Esto de escribir y publicar
reseñas tiene sus claroscuros. A veces- algunas veces- se topa uno con el resplandor de una joya recién
publicada o sepultada en los anaqueles de una librería de viejo. Corre entonces, jubiloso, a hilvanar unos cuantos párrafos con la
gratitud que solo conocen quienes hicieron de los libros- escritos o leídos- la
mejor manera de estar vivos. Ese es mi caso. Solo escribo acerca de las obras que me gustan o que me conmueven. Las que nada me dicen las
dejo por ahí a la espera de que algún
día obtengan la bendición del olvido. Me parece falto de misericordia
emprenderlas contra un texto y sobre
todo contra un autor que, presumo, le
encontró sentido a la existencia a través
de la palabra escrita.
Pero hay ocasiones en las que el
autor de reseñas debe transitar territorios de pesadilla. Hace unos tres meses
un señor de apellido Mendieta dejó en mi oficina un paquete de libros de su
autoría- para ser precisos, una tetralogía que va del Antiguo Testamento a una
improbable sociedad del año 2130 en la que
el homo sapiens ha involucionado hasta el nivel de los gusanos-. El
problema reside en que los ejemplares
venían acompañados de una tarjeta en la que el desconocido me
daba una orden perentoria: “Para que los
lea y escriba algo sobre ellos”,
decía el mensaje escrito con cuidadosa caligrafía. Desde ese día el señor me acecha a la salida del trabajo y me lanza
miradas que, en sus destellos oblicuos,
apuntan a hacerme sentir culpable. Una
semana atrás estuve a punto de presentarle disculpas, pero al final desistí, ante la imposibilidad de
averiguar de qué.
Ustedes ya habrán adivinado que no he podido leer ni el primero. Les juro
que lo intenté de buena fe, pero no pude
pasar de la página tres, donde el
profeta Elías es
secuestrado por los tripulantes
de una nave proveniente de un oscuro
planeta llamado Trillion. Abomino de
los extraterrestres, no tanto porque tenga alguna prueba de su inexistencia,
sino porque con el destino delirante de los terrícolas me sobra y basta.
Así que acometí la lectura del segundo y
escapé por un pelo antes de que una legión de muertos vivientes anclados en el
medioevo diera con mis huesos en una de sus
cuevas nauseabundas.
Pasé rápido al tercer tomo. En ciento ochenta páginas, un
adolescente escapado de la película Volver
al futuro III intenta, sin éxito,
detener la Primera Guerra Mundial. En
lugar de viajar a Sarajevo el pobre tipo toma el tren equivocado y desembarca
en un prostíbulo milanés copiado de una
película de Fellini. A esta altura
debo reconocer que nuestro autor tiene
buen tino para evocar imágenes cinematográficas.
El fin de semana pasado el señor
Mendieta me siguió, unos cuantos pasos
atrás, hasta la parada del autobús. Caía
una lluvia menuda, digna de una de esas películas inglesas de terror de
los años cincuenta- ya ven que también tengo
buena memoria para el cine- y el
hombre agitaba en el aire un paquete
voluminoso envuelto en papel celofán negro. No sé ustedes, pero intuyo que se trata de una nueva tetralogía, que tiene como punto de partida
los gusanos del 2130.
Insisto en que no me asiste derecho alguno a emprenderla contra
los libros ajenos. Pero sospecho que,
por alguna razón insondable, el señor Mendieta me ha escogido como su único
lector y eso ya sugiere un castigo, un designio del cielo: una divinidad
rencorosa pretende cobrar en mi pellejo la indolencia de los humanos,
su falta absoluta de respeto ante miles de buenos libros no leídos.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=hkXHsK4AQPs
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=hkXHsK4AQPs
Hola Tavo: creo entender que el tal Mendieta está cobrando el hecho de que se materialice el derecho número 11 de cualquier lector: no leer. Algo similar pregonan otros varios autores y creo que más de una malquerencia les ha costado. Por ahora,mientras Mendieta da una tregua, sugiero buscar el refugio de otros libros que aporten el blindaje contra sus miradas acusadoras.
ResponderBorrar" Incluso los paranoicos tienen enemigos", dice un personaje de Ricardo Piglia, querido reseñador Antonio Molina. A veces el ejercicio de ese derecho lo pone a uno en aprietos, sobre todo cuando los límites- físicos y mentales- de la parroquia, son bastante estrechos.
BorrarHola Tavo: creo entender que el tal Mendieta está cobrando el hecho de que se materialice el derecho número 11 de cualquier lector: no leer. Algo similar pregonan otros varios autores y creo que más de una malquerencia les ha costado. Por ahora,mientras Mendieta da una tregua, sugiero buscar el refugio de otros libros que aporten el blindaje contra sus miradas acusadoras.
ResponderBorrarSu literatosa anécdota suena inverosímil, ¿no nos estará gastando una broma? Algo pesadillesca su circunstancia de verse sometido a semejante persecución que suena peor que verse acosado por el cobrador del frac o alguien parecido. Ya decía mi abuelito que en la vida hay que mostrar cara de perro, para no verse agobiado por vendedores ambulantes, evangelistas y otras criaturas de dios. Quizás le precede cierta fama de buenismo.Mis sentidas condolencias, jeje.
ResponderBorrarLa variedad de las criaturas de Dios es innumerable, apreciado José. Y entre ellas están, desde luego, los autores de libros inverosímiles y los reseñadores atrapados en su propio callejón sin salida. Hubo una época en la que en Colombia a esos cobradores de frac se les conocía con el apodo de " Chepitos". Bueno, pues también existen los " Chepitos" de la literatura.
ResponderBorrarMe dice JCP que te gusta Thomas Wolfe. Recordemos, entonces, que "under the waste of time, under the hoof of the beast above the broken bones of cities, there will be something bursting like a flower (...) for ever deathless, faithful, coming into life again like April".
ResponderBorrarQue maravilla de cita y mil gracias por evocar a ese formidable escritor, mi querido don Lalo. Eso de " Algo abriéndose como una flor entre los huesos rotos de las ciudades" es en sí mismo uno de las cosas más bellas que he leído.
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