Es un tópico decir que la gran literatura es una interminable procesión de sombras que se buscan a sí mismas entre los meandros de las palabras.
Pero qué le hacemos si los
cuentos, las novelas, los poemas, las crónicas y los ensayos están allí para
recordárnoslo.
De Helena de Troya a Alejandra Vidal Olmos. De
El Cid Campeador a Melquiades y del Moisés bíblico al santo borrachón de Joseph Roth.
De hecho, Ernesto Sábato escribió un libro cuyo título resulta
redundante sólo en apariencia: El escritor y sus fantasmas.
¿Hacia dónde se dirigen esas
criaturas cuya locura es apenas un avatar de quienes las crearon y las pusieron
a viajar por el mundo?
Nos preguntamos al llegar a la palabra final de un libro.
Porque en la gran literatura el
final es apenas otro comienzo: igual que Ulises al regresar a esa Ítaca que ya
no es suya.
Supongo que el joven ensayista y
cronista Camilo Alzate se planteó esa
pregunta a la hora de sentarse a escribir
sus breves y reveladores textos,
compilados en un trabajo titulado La
escritura y el viento, obra que resultó ganadora de las convocatorias de
estímulos de la Secretaría de Cultura de Pereira en el año 2018.
El viento va y viene. Viene y se
va.
En ese trasegar cuenta cosas,
igual que las palabras.
Son trece ensayos breves los que
conforman las ciento dieciséis páginas del libro.
En el recorrido pasamos de algunos de los escritores claves en la
formación literaria de Camilo Alzate a su particular visión del mundo desde el
sillín de una bicicleta.
Tal vez por eso en el primer
ensayo titulado Oyendo la hierba nos deja
claro que no hay vida sin paisaje. Y por lo tanto, tampoco puede haber
literatura sin el aliento del agua, de los árboles y de la tierra.
O de esa otra forma del paisaje que son los edificios, las esquinas, los
parques y los transeúntes anónimos de
las grandes ciudades.
Por eso en su devocionario
personal un escritor como Paul Auster ocupa un lugar central: es el narrador de
un mundo forjado con los fragmentos de mil espejos rotos: las vidas de quienes
transitan un laberinto tan inexpugnable como el de la vieja Creta: las calles de Nueva York.
Así de a poco, pedaleando las palabras igual que
Alzate en su bicicleta nos aproximamos a aspectos primordiales del mundo a
través de una canción de Lucho Bowen escuchada en un granero del centro de
Pereira: esas imágenes que llegan a nuestros sentidos colgadas de un
gancho que se balancea en el tiempo.
Otro pedalazo y estamos ante su
visión del García Márquez esencial: el que tradujo en novelas nuestras infinitas formas de un
delirio que, todavía hoy, nos permite adivinar el futuro en el lomo de los
peces del Caribe.
Una leve escalada y nos topamos con esa bella
forma del absurdo cifrada en un libro
de Melville, vencedor de ballenas blancas.
Un premio de montaña y asistimos
a su valiente vindicación de la vida y
obra de Eduardo Galeano, un escritor
despreciado por las élites de la literatura. ¿Su pecado? Permitir que la
indignación política circule en libertad
a través de sus libros.
Como si todo texto no fuera, en
el fondo de sí mismo, político.
Y así vamos rodando por un
paisaje en el que, de repente, los frailejones conviven con los cañaduzales y
los ciclistas- anónimos o célebres- comparten el dulce y amargo sabor del viaje con novelistas como
Emile Zola, poetas como Francisco de Quevedo o músicos salseros como Ray Barreto.
La vida, la literatura, están
hechas de esos amores incestuosos.
Al final de la jornada, entre La escritura y el viento encontramos una declaración de principios como ésta,
consignada en una de las solapas del libro:
“La escritura se parece a rodar en bicicleta. Nos va la vida tirando
para acabar una página. Uno aguanta, resiste, borra, aguanta. Vuelve a borrar.
Casi nunca llega como quisiera. Uno prueba a ver qué. Cualquier historia
sucede durante la ruta, pues el final es
pura disculpa.”
En realidad el final nunca ha importado. Ya lo han dicho tantos
que se volvió tópico: para el viajero la
gran recompensa es el camino.
Sobre todo sí, como sucede con la gran literatura, el camino es
transitado una y otra vez por una procesión de sombras, más consistentes en
todo caso que muchos seres de carne y
hueso.
Eso es lo que nos dice Camilo Alzate a través de estos “Ensayos, tanteos y errores”, como bien
lo precisa en el subtítulo de su libro.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Y ya va siendo tópico también que los colombianos conciben el mundo desde una bicicleta, pues es un hecho generalizado que sus ciclistas son invencibles en el continente y respetados en los circuitos europeos, empezando por el gran Nairo. Recuerdo que su amigo humorista Matador es un gran aficionado a las dos ruedas. Y ahora este joven ensayista pedalea entre líneas. No jodan (jeje, es broma).No será el comentarista Camilo que siempre dejaba sus imperdibles ironías? En cualquier caso, mis respetos a esa gran cultura ciclística que tienen en Colombia.
ResponderBorrarSi, apreciado José: es el mismo Camilo que un día se fue pedaleando en su bicicleta y no volvió... al menos por estos pagos.
ResponderBorrarEn realidad, lo del ciclismo en Colombia es algo natural: las montañas primero fueron transitadas a lomo de caballo o a " pata de indio".
Con el paso del tiempo, por necesidad o por goce, los ciclistas se enseñorearon del paisaje y ahi van: unos pedaleando y otros escribiendo ensayos.
Buen viernes,Lic.Gustavo. Estos sus escitos me hacen sentir que en lo inusual,en lo fuera de serie,se esconden las respuestas del misterio de estar vivos....Abrazo,con salsa y control, Javier.
ResponderBorrarMuy buen viernes con ron, son y sol, apreciado Javier. Pedalazo a pedalazo, este Camilo Alzate nos conduce hacia cimas ...y simas de esta vida nuestra de cada día.
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