En su columna de la revista Semana aparecida el domingo 10 de abril, el analista político León Valencia escribió: “ El sindicalismo colombiano ha obtenido un enorme triunfo. Ha logrado que el presidente Barack Obama obligue al país a proteger y extender los derechos laborales y a combatir la agresión contra los sindicalistas a cambio de la aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos”.
Hay algo en el tono triunfalista del texto que no acaba de encajar, mirado bajo el lente de lo que han sido las relaciones entre Estados Unidos y Colombia a lo largo de la historia ¿Un gobierno norteamericano preocupado por el bienestar de los trabajadores colombianos y exigiendo que se respeten sus derechos? Mmm pienso que lo mejor es hilar delgado. Uno de los soportes del Partido Demócrata ha sido el todopoderoso y corrupto aparato sindical desde los primeros tiempos del new deal de F.D Roosvelt. De unas décadas hacia acá, y a resultas de la reconfiguración del mapa económico y político mundial, en el que países como China y Brasil cobran cada vez mayor protagonismo, la pérdida de puestos de trabajo ha sido una de las mayores preocupaciones de los trabajadores en Estados Unidos. Entre las razones que esgrimen están la falta de una legislación migratoria más rigurosa, sumada a los bajos salarios en los países menos desarrollados que al abaratar por esa vía los costes de producción acaban por convertirse en competencia desleal al ingresar los productos a territorio norteamericano. Para nada mencionan en esas discusiones los elevados subsidios que otorga el gobierno de su país a sectores enteros de la producción, que no solo recomponen cualquier posible desnivel surgido en el factor salarial, sino que tiene una ventaja adicional en la imposición consignada en los tratados comerciales para que los países exportadores de bienes primarios no subsidien a sus sectores productivos.
De manera que León Valencia parece haber sufrido aquí un serio problema de enfoque. La preocupación del sindicalismo norteamericano y sus voceros ante el congreso y el gobierno no constituye una muestra de solidaridad con sus congéneres colombianos. Todo lo contrario: a sus líderes les inquieta que las lesivas y muchas veces ilegales condiciones de contratación existentes en Colombia hagan descender tanto los costos de operación que acaben por convertirse en una amenaza para sus propios puestos de trabajo en Estados Unidos. Al primer golpe de vista parece complejo , pero es simple hasta la brutalidad. Sucede lo mismo con el discurso sobre defensa de los derechos humanos, exacerbado después del atentado contra las Torres Gemelas. Al convertir en bandera la lucha contra el terrorismo se hace insostenible seguir siendo un patrocinador de las violaciones a esos derechos, como lo fueron sucesivos gobiernos estadounidenses antes, durante y después de la Guerra Fría. Simple giro retórico que no le impidió al segundo Bush justificar y legitimar la tortura como método de interrogatorio y que no ha servido tampoco para detener la barbarie contra los civiles en Irán ,Irak, Afganistán y cualquier lugar de la tierra que a huela a petróleo.
Vistas desde esa perspectiva las expectativas del columnista no solo resultan desfasadas sino riesgosas. Porque el título mismo, “ La hora del sindicalismo” parece sugerir una especie de punto de quiebre para los trabajadores colombianos, cuando en realidad la ilusión surge porque a la frase le faltó el complemento, de modo que a todos nos resultara claro que si, que llegó la hora del sindicalismo…norteamericano
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