En La casa de las
bellas durmientes, la novela breve del japonés Yasunari Kawabata, los
ancianos se conforman con respirar el aliento de las niñas a cuyos lechos se
acogen.
Ni siquiera precisan del contacto físico para mantenerse
vivos. A salvo de los asedios de Eros, les basta con el aliento exhalado por
las durmientes.
Pero para llegar a
ese estado casi desencarnado, la literatura tuvo que atravesar siglos, moviéndose a
ciegas en el inextricable bosque de los instintos, al que no tardará en volver
luego de una breve pausa de puritanismo.
La historia de Kawabata es, si se quiere, el mito del
vampiro llevado a los límites del
refinamiento: el vampiro desexualizado.
La imagen del ser que
se alimenta de la sangre de hombres o mujeres jóvenes para prolongar su
existencia se remonta a los más antiguos mitos.
En el Antiguo
Testamento, aparece en la figura de Lilith, un súcubo o demonio femenino
que habría sido la primera mujer de Adán.
De ahí en adelante atravesará la historia y los mitos hasta
alcanzar su expresión en la bruja perseguida por toda suerte de inquisidores.
Neutralizada y convertida en aliada del demonio, la potencia
vital de la bruja entra en franco declive hasta reducirse a personaje de los cuentos infantiles.
En su lugar, irrumpe el vampiro, esa criatura que se
alimenta de la sangre de niñas o mujeres
muy jóvenes.
En las literaturas de occidente, el vampiro cobra especial
simbolismo en la novela Drácula, del
escritor irlandés Bram Stoker.
No es casual que su irrupción se produzca al final de la era Victoriana,
cuando la hipocresía y la doble moral equivalían a ser un buen ciudadano. “Vicios privados, virtudes públicas”, es la frase que resume esa
particular manera de estar en el mundo.
Como bien sabemos, el conde Vlad Drácula, proveniente de los
Cárpatos, desembarca en Londres, adonde llega
por causas no del todo definidas.
Frustrado en sus intenciones, no tarda en convertirse en el
terror de las familias con jóvenes casaderas, por su al parecer insaciable sed
de sangre joven. Los colmillos del conde, encarnado en el cine por actores tan
brillantes como Bela Lugosi o Cristopher Lee, se convertirían con el paso de
los años en una marca de fábrica.
Tanto como el sombrero y el bigote de Charlie Chaplin o la
boca de Mick Jagger con la lengua afuera.
Esos colmillos clavándose
en los blancos cuellos de las doncellas fueron durante varias décadas la
expresión del horror más puro.
Fue la manera que encontró Bram Stoker para hacerle el quite
a los controles morales de la época.
Porque, en realidad, quería hablarnos del drama del hombre
que envejece y procura sentirse vivo tratando de seducir a
mujeres mucho más jóvenes que él.
Los colmillos remplazando al falo y el cuello a la vagina: a
esas cosas se vieron obligados los artistas de la época. Y eso que Stoker es un
más bien regular escritor.
Pero supo arreglárselas.
Faltaba medio siglo para que un espíritu como el de Vladimir
Nabokov pusiera las cosas en su sitio.
En su novela Lolita, la figura del vampiro se
materializa en un maduro profesor que enloquece en su propósito de
insuflarse vida a través del cuerpo de
su joven estudiante.
A Nabokov poco le interesan las fábulas morales. Por eso
trasciende el mito para recordarnos que no hay inocencia en este mundo: en
procura de satisfacer sus deseos cada quien desata a sus propios demonios y se
precipita de bruces a la sima de la
destrucción.
La literatura y el cine volverán una y otra vez sobre esos
tópicos, alcanzando a veces momentos sublimes y descendiendo en otras a las más
burdas caricaturas.
El cartero llama dos
veces o Nueve Semanas y Media. Un
tranvía llamado deseo o Atracción fatal.
Aunque no se trate de niñas y ancianos, la esencia del
relato sigue siendo la misma: hombres y mujeres arrastrados hasta la locura por
el impulso de sus instintos.
Dicho de otra manera: por su sed de sangre caliente.
En eso reside la belleza de la novela de Kawabata: esos
ancianos, esos vampiros otoñales han alcanzado
al fin el sosiego en el aliento
de unas niñas que duermen ajenas
a las turbulencias del mundo.
Si. Lo han alcanzado… o al menos hasta que una de las
muchachitas despierte.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
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