La historia nos dice que una vez
tuvieron una intención bella y útil : medir hasta donde pueden llegar las personas a
través de la identificación y desarrollo de sus destrezas físicas y mentales.
La célebre escultura El Discóbolo del
artista griego Mirón, fechada en el año 460 antes de Cristo, da cuenta de ese
sutil equilibrio entre la fuerza del
cuerpo y la capacidad de la mente para gobernarlo . A su vez, los historiadores
y cronistas, entre ellos Herodoto, registran
entre sus antecedentes el
episodio de Filípides, el guerrero
encargado de recorrer a trote limpio el camino entre Atenas y Esparta, con el
fin de pedir ayuda militar a las legiones afincadas en este último lugar.
Hablamos,
claro,de los Juegos Olímpicos, ese
evento de carácter global, escenificado cada cuatro años en lugares tan
dispares y distantes como Ciudad de México, Beijing , Barcelona, Tokio, Moscú,
Los Ángeles y Londres. Si uno se atiene
a las palabras atribuidas al barón
de Coubertín, el principal objetivo de
su versión moderna era propiciar la aproximación entre los pueblos, haciendo de las habilidades de los atletas
una expresión de diálogo entre los integrantes de una especie de por sí
proclive al exterminio de sus congéneres.
A esa visión del deporte se la conoció hasta hace unas tres décadas con
el nombre de "Espíritu olímpico”.
Siguiendo la
pista de los cronistas encontramos además en los juegos una intención a la vez
práctica y trascendente: Rendir tributo a Zeus, una divinidad famosa entre otras cosas por sus mortíferas
pataletas materializadas en un rayo capaz de fulminar a toda criatura viviente dispuesta a desairarla.
La imagen de ese
dios atronador me vino a la mente
contemplando los logotipos de las multinacionales enfrascadas en disputarse la
billetera de los consumidores en un certamen que concita la atención de
millones de ellos entre visitantes,
televidentes, lectores de medios impresos , radioescuchas y navegantes de Internet. Sobre todo el rayo de Gatorade
y el símbolo de Nike multiplicado por todas partes hacen inevitable la
asociación de ideas. No cabe duda: Si en la antigüedad los juegos eran una
ofrenda a Zeus, hoy son un tributo a una divinidad no menos omnipresente : El
mercado.
Obviemos la
utilización política del evento durante
los tiempos de la guerra fría. Ustedes ya saben : En la década de la caída del
Muro de Berlín y la desintegración del
bloque comunista los gringos sabotearon los juegos de Moscú en 1980 y
su contraparte soviética hizo lo propio con los
escenificados en Los Ángeles en 1984.
Pero eso son travesuras de niños,
comparadas con las maniobras orquestadas por las grandes corporaciones, empeñadas en suplantar a los
viejos y debilitados estados nacionales. Para cautivar a los públicos precisaban de estrellas reconocidas, y no de los
anónimos atletas llegados de todos los confines del planeta. Fue así como
empezaron a colarse deportistas profesionales y de gran ascendencia mediática
en las distintas disciplinas. Al fin y al cabo una cosa era un una selección olímpica de Brasil conformada por promisorios pero
desconocidos jovencitos de Pernambuco o
Río Grande do Soul y otra muy distinta la alineación donde podían brillar
hombres del talante de Romario o
Ronaldo. A partir de allí se abrieron todas las compuertas. El viejo y
entrañable certamen se convirtió, como casi todo en este mundo, en una enorme
vitrina. Los cada vez más desvanecidos colores nacionales cedieron el paso a
marcas de diversa índole , instaladas en
todos los lugares visibles, empezando por el cuerpo de los atletas, aunque,
para conservar las formas, se mantienen algunas prohibiciones relacionadas con
los momentos y lugares dispuestos para
para hacer ostentación de los logotipos. Por ese camino, las disputas
por la exclusividad de las transmisiones se hicieron cada día más agrias. No
era para menos : Unos cuantos minutos de publicidad generan más dividendos que
todas las medallas de oro, plata y bronce acumuladas desde 1896 hasta hoy. Para
justificar las componendas apelaron,
cómo no, a nobles argumentos : No se podía dejar a los deportistas alta competencia al margen del más importante
evento de esa naturaleza en el mundo .
Suena bonito ¿ Cierto?
Qué se le va
hacer. Los tiempos cambian, me dijo un
comentarista deportivo. Y sí : Tiene razón. La suficiente para entender la
progresiva degradación de unas justas que una vez fueron olímpicas.
El “espíritu olímpico” es solo una inútil quimera que se ha quedado en el pasado, más en el terreno de la leyenda, estimado Gustavo. Siguiendo la línea de su texto, la historia nos dice que el rey Filipo de Macedonia fue multado una vez porque sus soldados robaron a un atleta que se dirigía a los certámenes de Olimpia. A tal punto se respetaba la tregua olímpica que hasta los más poderosos la acataban, so pena de la ira de los dioses. Dos mil años han pasado y no hemos aprendido nada, salvo hacer pingües negocios. Hoy, las nobles intenciones del barón de Coubertin caen en saco roto, y si no, recordemos que al comienzo de los juegos de Pekín, el ejército ruso atacó al pequeño estado de Georgia, al punto que su delegación estuvo a punto de retirarse. Pero como usted apunta muy bien, las escaramuzas políticas son nimiedades comparadas con el espíritu de mercadeo que domina estos juegos. La guerra es entre patrocinadores, ansiosos por estampar sus logotipos en las pistas. Todos sacan tajada, empezando por el turismo masivo (¿Sabía usted que los prendedores o pines de los atletas bolivianos son muy cotizados en cualquier olimpiada por los coleccionistas justamente por su rareza?). Finalmente, el mismo COI se ha visto envuelto en escándalos de corrupción que refuerzan esa degradación de la que habla.
ResponderBorrar“Los raíles del tren me hacen llorar/ lo mismo el uno que el otro/ si se alargan no se pueden juntar”, escuchamos hace algún tiempo en Ronda, de boca de un cantaor que nos pareció requetebueno… aunque en vivo, y en Ronda, cualquier cantorcito parece bueno. Entonces aprovechamos la copla para escribir un artículo en el que decíamos, o queríamos decir, que la credibilidad de los juegos olímpicos corría por un riel y el espíritu deportivo por el otro. Yo detesto toda la parfernalia de los Juegos, su brutalismo comercial, la hipocresía, la arrogancia, etc, pero a la hora de ver a hombres y mujeres en acción, me ablando y me quedo con ellos, con la gente común, el perraje, los atletas. Muchos de ellos tendrán mil defectos, podrán estar llenos de hipocresía y defectos del profesionalismo, pero igualmente me convencen. A ellos y por ellos, nuestra copa.
ResponderBorrarPor lo que sabe, entre las prácticas del COI y la FIFA no hay muchas diferencias, apreciado José. Aunque don Lalo tiene razón en algo : Una cosa es el virtuosismo de los deportistas y otra muy distinta los métodos mafiosos de los que se mueven detrás
ResponderBorrarMuy oportuna la canción, mi querido don Lalo : Asquedado como vivo con la dirigencia deportiva, no pude evitar conmoverme hasta las lágrimas con la medalla de plata del ciclista Rigoberto Urán el pasado viernes 27.
ResponderBorrar