La escena no pudo ser más patética. Sucedió el domingo 10 de julio en el municipio de Corinto, una población del departamento del Cauca arrasada durante décadas por la codicia de los terratenientes y por la calculada demencia de la guerrilla. Mientras el pueblo entero seguía sumido en el estupor que le dejó el atentado perpetrado por la insurgencia en el que murieron policías y civiles, el presidente Juan Manuel Santos y su desteñido ministro de la defensa celebraban a grito herido los goles de la selección Colombia frente a un no menos desvanecido equipo boliviano. Al final, mientras la gente lo contemplaba atónita, el mandatario solo atinó a decirles que tenía comunicación directa con el entrenador del equipo nacional desde Buenos Aires, a quien por lo visto le interesaba más dar declaraciones para los medios internacionales, porque el presidente apenas pudo repetir “aló, bolillo” en varias ocasiones sin obtener respuesta, hasta que , vencido por la evidencia, recordó que estaba frente a un auditorio acorralado por la guerra y entonces les prometió que no los dejaría solos, antes de sembrar una nueva forma del miedo cuando advirtió que la fuerza pública tendría patente de corso para atacar las casas de los civiles ocupadas por guerrilleros, sin tomarse la molestia de aclarar cómo diablos van a hacer para precisar si esa ocupación es consentida o no.
Debo decir que lo sorprendente aquí no reside en el hecho de que los gobernantes aprovechen las conquistas de los equipos o los logros individuales de los deportistas para desviar la atención sobre sus desaciertos o para impedir que se formulen preguntas incómodas sobre sus promesas incumplidas. Al fin y al cabo la vieja consigna de pan y circo es varios siglos anterior al advenimiento del Imperio Romano. En el caso colombiano, la memoria reciente nos devuelve la imagen del presidente Andrés Pastrana en el año 2001 tratando a la desesperada de salvar los restos de una Copa América desprestigiada por la negativa del equipo argentino a participar en ella y por la decisión de otras federaciones de enviar conjuntos de segunda línea. Abandonado a la deriva por el desplante de “Tirofijo,” que lo dejó con la célebre silla vacía, el hijo de Misael convirtió ese evento deportivo en un elemento distractor que, en el colmo de la buena suerte, tuvo como colofón la obtención del título por parte del equipo colombiano con aquél gol de Iván Ramiro Córdova frente a la selección mexicana.
Así que frente al desastre de Corinto el presidente Santos y su ministro estaban tratando de hacer lo mismo, pero a menor escala. Talvez por ese error de perspectiva no lograron ocultar del todo la dimensión de una realidad que sobrepasa los goles – hermosos, nadie lo niega- de Falcao García.Una realidad encargada de decirnos que la fórmula de la seguridad democrática nunca llegó al Cauca, entre otras cosas porque esa región no representaba un interés estratégico para los gobiernos. Esa misma realidad nos recuerda que las Farc son menos un movimiento guerrillero que un valioso comodín utilizado por los políticos durante más de medio siglo para hacerse elegir- y hasta reelegir- con la promesa de su exterminio inminente o con el señuelo de un acuerdo de paz siempre aplazado. Frente a la contundencia de los muertos y de las más de trescientas casas destruidas en ese pueblo remoto del Cauca codiciado por los señores de la guerra y por los traficantes de drogas, el presidente de Colombia y su ministro de defensa, bastante proclives a la pirotecnia verbal como todo político que se respete, gritaban gol y ensayaban un ejercicio patriotero que no caló entre la población, entre otras razones porque la mayor parte de esta la conforman pueblos de ascendencia indígena que durante varios siglos aprendieron a volverse escépticos y por eso mismo a defenderse por sus propios medios. En ese tránsito descubrieron que la guerra es un buen negocio para mucha gente: para los traficantes de armas y para los gobernantes que así justifican sus políticas o la ausencia de ellas. Para los militares que obtienen ascensos y bonificaciones. Para los que se apropian de las tierras abandonadas. Y, por supuesto, para los guerrilleros y todos los grupos armados ilegales. Por eso, fueron pocos los que en Corinto salieron a gritar gol : porque a pesar del resultado final y de la bonita cabriola de Falcao, sus habitantes saben que desde hace siglos militan en las filas del equipo perdedor.
A la manera de Matador, también lo leo como una caricatura de los procedimientos "santistas" que ya empiezan a ser predecibles: sofismas de distracción desde la demagogia, optimismo dulzón casi ofensivo con las víctimas, fuertes dosis de populismo. El paroxismo de esta caricatura es visuualizar a Santos digitando sus múltiples "trinos" en el blackberry durante el partido ese, frente al asombro de los dolientes caucanos.
ResponderBorrarDame una cortina de humo y manejaré el mundo, parece ser la premisa de todo poder que se respete, amigo Olave.
ResponderBorrarExcelente reflexión. Ojalá a muchos esas imágenes les hubieran causado el mismo estupor. Sin embargo, creo que no fue así porque en este país del "me importa un rábano lo que a los otros les pase" la gente detalla más fácil la fallida comunicación con el Bolillo que el cinismo del presidente y su ministrico de cantar unos goles en medio de un pueblo que acaba de ser despedazado por las bombas.
ResponderBorrarHombre, Juango. Como quien dice ciegos, sordos y mudos.
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