“Yo, Nils Gugstrum, juro que si no llego a ser miembro del club
de campo de Gory Brook antes de cumplir
los veinticinco años, me ahorcaré”.
Gory
Brook es un campo de golf, y Nils Gugstrum es el ausente protagonista de un cuento titulado Una visión del mundo, incluido en la
antología de relatos de John Cheever, publicada por Random House en 2018.
En realidad, Una visión del mundo podría ser el título de la obra toda de
Cheever, amasada con la materia de los más puros desastres: los de las
ambiciones personales, los del contrato social, los de los atavismos religiosos
y los de la competencia incesante por ascender
en la escalera de la vida económica y social.
Por eso mismo, porque sospechan
que cada paso en la ruta de su
arribismo es en realidad una
aproximación al despeñadero, las
criaturas de Cheever van por el mundo
con el aire crispado de quien
presiente lo ineludible.
Los círculos de su infierno van
de la alcoba conyugal a las reuniones de la empresa. De las fiestas y asados
donde compiten y a la vez se reconocen en su fragilidad a los momentos de
suprema soledad que solo las canciones y el alcohol pueden mitigar.
A lo largo de 861 páginas siempre
encontramos a alguien destapando una
botella de vino, de whisky, de ginebra o de cogñac. Siempre hay un marido o una esposa
intentando seducir a la pareja del vecino en un último intento de redención o
de disolución total. En las historias de Cheever la gente espía las desdichas
del vecino como una forma de consolación: si no hay algo parecido a la felicidad en estas vidas, lo mejor es curarse
las propias heridas comparándolas con
las desventuras del prójimo.
“Estoy sentado al sol bebiendo ginebra. Son las diez de la mañana. Domingo. La señora Uxbridge se ha
ido a algún sitio con los niños. La señora Uxbridge es nuestra ama de llaves.
Prepara las comidas y se ocupa de Peter y de Louise”
¿Puede alguien imaginar una
escena más desolada que un padre de familia embriagándose una mañana de
domingo, el día que se supone asignado a la felicidad familiar, al hogar dulce hogar tantas veces celebrado por el cancionero
popular?
Y si: eso le pasa al narrador de
un cuento cuyo título es en realidad una premonición: La cuarta alarma.
El hombre bebe porque ha
visto al edificio del Sueño
Americano desplomarse a sus pies… con él y los suyos adentro.
Y Cheever sabe tanto de esas
cosas. Nació en 1912, lo que equivale a decir que se hizo grande en medio
de las dos guerras mundiales , es decir, el periodo de la historia en el que la
fe en el progreso, fundada por el Renacimiento y afirmada por la Revolución Industrial, se
hizo trizas arrastrando consigo las
ilusiones de varias generaciones.
Más tarde, el escritor
fue testigo de una curiosa variación de
las aspiraciones trascendentes: el momento en que Norteamérica redujo el tamaño de sus expectativas a
poseer una casa con barbacoa en el
antejardín, un Ford en el garaje y una colección entera de aparatos domésticos.
En otras palabras, una suerte de liturgia donde la gente les
endosa sus preocupaciones cotidianas a los objetos para entregarse en cuerpo y alma a su
desesperación.
Cuando ya no resisten más, estos hombres y mujeres
huyen hacia las casas de campo, a los supermercados, a los autocines, a los
restaurantes, a los hoteles de paso y a los sitios nocturnos donde la
voz convulsa de Louis Amstrong
canta: What a Wonderful world.
Ustedes ya saben: dime de qué
presumes y te diré qué te hace falta.
Ricos, célebres, exitosos o ansiosos por serlo, los personajes de Cheever
son una procesión de almas en pena que se aferran a la fiesta, a la botella o a la cópula furtiva como a una
última tabla de salvación. Se apellidan Pommeroy, Hollis o Harley. Pero esas
son solo maneras de nombrar la épica
del fracaso que surca sus vidas. Antes que cuentista, Cheever es una suerte de
sismógrafo que traduce en cuentos la desventura de estos seres que siempre
están repitiendo una eterna letanía prefigurada en el título del primero de los cuentos de esta selección:
Adiós, hermano mío.
PDT Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Bien elegida, como símbolo de la tristeza,la desesperación, el pesimismo, la mención al personaje de Cheever bebiendo solo, comenzando (o prolongando) una borrachera que durará todo el día, toda la semana, todo el mes. Ese personaje de hace cuatro o cinco décadas, ahora votaría a Trump con la intención de recuperar alguna pé¶dida imaginaria. El definitivo e irremediable fin del American Dream. Qué coincidencia, acabo de leer en BBC Mundo una entrevista al economista estadounidense Peter Temin, en la que encuentra una gran semejanza entre Estados Unidos y la Argentina, ambos países muy ricos en proceso de empobrecimiento, debido a una larga serie de decisiones políticas equivocadas...
ResponderBorrarEsa sola imagen- la del del padre de familia embriagándose en una mañana de domingo- refuta con creces el andamiaje del american dream, mi querido don Lalo.
BorrarY claro: todos los que pretenden recuperar un paraíso perdido que, como todos los paraísos, jamás existió, votan y seguirán votando por tipos como Trump y sus réplicas en el planeta entero.
Olvidé el link con el artículo mencionado...
ResponderBorrarhttp://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-43411592
Mil gracias por el enlace, mi querido don Lalo.
BorrarNo he leido todavía a Cheever, pero su reseña de esta antología me hace recuerdo a una selección cuidada de cuentos de Truman Capote que tuve la fortuna de paladear hace muchos años. Una galería de personajes perdedores salpicaban sus páginas, un cruel retrato de la soledad como escenario de fondo.
ResponderBorrarAnímese a hincarle el diente a Cheever, apreciado José. Como reza el lugar común: "Después de leerlo usted no volverá a ser el mismo".
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