Eso es lo que han sostenido los
economistas a lo largo de los años: nada
como una guerra para revivir una economía maltrecha.
Y
lo respaldan con datos: la industria de las armas, los suministros de
alimentos y vestuario a los ejércitos en
contienda, el negocio de los medicamentos. Todo adquiere un dinamismo difícil
de ver en tiempos de paz
Mejor aún: el vencedor puede
hacer grandes negocios con la rehabilitación
de los derrotados.
En ese sentido, El Plan Marshall sigue siendo el ejemplo
más socorrido para los expertos. Después de la
Segunda Guerra Mundial sectores enteros de la economía vieron
multiplicar sus ganancias gracias a la intervención en la Europa destrozada.
De hecho, durante la guerra la General Motors le vendía
motores a Hitler para sus tanques, mientras la ITT lo proveía de equipos de
telecomunicaciones. Mientras eso sucedía, los aliados sembraban la muerte a su
paso en nombre de la democracia y la libertad.
Nada de que extrañarse, en todo
caso: business is business.
Desde luego, a los expertos sólo les interesan los números:
los muertos, los heridos, los desplazados, los mutilados, las viudas, los
huérfanos son apenas “Daños colaterales”, según la fría
burocracia de la muerte.
Supongo que los áulicos
del gobierno Duque también piensan en esas cosas cuando claman por una guerra en dos frentes: contra
el demonio del terrorismo, reencauchado esta vez gracias a la torpeza del Eln y contra
la otrora “Hermana república de
Venezuela” aquí nada más, al otro lado de la frontera.
En uno y otro caso el botín es
grande: presupuestos para las fuerzas armadas, comisiones en compra de armas,
dotaciones, grandes contratos.
En ambas circunstancias las justificaciones son tan
abstractas como altruistas: la defensa de la democracia en territorio propio y
ajeno, la seguridad, la vida, la libertad.
Y sobre todo un concepto que
ayuda bastante a confundir: “La defensa
de los valores supremos de la patria”, según
reza la retórica al uso entre los sectores más conservadores. Los mismos
que exacerban por igual los regionalismos y los nacionalismos como una manera
de propagar el miedo y las pasiones.
El miedo y las pasiones: los
combustibles de toda cruzada contra enemigos reales o inventados.
Llegados a este punto, nada como
una guerra para impulsar el patrioterismo hacia confines que pueden alcanzar la
demencia que hoy captamos en el lenguaje
utilizado en las redes sociales y en las
marchas organizadas para defender los tan promocionados “Altos intereses de la patria”.
O, lo que es lo mismo: los
insaciables apetitos de quienes han controlado estos territorios desde los días
de las guerras de independencia, con su desfile de caudillos
terratenientes, los antepasados de quienes hoy se niegan a devolver las
tierras robadas a los viejos colonos y campesinos.
Y nada como una guerra para
devolverle la popularidad a un presidente en caída libre.
Eso lo saben muy bien los
asesores de imagen, versión moderna de los viejos consejeros de príncipes y dictadores.
No por casualidad, al desplome de
la popularidad de Iván Duque le siguió
una rápida estrategia enfocada a capitalizar tanto los yerros del Eln
como el desbarajuste de la situación en Venezuela.
Aparecer como un líder fuerte
ante los enemigos de aquí y allá fue la fórmula para el rápido repunte en las encuestas.
Algo así como los beneficios
colaterales de dos incendios atizados mitad en la realidad y mitad en los
medios de comunicación: hay que ver, escuchar y leer a presentadores de
noticias y editorialistas cerrando filas ante la patria amenazada por las
fuerzas del mal.
¿Y la gente capaz de generar
grandes transformaciones en la sociedad de la que forma parte?
Pues está sentada leyendo
periódicos, opinando en las redes sociales, escuchando noticias y viendo noticieros de televisión.
Por eso no puede pensar ni
ejercer el derecho inalienable de la duda.
Y
por eso mismo puede captar sólo una minúscula parte de lo que acontece detrás del
vertiginoso y difuso flujo de una
información filtrada y manipulada por
los centros de poder.
Con el mundo reducido a
partículas es imposible percibir el rol del Eln y sus acciones
demenciales como parte de una estrategia oficial para reactivar la guerra
interna y con ella el discurso de la violencia como política de estado.
Mucho menos podemos aproximarnos
al drama de Venezuela como una
ficha en el dominó de los intereses
geopolíticos de las grandes potencias.
Un dominó en el que tienen un peso enorme las riquezas representadas en el oro,
el petróleo, el coltan.
Los mismos agentes que han
desatado la codicia humana a través de los tiempos.
Por esas razones no debe
sorprendernos el tono cada vez más
pendenciero de los discursos: nada como
una guerra para revivir una economía maltrecha, o para devolverle el aliento a
un presidente en caída libre.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Nada mejor que invocar tambores de guerra para acallar las críticas internas y, bien dice usted, reforzar la imagen de un gobernante impopular. Receta infalible esa de apelar a la "defensa de la patria" entre otros intereses mezquinos y maquiavélicos. En esa "guerra"de popularidad no resulta extraño que tanto el populismo de izquierda como la derecha nacionalista, en teoría antagónicos, coincidan en el llamamiento a cerrar filas con excusas patrioteras e inventarse enemigos externos.
ResponderBorrarLa diferencia entre populismos de izquierda y derecha es apenas formal, apreciado José. En el fondo, la estructura mental y discursiva es la misma : la invocación al pueblo o las masas para legitimar las propias acciones. El autoritarismo a ultranza. La descalificación de las oponiones ajenas. La necesidad permanente de inventar un enemigo.
ResponderBorrarRevise y verá.
ESTO ES DECIR LAS COSAS POR SU NOMBRE,GUSTAVO...ME IDENTIFICO PLENAMENTE CON TU ARTICULO...GRACIAS Y MUCHO ACHE...ABRAZO,JAVIER.
ResponderBorrarLas cosas siempre hay que llamarlas por su nombre, apreciado Javier.
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