Ante las recientes denuncias sobre 15 casos de  práctica de la ablación ( mutilación del
clítoris) a 15 niñas de la comunidad indígena 
Embera, ubicada  en la zona
limítrofe  con el Chocó, rescato de mis
archivos el siguiente texto, escrito 
hace cinco años, que considero sigue vigente y puede ayudar a la
reflexión.
A
pesar de  que desde hace setenta años
el  Estado colombiano tiene  conocimiento de la práctica de ablaciones de
clítoris a las niñas en comunidades indígenas de su territorio, solo 
hacia el año 2005  se tuvo noticia
de alguna acción emprendida  por un organismo
oficial  para abordar un  problema que oscila entre la salud pública,
las tradiciones culturales y el respeto a los derechos de los niños.
En
ese año Aracelly  Ocampo  estaba al frente de la personería (una
oficina encargada de velar por los derechos de las personas) del municipio de
Pueblo Rico, una  pequeña población de
15.000 habitantes, ubicada en el 
Departamento de Risaralda, al centro occidente del país. Fue ella quien,
después de enterarse de  varios casos de
ablaciones practicadas a niñas recién nacidas pertenecientes al pueblo Emberá
Chamí que más tarde  padecieron
infecciones, llegando incluso a la muerte de una de ellas, interpuso la
denuncia ante un juez de la localidad. Para entonces, la práctica era lo que
suele llamarse  “un secreto a voces”,
aunque ninguna autoridad   se atrevía a
intervenir. Al fin y al cabo, la constitución política de 1991 estableció  directrices muy claras en cuanto a la
autonomía de los gobiernos indígenas. Según declaraciones de  la señora Ocampo a distintos medios de
comunicación, hizo la denuncia porque, “si bien los pueblos indígenas
tienen derecho a que se respeten sus
tradiciones, eso no puede  hacerse al
precio de la violación de los derechos humanos en general y los de la infancia
en particular”.
La
denuncia tuvo como primer resultado que, en el año 2006, distintos organismos
del orden local  y nacional, a los que se
sumaron  voceros de las Naciones Unidas
en Colombia empezaran a trabajar en la búsqueda de un escenario de discusión y
reflexión, que sin desconocer los derechos de las etnias, pudiera  tender un puente con los referentes
universales de la justicia. Fue así como
lograron conformar una mesa de trabajo a la que se sentaron, entre otros,  el 
encargado de asuntos indígenas del gobierno departamental,  delegados para asuntos de la mujer,
gobernadores indígenas, el Consejo regional indígena, el  Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y
el Fondo de las Naciones Unidas para la
infancia. El primer escollo a salvar  era
al abierto entre quienes asumieron de entrada 
la defensa de lo que denominaron 
“ la identidad cultural” de los 
indígenas y aquellos convencidos de que 
los  derechos de las personas  no pueden estar supeditados a ninguna clase
de relativismo.
Para
el historiador Víctor Zuluaga Gómez, autor de varios libros sobre los Embera-
Chamí, ese acercamiento tiene que pasar por un esfuerzo para comprender lo que
significa la ablación para esos grupos indígenas asentados en la zona montañosa
de las localidades de Pueblo  Rico y
Mistrató.  “Se trata de una concepción
muy distinta  sobre el papel de las
mujeres y de su sexualidad en el orden del universo, que echa raíces en mitos
milenarios. La clave de la extirpación del clítoris puede encontrarse en  su creencia 
de que los movimientos de la mujer durante el  acto sexual 
acabarán estropeando el orden del cosmos y como sin clítoris no hay
placer, pues  al practicarse la ablación
desaparecerán los riesgos. De otra parte, tienen la convicción de que el
clítoris es una especie de falo pequeñito que se desarrolla a medida que las
niñas crecen y si eso se permite, no habrá hombre dispuesto a casarse con una
mujer  dotada de pene. Ahí tiene usted
toda una  cosmovisión que no se puede
cambiar con represión o disposiciones de policía, sino mediante un arduo
trabajo de diálogo. En lo que si quiero enfatizar es en la absoluta falta de
asepsia de esos procedimientos, practicados por comadronas, que representan un
riesgo constante de infecciones y muertes”.
El
médico Hugo Marcilian, quien presentó la denuncia contra los padres de dos
niñas  Emberá Chamí que llegaron al
hospital local con graves  infecciones
después de habérseles practicado ablación de clítoris, tiene una percepción
menos condescendiente. “Por encima de
cualquier consideración  de carácter cultural,
está la ética  médica, que obliga a
denunciar todo lo que represente un atropello contra la dignidad humana, y
la   mutilación de una  parte del cuerpo de una persona lo es en
grado sumo. Por esas razones  tomamos la
decisión de  poner  a las autoridades  en conocimiento de lo que estaba sucediendo”  dijo en una entrevista concedida a medios
radiales. Esa posición es compartida por Jaime Mena, alcalde  de Pueblo  Rico y por voceros del movimiento político
Mira, que ha incorporado  a  sus propuestas la defensa de los derechos de
los niños, así como de los colombianos presos en el exterior. “Siempre me  he opuesto ha esa práctica” ha dicho en distintos
escenarios.
El
asunto  es tan complejo que los mismos
voceros indígenas  no llegan a ponerse de
acuerdo. Algunos afirman  de manera
tajante que se deben respetar sus tradiciones mientras otros se muestran
proclives a una revisión de la validez de algunas de sus costumbres
ancestrales. En un foro indígena realizado en Bogotá el martes 25 de julio de
2008 el líder Aldemar Tauzarma, insistió en 
que se deben respetar los derechos y las tradiciones, aunque al mismo
tiempo reconoció que a ninguna de sus dos 
hijas le fue practicada  la
ablación.
En
ese mismo evento, el juez promiscuo civil municipal  Marino de 
Jesús   Arcila pidió detener esa
práctica.  El mismo,  cuando se desempeñaba   en el municipio de Quinchía tuvo
conocimiento del caso de dos niñas que fueron trasladadas al hospital de esa
población, quienes presentaban graves
infecciones después de habérseles practicado la ablación. Aunque aclaró que no formuló cargos penales, al considerar que
no hubo dolo ni intención criminal si insistió en que ese tipo  de costumbres deben ser  revisadas a la luz del derecho, porque la
constitución  y los códigos son muy
claros a la hora de tipificar las lesiones y los atentados a la dignidad de las
personas.
Cuando
se les pregunta por la validez de las prácticas, las parteras, comadronas o
“aguelas” de la zona  de Pueblo Rico, se
remiten a la autoridad  de los taitas,
jaibanás  o Medicine men, depositarios de
los saberes ancestrales de la comunidad. Una de ellas, de nombre de
Etelvina, describe con precisión el procedimiento: “Utilizamos un clavo
caliente, una cuchilla  u otro objeto
metálico. Para desinfectar se aplica el zumo de distintas  plantas, una de ellas conocida como escoba.”
Cuando se le interpela sobre el sufrimiento de las pequeñas,  responde que ese no es problema  “Porque ellas no experimentan sensaciones”.
Por
su parte, las mujeres de  la comunidad
prefieren guardar silencio cuando se les pregunta por su opinión sobre las
implicaciones que  el procedimiento de la
ablación ha tenido para sus vidas. “Es
cuestión de los taitas. Ellos saben lo que hacen. No tenemos por qué meternos
con esas cosas”, declaran. Solo Danery Nayaza, una  profesora de treinta años que cursó una
licenciatura en sociales en la Universidad
 Tecnológica de Pereira y 
quien desde hace 15 años vive lejos de su comunidad, va más allá para
decir que no solo  se trata de los
riesgos para la salud, sino de las implicaciones en materia de autoestima y de
las posibilidades de disfrute de la sexualidad cuando esas niñas lleguen a la edad
adulta.
Aparte
del componente ritual, existe una creencia extendida entre los indígenas, en el
sentido  de que la ablación de clítoris
es un mecanismo efectivo de control de la infidelidad,  concepción que la líder feminista Adriana
Rojas considera inaceptable “¿Dónde
quedan entonces los derechos de  de esas
personas que un día aspirarán al disfrute pleno de su sexualidad?” pregunta con
vehemencia, sentada en una oficina cuyas paredes está forradas de fotografías
de figuras femeninas como 
Rigoberta Menchú, Remedios Varo y 
Michelle Bachellet.
Mientras   los ginecólogos insisten en que, aparte de
los riesgos de  infecciones que pueden
llegar a ser mortales, la ablación de clítoris es generadora de secuelas como
hemorragias y dolor crónico , hasta ahora las únicas  acciones concretas derivadas de los foros y
encuentros son una serie de visitas  a
los  asentamientos indígenas, realizadas por
funcionarios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, un organismo
gubernamental , entre cuyas funciones está la protección de la infancia. En la
actualidad el trabajo se encuentra en una fase de diagnóstico para conocer
de  primera mano  el contexto en el que  tiene lugar la práctica de la ablación, para
poder diseñar las herramientas que conduzcan al diálogo entre las percepciones
particulares de los indígenas, los marcos constitucionales y legales y la noción de los derechos   universales de las personas.
Para
el abogado y catedrático Albeiro  Beltrán
“apasionado por el estudio  de las
relaciones entre el derecho y la cultura”, como el mismo se define,  aunque no se han registrado denuncias en los
últimos meses,  dado el peso que tienen
los atavismos en los seres humanos, es altamente probable que las ablaciones a
niñas se sigan practicando entre 
muchos  integrantes de la etnia
Embera- Chamí.  “Sucede  que, como en buena parte de los   rituales, 
estas cosas están rodeadas de un sigilo, 
que recién se rompió con las denuncias de los médicos  y los pronunciamientos de los jueces".
Finalmente,
el antropólogo William Medina, egresado de la Universidad Nacional
de Colombia, asegura que la zona de Pueblo Rico y Mistrató puede ser la única
de Colombia donde los indígenas mantienen la costumbre de la ablación  y que esa circunstancia, en lugar  de aclarar, hace más complejo el  panorama, pues algunos líderes  se sienten en la obligación de  conservarla, como soporte mismo de sus  cosmovisiones. Es en ese punto, donde
coincide con médicos, jueces y autoridades, en el sentido de que no será la
represión, sino la educación y la persuasión los elementos  capaces de generar
las condiciones para el cambio en unas costumbres que, dadas las implicaciones en materia de salud y
derechos, en todo caso habrá de darse de manera bastante lenta.




 
Acaba de hacer un excelente panorama del asunto, hasta ahora el mejor que he leído. Lástima que no pierda ninguna vigencia, porque el artículo parece escrito, literalmente, ayer mismo.
ResponderBorrarCami.
Ese es el problema, apreciado Camilo : que en este y muchos otros aspectos no hacemos cosa distinta a reeditar el mito del eterno retorno.
ResponderBorrarNo sabía que esta situación se diera en América. Me pregunto si también ocurre en otros países de la región... En Europa es un tema de actualidad por la campaña de defensores de los derechos humanos y de objetores pertenecientes a los grupos étnicos que practican la ablación. No conocía ese desopilante mito de que los movimientos de la mujer en el orgasmo pueden alterar el orden del cosmos: es una grotesca máscara del verdadero motivo, que es mantener a la mujer libre de tentaciones, fregando las ollas en la cocina. Lo peor es que durante mucho tiempo no se hizo nada para combatir esta cruel tradición por un falso progresismo, que recomendaba cerrar los ojos ante estos ritos de culturas diferentes a la nuestra. Ahora esto ya no parece tan persuasivo. Por suerte.
ResponderBorrar" Relativismo cultural" llaman a eso los expertos, mi querido don Lalo. Según esa idea, si en una región de África o de Asia central todavía le cortan la mano a un raponero a modo de castigo ejemplarizante, el resto de la humanidad debe tolerarlo porque la práctica pertenece a " La idiosincracia de ese pueblo". Al contrario , pienso que una mutilación- de mano, clítoris, oreja o dedo índice- es una atrocidad aqui y en cualquier lugar del mundo.
ResponderBorrarAnonadado estoy por la noticia, menos mal que aquí en las comunidades indígenas no existe este salvaje atavismo, practicado en algunas sociedades –que yo creía solo vigente en África- so pretexto cultural o tradicional. Algo pasa con Colombia, como sucede en Bolivia con linchamientos frecuentes a título de “justicia comunitaria”. Hace poco leí también sobre unos casos de ataques con ácido a mujeres en su país. La humanidad parece retornar a las cavernas a pesar de vivir en la era de la tecnología. Todavía cuesta creer que en algunas culturas los crímenes de honor apenas sean sancionados.
ResponderBorrarEl llamado progreso y los avances tecnológicos son apenas la vestimenta, apreciado José. En el fondo- y a veces en la superficie- los humanos seguiimos movidos por los mismos atavismos y pulsiones de hace diez mil años. Al menor descuido estos afloran y todos los buenos modales aprendidos a lo largo de la historia se echan a perder.
ResponderBorrar“Tres millones de niñas y adolescentes son mutiladas cada año en el mundo, es decir, que cada seis minutos, una menor de edad sufre la ablación”. En 26 países africanos (donde está más extendida esta práctica), ha sido formalmente prohibida, sin embargo como muchas otras prácticas, costumbres, y tradiciones que se reproducen para controlar la sexualidad, el cuerpo y la vida de las mujeres, las legislaciones al respecto ha tenido un mínimo efecto. El asunto es muy complejo y como Ud. lo plantea, tiene diferentes variables, que se entrecruzan y que son jaladas a su vez por diferentes intereses. Estoy de acuerdo en que no será la represión, sino la persuasión y la educación las que cambien este tipo de costumbres, pero subyace a esta práctica y a otras no menos horrorosas como las violaciones, las quemaduras con ácido, el tráfico de mujeres para la explotación sexual, los matrimonios arreglados y los feminicidios, un determinante que es el patriarcado, mientras éste exista, las mujeres seguiremos siendo “las esclavas de los esclavos”, como dice la canción de John Lennon y Yōko Ono, “Woman is the Nigger of the World”.
ResponderBorrarEstimada Anónima : no recordaba los versos de esa canción, que en su momento se convirtió en algo así como en un himno de las mujeres del tercer mundo . " Woman is the nigger of the world" : la definición no podía ser más lapidaria.
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