Acto I
“Esta noche me dispongo a ser
infiel con permiso de mi marido”. Así empieza la crónica de Gabriela Wiener sobre el sugestivo y
para muchos riesgoso mundo de los bares
swinger, esa tierra de nadie y de todos donde algunos matrimonios escarban en
el rescoldo del fuego apagado por años de vida doméstica. En unas cuantas
cuartillas, no más de diez en todo caso, la autora utiliza los recursos de este
género que Juan Villoro bautizó como el Ornitorrinco de la literatura para
recrear un escenario con utilería, ambiente, relato y caracterización de
personajes. Es decir: Ni más ni menos lo que se le ha pedido siempre a los dramaturgos y novelistas. Nos encontramos entonces ante
una puesta en escena. Allí están esos
hombres y mujeres olorosos a loción cara, moviéndose entre el miedo a lo desconocido y una audacia recién
descubierta, en unos lugares bastantes cercanos a esas aguas mansas que
presagian tormentas.
Acto II
“ Sucede que los asesinos- advierto de pronto, mientras
camino frente al árbol donde fue colgada una de las sesenta y seis víctimas-
nos enseñaron a punta de plomo el país que no conocemos ni en los libros de
texto ni en los catálogos de turismo”.
Con esa feroz declaración de principios, el escritor Alberto Salcedo
Ramos nos introduce sin previo aviso en uno de los muchos rostros de esa sola
sombra larga llamada Historia de
Colombia, amasada a punta de horrores y despojos sin cuento. Ya no se trata
aquí del universo íntimo de las parejas que intentan hacer del sexo la tabla de
su naufragio, sino de una parte de nuestra realidad escamoteada una y otra vez
por políticos y gobernantes. Esa que nos
habla de asesinos embozados en esquinas y caminos, a la espera de una víctima,
que puede ser un pueblo entero, para lanzar el zarpazo. En este caso el
narrador- aunque sería mejor decir el testigo- opta por el papel que el
escritor argentino Tomás Eloy Martínez
reconoce en los grandes
cronistas: El de sismógrafos de una sociedad. Según el autor de Santa
Evita, el buen contador de historias no necesita tomar
partido: Le basta narrar con honestidad la historia de los perdedores para
que su relato se convierta en la forma suprema de la solidaridad. Su crónica
ostenta un título sobrecogedor: El pueblo
que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas.
Acto III
Por su lado, Leonardo Heberkorn nos introduce en su historia con una
frase que parece extractada de un artículo sobre teorías conspirativas: “Hitler
vive en Uruguay. Sí.” Pero es solo eso. Un parecido. Ya tendremos tiempo para
enterarnos de que se trata en realidad de
una tortuosa y gozosa inmersión en el
pequeño mundo de los seres condenados a llevar a cuestas un nombre
ominoso. Por simple influencia de los medios o por decisión de un padre
fanático, por calles y veredas camina un hombre llamado Hitler Aguirre. Nada excepcional en todo caso:
En Colombia tenemos un futbolista
llamado Stalin Motta. Así que en materia de
ideologías y barbarie en masa estamos empatados: Uno a uno.
Los anteriores fragmentos pertenecen a solo tres entre el más de
medio centenar de textos que conforman
la Antología de crónica latinoamericana actual, realizada por el poeta y
novelista colombiano Darío Jaramillo Agudelo.
Y aquí encontramos el primer dato significativo. Que sea el trabajo de un poeta y novelista
supone de entrada el reconocimiento de
carta de ciudadanía literaria para un género que se ha movido siempre en el
reino de la ambigüedad, hasta el punto de que muchos lo consideran todavía una
suerte de calistenia para quienes aspiran a convertirse en narradores de
ficción. De modo que, dados
a fabricar etiquetas, no sería
nada mal asumir la crónica como una encrucijada en la que se encuentran la
Historia, el relato de ficción y la poesía. Después de todo, los tres echan raíces en esas arenas movedizas conocidas con el
nombre de realidad.
De la historia con mayúsculas o minúsculas, el escritor de crónicas
toma los hechos, los datos, las cifras, tan
necesarios para establecer coordenadas y no perderse en el vértigo de
los acontecimientos. De los relatos de ficción aprende a recrear caracteres y
situaciones, tan indispensables para
asomarse a los pliegues más escondidos del alma humana y por ese camino
comprender el complejo entramado de sus
relaciones con el exterior.
Y de la poesía... bueno. De la poesía toma todo lo demás. La palabra precisa. Los silencios, más
expresivos que el discurso mismo. El ritmo
interior, que da cuenta de la manera como el mundo de afuera resuena en
lo más profundo de los seres y las
cosas. Eso es lo que han hecho los grandes cronistas, desde los evangelistas
hasta hoy: recrear el mundo con la ayuda de la palabra escrita, es decir,
de la buena literatura. Ese rastro lo encontramos en los minuciosos recuentos
de Herodoto y en las exaltadas visiones de los Cronistas de Indias. En las
denuncias de los corresponsales de guerra que viajaron al infierno de Vietnam y
en la mirada que Almaguillermo Prieto
nos ofrece de las tumultuosas y erráticas ciudades latinoamericanas. Es poesía lo que alienta cuando el ya citado Juan
Villoro nos dice al comienzo de uno de sus textos que “Los superclásicos son la
Navidad del fútbol”. Lo mismo puede decirse de una frase del argentino
Martín Caparrós que define la multitud
del Carnaval de Río como “Un turbio río de lava”. ¿ Traicionan a los hechos por
eso? La respuesta es: No. Solo los cuentan de otra manera.
El segundo aspecto a resaltar, entre muchos,es el de la diversidad.
Parafraseando el título de un libro de Luis Vidales, los organizadores del
encuentro de escritores de Calarcá, bautizaron la última versión con el nombre
de Suenan Crónicas. Y eso es lo que sentimos al
leer esta antología de Darío Jaramillo Agudelo: Que suenan
voces provenientes de todos los rincones de América Latina. En ese sentido estamos ante una polifonía
hermanada por las lenguas heredadas de los conquistadores y adaptadas a la
medida de nuestros goces y desdichas.
Leyendo estas historias de mexicanos, argentinos, peruanos y colombianos
entendí de mejor manera la tesis de la
venezolana Susana Rotker: Que no hay tal nuevo periodismo. Lo que llamamos así
fue inventado en realidad por los latinoamericanos como único recurso para contar con palabras
la desmesura de nuestra realidad. Y por latinoamericanos debemos entender también a los hombres que
acompañaron a los conquistadores para
tomar nota de sus actos y transmitirlos al rey de España. Hablamos de Cieza
de León,
Bernal Diáz del Castillo y fray
Bernardino de Sahagún, para mencionar solo a los más recordados .
Llegados a este punto, es bueno decir que pasaron a formar parte de la memoria histórica y literaria,
porque se rebelaron contra su cargo de notarios y se consagraron a relatar lo
que se desplegaba ante sus ojos atónitos: Desde la feracidad de la tierra capaz de producir frutos de colores y sabores insólitos, hasta
los ritos dirigidos a apaciguar las
fuerzas del cosmos, pasando por la sensualidad de unas mujeres vestidas a duras
penas con el tinte cobrizo de la propia piel.
En la selección de Darío
Jaramillo Agudelo, los músicos que interpretan las partituras de la
polifonía tienen nombres como Leila Guerriero, Juan José Hoyos, Alejandro
Toledo y otro medio centenar que no es del caso enumerar aquí. Sus
historias lucen títulos como El poeta y la boxeadora, una imagen tan extrañamente
cargada de belleza como aquella del
paraguas y la máquina de escribir sobre una mesa de disección, tan cara al simbolismo onírico de algunas literaturas de comienzos del siglo
XX.
Final caprichoso
Entusiasmado por la caída del Muro de Berlín como metáfora del fin
del proyecto comunista, el profesor norteamericano Francis Fukuyama se apresuró
a sentenciar que la historia había
terminado. Por supuesto, olvidó aclarar
que ese
hipotético final correspondía más a los intereses de su empleador de
entonces, el Departamento de Estado
Norteamericano, que a una realidad en la
que se insinuaba la irrupción de pueblos y
culturas silenciados hasta ese
momento
En contravía de esa mirada, nosotros, latinoamericanos acostumbrados
a reinventarnos cada mañana, estamos convencidos de que la Historia con
mayúsculas apenas comienza, empujada por las pequeñas historias de todos los
días. Y nuestros mejores cronistas están aquí para contarla.
Cuantos estímulos, Gustavo. Recuerdo, a propósito de la poesía, la prueba que nos propuso hace siglos un profesor de literatura de cuyo nombre no me acuerdo (era pelirrojo, el único pelirrojo en la escuela), para reconocer si se podía escribir de política sin rebajar la poesía. El problema eran los ejemplos. Neruda era como si no existiera, por supuesto (un profesor que leyera poemas políticos de Neruda por aquel entonces dejaba de trabajar al día siguiente), de modo que debíamos conformarnos con otros poetas menos memorables, que hacían más daño a la rima que al poder político. Pero una vez se le deslizó algo mas potable, que acabo de reencontrar y compruebo que era de Gongora:
ResponderBorrarTraten otros del gobierno/ del mundo y sus monarquías,/ mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno,/ y las mañanas de invierno/ naranjada y aguardiente,/y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla/ el príncipe mil cuidados,/ como píldoras dorados;/ que yo en mi pobre mesilla/ quiero más una morcilla/ que en el asador reviente,/ y ríase la gente.
Nosotros leíamos Góngora por obligación, pero esto se me quedó... sin recordar al autor.
Los versos citados me suenan a alguno delos Parra o, en todo caso, a uno de los grandes payadores del cono sur de América Latina, mi querido don Lalo. Le confieso que, a esta altura del camino, me resulta incomprensible que alguien pueda hacer periodismo sin poesía. Hace poco leí en El País de España un bello (sí, bello, a pesar de abordar asuntos económicos)reportaje que recreaba la crisis económica de Europa con metáforas marineras. Su autor describía a la Unión Europea como un barco a la deriva, con la tripulación a punto de amotinarse. No sobra advertir Angela Merkel juega el rol de una capitana temeraria, arrogante y chapucera.
ResponderBorrarPero no vamos muy lejos : Todavía tengo en la memoria y en mis archivos un texto suyo de su columna de la BBC que aún comparto con mis estudiantes de la universidad. El título es : " Por qué Cúper lee La República de Platón ". En él usted compara al viejo Mássimo Moratti con el Cíclope que le casca la cabeza contra las rocas al entrenador argentino. De paso, entendí mejor porqué Platón abominaba de los poetas: Su visión del mundo amenazaba con echar por tierra los cimientos del establecimiento.
Un abrazo,
Gustavo
Suena muy apetitosa esa antología que reseña, estimado Gustavo. Quizá la crónica sea el más eficaz revulsivo contra esa moda actual de la literatura aséptica o “minimalista” que invade a los últimos escritores, sobre todo a los más jóvenes. Literalmente me quedo frio cuando me encuentro con relatos o novelas que soslayan el contexto a propósito, para centrarse excesivamente en las cuitas existencialistas de los personajes. De ahí que prefiero muchas veces volver a los clásicos antes que experimentar con textos de escritores vanguardistas. Las ultimas lecturas más satisfactorias para mí han venido de la crónica, como ese espeluznante y a la vez atrapante relato de la tragedia mexicana de los carteles de la droga, que lleva por título “Los buitres de la ciudad más violenta del mundo” que publicó no hace mucho El Boomerang. Para quien pueda interesarle ahi va el link: http://www.elboomeran.com/nuevo-contenido/241/los-buitres-de-la-ciudad-mas-violenta-del-mundo/
ResponderBorrarGracias por la edificante lectura, despues de todo, esto de estar hermanados por las desgracias, provoca que la literatura de nuestra America sea muy vívida y cercana, independientemente de las fronteras.Un saludo.
Apreciado José: La ensayista venezolana Susana Rotker lo plantea en estos términos:La desmesura latinoamericana es tal, que nos tocó inventar un género para abarcarla : La crónica, esa especie de criatura multicéfala que se nutre de la historia, la ficción, la poesía, la oralidad y la música para darle tono color a nuestras muchas formas de la demencia.
ResponderBorrarNo recordaba ese texto, amigo Gustavo. Lo busqué en internet y la página de la BBC y no lo pude encontrar. Encontré, eso sí, una referencia a que Cuper tenía entre sus libros favoritos La Republica, de Platón, un libro un poco… anómalo, digamos, para un ex full back y entrenador de fútbol. Ese habrá sido, supongo, el detalle que me dio la idea. Si conservas una copia, por favor, ¿puedes mandármela? Abrazo desde Londres.
ResponderBorrarPor lo visto, el texto fue escrito en tiempos de bárbaras naciones, mi querido don Lalo. Debo tenerlo impreso en algún rincón de mis papeles, de modo que emprenderé la búsqueda.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gustavo