miércoles, 15 de noviembre de 2017

Los trinos de La bella durmiente





  Las fantasías del yo.

Por supuesto,  el anterior subtítulo es redundante. El yo, en caso de que tal cosa exista, es en sí mismo una fantasía. Un desesperado intento de afirmación en las arenas movedizas del mundo.

Cuando alguien pregunta por mi nombre y respondo: Gustavo, eso ya  es un acto de fe.

Por eso les pregunto cada vez menos a las personas quiénes son: para no crearles problemas.

A lo largo de los siglos hemos intentado toda suerte de trucos para  demostrar la propia  existencia y, de paso, probar la de los otros.

El arte y  todas sus variantes han sido uno de los recursos más socorridos. Las pinturas, los poemas, las canciones y los cuentos siempre nos brindan la posibilidad de ser nuestros propios héroes.

Sentirse identificado con alguno de esos héroes es una forma de adquirir o recobrar la consistencia existencial  extraviada en algún recodo del camino entre  el ilusorio paraíso perdido y el presente.



Una de las más  bellas y certeras metáforas  acaso sea la de La bella durmiente.

Encantada por las fuerzas del mal, duerme un sueño eterno del que es despertada  por un beso del príncipe.

Con ese acto, el orden del universo recobra su sentido, y de paso, los emisarios del  bien reciben, a modo de recompensa, la moneda que da cuenta de su propio ser en el mundo.

Estamos entonces frente a otra redundancia: no hay príncipe sin princesa.


O lo que es lo mismo: no hay vida sin relato. Alguien debe narrarnos para evitar que nos disolvamos en el vacío.

Durante siglos esa tarea la realizaron los dioses. Dormíamos tranquilos porque las divinidades, insomnes y eternas, se encargaban de tejer cada uno de los segundos, minutos, horas, años y milenios que nos constituyen.

Cronos ¿Lo recuerdan?

Hasta que, cansados de nuestra indolencia, los dioses se marcharon a otros eones.

Me tomó  trescientas quince palabras llegara a este punto. Es decir, desde que los dioses hicieron mutis por el foro hasta el reinado de las redes sociales.



Escucho en la radio que un sujeto interpuso una demanda porque lo sacaron de su  círculo de  Whatsapp.

Dicho de otra forma: le  recortaron el ego. La posibilidad de multiplicar  su porción de ser.

Porque ahí  reside la clave de todo. Despojado de toda posible forma de trascendencia, el individuo moderno chapoteaba en el sinsentido.

Hasta que uno de los viejos dioses despertó de su siesta y sintió lástima de tanto desamparado.

Y como el ángel mensajero andaba ocupado resolviendo algunos asuntos escabrosos, envió unas curiosas potestades: las redes sociales.

“Creced y multiplicaos” dijo.  Y   entonces  surgieron Twitter, Instagram, Facebook y todas las demás.



A través de ellas usted  puede multiplicar su yo  a una velocidad que lo espantaría si tuviera tiempo para detenerse a pensar.

Basta con que se  enganche  a la cola del primero que opine sobre cualquier cosa: sexo, política, economía, marcianos, fútbol, caricaturas, literatura, triunfadores, farándula, ciencia, fracasados, religión, moda. Lo que sea. Pero es  necesario que se encadene como quien se aferra a un madero en medio de un naufragio.

En todo caso es vital que opine (Ah… en lo que terminó la  pobre  Doxa de los antiguos griegos. Esa amable invitación al conocimiento).

Si  bracea a la velocidad que permiten los “diálogos” en las redes sentirá que empieza a recobrar su  paraíso perdido. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, cien, mil, un millón. Cómo tranquiliza esto de ver  el número creciente de sus seguidores. La fantástica multiplicación del yo. Es como un narcótico. Algo que le devuelve la paz al ser. A la amenazada consistencia existencial.

Ahora entiende por qué el ángel dijo “Creced y multiplicaos

“Y  poblad la tierra”.  Recita una voz en su interior. La voz del ego reconfortado  por tanto seguidor.

Porque la ecuación es irrebatible: A  mayor número de seguidores mayor densidad existencial, más plenitud.

 A estas alturas, como en los escarceos juveniles, sucede algo inevitable: ante la evidencia de tanto seguidor el ego experimenta orgasmos múltiples.

Envanecido y agradecido con los dioses, se  abandona  al sueño.

Y eso lo pierde. Al despertar descubre con espanto que el número de seguidores ha menguado.

Y el ser se encoge.



¿Recuerdan   “La tristeza post coitum” de que hablara san Agustín? ¿La invencible desolación que se apodera del homo sapiens después del sexo?

Bueno, eso  nos sucede a todos cuando bajamos la guardia y nos abandonamos a las fantasías del ego.

Así que no desespere y vuelva a empezar: Uno dos, tres, cuatro cinco, cien,  mil, un millón.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

6 comentarios:

  1. Somos lo que creemos ser, me dijo (en vano) un profesor hace mucho tiempo. Hace un rato, mirando mi cuenta de Twitter, encontré que Bill Kristol había retuitado a una mujer que se maravillaba de, a su vez, haber retuitado a Bill Kristol. Ocurre que la mujer es progre, mientras que Kristol es uno de los conservadores más famosos de USA. Tan conocido e influyente, el tipo, que él solito inventó de la nada a Sarah Palin, hace unos años. Lo redime, ahora, su oposicion y feroz crítica a Trump (la razón por la que esta mujer y yo mismo seguimos a este derechista furibundo). Curioso, fui a la cuenta de la tuitera y me encontré con un tuit en que se maravillaba nuevamente, esta vez de que Bill Kristol la retuitara a ELLA. Esto me sugiere que los tuiteros no estamos tan fascinados con el número de nuestros seguidores y/o ocasionales interlocutores como con su importancia, aunque sea una importancia detestable para nosotros. Es la palmada del poderoso en la cabeza sudorosa de su jardinero, que después contará en la cocina que el amo lo aprecia tanto que hasta lo toca con la mano. Te confieso que Bill Kristol nunca me ha retuitado a MÍ, el ingrato, a pesar de que yo lo he retuitado a él, y por consiguiente ha visto mis tuits... Es una tristeza diferente a la del post coitum, porque ni siquiera hubo coitum. Perdona, Gustavo, el Twitter me tiene un poquito trastornado.

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  2. Ja,ja,ja,ja. ¡Santo cielo! esto está más próximo a las paradojas de Zenón de lo que yo imaginaba, mi querido don Lalo.
    Pero que digo Zenón: se me parece a esas personas creyentes en la reencarnación, que siempre dicen haber sido Cleopatra, Napoleón, Buda o una zarina de todas las Rusias... pero nunca el jardinero de cabeza sudorosa que recibe la palmada en la cabeza.
    Mil gracias por esa saludable dosis de humor.

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    1. A propósito del jardinero y el poderoso, está la anécdota que contaba Bertrand Russell (hoy estoy con el name-dropping), quien escribió su primer libro a la edad de ocho anos, creo. Y paseando con el libro en la mano se encontró con su jardinero, a quien le contó sobre el feliz acontecimiento. Tras recibir la felicitación del hombre, Bertrand le preguntó cuantos libros había escrito. "Yo no he escrito ningún libro", fue la respuesta del trabajador. Supongo que el jardinero era la primera persona de conocimiento de Bertrand Russell que no había escrito ningún libro. Y también supongo que allí, en ese instante, le dio una palmada en la cabeza, para consolarlo.

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    2. Va uno a saber que veía en el jardinero este Russell.
      Tal vez la manifestación de un número desconocido y amenazante.
      Por eso trató de apaciguarlo dándole una palmada en la cabeza.
      Quién sabe

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  3. Jugosos trinazos le ha salido hoy, diría yo (falta saber si cumplirán los benditos 140 caracteres para encajar en el patrón Twitter, jeje).
    Yendo al asunto, cuánta razón en sus apreciaciones, conozco gente que mide el grado de su felicidad en función de cuántas felicitaciones reciben por Facebook el día de su cumpleaños: a más mensajes, mayor la sensación de sentirse querido o importante. Antes alimentábamos el ego mirándonos al espejo (“espejito, espejito, ¿quién es la más bella?” ); hoy nos miramos en el reflejo de las redes sociales (número de seguidores, conteos de “me gusta”, etc).

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  4. Usted lo ha dicho con exactitud, apreciado José. Tanto que, de paso, acuñó un par de palabras para el spanglish :
    Facelicidad : Sensación de plenitud al verse en Facebook.
    Facelicitaciones : recompensa recibida por quienes se mantienen fieles a la divinidad Facebook.

    Aunque... cuidado. El asunto también puede funcionar en sentido inverso:
    Facedepresión
    Faceangustia.

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