“Todo arde si le aplicas la chispa adecuada”, reza una canción de
la banda de rock española Héroes del
Silencio, que podría servir de
epígrafe a la novela Mapa con abejas y tambor, del joven
escritor risaraldense Jáiber Ladino.
Porque el viejo simbolismo del
fuego cruza las ciento sesenta y dos
páginas de este libro armado como las piezas de un rompecabezas que, además,
supone una puesta en duda de los límites
de la realidad: todo el tiempo el lector está cruzando un umbral que hace inciertos los géneros literarios como
herramientas para aprehender el mundo.
La vida siempre se nos escapa. Y
cuando creemos haberla atrapado ya estamos muertos y olvidados.
Si corremos con suerte quedará
por ahí un manuscrito abandonado que le hable al mundo de nuestros estremecimientos.
Es el caso de Juanté, a quien la
muerte asedia a edad temprana y lo
obliga a enhebrar una sarta de palabras para dar cuenta de su paso por el
mundo.
El cuaderno Guacamayo, es el título de ese relato cifrado.
Su legado puede ser un diario privado, una bitácora,
una crónica, una novela o la suma de todos los anteriores.
Y siempre el fuego como gran
motivo del relato.
No por casualidad se dice que la
danza enciende los cuerpos, la palabra aviva el ánima del mundo y la mística
ilumina los recintos más recónditos del corazón.
Mapa con abejas y tambor
está tejida a partir de esos elementos.
En lo anecdótico, asistimos a las
peripecias de una imagen del Niño Jesús
de los pies Esclavos que llega a las costas de América en las manos de la
esposa de un buscador de oro atraído por
el resplandor de las minas de Marmato.
En el trasfondo está la mística,
la voluntad de hacerse uno con la
divinidad que alienta en el fondo de todo sentimiento religioso.
De ahí la presencia constante de
la poesía de la santa Teresa de Ávila.
Y, gravitando sobre todas ellas, la omnipresencia de la
danza. Cada uno a su manera, los
protagonistas de la novela tratan de trascender los elementos meramente
folclóricos de los bailes colombianos, para adentrarse en su condición ritual:
aquella que los vincula con el origen de los mitos y las religiones.
La danza como invocación a la
divinidad. Eso es lo que encontramos en la página ciento diecisiete del libro, al asomarnos
al Cuaderno
Lorito Guerrero, escrito por Mauricio en su intento por seguir los pasos de
su maestro Juanté:
“Se acerca el concurso de Omach. Durante las vacaciones me propuse
investigar en torno a dos ritmos que a Juanté le hablaban de su espiritualidad.
En las Farotas encontró la farsa para defender a su santa Teresa a ritmo
de carnaval. Y, como un santo necesitado
de enfrentarse al demonio, la danza de los diablos espejo le brindó esa oportunidad. En el viaje, los
diablos se me escabulleron. Sólo me quedan las fotos de una máscara descuidada,
de una cabeza de cucamba maltrecha, y de un diablo en una pared que, cuando veo
en el álbum, se ríe de mi inexperiencia”.
Como todas las regiones mineras,
los lugares donde discurren los
protagonistas de Mapa con abejas y tambor
están surcados de principio a fin por
las distintas formas de la magia. Y de esos elementos se vale el narrador para
proponernos una urdimbre en la que la
naturaleza es lenguaje cifrado: las abejas como símbolo del alma y los tambores
como agentes de invocación a las fuerzas primordiales que nos mueven.
El tambor como réplica de los
latidos del propio corazón. Un
instrumento para seguir los ritmos del mundo. Los de la sexualidad y los de las búsquedas
espirituales resumidas en la danza de las
abejas, como podemos leer en la página ciento diecinueve:
“Un lenguaje muy sexual y hermafrodita
el de este tema. Místico y cierto. Los diablos no son tan malos. Los
necesitamos para saber que amamos. Sin diablos, tendríamos la seguridad de
hacer lo correcto, no habría necesidad
de discernir. Eso lo odiaría cualquier alma consagrada a Dios. Sin diablos
somos abejas que pierden la memoria y perecen en los caminos.”
Para no perder la memoria y
perecer en los caminos escribimos o intentamos
escribir historias.
Y allí reside la clave de esta
novela de Jaíber Ladino, propuesta como
un viaje al corazón del fuego.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Danza y fuego, dos elementos originarios en la cultura. Alrededor del fuego nos reuníamos para conversar y hacer pueblo... la danza fue la primera misa, o ceremonia que sublimaba ese acto elemental. Y después se bebía, claro. Un brindis, entonces, por Jaiber...
ResponderBorrar¡ Salud! mi querido don Lalo... y gracias por el fuego.
ResponderBorrarUn abrazo,
Gustavo