jueves, 26 de marzo de 2015

Alquimia de los espejos




 Volta, una suerte de guía espiritual anclado entre  la sicodelia, el budismo zen y los residuos de la sociedad posindustrial,  ha sido asignado por la Sociedad secreta conocida como AMO para iniciar  a Daniel Pearse en  el arte de volverse invisible. El  propósito es robar  el Diamante apenas entrevisto en sueños y encriptado en lo profundo de una montaña custodiada por los cuerpos de élite del gobierno de los Estados Unidos de América. El muchacho nació en 1966 y su madre Annalee,  habituada a cambiar de compañero de  cama entre una noche y otra, no puede darle  la menor pista acerca de quién es su padre. De entrada asistimos pues a  la clásica pregunta por la identidad personal.
Los métodos utilizados  para alcanzar la invisibilidad son tan diversos como peligrosos: la exposición a fieras sangrientas en bosques solitarios, las armas de fuego,  milenarios ritos chamánicos , sustracción de  Plutonio  de un laboratorio y   explosivos cócteles de LSD  , entre  otros productos de un amplio catálogo.


Esas son las puntas de la madeja de Stone Junction, la novela de Jim Dodge, traducida  al español con el subtítulo de Una   epopeya alquímica. Cuando uno tira de alguna de esas puntas, se despliega ante su  mirada la  vasta amalgama de los antiguos viajes iniciáticos  que son a la vez los del descubrimiento del mundo y por lo tanto de los más recónditos pliegues del propio ser. Allí encontramos entonces la dolorosa partida de casa,  las pruebas tortuosas, el descenso a las tinieblas, los combates con los guardianes del  Gran Secreto, que en este caso son las huestes infernales de la CIA, los  avistamientos de la  locura  y el regreso ascencional hacia la lucidez y el conocimiento. “No se trata de atravesar el río, sino de conseguir que el río lo atraviese  a uno”, reza de una de las muchas sentencias que  sostienen esta novela de quinientas treinta  y siete páginas, que no por  casualidad está precedida   de un  prólogo de Thomas Pynchon, ese viejo experto en incursiones  al mundo desquiciado que es en últimas la auténtica cara del sueño americano.


 Porque  Stone Junction  no es un simple divertimento  escrito en clave lisérgica y ocultista. En realidad es  un puñetazo feroz asestado en la mandíbula de la sociedad de  su país, fundada en falacias como  la defensa de la democracia y las oportunidades para todos,  superstición que se desploma  cuando una mente  atenta empieza a  formular preguntas incómodas.
Para probar lo anterior  basta la reflexión de uno de los protagonistas: “Un gobierno nacional ya es bastante malo; pero esta administración es la mayor  colección de canallas y subnormales  de la  historia reciente, y tal vez de toda la historia”. La invectiva puede estar dirigida contra Richard Nixon, Bill Clinton  o  Barack Obama. Al  final da lo mismo.
En el universo  forjado por Dodge, los caminos  del conocimiento personal  conducen así  a la  claridad política, en una sociedad   invadida hasta los huesos por el evangelio del capitalismo.  “No se trata de  poseer el Diamante sino de verlo: allí radica la diferencia entre la codicia y la sabiduría”, nos dice  el narrador en una de  las fases de su viaje al fondo del misterio.


Es  allí donde cobran dimensión esos dos símbolos tan caros a la filosofía,  el mito, la literatura, el rito y las teogonías: el espejo y la alquimia. En el fondo de azogue del primero nos buscamos y en el matraz de la segunda intentamos transmutarnos. Búsqueda y transformación son los catalizadores  de esta historia que nos empuja a través de aguas turbulentas hacia  una orilla en la que no hay respuestas: solo un montón de preguntas para  reiniciar el tránsito, como corresponde  a  todo  camino de conocimiento digno de ese nombre.
“Si lo imposible tuviese sentido, no sería imposible”, le espeta  Volta a Daniel en momentos de duda  y desaliento. Acto seguido lo inmoviliza con doble estocada:“Hemos nacido para sorprendernos”. “ Cuando necesitas tener esperanzas, tienes motivos para preocuparte”.


Al final, casi sin aliento, asistimos como testigos  necesarios a un diálogo entre los protagonistas, que bien podría ser el comienzo de otra historia.  “Yo no creo en fantasmas” le dice  Daniel Pearse,  desafiante,  a su guía Volta.  Este le replica entonces, sereno y lapidario: “Eso no me lo digas a mí: díselo a  tu fantasma”.

PDTA :  aquí va el enlace a la banda sonora de esta entrada

6 comentarios:

  1. Por instinto suelo huir de las obras que mezclan asuntos fantásticos, hechiceria, alquimia y demás menjunjes. Lo que me pregunto es cómo puede un autor mezclar estos ingredientes con elementos de la realidad. y lo que me sorprende mas todavia es cómo se puede escribir mas de 500 paginas sobre el asunto. A menos que el autor estuviese alucinando o bajo el efecto de alguna droga. Hace falta mucha imaginacion y lucidez para urdir tales historias. Que el manuscrito haya pasado por el ojo desquiciado de Pynchon, sin embargo, le da cierto atractivo a la novela, algo habra descubierto el loco genial ese.

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  2. No sé, me huele mucho a Hollywood, y ese olor le queda bien a Franzen y pocos más. ¿Muy rebuscado todo, no? Creo que en últimas esa forma tan peliculera de ver la vida, el destino y hasta la literatura, termina por definir lo norteamericano (uy, ya empecé a generalizar) es decir, una mezcla entre lo popular y lo trascendente, entre el pastiche y lo clásico, entre la frivolidad y el deseo de impresionar a toda costa. A veces les sale bien. Otras, es un fingimiento más de la sociedad del espectáculo.

    Salud, don Resabiado.

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  3. No es que el autor los mezcle : ya lo hizo la "realidad", apreciado José. Para comprobarlo, échele un vistazo al entorno, donde la vida de los seres que no solo se asumen como racionales sino que le añaden el concepto de " razonables, rebosa por lo general de facetas delirantes.
    En realidad, autores como Pynchon, Dodge o Foster Wallace lo que hacen es tomar toda esa locura y convertirla en materia de sus relatos.

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  4. El mundo entero huele a Hollywood, amigo resabiado. Así como hace dos mil años olía a Roma y cinco siglos atrás exhalaba un hedor sospechosamente español, francés o británico. Son los efectos de todos los imperialismos habidos y por haber.
    Sospecho que, en últimas, autores como Dodge toman la demencia del entorno y la convierten en asunto literario. Es decir, lo mismo que hizo el viejo Homero hace tantos siglos. Quién sabe : a lo mejor el Olimpo era el Hollywood de la época.

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  5. Sí, justamente estaba pensando en que estas historias de búsquedas, que ahora adornan con moños y flecos fantásticos, tan de moda, suelen ser variaciones de la Odisea (uno de los mitos más fecundos de la humanidad), y ahora veo que tú mencionas a Homero en tu respuesta anterior. Otro punto de contacto es la transformación (tú hablas de "transmutación"), que es una consecuencia inevitable del viaje, del movimiento hacia Itaca, con el envejecimiento que da el conocimiento.

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  6. Lo de transmutación es propio del lenguaje de la alquimia, mi querido don Lalo. Entre otras cosas, la transformación de los metales en oro es solo una metáfora de la transformación interior del propio alquimista.
    En ese sentido, yo diría que la literatura toda es un viaje iniciático del que nadie, ni el escritor ni el lector, sale incólume.

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