Volta, una suerte de guía
espiritual anclado entre la sicodelia,
el budismo zen y los residuos de la sociedad posindustrial, ha sido asignado por la Sociedad secreta
conocida como AMO para iniciar a Daniel
Pearse en el arte de volverse invisible.
El propósito es robar el Diamante apenas entrevisto en sueños y
encriptado en lo profundo de una montaña custodiada por los cuerpos de élite
del gobierno de los Estados Unidos de América. El muchacho nació en 1966 y su madre Annalee, habituada a cambiar de compañero de cama entre una noche y otra, no puede
darle la menor pista acerca de quién es
su padre. De entrada asistimos pues
a la clásica pregunta por la identidad
personal.
Los métodos utilizados para alcanzar la invisibilidad son tan
diversos como peligrosos: la exposición a fieras sangrientas en bosques
solitarios, las armas de fuego,
milenarios ritos chamánicos , sustracción de Plutonio
de un laboratorio y explosivos
cócteles de LSD , entre otros productos de un amplio catálogo.
Esas son las puntas de la madeja
de Stone Junction, la novela de Jim Dodge, traducida al español con el subtítulo de Una epopeya alquímica. Cuando uno tira de
alguna de esas puntas, se despliega ante su
mirada la vasta amalgama de los
antiguos viajes iniciáticos que son a la
vez los del descubrimiento del mundo y por lo tanto de los más recónditos
pliegues del propio ser. Allí encontramos entonces la dolorosa partida de
casa, las pruebas tortuosas, el descenso
a las tinieblas, los combates con los guardianes del Gran Secreto, que en este caso son las
huestes infernales de la CIA, los
avistamientos de la locura y el regreso ascencional hacia la lucidez y
el conocimiento. “No se trata de atravesar el río, sino de conseguir que el río
lo atraviese a uno”, reza de una de las
muchas sentencias que sostienen esta
novela de quinientas treinta y siete
páginas, que no por casualidad está
precedida de un prólogo de Thomas Pynchon, ese viejo experto
en incursiones al mundo desquiciado
que es en últimas la auténtica cara del sueño americano.
Porque Stone Junction no es un simple divertimento escrito en clave lisérgica y ocultista. En
realidad es un puñetazo feroz asestado
en la mandíbula de la sociedad de su
país, fundada en falacias como la
defensa de la democracia y las oportunidades para todos, superstición que se desploma cuando una mente atenta empieza a formular preguntas incómodas.
Para probar lo anterior basta la reflexión de uno de los protagonistas:
“Un gobierno nacional ya es bastante malo; pero esta administración es la
mayor colección de canallas y
subnormales de la historia reciente, y tal vez de toda la
historia”. La invectiva puede estar dirigida contra Richard Nixon, Bill Clinton o
Barack Obama. Al final da lo
mismo.
En el universo forjado por Dodge, los caminos del conocimiento personal conducen así
a la claridad política, en una
sociedad invadida hasta los huesos por
el evangelio del capitalismo. “No se
trata de poseer el Diamante sino de
verlo: allí radica la diferencia entre la codicia y la sabiduría”, nos
dice el narrador en una de las fases de su viaje al fondo del misterio.
Es allí donde cobran dimensión esos dos símbolos
tan caros a la filosofía, el mito, la
literatura, el rito y las teogonías: el espejo y la alquimia. En el fondo de
azogue del primero nos buscamos y en el matraz de la segunda intentamos
transmutarnos. Búsqueda y transformación son los catalizadores de esta historia que nos empuja a través de
aguas turbulentas hacia una orilla en la
que no hay respuestas: solo un montón de preguntas para reiniciar el tránsito, como corresponde a
todo camino de conocimiento digno
de ese nombre.
“Si lo imposible tuviese sentido,
no sería imposible”, le espeta Volta a
Daniel en momentos de duda y desaliento.
Acto seguido lo inmoviliza con doble estocada:“Hemos nacido para
sorprendernos”. “ Cuando necesitas tener esperanzas, tienes motivos para
preocuparte”.
Al final, casi sin aliento,
asistimos como testigos necesarios a un
diálogo entre los protagonistas, que bien podría ser el comienzo de otra
historia. “Yo no creo en fantasmas” le
dice Daniel Pearse, desafiante,
a su guía Volta. Este le replica
entonces, sereno y lapidario: “Eso no me lo digas a mí: díselo a tu fantasma”.
PDTA : aquí va el enlace a la banda sonora de esta entrada
Por instinto suelo huir de las obras que mezclan asuntos fantásticos, hechiceria, alquimia y demás menjunjes. Lo que me pregunto es cómo puede un autor mezclar estos ingredientes con elementos de la realidad. y lo que me sorprende mas todavia es cómo se puede escribir mas de 500 paginas sobre el asunto. A menos que el autor estuviese alucinando o bajo el efecto de alguna droga. Hace falta mucha imaginacion y lucidez para urdir tales historias. Que el manuscrito haya pasado por el ojo desquiciado de Pynchon, sin embargo, le da cierto atractivo a la novela, algo habra descubierto el loco genial ese.
ResponderBorrarNo sé, me huele mucho a Hollywood, y ese olor le queda bien a Franzen y pocos más. ¿Muy rebuscado todo, no? Creo que en últimas esa forma tan peliculera de ver la vida, el destino y hasta la literatura, termina por definir lo norteamericano (uy, ya empecé a generalizar) es decir, una mezcla entre lo popular y lo trascendente, entre el pastiche y lo clásico, entre la frivolidad y el deseo de impresionar a toda costa. A veces les sale bien. Otras, es un fingimiento más de la sociedad del espectáculo.
ResponderBorrarSalud, don Resabiado.
No es que el autor los mezcle : ya lo hizo la "realidad", apreciado José. Para comprobarlo, échele un vistazo al entorno, donde la vida de los seres que no solo se asumen como racionales sino que le añaden el concepto de " razonables, rebosa por lo general de facetas delirantes.
ResponderBorrarEn realidad, autores como Pynchon, Dodge o Foster Wallace lo que hacen es tomar toda esa locura y convertirla en materia de sus relatos.
El mundo entero huele a Hollywood, amigo resabiado. Así como hace dos mil años olía a Roma y cinco siglos atrás exhalaba un hedor sospechosamente español, francés o británico. Son los efectos de todos los imperialismos habidos y por haber.
ResponderBorrarSospecho que, en últimas, autores como Dodge toman la demencia del entorno y la convierten en asunto literario. Es decir, lo mismo que hizo el viejo Homero hace tantos siglos. Quién sabe : a lo mejor el Olimpo era el Hollywood de la época.
Sí, justamente estaba pensando en que estas historias de búsquedas, que ahora adornan con moños y flecos fantásticos, tan de moda, suelen ser variaciones de la Odisea (uno de los mitos más fecundos de la humanidad), y ahora veo que tú mencionas a Homero en tu respuesta anterior. Otro punto de contacto es la transformación (tú hablas de "transmutación"), que es una consecuencia inevitable del viaje, del movimiento hacia Itaca, con el envejecimiento que da el conocimiento.
ResponderBorrarLo de transmutación es propio del lenguaje de la alquimia, mi querido don Lalo. Entre otras cosas, la transformación de los metales en oro es solo una metáfora de la transformación interior del propio alquimista.
ResponderBorrarEn ese sentido, yo diría que la literatura toda es un viaje iniciático del que nadie, ni el escritor ni el lector, sale incólume.