Exaltado como
es, el hombre llegó al café blandiendo una de esas revistas de divulgación
científica que los lectores sin tiempo devoran a modo de postre después del
almuerzo. “A la vuelta de unos años a
los niños recién nacidos les insertarán un chip con toda su historia personal.
Algo así como el libreto que habrán de representar hasta la hora de su muerte”,
sentenció señalando con su índice
admonitorio la pantalla del
televisor donde las selecciones de
fútbol de Ucrania y Rusia se
enredaban en un duelo tan anodino y mecánico como la vieja burocracia soviética.
Vamos con calma,
compadre, le respondí, sin entender todavía las razones de su asombro. Después
de todo, estamos hablando de una práctica tan vieja como los humanos. Sucede
que antes recibía otros nombres. Como
cultura, educación, tradiciones y todos sus derivados. Solo que en el mundo de
la tecnología al implante lo definen con
el monosílabo anglosajón utilizado también para nombrar cierto tipo de
galleta: Chip.
Me miró
irritado. Como sucede cada vez que su
interlocutor no obra en correspondencia
con su excitación. Como si en
lugar de prepararse para una saludable
discusión, estuviera ante la inminencia de un ayuntamiento carnal- así definen algunos credos religiosos al acto de follar- y la
otra parte no se comportara a la altura de las circunstancias.
No sé si ustedes
estarán de acuerdo, pero la vida del homo ¿Sapiens? Poco o nada tiene de
original. Una vez desembarcado a este lado
del útero, el proyecto de ciudadano es objeto de un recibimiento que lo
inscribe de entrada en una serie de códigos: religiosos, políticos y sociales. El primero es la escogencia de un
nombre, lo que no es poca cosa. Durante
mucho tiempo no era bien visto entre
las clases altas llamarse
Roberto, Jerónimo, Guadalupe o Salomé: O sonaba demasiado raizal o estaba
impregnado de un tufillo bíblico bastante incómodo para una sociedad cada día
más laica. Pero cuando, aturdidos por la
televisión y las estaciones de
radio, a los pobres les dio por bautizar
a sus retoños con nombres como Leidy
Di, Maicol Estiven o Freddy Indurley
, los ricos y sus imitadores de
la clase media se rebelaron y volvieron a lo elemental : Ana María, Juan José, Arturo, Miguel o Josefina. Lo dicho: El mundo
no hace nada distinto a dar vueltas.
Después del
nombre viene lo que todos sabemos y padecemos. La escogencia de una escuela, o
lo que algunos educadores llaman “Espacio de socialización”, está
mediada por la intención de ubicar al
vástago en un territorio acorde con las
expectativas de los adultos, que su vez
recibieron el mensaje de sus mayores,
que la heredaron de otros todavía más viejos y así hasta los tiempos de Matusalén, si hemos de conformarnos con la
capacidad de síntesis de los simbolismos bíblicos. Por lo visto, solo ha
cambiado el ropaje exterior. Antes recibíamos el mensaje en papiro egipcio:
ahora nos lo entregan en memoria USB.
De esa manera un
entramado invisible decide por nosotros el tipo de pareja que ha de gustarnos, la profesión más
indicada para desarrollar nuestras competencias, la clase de vecindario
apropiada para establecer relaciones y hasta la forma de morirnos : Ni
siquiera en los sectores populares es
bien visto enterrar a la parentela en los anacrónicos cementerios de nichos.
Para facilitar las cosas, los burgueses
inventaron los clubes sociales y los proletarios les respondieron con sus
guetos. Así no se corre el riesgo de verse involucrado en culebrones y tragedias propios de telenovela
mejicana o venezolana , que son por definición los únicos lugares de la tierra
donde las niñas ricas se enamoran de los muchachos pobres y además se mueren por ellos: Esas cosas no
están en el chip de la vida real.
Para entonces,
el hombre había optado por refugiarse en
los chispazos cada vez más espaciados de Andriy Shevchenko , el legendario goleador
ucraniano del Milan de otras épocas.
Alternativa en todo caso más saludable a
la de admitir de una buena vez que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera
los chips de la personalidad.
Tiene razón Gustavo. Mientras crecemos nos están programando y aún ya grandes seguimos adquiriendo conocimientos necesarios para estar en esta sociedad acorde a nuestro estado: de niños a ancianos. Yo creo que la cosa está en que por más evidente que sea lo anterior, lo que aterra es que la misma acción, la imagen en sí de meternos un chip por la nuca, digamos, pensando en ese programa de los ochenta donde la protagonista era una niña robot, Becky, creo, resulta atroz y es algo palpable de que nos están codificando y decodificando. Eso, creo aterra, porque lo que nos son extensiones de la memoria y los saberes, la tecnología, la cultura, las instituciones, ahora está en nuestro interioro, como cyborg. Abrazos profe.
ResponderBorrarApreciado Eskimal :Ahora, el chip lo llevamos en la hoja de vida o curriculum que llaman algunos. A la vuelta de unos días lo tendremos incrustado bajo la piel y no habrá más remedio que apelar a la vieja plegaria del poeta ruso : "Decidle a mis hermanas, Edna y Ariadna/ Que yo ya no tengo donde esconderme".
ResponderBorrarEl caso es que antes, esos “chips” culturales que describe, aunque actuaban a modo de corsé modelando nuestro comportamiento social, sin embargo el homo sapiens todavía tenía cierta autonomía, cierta libertad de pasearse por donde le diera la gana sin que los suyos estuviesen demasiado preocupados por su seguridad y por la necesidad, mejor dicho, intromisión de saber qué hacía uno. Mucho me temo que ya llevamos ese chip tecnológico desde hace mucho, solo que de forma externa o portátil: el teléfono celular, dichoso aparatito que nos tiene jodida la existencia que incluso hay que tener la precaución de apagarlo a la hora de practicar “el viejo uno-dos” (como le llamaba el personaje de “la naranja mecánica”) a riesgo de quedarnos faltos de inspiración o perder la concentración, que al final, “el más apasionado de los diálogos” puede convertirse en unos de esos partidos fríos como la burocracia soviética. Como usted anuncia, no hay nada nuevo; con chip o sin chip, ya estamos muy vigilados, empezando por nosotros mismos desde la familia, y si no, siempre estará la todopoderosa influencia del Gran Hermano (empezando con el monstruo amable de la TV) para echarnos una mano. Ya nacemos programados, que nos implanten un chip será como poner la etiqueta de procedencia de una vulgar prenda.
ResponderBorrarEs cierto. Una teoría bastante extendida en los países sajones, donde se la conoce como “mediatization”, sostiene que gran parte de nuestra herencia cultural, o mejor dicho, de lo que creemos que es nuestra herencia cultural, y su evolución, está dada por nuestra relación con los medios de comunicación, que nos explican cómo debemos relacionarnos con el resto de la gente, cómo debemos amar a las/los mujeres/hombres (tachar lo que no corresponda), cómo gozar de la literatura, de la belleza, cómo calificar de bueno o de malo, de hermoso o de feo, cómo interpretar los fenómenos políticos. La riqueza personal, por ejemplo, ¿es buena o es mala? En Estados Unidos, hasta hace muy poco, ser rico equivalía a ser bueno y capaz. Esto es o era algo peculiar de la mentalidad norteamericana, que predicaban los medios de comunicación en una época en que casi todos estaban mejorando su condición económica. Ahora, cuando la gente está despertando del “sueño americano”, muchos se están preguntando si ser rico significa necesariamente que uno también sea bueno y capaz. A esta nueva percepción, que por supuesto el público mama a través de los medios de comunicación, está apostando hasta la camisa la campaña de Obama, para contrarrestar la campaña de Romney, un tipo tan pero tan rico que “da asco”, como se decía en mi pueblo en una época en que la pobreza era (por necesidad) un signo de virtud.
ResponderBorrarApreciado José: Antes de escribir el texto, y ahora leyendo sus comentarios, me pregunto si con el grado de alienación que hemos alcanzado todavía será posible atender al consejo de Píndaro consistente en " Buscar dentro de sí mismo al poeta, para al final ser lo que realmente se es".
ResponderBorrar"Lo que debes saber para volverlo loco en la cama",leí en un titular de la revista Cosmopolitan, mi querido don Lalo.Como bien sabemos, esa revista constituye el soporte de la educación sentimental y sexual de varias generaciones de mujeres. De modo que si en algún momento ustedes creyeron que su amada era presa de un trance amoroso capaz de cruzar las puertas del delirio, lamento desencantarlos: En realidad atendía al numeral ocho del decálogo erótico de la citada revista. Cosas de los chips.
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