Durante décadas el
periodismo radial y escrito producido en Colombia gozó de un bien ganado
prestigio en el ámbito hispanoamericano. Las razones eran contundentes: la calidad de las plumas y
las voces, la pertinencia de los comentarios,
la buena documentación y lo oportuno de los formatos.
Pero ante todo
existió un elemento reconocido en todas
partes: la capacidad de nuestra prensa
para potenciar lo que para muchos constituye la clave
del patrimonio cultural colombiano : las diferencias regionales que durante todo el tiempo enriquecen y
transforman un acervo que pasa por la música,
la gastronomía , la religiosidad y la tradición oral
como ejes de las prácticas cotidianas.
En esa medida, la
radio que se hacía en Pasto era
distinta a la producida en la costa Caribe y la emitida en la zona de la colonización
antioqueña mostraba una reconocible diferencia con la realizada en los Llanos orientales aunque,
por supuesto, todas contaban con el agente unificador de la lengua castellana.
Esas diferencias
cobraban sentido en los nombres de las emisoras: La voz del Café en Pereira, Ondas
del Nevado en Manizales, Ondas de la Montaña en Medellín.
Lo mismo podía decirse de los periódicos, cuyos altos
niveles de forma y fondo giraban alrededor de
grandes escritores de artículos, crónicas y reportajes fundamentados en un profundo conocimiento del
oficio literario.
Creadores de ideas
y virtuosos del lenguaje como Juan Gossaín, Germán Castro Caicedo, Alberto
Lleras, Alegre Levy, Henry Holguín y por
supuesto Gabriel García Márquez, para citar solo a media docena de ellos,
dejaron su impronta en las páginas de los periódicos nacionales.
¿Qué sucedió
entonces para que nuestros medios hayan llegado a adquirir el rostro tan
escuálido que hoy le muestran al mundo?
Pues que, entre
otras cosas, han tenido que ajustarse a troche y moche al ritmo de un planeta
que hoy transita con mucha prisa.
Los iniciales
despidos masivos en Caracol Radio por ejemplo, aparte de lo que sumaron en detrimento
de la dignidad del oficio , expresan la esencia
de la filosofía sobre la que trabaja el grupo multinacional Prisa: racionalidad de costos y gastos
en perjuicio de la calidad de la información por un lado, y del otro despersonalización de un servicio cuyo enfoque ya no está dirigido
a las singularidades, sino al carácter homogéneo de un mercado que exige productos pasteurizados, descafeinados y desprovistos de sentido crítico, enfocados al consumo del público de habla hispana
extendido por la aldea global.
Hablamos del
momento en el que el sistema de emisoras de Caracol
Radio pasó a ser propiedad del conocido conglomerado español.
El resultado es el
aséptico formato que hoy se
multiplica a través de las frecuencias AM y FM, para el que no
existe mayor diferencia entre un ecuatoriano
que trabaja en las Islas Baleares
y un financista argentino que especula en la bolsa de su país.
En cuanto a la
prensa escrita, bastaría con preguntarle
al periódico El Tiempo, el más
influyente de los grandes medios
que aún sobreviven, qué pasó con los excelsos cronistas y columnistas que una vez tuvieron su sede
allí. Aunque no es posible esperar respuesta porque la inquietud sería
trasladada a la casa Editorial Planeta,
donde se perdería en la retórica que
sustenta las sutiles formas de censura
del Opus Dei, en contubernio con los
grandes poderes disfrazados bajo el pomposo nombre de Alianzas estratégicas.
El resultado de esa manera de ver las cosas se hace visible y audible, entre
otros factores, en la vacuidad del
estilo y sobre todo en la negativa a
reconocer en la diversidad el principal
capital que tenemos para intentar otra vez
el desafío siempre fallido de
construir un destino colectivo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
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