En su novela La mancha humana, un feroz alegato contra la tendencia hacia la corrección política, el escritor norteamericano Philip Roth nos cuenta la historia de un profesor universitario que ve de repente como su vida en el campus se convierte en un infierno. Su delito consistió en responder que una estudiante “Se había vuelto humo” cuando los alumnos le preguntaron por el paradero de una muchacha negra que casi nunca asistía a clases. De ahí en adelante, la hipocresía rampante determina que tras esa frase del profesor se esconde una conspiración racista dirigida a impedir que las minorías ocupen el lugar que les corresponde en el mundo. Resumiendo, las ideas políticas al uso deciden no que la estudiante es una mediocre , si no que es discriminada por su condición racial. El curso de la historia es fácil de predecir: el maestro tendrá que pagar lo suyo por semejante dosis de arbitrariedad.
Así se han puesto las cosas en el mundo desde que los poderes decidieron que las persecuciones a las minorías resultaban tan costosas como inútiles y que por lo tanto era más rentable confinarlas en una suerte de ghetto al revés, dándole carta de ciudadanía a una paradoja tan curiosa como efectiva : Ya no se trataba de negarlas como pertenecientes a un universo oscuro, marginal y potencialmente subversivo, si no de validar todas sus expresiones como dotadas de un valor en sí mismas, sin necesidad de confrontarlas con los grandes logros de la humanidad en su conjunto. De allí en adelante su arte, su música, su literatura, su religión sus costumbres y sus ideas políticas no tendrían valor por sus alcances y aportes sino por su condición de pertenecer a una minoría. Semejante capacidad de neutralización no se le había ocurrido ni al más imaginativo de los inquisidores.
Entonces empezamos a oír hablar de literatura afro, de pintura india, de música gay, de películas hechas por mujeres y de esculturas elaboradas por discapacitados . El resultado salta a la vista : no se puede entablar ninguna discusión sobre los valores estéticos o prácticos de lo que se ofrece, sin que se levante una voz protestando porque el abordaje crítico puede ser el preludio de una forma de discriminación. Para redondear el asunto se crearon festivales y premios en los que esas minorías, en lugar de dialogar con el mundo, como correspondería a una auténtica emancipación, se sumergen en un soliloquio que solo les devuelve su propia imagen ampliada en el espejo. Tan lejos han llegado las cosas que nos resultaría insólita una convocatoria a un concurso de novelas escritas por heterosexuales y sin embargo nos parece normal que aparezcan otros dirigidos a enanos, a lesbianas,a indígenas o a chicanos .
Por esas razones , y gracias a una sutil campaña de manipulación ideológica , todos nos volvimos tan pero tan políticamente correctos, lo cual era ni más ni menos que el propósito de los poderes que gobiernan al mundo : no se trata de comprender y aceptar al otro, si no de no ofenderlo, desterrándolo de paso a lo más hondo de su singularidad. De ahí el valor vindicativo de la novela de Roth: si la muchacha negra de la historia y sus hipócritas defensores hubieran admitido desde el comienzo que las críticas iban dirigidas a su mal desempeño como estudiante y no a su condición racial , aparte de ahorrarse un mal rato, se lo habrían tomado como lo que realmente era: una oportunidad que la vida les presentaba en el camino para emprender una auténtica tarea de liberación.
Hola, Gustavo. Un proceso o mecanismo mental paralelo al que describes (paralelo pero no igual) ha sido señalado en Inglaterra en relación con el Premio Orange, que está reservado exclusivamente para mujeres (de cualquier país) que escriben en inglés. Cabe señalar que el otro gran premio, el Booker, no discrimina entre hombres y mujeres. En realidad, la lista de mujeres premiadas por los jurados del Booker contiene a personajes como Iris Murdoch, Nadine Gordimer, Anita Brookner, A.S. Byatt, Margaret Atwood, etc. El Orange comenzó en 1996, y al comienzo se lo presentó como una forma de rectificar la presunta discriminación contra las mujeres en la literatura, y luego como una forma de reconocer la voz propia de las mujeres, su condicion peculiar. Esta explicación fue ridiculizada por algunas mujeres, entre ellas la feminista Germaine Greer. Los varones creen que las escritoras están muy felices porque tienen más posibilidades que ellos de ser premiadas. Sospecho que se le da demasiada importancia a estas cosas, quiero decir que los premios literarios no son tan importantes como nos hacen creer, que muchos van al macho o a la hembra alfas de turno. Abrazo.
ResponderBorrarEstamos de acuerdo don Lalo. De hecho, no solo los premios literarios: todos los premios que en el mundo han sido van dirigidos a los machos y hembras alfas. No por casualidad ya la ciencia demostró que el impulso de competir y tratar de imponernos sobre los demás está ubicado en la corteza más primitiva del cerebro. Eso nos convierte de entrada en parientes cercanos de los reptiles, lo que me parece una buena cura de burro para nuestra infinita soberbia.
ResponderBorrarQuizá estos premios lo que hacen es resaltar la particularidad, digamos, de quienes creen poder acceder a ellos. Dar tales ventajas a lo que llaman minorías tal vez no se hayan pensado como estrategia de límites, pero ahí están las bardas. Es como si hicieran un concurso literario para hombres heterosexuales, de 26 años, nacidos el 31 de diciembre en Armero y que tengan el dedo meñique algo torcido (En aquella opción entraría) en vez de proponer el tema para una discusión en la cual puedan participar por ser parte de la sociedad, por ser personas con interés, con iguales condiciones, sin resaltar sus particularidades. A veces aquellos propósitos lo que hacen es separar aún más que la misma discriminación.
ResponderBorrarComo bien usted sabe, Gustavo, en Bolivia atravesamos por un "proceso de cambio" destinado supuestamente a desterrar todas las concepciones coloniales que arrastramos desde la cuna. A punta de decretos y leyes, el gobierno de Evo Morales con el encendido discurso de los "500 años de explotacion de los pueblos indigenas", lejos de incluirlos en condiciones de igualdad al resto de los ciudadanos y darles un mensaje para que aquellos se sientan "bolivianos", sin embargo los ha organizado en guetos raciales. Resultado, ahora tenemos 36 "naciones" indigenas, curiosamente varias de estas etnias no alcanzan ni al millar de individuos y les han fabricado conciencia de nación. Consecuencia; el pais está más dividido que nunca, en una suerte de republiquetas.
ResponderBorrarAqui la corrección politica tiene rango de ley: ya no podemos decir "indio", "negro", "chola" y se ha reemplazado respectivamente por los eufemismos de "indigena-originario", "moreno o afro", y "mujer de pollera", independientemente del contexto en que lo digamos, si utilizamos los primeros vocablos mencionados, inmediatamente corremos el riesgo de que cualquier persona pueda ser enjuiciada por la reciente Ley contra el Racismo y la Discriminacion. Hace poco tuvimos un caso sonado de una supuesta discriminación: una joven egresada de Derecho, se negó a ponerse la toga para la foto del cuadro de honor, arguyendo que le querian obligar a sacarse la pollera (falda de muchos pliegues de origen español que usan las indigenas), sin embargo sus compañeros negaron tal hecho y dijeron que sólo pretendian que la joven se pusiera la toga encima de sus ropas como hace todo el mundo en estos casos de protocolo.En resumen la joven chola se autodiscriminó y fue a denunciar el hecho. Dada la repercusion del asunto, el mismo presidente Morales se apresuró a ofrecerle un cargo en el Ministerio de Justicia, y nadie habló de la idoneidad profesional de la joven. Como este caso, ahora es muy fácil recurrir a la misma treta para obtener favores politicos o laborales.
Completamente de acuerdo.
ResponderBorrarEl multiculturalismo no es más que un apartheid jurídico, legal, cultural, social y político, tal como lo entendió el genial Mansoor Hekmat: http://bit.ly/piVOGI
Estimados Eskimal, José y David : atrapados en la red de la corrección política , perdemos lo que es la escencia de cualquier diálogo con altura: la sinceridad y con ella la posibilidad de refutar y ser refutados con argumentos, lo que, supongo, es una de las cosas que nos hacen humanos. Lo de Bolivia, tal como lo cuenta José, pasa por ese teatro del absurdo que parecer el santo y seña de la identidad latinoamericana.
ResponderBorrarMuchas gracias por sus comentarios
Muy de acuerdo con el asunto de que el discurso de las minorías se refuerza (irónicamente) con su mismo reconocimiento, como un efecto boomeran, al señalar con el dedo precisamente a quienes pretende integrar en un ideal teórico de igualdad. Aquí, como tantas veces, es muy difícil desprender la palabra del hecho, la palabra de la acción. La expresión del profesor novelado, el uso de la palabra "cholo", "campesino" "negro", etc., nada de eso está vacío de ecos históricos ofensivos y, por lo tanto, la política lingüística en estos casos reconoce esa necesidad de proponer otros usos que construyan ecos menos instalados; no hablo de eufemismos, sino del reconocimiento de que las discusiones estarán perfiladas en función de las palabras que utilicemos, todas ellas cargadas de sentidos ajenos a nosotros mismos: es lo que se le escapa a Habermas, y lo que Gustavo propone como "diálogo con altura", que en ningún caso se sigue naturalmente de la sinceridad, sino de cómo entiendan (conceptualicen) los actores el mismo concepto de diálogo. Si seguimos operando en el marco de "una discusión es una lucha", difícilmente nos desprenderemos de esa idea implantada de que las discusiones "se ganan" o "se pierden".
ResponderBorrarInfortunadamente,amigo Olave, muchas veces el concepto de diálogo se reduce a silenciar la voz del interlocutor para que solo se escuche el ruido del propio discurso ¿No se han puesto a pensar en esa manía de elevar el tono de la voz cuando sentimos que nuestros argumentos se desmoronan?
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