Alejandro Gañán y la periodista Claudia Hurtado
Alejandro Gañán nació en el
poblado indígena de San Lorenzo, jurisdicción de Riosucio, municipio de Caldas
célebre por su Carnaval del Diablo que
cada dos años recibe visitantes de
muchos lugares de Colombia y también del exterior.
Como todos los de su comunidad,
Alejandro es de baja estatura, grueso, de piel cetrina y está dotado de unas manos grandes que un
día aprendieron a confeccionar los
bolsos de cuero, hilo y guadua que ofrece
en un mercado creado para comercializar los productos de un grupo de personas víctimas de la violencia
y el desplazamiento forzoso en Colombia.
Pero ese es el final feliz de la
historia: para llegar hasta aquí, él y
los suyos tuvieron que recorrer un largo
y tortuoso camino.
Todo comenzó un día de 1988 cuando su hermana, promotora de salud
pública en el sector, recibió un encargo que formaba parte de sus rituales cotidianos: alguien le pidió comprar un paquete de manzanas y otro de naranjas para entregarlo a otro alguien sin
nombre. Esas frutas se convirtieron en su perdición y en el primer peldaño para el descenso a los
infiernos de otros miembros de su familia y de centenares de vecinos.
“Resultó que las frutas iban con destino a un señor que la guerrilla del Epl tenía secuestrado y amarrado en una
zona cercana”, dice Alejandro con la voz entrecortada por una pena
que veintiseis años
transcurridos no han alcanzado a
curar. “Según todos los indicios, la
esposa del secuestrado prefirió pagarle a un comandante del ejército la misma suma que los guerrilleros pedían, para que sus hombres se encargaran de hacer justicia por su cuenta”, complementa con un
destello húmedo en la mirada.
A los pocos días la
mujer fue sacada a
la fuerza de la casa familiar y desde entonces su nombre se encuentra entre los de 60.000 personas
que las autoridades reconocen como
oficialmente desaparecidas en Colombia desde
1942 hasta la fecha. Luego de su secuestro, decenas de vecinos corrieron
la misma suerte, según la versión de
Gañán avalada por investigadores independientes como Omar Azuero y por
organismos de derechos humanos. Ese
mismo año de 1988 Alejandro fue víctima de un atentado en el que los
agresores contaron con la complicidad de uno de los amigos más cercanos de la
víctima. Así son estas historias. “Escapé por un pelito”, exclama y su mirada
se ilumina con esa clase de regocijo solo conocida por los sobrevivientes.
Huyendo del infortunio llegó con su familia a Pereira, donde lideró la invasión de un predio en compañía
de un grupo de personas sin vivienda.
Trabajaba en la instalación de cableado para una empresa de telefonía cuando
fue arrollado por un automóvil, pero esta vez también escapó a tiempo del nuevo
asalto de la muerte. Convaleciente, descubrió que existía un enemigo tan
temible como los grupos armados legales e ilegales causantes de su destierro: el analfabetismo. Por eso se
consagró a estudiar con un empeño que hoy lo tiene cursando la carrera de negocios
internacionales.
Un día, sitiado por el hambre y
por la desesperación pintada en el rostro de su madre, decidió que apelaría al legado de sus ancestros y se
consagraría a la confección de los
bolsos de guadua y cuero que hoy ofrece en cuanta feria se le
cruza en el camino. La mañana en que hablamos, salía con su cargamento a
cuestas rumbo a uno de esos mercados.
Antes de despedirse me confiesa
que más de una vez estuvo a punto de tomar el camino de la desesperación,
incluso otro peor: el de la venganza. Sin embargo- él prefiere apelar a un mito personal- su
Dios lo iluminó y le marcó el camino de la guadua y el cuero. Por lo pronto,
cuando Colombia ensaya de nuevo la
opción de un proceso de paz lleno de escollos y enemigos, la experiencia de personas como Alejandro Gañán bien podría servirnos de ejemplo a la hora de intentar nuevos
rumbos.
Esa historia es famosa en esa región del occidente de Caldas. De hecho, según la base de datos Noche y Niebla y más recientemente una investigación de Felipe Chica publicada hace poco en La Silla Vacía (adjunto: http://lasillavacia.com/content/quinchia-entre-el-oro-y-la-zozobra-49086) se supone que con esas desapariciones se inauguró la llegada de grupos paramilitares a la zona. Menciona el milagro pero no el santo:, el secuestrado asesinado fue Hernán Londoño, un tío del célebre político manizaleño Fernando Londoño Hoyos, miembros de una poderosa familia conservadora del país.
ResponderBorrarSaludos, Cami.
¡60.000!! ..Pone los pelos de punta la pasmosa cifra de los desaparecidos en Colombia, aunque por el más de medio siglo transcurrido del conflicto, en el cual se han ido acumulando las víctimas, me imagino que la población (especialmente la que no ha perdido algún pariente) nunca se ha hecho una dimensión cabal o completa de la tragedia. En la Guerra del Chaco, Bolivia perdió en apenas tres años 50.000 combatientes según cifras oficiales, y por lo que he leído en los libros de historia supuso una terrible tragedia para todo el país, ya que no había casi ninguna familia que no estuviese de luto. Muy emotiva crónica, que partiendo de un caso particular ofrece una idea de por qué cuesta tanto alcanzar de una vez la paz y cerrar heridas en la sociedad colombiana.
ResponderBorrarMil gracias por los datos, apreciado Camilo... y también por los enlaces.
ResponderBorrarApreciado José : el poeta colombiano Juan Manuel Roca dice en uno de sus poemas que con la cantidad de desaparecidos se podría poblar otro país : una suerte de Colombia fantasma. Acto seguido habla de " abandonar un país como a un barco que naufraga".
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarLos sobrevivientes son grandes maestros de vida, amigo Gustavo. Y el personaje que describes es uno de los más diestros en el arte de seguir viviendo al día siguiente de cuando te quieren matar. Como él, tanta y tanta gente humilde... Cuando se habla de desaparecidos en mi país, muchas veces estamos refiriéndonos a jóvenes de clase media y urbana que se levantaron contra los militares, mayoritariamente en las ciudades y no tanto en zonas rurales. No digo que no hubiera víctimas en otros sectores, claro, pero ya se entiende que la composición social de las víctimas en Argentina y Colombia tiene diferentes matices. (No olvidemos, claro, que en Tucumán, por ejemplo, la población rural sufrió mucho la represión.) También conviene destacar, como sugiere José, que los desaparecidos en Colombia son mucho más numerosos, ya que el proceso, "la guerra", ha sido tan prolongado en tu país.
ResponderBorrar" Vivir al día siguiente de cuando te quieren matar" : ese si que es todo un manual de supervivencia , mi querido don Lalo. A propósito de la Argentina, evoco ahora unos versos de Andrés Calamaro que dicen así : " Me parece que soy de la quinta/ que vio el mundial setentiocho ( sic) / crecí viendo a mi alrededor paranoia y horror". Bueno, más o menos todos los colombianos hemos crecido así.
ResponderBorrarCómo dirían acá, maestro, el señor sí que "tiene huevos" ( y perdón por las palabras) Pero allí hay algo que solo lo aprovechan los oportunistas, y de una manera errónea. Ante una experiencia de vida como la Alejandro, muy valñiosa en un país intolerante como el nuestro, los gobernantes y líderes políticos, sobre todo, se aprovechan de ella para cubrir, con el dolor de la historia y su ejemplo de superación, lo base de sí misma: la violencia que se toma cada región. Así solo le imprimen publicidad y la explotan dentro de la mercadotecnia y la propaganda para que con ello olvidemos que la historia debe ser una ventana sin cristal por donde podamos sentir qué nos pasa como sociedad. La lucha de Alejandro es esperanzador, tan meritorio como el de cualquier científico, deportista o artista.
ResponderBorrarAbrazos.
Ah, claro: ni los burócratas ni los politiqueros desaprovechan oportunidades de ese tamaño, apreciado Eskimal. Pero, independiente de eso ,quedan la creativad, el coraje y el espíritu indomable de personas como Alejandro Gañán.
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