Cómo no reconocerlo, Incluso, Edson Velandia, el hombre de Piedecuesta, lo reconoció al oírlo cantar, y le ofreció un trago de ron o de aguardiente a Rubiel, que lo tomó como si fuera agua de río. Allí, tres hombre de música y campo.
ResponderBorrarHombre, tocayo. Eso del trago como ofrenda es todo un ceremonial religioso. Después de todo en los orígenes todas las músicas están relacionadas con el ritual sagrado.
ResponderBorrarY de esas cosas saben mucho el blues y la música parrandera.
¡Salud!