Lo bueno de visitar librerías de
viejo reside en que uno nunca pierde el viaje. Al contrario de las otras,
repletas de novedades, libros de moda y textos de autoayuda, de las
primeras siempre se sale con un tesoro
que yacía agazapado en un estante, como un animal al acecho de su presa.
De mi último recorrido regresé con una joya que me reconfirmó de golpe la abismal diferencia entre valor y precio. Se trata de las
conversaciones entre Goethe y el ensayista y poeta J.P Eckerman, asiduo contertulio de su casa en Weimar, convertido con el paso del
tiempo en ayudante y albacea de algunas de sus obras. El tomo, de algo más de
quinientas páginas, pertenece a esa colección de los Clásicos Jackson, que enriqueció
bibliotecas familiares enteras, hasta que la indolencia o la avaricia de los
herederos las dispersó por las librerías
de segunda mano, para regocijo de los bibliófagos.
Si uno logra sobreponerse a la
percepción inicial de que Eckerman se proponía ante todo enrostrarle al mundo su amistad con el poeta,
encontrará en cada uno de las páginas un
asomo a esa forma de belleza que es una inteligencia elevada. Fechadas entre 1823 y 1832, año de la muerte
del maestro, las conversaciones iluminan
todo el tiempo las eternas preguntas formuladas por los hombres desde que
descubrieron el arte de pensar : el amor, la muerte, el poder, la virtud, el
dolor, la dicha y la disolución final de toda gloria mundana.
“ Vivimos rodeados todo el tiempo
de milagros y misterios. El hombre de
ciencia, el espíritu religioso y el poeta se pasan la vida intentando
desvelarlos, para descubrir al final del camino que no pudieron pasar de los
umbrales del misterio”, nos cuenta Eckerman que le dijo Goethe durante una de
las caminatas por su refugio en el
campo. En eso consiste, en últimas, la
parábola de Fausto y Mefistófeles: ni
vendiendo su alma puede el hombre
acercarse a la esencia de los seres y las cosas. Aunque a veces le
parezca que se acerca
bastante.
Acompañándolos en su recorrido, uno descubre - y comparte- la adoración de Goethe por el
genio de Shakespeare . “ Todo lo terrible y lo bello de lo humano ya está
condensado en él. A los demás solo nos queda
beber en su obra”, le dice una vez a
su confidente. A lo anterior se sumaba
su respeto por la poesía de Schiller y lord Byron. Lo mismo pensaba de la
cultura griega y de pintores como Rubens o Rafael : los veía como un fuego en el que todo artista debe purificarse si de veras
pretende crear algo distinto.
Distinto. No original. Como todo
espíritu grande, el autor de Las tribulaciones del joven Werther sabía que lo
original no pasa de ser una falacia. Peor
aún: una pose de señoritos
arribistas. Desde su visión del mundo
entendía que visitar una y otra
vez el legado de sus predecesores para contarlo de otra manera, la suya,
constituía el único camino para ofrecerle a su época otra versión de las
cosas. Esa aceptación lúcida de las claves de la
creación artística lo hizo grande. Tanto , que el duque Carlos Augusto de
Sajonia- Weimar- Eisenach lo incorporó a su corte. Necesitaba de su diaria
dosis de lucidez para no sucumbir a la embriaguez y la desmesura del poder.
Claro que los enemigos del poeta interpretaban las cosas de otra manera: veían en la aceptación del cargo una muestra de su desmedida ambición, pero
eso ya es otro asunto. Para Goethe esa no era más que otra manera de cumplir su
misión.
“Mozart murió a los treinta y
seis años; Rafael, a la misma edad, y Byron, poco más tarde;pero todos habían
cumplido su misión, y ya era tiempo de que se fuesen para que les quedase algo
que hacer a otras personas de este
mundo,calculado para una larga duración”, declaró después de una velada animada por los buenos vinos.
J.F Goethe cumplió con creces su
misión. Tanto, que le sobró tiempo para celebrarlo. Al modo de un Omar Kahyam o
Li-po, lo dijo en unos versos que son en
sí mismos una revelación : “ Cuando uno ha bebido/ sabe la verdad”
Dichoso usted, que puede disfrutar todavía del placer de recorrer librerías de segunda mano y pillar joyas como la que nos revela sobre las disquisiciones del poeta alemán y su amigo. Es un magnifico ritual que en sí mismo ya significa una fiesta para el espíritu, y el toparse con títulos ansiados, recorriendo con los dedos esos bordes deslucidos y hojearlos con satisfacción de niños apenas tiene parangón entre los placeres de esta vida. En mi ciudad no queda ningún kiosco ni siquiera un mercadillo de pulgas donde pueda uno abandonarse a la búsqueda de tesoros, al contrario, como usted bien sabe, abundan las ferias de comidas y otras distracciones para el cuerpo. Y las escasas citas libreras que se dan son solo ferias baratas de libros de autoayuda, bestsellers y textos profesionales. Soplan malos tiempos para la lectura.
ResponderBorrarAnímese, apreciado José : funde un sitio de esos. Sería una librería de viejo regentada por un joven. Por lo demás, siempre he visto ese tipo de locales como una suerte de paraíso al que, tarde o temprano, van a parar los libros que valen la pena de veras.
ResponderBorrarPOr eso digo que nuestras conversaciones...
ResponderBorrarJa, querido compadre : nuestras conversaciones...
ResponderBorrarEs curioso como un gran autor reacciona ante un talento superior. Goethe admirAba a Shakespeare pero no se sentía idntimidado hasta el punto de dejar de escribir, como fue el caso de Walter Scott, que dejó de escribir poesía porque, según el mismo admitió Byron lo hizo avergonzar de sus propios esfuerzos. Para compensar, Scott se concentró en desarrollar su invento literario, la novela histórica. Sea esto bueno o malo que lo decida cada uno. Averiguando sobre Scott y Robert Burns, debido al inminente referendo por la independencia de Escocia, refresque la diferencia básica entre estos dos grandes literatos escoceses: Burns votaría, claro esta, por el si, mientras que Scott lo haría por el no.
ResponderBorrarMire por donde, mi querido don Lalo: Goethe admiraba la obra de Walter Scott, al punto de utilizar expresiones superlativas para referirse a su Ivanhoe. Curiosamente, con el paso de los años,esta último terminó incluida por la industria del libro en los catálogos de las novelas de aventuras. Es por eso que muchos de los que no la han leído la consideran de manera injusta como una obra menor
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