Lamento no coincidir con don Héctor Lavoe y su célebre canción. “¿Y para qué leer un periódico de ayer?” recita con su particular cadencia esa leyenda del cancionero hispanoamericano. Todo lo contrario: pienso que la lectura del periódico de ayer o de hace veinte años es más importante que la del de hoy: nos ayuda a mirar las cosas en perspectiva. El talante instantáneo del suceso le abre paso a la complejidad de los acontecimientos y sus protagonistas. Las causas y motivaciones ocultas, así como las consecuencias entonces incomprensibles se hacen así visibles.
Convencido de eso, despliego
sobre la mesa ejemplares atrasados de los periódicos nacionales El Tiempo, El Espectador, La Tarde y El
Colombiano.
Encuentro que aquí muy cerca, en mi vecindario, un
hombre joven asesinó a su mujer, la desmembró y sepultó sus restos en un
terreno de su finca. Avanzo un poco más y descubro que uno de los fulanos Nule,
condenado por haber robado miles de millones de dineros públicos, recibió el
beneficio de casa por cárcel por encontrarse deprimido, según argumento de su defensa, amparada en un
sospechoso dictamen médico . Unas cuantas páginas más allá me informan que barras de hinchas pereiranos del Real Madrid y el Barcelona – si señores,
del Real Madrid y el Barcelona, ni
siquiera del Deportivo Pereira o el
Deportes Quindío- se enfrascaron en una disputa al interior de un bar,
de la que resultaron varios heridos. Para completar el cuadro, leo que el ex presidente Álvaro Úribe y sus
miles de fieles devotos- ya que no simpatizantes – siguen empeñados en sabotear a cualquier precio un proceso de
paz de por sí bastante cojo. La página
judicial me cuenta que un estudiante adolescente se quejó ante su madre de haber recibido
agravios de un compañero de curso. En lugar de ofrecerle una solución pacífica o de
remitirse a las autoridades del colegio,
la señora lo armó de un cuchillo de cocina
y lo animó a cobrar justicia por su propia mano. Y el muchacho lo hizo.
Es apenas una pequeña muestra,
pero suficiente para comprobar que, en contravía de lo sugerido por quienes
trabajan en la solución de conflictos, los colombianos seguimos empecinados en
producir metáforas de guerra, de confrontación.
Por esa razón, expertos como el
antropólogo Emilio Garzón, que ha
trabajado en países y regiones desangrados durante años, entre ellos El
Salvador de las guerras civiles,
insisten en que debemos elaborar metáforas de paz. Visiones del mundo emprendidas desde el lenguaje y los
actos cotidianos que nos ayuden a abordar la realidad de otra manera: no por
casualidad en los grandes mitos es la palabra la que funda el universo. La que nos da elementos para comunicarnos y comprender así la propia
circunstancia y la de los otros. Hasta ahora en Colombia no hemos hecho el
intento.
Me pregunto entonces qué
empezaría a suceder si sacáramos los diálogos de paz- convertidos casi en
una entelequia por los medios de
comunicación y por los políticos que los
reducen a simple instrumento al servicio de sus intereses- de los recintos cerrados y
los trasladáramos al terreno de la vida cotidiana. Si ese hombre o esa mujer
que ya no soportan a su pareja por razones acaso justificables, en lugar
de golpearla, mutilarla o asesinarla, optaran
por hacer lo más fácil y sensato
: divorciarse. Si en lugar de
admirar y justificar al delincuente asumiéramos que quien se roba los recursos
públicos- los de la salud, la educación, la infancia- comete un crimen de lesa
humanidad porque priva a otros de sus derechos y oportunidades. Si esos
activistas políticos animados por el
odio y la ambición fueran capaces
de ver su oficio como una manera de
gestionar lo público, lo común. Si el padre de familia entendiera por fin
que la más efectiva y antigua
herramienta de educación es el ejemplo.
O si esas hordas de nuevos salvajes globalizados recordaran que el fútbol es un juego y por lo
tanto un medio de goce y de entendimiento entre los humanos.
En fin, creo que hemos acuñado a
lo largo de los siglos demasiadas metáforas de guerra y de muerte. Nada
perdemos y mucho ganaríamos si comenzamos a hurgar en la memoria personal y colectiva en busca de las viejas y
olvidadas metáforas de paz.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
De las "metáforas de paz" también hay muestras " e incluso, de fechas recientes", por ejemplo, leí hace unos meses acerca de una mujer que rescató a un perro que estaba siendo arrastrado por la corriente (esto fue en Bogotá); ella lo hizo porque le nació hacer este gesto. Por desgracia, son mas los eventos malos y lamentables los que perduran en la memoria de los colombianos (aparte de uno que otro evento deportivo, mayoritariamente futbolístico). Interesante entrada, pero sugiero que cite los encabezados y/o incluya mas información sobre aquellos ejemplos que usted cita al inicio.
ResponderBorrarGracias.
Mil gracias, señor Andrés. Sus inquietudes serán atendidas.
BorrarTiene usted razón, no es del todo ocioso releer algunos diarios, por muy pasados que sean, ya que suponen dos grandes virtudes: para no perder memoria sobre sucesos históricos (ay, qué bien le haría a nuestra juventud hoy por hoy tan desmemoriada) y porque –como bien remarca- ayudan a tener perspectiva. Además está el hecho de que numerosos acontecimientos jamás pierden frescura, más bien adquieren actualidad al compararlos con el presente. Cuántas lecciones se podrian tomar de esa “memoria personal y colectiva”, pero parece que a la Humanidad le gusta cometer los mismos errores, insensata como es por naturaleza.
ResponderBorrarApreciado José: en Cien años de Soledad la enfermedad del insomnio tiene como consecuencia una peste peor : la del olvido. Si no hacemos memoria es imposible restañar heridas y recomponer el rumbo. De ahí que la lectura del periódico de ayer funcione como una metáfora.
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