A lo largo de su carrera el
escritor argentino Martín Caparrós ha sabido mantener la pluma afilada para
denunciar sin miedo las taras y poderes
que arrasan al mundo. Por eso no
sorprende que en su último libro hilvane de entrada un planteamiento jodido en
estos tiempos de asepsia y corrección política: que el hambre de millones de
personas en este planeta no es el mal que algunos tratan
de paliar con asistencialismo y caridad
cristiana sino el síntoma de una enfermedad llamada capitalismo, cuya
expresión más sofisticada es el consumo y derroche demencial de cachivaches inútiles.
Y ya sabemos que cuestionar los
métodos del capitalismo no es algo bien visto, sobre todo después de la caída del
bloque soviético y la consiguiente aparición de profetas empeñados en anunciar
el fin de la historia y en descalificar
a quienes nos negamos a
aceptar que un sistema enfocado
en concentrar la riqueza de manera impúdica
y en condenar a millones a la miseria sea el mejor de los mundos
posibles.
Desconfiado de las estadísticas y de las cifras a secas, en un tiempo en el
que los datos amenazan con remplazar a los relatos, Caparrós se puso una vez
más sus botas de siete leguas y se
fue a recorrer los lugares donde reina
el hambre: Sudán, India, Bangladesh, Madagascar. Pero no solo allí: también lo
persiguió- y lo descubrió- en sitios donde el capital ha levantado sus castillos. La Chicago de la especulación
financiera o el Buenos Aires de los nuevos potentados enriquecidos por la
bonanza de la soja, cuyas ganancias no
sirven sin embargo, para alimentar a miles de
argentinos desnutridos.
Es decir, el cronista se propuso contar el hambre desde la voz y el
drama de quienes lo padecen. No desde las cifras de las Naciones Unidas o de las miles de Ong que, en últimas, también se lucran del
infortunio ajeno. Por eso su libro está habitado por casi niñas dedicadas a
parir por decenas, no por
irresponsabilidad o desidia , como creen algunos biempensantes, sino
por una vieja ley natural que en
condiciones de hambruna llama a tener muchos hijos como única garantía de que
algunos cuantos sobrevivan. En sus páginas desfilan también los niños y jóvenes
esclavizados en jornadas de
catorce horas diarias a cambio de dos dólares, en fábricas que producen
prendas de las marcas Nike o Lacoste, que serán lucidas después por los
voraces consumidores de los centros comerciales de París, Bogotá o Los
Ángeles.
El argentino no se anduvo con
rodeos para ponerle título a su libro. Tenía que llamarse así: El hambre, como
un desafío a los políticos y
tecnócratas que ahora utilizan la expresión “Inseguridad alimentaria” para referirse a la
pura y física miseria que les impide a quienes la padecen llevarse un puñado
de arroz a la boca.
El hambre
es así un libro político hasta los huesos. Su autor lo enfatiza a lo largo de seiscientas páginas. No son solo las sequías, ni las guerras, ni la
corrupción de los gobiernos. Es sobre
todo el sistema político. En el siglo XXI la gente
no padece hambre por falta de
alimentos. De hecho, el planeta está hoy en condiciones de alimentar al doble
de quienes lo habitan. El problema, el drama, el crimen reside en que millones no tienen con qué
comprarlos. Países que padecen hambre exportan alimentos porque
las mejores tierras están en manos
de corporaciones asociadas con agentes locales que producen para el mercado externo. A ello se suma un
sistema financiero en el que individuos
que nunca han visto ni tocado un grano de trigo se enriquecen en un
abrir y cerrar de ojos especulando con
los precios en el mercado.
¿Es ese el mejor de los mundos
posibles? Martín Caparrós nos responde que no. Pero no se detiene allí. Contra
todo pronóstico propone lo impensable,
al menos para quienes de un lado gozan
de todos los privilegios o los que en el otro extremo sucumbieron a la
alienación total, al evangelio del consume y cállate. “No sé
si podemos cambiar del todo las
cosas” sugiere en algunas de sus reflexiones. “Pero si tenemos la obligación
ética de denunciar y resistir.
Denunciar y resistir”. Después de
todo quienes controlan las cosas conocen el sentido y los alcances de aquella
vieja sentencia: “ A hungry man is an angry man”
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Elocuente y con una más que justificada dosis de indignación, tu entrada de esta semana, Gustavo. Caparrós se ha ganado el respeto de mucha gente, no solo por su denuncia de abusos e injusticias, sino también por su resistencia a dejarse captar por los hipócritas y ventajistas que se hacen pasar por progresistas. Mucha de esta gente despreciable está en gobiernos y organizaciones que hablan y hablan en "defensa" de los pobres y oprimidos. Este trabajo que comentas es una prueba más de la personalidad combativa y generosa de este hombre.
ResponderBorrar" Oenegeros", llamamos en esta parte del mundo a muchos de estos hipócritas y ventajistas, mi querido don Lalo. La gama es amplia: ambientalistas, animalistas, diversidad sexual, minorías étnicas. Para muchos de ellos el drama de las víctimas de cualquier cosa se volvió un negocio... o al menos una forma expedita de supervivencia.
ResponderBorrarLas opiniones de Caparrós sobre personajes de tan dudosa reputación como la madre Teresa de Calcuta son una prueba de su honestidad... digo, la del escritor.
Saludos de nuevo, amigo Gustavo, me descolgué del ciberespacio por varios días, retorno con algo de pereza todavía. A este escritor le he leído muy poco, prácticamente solo algunos artículos en prensa, como la aguda diatriba que le dedicó al papa peronista, una excepción entre tanto homenaje y lisonja de todas partes del mundo, como si este fuera un santo y obviando su pasado colaboracionista con la dictadura argentina. Caparros es un raro ejemplo de honestidad intelectual, fenómeno incómodo en estos tiempos de periodismo mercenario y manipulación masiva. En alguna entrevista dejó esta reflexión, una admirable declaración de principios:
ResponderBorrar“El periodista es un traidor, siempre un traidor, a menos que sea un propagandista, un corrupto, un entenado, un perro; si quiere hacer su trabajo de periodista tiene que contar algunas cosas que otros no querían que contara –pero todo el problema está en saber qué cosas” .
Muy saludable su decolgada, apreciado José. a propósito de religiosos, Caparrós tiene una lúcida invectiva contra sor Teresa de Calcuta. Según un documentado texto del argentino, la monja recibía multimillonarios recursos provenientes de todo el mundo. El problema es que, en lugar de invertirlos para ayudar a la agente a vivir mejor, los destinaba a unos extraños y lúgubres sitios en los que se les enseñaba a los pobres a aceptar sus miserias con resignación.
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