“Una pereirana ganó un
reality. Mañana a las 2 p.m. habrá caravana desde el aeropuerto y luego será
condecorada en la Gobernación, según anuncia la jefe de prensa de ese ente
territorial donde manda el señor Botero”.
Activo como se mantiene en las redes sociales, el periodista Abelardo Gómez me envió el mensaje apenas supo la “noticia”
el lunes 28 de septiembre. El hombre conoce mis obsesiones con la banalización
de la vida cotidiana y concluyó- con razón-
que allí habría un buen filón para un artículo.
Al principio fue una sospecha.
Después se convirtió en una certeza: la publicidad, el mercadeo y los medios de comunicación crearon una
realidad paralela en la que la gente se
instala como una manera de hacerle el quite a la vida de todos los días. En esa
lógica resultan más importantes los detalles sobre la lencería que utilizará la
actriz Sofía Vergara en su noche de bodas, el próximo
episodio de la telenovela de turno o la evolución de la rodilla de Lionel
Messi. Exiliados en esa burbuja,
renunciamos a cualquier posibilidad de abordaje crítico del mundo y por ese
camino eludimos la responsabilidad de intervenir en él.
No sé a ustedes, pero desde su
aparición, siempre me han inquietado los múltiples y ambiguos matices del
concepto de reality show ¿Es la realidad convertida en espectáculo o éste último vuelto realidad? Por lo visto,
el fenómeno funciona en ambas direcciones. De un lado,
están las personas que se someten a la humillación de contar sus miserias ante millones de
televidentes a cambio de unos cuantos pesos. Situado en los límites de la
alienación, el público se solaza en el dolor del otro, no por un talante
malévolo, sino porque carece de los
elementos para elaborar un juicio crítico
y por lo tanto para entender y valorar la compleja trama de contradicciones
sobre la que se teje una vida. Es más: ni siquiera es capaz de establecer
distancia entre los comerciales y la
narración. Para él todo es ya un solo producto en el que las lágrimas se
mezclan con la fragancia del último perfume de Shakira.
En el otro frente el espectáculo se ofrece como sucedáneo de la
vida. Reunidos en una isla desierta
donde se simula el mito de Robinson Crusoe o en un país exótico donde los rigores
del clima y el rostro áspero de la naturaleza
forman parte del catálogo, un grupo de individuos juega enfrentarse a situaciones
extremas. Juegan: porque a diferencia de
los antiguos héroes de los viajes iniciáticos, los exploradores modernos viajan
con seguro de vida, se vacunan contra enfermedades tropicales y disponen de socorristas escondidos tras bambalinas, dispuestos a auxiliarlos cuando las cosas pasan de
castaño a oscuro.
Por todo eso me impactó el mensaje de Abelardo Gómez. Que un ama de casa, un
oficinista o una colegiala crean sufrir
con las vicisitudes de la estrella de su reality favorito resulta
más o menos comprensible. Pero que un gobernador piense de veras que hay algo heroico en ganarse un reality
show es indicio de grandes fisuras en la
manera de ver el mundo. Me alegra mucho
que la señora Vanessa Posada se haya ganado
su buen fajo de billetes,
aunque sean devaluados. Pero eso de armar caravanas, entregar
condecoraciones y decir que ese hecho representa no sé qué cosas sobre la mujer pereirana, resulta no solo una
muestra de frivolidad tropical- lo que
no constituye novedad alguna- si no el indicio
de que alienados, controlados y
empujados por los medios de comunicación, hemos aprendido a interpretar un peligroso baile en el vacío.
Ultimamente he pensado mucho en eso. Las culturas no logran sobreponerse al mito de los héroes (como no logran abandonar los mitos iniciáticos y fundacionales) y ahora se reemplaza la épica por asuntos que a la larga son buen negocio. Me explico, el deporte por ejemplo, es un sucedáneo de las gestas de los guerreros antiguos, por eso la identificación de gente que ni siquiera sigue las competencias con personajes como Nairo Quintana o James Rodríguez, ni qué decir del alboroto homicida cuando le estaba yendo bien a la selección colombia en Brasil. Hay pues una tendencia a volver grandilocuente cualquier competencia, así sea un record guiness de chorizos santarosanos, o lo que sea, una necesidad de heroísmo y espectáculo que se ve aumentada además por el eterno complejo de inferioridad de los colombianos.
ResponderBorrarNada de raro entonces el delirio del gobernador, que además por estos días andará en campaña a saber con quién.
Cami.
(Ahí le dejo la banda sonora de éste artículo:
https://www.youtube.com/watch?v=Y1Il5nUAlwM )
Apreciado Camilo: mil gracias por la banda sonora : " Ahí está el detalle" , decía el filósofo Cantinflas, esa especie de resumen del ser latinoamericano.
BorrarEn lo demás, usted lo ha dicho: cuando experimentamos la noción del vacío, sin destino trascendente a la vista, solo queda el recurso de los héroes digitales, porque ya no siquiera puede hablarse de héroes de papel.
Vaya, de nuevo estamos otra vez empatados, qué calcacadita esta acción "condecorosa" del gobernadnor pereirano a la de su colega cochabambino que el año pasado hizo lo mismo (con recepcion aeropuertaria, incluida) con un joven grupo de música folclórica que regresó de Viña del Mar con las manos vacias, pero que "representó con dignidad a Bolivia", he ahi el detalle o la sutil diferencia con respecto al caso colombiano. Esta epica del vacio, tal como sugiere el texto, se ha tragado a la sociedad contemporanea como una suerte de agujero negro cultural, ya nada escapa a su influjo, a su poderosa gravitacion mediática. Estamos jodidos, mi estimado Gustavo.
ResponderBorrarY disculpe el pleonasmo "de nuevo estamos otra vez", parece que sido victima de un bucle temporal, o las prisas más bien.
ResponderBorrar" Un agujero negro cultural ", y político, y social y existencial, añadiría yo, apreciado José.
BorrarAquí también hablamos de " Dejar en alto el nombre de la ciudad". Usted ya sabe las sandeces de que son capaces todas las formas del nacionalismo, el regionalismo y en general el chovinismo en sus múltiples manifestaciones.