“ Soy inocente”.
“Soy inocente”, repitió el historiador,
profesor y periodista Wilmar Vera Zapata a la
salida del Juzgado Quinto Penal
del Circuito de Pereira, luego de que el
juez encargado del caso declarara suspendida la audiencia convocada para el viernes 1 de febrero de 2013 a las ocho y treinta de de la
mañana. ¿El motivo? La no
comparecencia de la fiscal , una más en la ya extensa lista de funcionarios asignados
al caso del profesor Vera, cinco en total en un periodo de siete meses. Como documento soporte de la excusa le
fue entregada al juez, vía fax, la incapacidad médica emitida por una EPS cuyo
nombre no fue mencionado. Según expresó
a los medios Andrés Felipe Jaramillo, abogado defensor de Vera , en la
certificación se expresa que la fiscal fue atendida a las cuatro de la mañana
del mismo viernes 1, es decir, a menos de cinco horas del horario fijado para la audiencia. Simple curiosidad: en una ocasión anterior, el procedimiento fue
aplazado por incapacidad médica de otra fiscal.
Hagamos memoria
: a Wilmar Vera Zapata, se le acusa de ser el determinador- así le dicen en la
jerga judicial- de la muerte de su ex alumno , y además amigo personal,
Alexánder Morales Ortiz, acaecida el 18
de marzo de 2011 en una calle céntrica de Pereira. El motivo habría sido el
incumplimiento de una deuda contraída por la víctima con el profesor Vera.
Visité a Wilmar
en la cárcel de Armenia un caluroso
sábado de enero. En medio de las
angustias de la prisión , lo encontré optimista por lo que pudiera suceder este
viernes 1° de febrero. Es más, hasta se permitió licencias para el humor
negro. “ Toda la vida soñé con dedicarme
exclusivamente a leer, escribir, comer y dormir, pero nunca imaginé que esos deseos se cumplirían en una cárcel” exclamó en medio de
una risa nerviosa. Para la fecha, habían
transcurrido siete meses desde su detención a la salida de la universidad donde
trabajaba en Medellín , el 6 de junio de 2012. Durante todo el tiempo de la visita lo noté sostenido por una única ilusión : la
de salir en libertad en un periodo no
mayor a cuatro meses. Esa esperanza se basa en el convencimiento de su inocencia
y en la capacidad de su abogado para demostrarla.
Por supuesto,
será el juez quien determine el desenlace final de este proceso. Pero a esta
altura del camino, leyendo una y otra vez
los documentos a los que es posible tener acceso, me convenzo cada día
más de su inocencia. Lo endeble de las supuestas pistas ( unos correos electrónicos
dirigidos a la víctima , recordándole la
devolución de los dineros; las vagas declaraciones del acusado de ser el autor material) y el
conocimiento de la condición personal de
Wilmar cuando trabajé a su lado
en el ejercicio de la docencia y el
periodismo refuerzan mi convicción. Sin embargo, episodios recientes
protagonizados por el sistema de
justicia colombiano no pueden menos que generar aprensión por el rumbo de las
cosas. Casos como el del ex diputado Sigifredo López son suficientes para
echarse a temblar.
En un documento emitido por el denominado Comité de Apoyo ¡ Justicia con Wilmar Vera
Zapata ! Se puntualizan algunos elementos dignos de mayor análisis: la ya
mencionada rotación de los fiscales, las ambiguas declaraciones del sicario y
el inusitado número de testigos: alrededor de sesenta, son solo tres entre
los señalados por el abogado defensor y
por quienes siguen el proceso. Sin embargo, resulta inquietante el silencio de
los medios de comunicación que se encargaron de dar por condenado al procesado
desde el día mismo de su detención.
A lo largo de
estos siete meses- casi ocho- el agudo
sentido investigativo de Wilmar Vera Zapata
le ha permitido conocer y padecer en el propio pellejo las caras más
duras de nuestro sistema judicial, empezando por la manera como se construyen y
manejan los códigos del poder al interior de las prisiones. Por eso sabe muy
bien que los platos más refinados del aparato de justicia se preparan en las
cocinas del infierno. Con todo, y a pesar de sucesos como el azaroso aplazamiento de la audiencia, quienes
confiamos en él preferimos – contra todo pronóstico- seguir alimentando la
esperanza.
Ojala se haga justicia, verdadera justicia.
ResponderBorrarAmén, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarA mi me aterra el caso del profesor Vera por dos cosas. La primera la menciona ud: un sistema judicial capaz de cometer las arbitrariedades más espantosas en contra de personas inocentes que, como en una pesadilla kafkiana un día amanecen condenados, en un país dónde las cárceles son infiernos, le plagio.
ResponderBorrarPero si miro desde la segunda perspectiva mi consternación se convierte en terror. ¿Y si Wilmar Verta, mi excelente maestro, a quién recuerdo como una persona sumamente íntegra e intachable, fuese en realidad culpable del crimen? ¿Y si llevaran la razón los brutos policías y los fiscales? De ser posible esa segunda hipótesis, una visión catastrófica de la condición humana se cerniría sobre quienes hemos seguido el caso. La sola posibilidad -defendida por la fiscalía como cierta- de que un profesor y ciudadano impecable e incuestionable ordene el asesinato de su antiguo alumno y amigo por ajustes de dinero demostraría la vileza de la condición humana.
Sin entrar a hacer el papel de los policías y periodistas (que juzgaron desde el primer día) me limito a enumerar las dos posibilidades del caso y sus consecuencias: la primera hablaría mal de la sociedad en que vivimos, la segunda es un poco más compleja, tiene que ver con las categorías del bien o del mal, de las barreras que imponemos para sopesar los actos ajenos. Repito, no estoy juzgando.
Y es que yo creo que hay algo que no concuerda dentro de esta novela negra: Por qué o en interés de quién Wilmar Vera aparece como el principal sospechoso del crimen de su ex-alumno, cuando la evidencia demuestra que las circunstancias por las cuáles se le sindica son falsas o por lo menos inconsistentes. Todo parte de la declaración del asesino, que ni siquiera pudo describir al profesor. En palabras simples: Quién o quiénes serían los beneficiados con la condena de Wilmar (suponemos su inocencia), quién podría encubrirse dentro de tan macabro chivo expiatorio, ¿quién susurró su nombre de manera mal intencionada en el oído del asesino'. Lo anterior porque sabemos claramente que la víctima debía dinero a muchas personas, no sólo al profesor Wilmar.
Yo creo en la inocencia de Wilmar Vera por un sentimiento totalmente subjetivo. Su personalidad, su carisma, su integridad, su forma de transmitir la pasión que sentía por el periodismo cuando fue nuestro maestro en la UTP son particularidades de un carácter que dejaron una gran huella en mi. Puedo asegurar que fue de los mejores maestros que tuve aunque dictaba una materia "de relleno".
Por eso digo "creo", porque mi opinión parte de elementos que no comprobarían nada del caso en cuestión. Sobre todo creo en su inocencia porque en el fondo, quisiera esperanza para la bondad y la condición humana.
Camilo A.
Apreciado Camilo: la única persona que sabe con certeza si es culpable o inocente es el propio Wilmar. Sin embargo, aparte de la cercanía que uno ha tenido con él y que le permite inferir su inocencia, son tantas las cosas vagas, las pistas débiles y los testimonios ambiguos, que es inevitable imaginar grandes y terribles poderes detrás de todo esto.
ResponderBorrarSólo queda dar ánimos, y que no desvanezca y se olvide el caso, como nos pasa siempre Gustavo, en los medios, en la vida. Hay que apoyar la justicia sin trampas en el caso de Wilmar.
ResponderBorrarAunque eso de "justicia sin trampas" suena a quimera, no queda opción distinta a la de alimentar esperanzas en ese sentido, apreciado Eskimal.
ResponderBorrarMuy penoso el caso de su amigo y colega, estimado Gustavo. Como no estoy enterado de sus pormenores, salvo lo que leí a usted y alguna otra publicación de Pereira, espero que se esclarezca. Es preocupante ese viejo truco de que los fiscales y jueces se excusen o dilaten el proceso para desesperación de los afectados. Aquí lo vemos continuamente con nuestra deplorable justicia.
ResponderBorrarAsí van las cosas, amigo José. El más reciente descubrimiento en Colombia es una " fábrica de testigos", preparados para dar declaraciones por encargo, dependiendo de a quien se desea hundir o absolver. Por esa vía centenares de inocentes se pudren en las cárceles mientras poderosos delincuentes se pasean por la calle exhibiendo su capacidad para la impunidad.
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