En el año de 1530 los Caballeros de la Orden de Malta le
regalan al emperador Carlos V una estatuilla con forma de halcón que, según la
leyenda, contenía en su interior una o varias piedras preciosas.
Igual que hoy, así se jugaba al poder político en esos tiempos.
Cuatro siglos después, en la
soleada San Francisco, el detective Sam
Spade le sigue el rastro a una banda de forajidos
que a su vez persiguen la pista de la
joya.
Como bien sabemos, El Halcón Maltés es la más celebrada novela del escritor
norteamericano Dashiell Hammet. La obra
fue llevada al cine por John Houston en
1941, en plena Segunda Guerra Mundial.
El poderoso efectismo del cine
hizo que desde entonces asociemos a Sam Spade con el rostro inteligente,
duro y cínico del actor Humphrey Bogart.
Pero Sam Spade es mucho más que
eso: es el símbolo de una época en la que las ilusiones de progreso incesante,
gestadas desde el Renacimiento y
apuntaladas por la Revolución Industrial
se venían abajo.
Entre una guerra mundial y otra se produjo el desastre económico de
los años treinta y se abrieron las puertas para
que a la alegre y despreocupada década del veinte le sucediera un
encadenamiento de pesadillas que ya no
tendría fin.
El sueño americano resultaría ser
tan seductor, elusivo y frágil como El Halcón
Maltés.
Pero ¿Quién fue este
Dashiell Hammet?
A revelarnos sus múltiples
rostros dedica la escritora Diane Johnson las cuatrocientas páginas de su libro
Dashiell Hammet, Biografía, publicado
en español por Seix Barral en 1985.
Autora a su vez de cinco novelas,
Johnson se consagró a escudriñar en la
vida y obra de Hammet con
agudeza y paciencia dignas del mismo Spade.
Desde los días de infancia del escritor, los conflictos con su padre y
su permanente persecución de un algo que siempre se le escapa de las manos, Diane Johnson teje una trama que muy
pronto trasciende los modelos de la
biografía convencional para
adentrarse en un universo que es a la vez el de la mente de Hammet,
lúcida y atormentada, y el estado de conciencia de un país poseído por la
corrupción y asediado por el fantasma del comunismo.
El mismo fantasma que anunciaran Marx y Engels en su célebre Manifiesto Comunista.
Como Spade, Dashiell Hammet fue un hombre convencido de que se debe vivir
como se piensa o no pensar en absoluto.
Por eso, su
biógrafa nos lo muestra paladeando las delicias de su éxito como
escritor y guionista de cine, al tiempo que se enfrenta sin miedo a la cacería de brujas desatada por el Comité Nacional para las Actividades
Antiamericanas, que acabaría llevándolo a la cárcel durante una temporada.
Eran los días más duros del
maccarthysmo.
Algunos personajes de sus novelas
y cuentos dejan ver esa característica de la personalidad de Hammet: su
irrenunciable vocación de ser coherente, sus convicciones políticas y su
voluntad de mantenerse honrado en un
mundo que olía a podrido por todas partes.
Para documentarse a fondo, Diane
Johnson habló con la ex esposa del autor, con sus hijas,
colegas, antiguos compañeros de Hollywood, camaradas de luchas políticas y
vecinos.
Consultó además antiguos
archivos, sobre todo los de los juicios que se le siguieron y eso le permitió
aproximarse a los sentimientos del americano promedio durante esos días de paranoia en los que, como en cualquier Estado totalitario, el
vecino que compartía la cena con uno la noche anterior era capaz de denunciarlo
ante el todopoderoso FBI a la mañana siguiente.
De sus tiempos tempranos como
detective de la agencia Pinkerton, Hammet aprendió dos cosas que ya no lo
abandonarían: que frente a los embates del poder la vida humana vale menos que
nada y que detrás de las vidas en apariencia exitosas alienta siempre esa clase
de sordidez que es la expresión más humana del sinsentido de todo.
Es decir, la misma clase de
certezas que deja entrever un autor como Albert Camus en todas sus
obras.
Esa desconfianza en el mundo hizo que a Hammet
no le importaran ni el dinero ni la gloria.
Por eso, cuando los alcanzó, los dilapidó a manos llenas
hasta volver a la pobreza y el anonimato
iniciales.
Para él esa vuelta al camino
constituía la única forma posible de redención.
Nunca le importó si ese viaje
implicaba ahogarse en litros de alcohol o perderse en el mundo sin ilusiones y
por eso mismo tan sincero de las putas.
Al final el libro de Diane
Jonhson nos muestra a Hammet agonizando en su cama de hospital, mientras la
leal y estoica Lillian Hellman, escritora, amante y amiga del novelista lo ve
contemplar con horror el rostro de la nada.
Con las alas ya del todo rotas, El Halcón Maltés alcanzaba finalmente un
instante de sosiego.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Yo leí primero a Chandler y después a Hammet. Me gustaron mucho los dos, pero no sabía muy bien si era por la calidad de la historia que contaban, la buena escritura o el cinismo de los personajes. Hasta que me di cuenta que no era el cinismo convencional, amoral, sino una máscara del trasfondo ético de los héroes: tanto Marlowe como Spade encaran su trabajo como enfermeros o médicos en zona de guerra, como un trabajo, un deber que te puede matar pero que tienes que hacer por dignidad. Esta comprobación fue importante para mí cuando leí a estos tipos hace más o menos un siglo.
ResponderBorrarJa. Mil gracias, mi querido don Lalo "El centenario". Usted señaló la clave : para hombres como Marlowe y Spade, lejos de ser un defecto, el cinismo es una suerte de coraza que les permite hurgar en la podredumbre, sin volverse jamás cómplices de ella.
ResponderBorrarDe ahí el elevado tono moral de sus posturas.