Gonzalo Fernández de Oviedo, el
cronista de la corona, el Dios de las tijeras, libra su última contienda,
agoniza en ese borde afilado que separa el ahora de la eternidad. Al
frente tiene al Diablo, es decir, lo más temido y temible de sí mismo. Como les sucede- nos sucede- a
todos los humanos, cree tocar el cielo
cuando lo que ha hecho en realidad es precipitarse en los abismos del infierno.
Fernández de Oviedo, nacido en Madrid en 1478, catorce años antes de la llegada de los
españoles a lo que después se llamaría
el Nuevo Mundo, aunque sus dioses fueran más antiguos que la misma divinidad de los cristianos,
pertenecía a esa urdimbre burocrática surgida al ritmo de los intereses del imperio:
militar, colonizador, escritor, administrador. Para el caso que nos ocupa su
condición de cronista prima sobre todas las demás: es uno de los narradores de
Santa María del
Diablo, la novela del escritor colombiano Gustavo Arango
publicada por ediciones B en
noviembre de 2014.
Los protagonistas son de sobra conocidos. Sus majestades los Reyes Católicos y su abigarrada y
contradictoria legión de emisarios:
Vasco Núñez de Balboa, Juan de la Cosa, Alonso de Ojeda, Francisco Pizarro,
Diego de Nicuesa, Pedrarias Dávila, Hernán Cortés. El escenario, o mejor, el
infierno es Santa María la Antigua del Darién, primera ciudad europea en tierra
firme del continente americano. Hasta ese lugar
ubicado frente al mar Caribe, en las proximidades del golfo de Urabá llegan, como arrastradas por un imán,
todas las ambiciones humanas
descubiertas y por descubrir. Como siempre, más que un metal codiciado, el oro es la metáfora, la
fuerza que mueve a clérigos y soldados, a cortesanos y burócratas. No por
casualidad la región recibe el nombre de
Castilla de Oro. En ella los conquistadores quisieran ver el hilo
que conecte la vieja Europa asolada por las guerras y la escasez con la promesa de riquezas
infinitas entrevista en los mitos de los pueblos indígenas y en los relatos de
los viajeros.
Fernández de Oviedo deviene
entonces narrador de esos mundos de vegetaciones espesas y hembras ávidas, de
guerreros implacables y clérigos venales. Su tarea es crear un “océano de
tinta” en cuyas aguas los hombres de generaciones venideras puedan verse como en un espejo
hecho de voces y fragmentos.
Pero hay otra voz en la novela.
Un narrador que cuenta los episodios desde el ahora, como quien alimenta un
palimpsesto ya de su suyo intrincado y prolijo. Siguiéndolo, los lectores
de este tiempo- los bebedores de tinta-
entendemos o creemos entender las claves del fugaz ascenso y todavía más
vertiginoso declive de una sociedad que constituye en realidad un símbolo de la
soberbia y las vanaglorias humanas. Es la voz que nos mantiene atados del lado de
acá de unos acontecimientos que se
antojan simultáneos en los delirios de
Fernández de Oviedo.
Aunque a veces el lector sospecha
que los relatos son una ilusión del lenguaje. En realidad se trata de
dos espejos enfrentados en los que podemos asomarnos a las devastaciones y
absurdos de la historia. La de los individuos y de la sociedad toda que se
lanza hacia el abismo con la tozudez del
que se sabe un mero instrumento. Al menos eso es lo que se percibe en las páginas finales del libro, cuando el
cronista accede a esa lucidez propia de los momentos de ruptura
y agonía. Ante sus ojos “Todo lo sólido se desvanece en el aire”,
mientras el Diablo, el espíritu de Santa
María, hace sentir su carcajada eterna como colofón de la
insensatez humana. En ese punto comprende que la ciudad es también una ilusión,
la misma ilusión que se destruye y renace desde el comienzo de los tiempos,
porque el cielo no muda su sentencia.
Para carcajada eterna nada mejor que contemplar una calavera humana, con ese rictus de sonrisa macabra grabada entre los dientes desnudos, a modo de desplante ante la muerte. Gracias por descubrirme a su paisano escritor. No paro de sorprenderme ante la constante hornada de literatos que produce Colombia, será el ejemplo de Gabo que allanó el camino, o será el clima, la caprichosa geografía, las tierras ubérrimas o la voluptuosa belleza de la mujer colombiana. Usted me dirá.
ResponderBorrarApreciado José : en realidad , la obra de García Márquez es el resultado de una tradición que se remonta a los cronistas de Indias y a lo mejor de la literatura universal. Después de Cien años de soledad, al menos durante una década una generación entera de narradores intentó escribir como él, lo que resultó nefasto para su proyecto literario en particular y para el panorama de la literatura colombiana en general.
ResponderBorrarDesde hace por lo menos veinte años, los nuevos escritores colombianos optaron por el camino contrario: distanciarse del maestro, circunstancia que condujo a la revitalización de la narrativa nacional que hoy experimentamos.
Gran tema, el de Arango, amigo Gustavo, gracias por contarnos. Lo suyo, como muchos relatos de buenos escritores, parecer ser una averiguación sobre el mal, sobre la naturaleza del mal. No hay asunto humano del que valga la pena ocuparse donde el diablo no meta la cola, como tú mismo nos recuerdas en tu Crónicas del Diablo. La ciudad condenada del Darién... escucho en esto ecos de una de las aventuras más increíbles del imperialismo, fines del XVII y comienzos del XVIII, cuando el reino de Escocia, resistiendo todavía a Inglaterra, se comprometió en una loca aventura, la colonia Caledonia, un poco más al norte que Santa Marta, en territorio que ahora es Panamá. En esa costa terrible, donde los colonos morían como moscas, se arruinaron casi todos los escoceses y su país debió resignarse a la Unión con Inglaterra. Tierra del diablo, decían los escoceses, la del Darién, y ahora encuentro ese eco en Arango.
ResponderBorrar"...Los colonos morían como moscas". Belcebú: El señor de las moscas. Bueno, la poesía siempre nos sorprenderá con su capacidad infinita para encontrar vínculos entre las facetas más disímiles de la realidad, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarPor supuesto, como usted bien lo anota, la novela de Arango es, de principio a fin, una pesquisa en busca de las huellas del diablo, el demonio, El gran putas en toda esa devastadora campaña de colonización y saqueo que mucos se empeñan todavía en llamar " Gesta conquistadora":
Eso de los "bebedores de tinta" está genial, Gustavo. Por lo pronto, si "el cielo no muda su sentencia", todo seguirá igual, la ciudad de una esperanza, así sea la de la colonización, de una España extendida en el llamadado "Nuevo Mundo" fracasa como fracasa nuestra independencia y solo nos queda un dolor, un olor a azufre. Bueno, también está la otra parte, el lenguaje.
ResponderBorrarHay que leer a nuestro tocayo. Gracias por la invitación.
Esa es una de las bellas paradojas de la vida, apreciado Eskimal : el lenguaje legado por los invasores nos permitió contar los horrores de la invasión. Y ese mismo lenguaje le dio al escritor Gustavo Arango los elementos para recrear el viaje a los infiernos de una legión de emisarios de la corona.
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