Llegué a la casa de Ovidio
González el viernes 26 de junio
a las 10:30 de la mañana. Iba convencido de que
vería por última vez a ese zapatero ateo, anarquista, bohemio amante del
tango y los boleros que en mi ya lejana
adolescencia me sorprendió fumando marihuana mientras escuchaba
Paranoid, de Black Sabbath y corrió presto a denunciarme ante el tribunal
inflexible de mi madre. Curiosamente, esa delación condujo a que, con el paso
de los años, aprendiera a quererlo: como todo el mundo, el hombre también tenía
su propia vida secreta de la que me volví cómplice.
Dueño de un humor negro
inapelable, siempre vivió convencido de que la coherencia con las propias dudas
y certezas es lo único capaz de darle sentido a la vida: uno debe vivir como
piensa o no pensar en absoluto.
Aquejado de un
tumor maligno en el vestíbulo de
la boca, resistió los embates de la enfermedad, las quimioterapias, y todas
esas manipulaciones que la dictadura del poder clínico suele llamar “calidad de vida”. Hasta que un día no
resistió más el dolor que sitiaba tanto
su organismo como su sentido de la dignidad.
Con la solidaridad y el amor sin límites de su mujer Alicia, y
sus hijos Carlos Andrés , Diego, Mauricio y Julio César- el caricaturista
Matador- y con la asesoría legal de la valiente abogada Adriana González , emprendió una lucha contra el aparato burocrático judicial y
contra los carteles que controlan el negocio de la salud en Colombia.
Se trataba de hacer valer lo
establecido en la sentencia Nº C- 239 /97, proferida por la Corte
Constitucional. Uno de los artífices de esa sentencia fue Carlos Gaviria Díaz,
un hombre indomable y lúcido que también consiguió que se legislara sobre el
derecho al aborto en circunstancias especiales y a la dosis personal de drogas.
Todo lo anterior basado en el principio
filosófico de la autonomía del individuo y el libre albedrío, amparados en la
disposición constitucional del libre desarrollo de la personalidad. Invocando
el derecho fundamental de petición
consagrado en el artículo 23 de la Constitución Política y en la resolución
1216 de 2015 expedida por el Ministerio de Salud para dar cumplimiento a la orden emitida por la Corte
Constitucional mediante la sentencia T-970 de febrero de este año, Ovidio González consiguió al fin que le fuera aplicado el protocolo
para la práctica de la eutanasia y se le respetara así el derecho fundamental a
morir dignamente. La fecha para la
práctica del procedimiento fue fijada para el viernes 26 de junio de 2015, a
las 2:30 pm en la sede de Oncólogos de
Occidente, ubicada en la calle 50 con Avenida de las Américas de Pereira. Como
se contaba además con la aprobación de la junta médica y científica, quienes queremos a Ovidio respiramos con alivio: el tiempo
interminable de sus sufrimientos y humillaciones- el cáncer devoraba con avidez una parte de su
cara- tocaba a su fin.
De modo que el resto de esa
mañana lo pasé a su lado: brindé a su salud con cerveza en lata, devoré uno de los sancochos de fábula de
su mujer Alicia, escuchamos canciones de
Agustín Magaldi, Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y Alberto Gómez. Al final me
regaló, autografiada, una de las joyas de su tesoro musical: un disco en vinilo
del mítico cantante rioplatense Charló. Durante ese tiempo recibió la visita de
parientes y conocidos, se despidió por teléfono de una familiar radicada en
España y de pronto soltó una de sus perlas: cuando alguien le preguntó cómo se
iba a vestir para recibir su muerte, le
respondió con una serenidad y una claridad que ya desearía yo para la mía: “Me
voy a ir de luto para despedirme de ese mundo puto”. Esa lucidez provenía de
una certeza: en cuestión de horas mataría dos pájaros de un tiro: se pondría a
salvo de su infinito dolor y de paso escaparía de las garras de esa entidad
ominosa que controla la industria de la
salud.
Así que el golpe nos tomó por
sorpresa: a las 2:15 de la tarde de ese
viernes 26 su hijo Diego recibió una llamada: el procedimiento quedaba suspendido. Un oncólogo llamado Juan Pablo
Cardona, que fungía como evaluador externo, determinaba desde la ciudad de Manizales, sin haberlo
visto una sola vez, que el paciente todavía podía recibir medicamentos para el dolor. Es decir, que decidía prolongar de un solo tajo su tortura.
Pero además se invocaba un absurdo
jurídico: la decisión que amparaba la eutanasia estaba demandada.
Pasaban así por encima del hecho de que mientras no se falle en derecho su
nulidad, los efectos de una norma siguen vigentes.
Ovidio González
Ovidio González
Lo que era serenidad y tranquila
aceptación de las cosas se convirtió de repente en desconcierto. Sin necesidad de pensarlo mucho todos llegamos a
una conclusión: la larga cola de sacristán del procurador Ordóñez tenía que andar por allí cerca. Todos sabemos
de su
obstinación en manejar los
asuntos públicos con la vara del Santo Oficio. Para ese hombre famoso por
quemar libros y condenar herejes, eso de los sagrados derechos del
individuo, empezando por el de decidir
sobre la propia muerte, es asunto del demonio. O del comunismo. Da igual. Y el caso de Ovidio González sentaría una
jurisprudencia imposible de aceptar: equivaldría a dejar una puerta abierta
para el paso de los libertinos.
Indignados, humillados y
ofendidos, emprendimos el regreso a casa. Ovidio estaba trémulo. La serenidad
de una hora antes se esfumó. Alicia, su compañera de toda la vida, que ya se
había hecho a la idea, volvió a ser presa de la angustia. Por las calles
circulaban legiones de hombres, mujeres y niños ataviados con camisetas
amarillas: Colombia enfrentaba esa noche a la Argentina en la Copa América.
Así que ¿a quién putas podía importarle
el dolor, la desazón y la impotencia de
un hombre al que el fanatismo religioso le negaba el derecho a descansar en
paz?
Y ahora tratamos de empezar de
nuevo: una acción de tutela, la solidaridad de los medios. Consuelos de esos.
Tanto discurrir en abstracciones para venir a descubrir que la lucidez, la serenidad y el estoicismo
tienen nombre y rostro propios: Ovidio González, zapatero, anarquista, bohemio
y, sobre todo, un buen hombre. Por sí solas esas cosas exigen no quedarse
en silencio.
Al caer esa tarde, por decir alguna cosa que
rompiera el bloque de silencio instalado
entre nosotros le pregunté: y qué, Ovidio ¿ al final le tocó ver el partido?
-
Pa lo que hay que ver, me respondió, y se metió
en un taxi.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta historia.
https://www.youtube.com/watch?v=Pz8D5q9a6s0
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta historia.
https://www.youtube.com/watch?v=Pz8D5q9a6s0
Admirable lección de vida la de su paisano, que con terrible lucidez es capaz de enfrentar su enfermedad, y más aun, despedirse de este “puto mundo” con dignidad. Desafortunadamente las leyes y las convenciones sociales prohíben que uno pueda decidir sobre su existencia. En el otro lado, está como usted bien sugiere, el interés comercial de las grandes farmacéuticas, clínicas y demás que están felices de seguir lucrando hasta el mismo lecho de muerte, a titulo de humanismo. Nada hay más inhumano que prolongar el sufrimiento de la gente. Conmovedor relato rematado con una salida limpia, muy deportiva, de olímpico desdén, a lo Cioran.
ResponderBorrarOvidio es de esos hombres que hacen del discurso praxis, apreciado José. Y esas cosas no las pueden entender y menos respetar quienes detentan el poder real en un país gobernado por la gazmoñería y el olor a incienso que embota las conciencias y las lleva a pasar por encima le decisión de un ser humano, que en ejercicio de su libre albedrío, decide que ya está bien de tanto sufrimiento inútil.
ResponderBorrarHay que tener mucho valor para tomar una decisión como la de don Ovidio, Gustavo. Además, creo que allí la única decisión que importaba, tal vez, era la de su familia, quienes lo vivieron y lo recordarán. Creo que desde ese punto se debería manifestar un caso como el del padre de Matador. Acá en México, como noticia, se informó como el primer paso de la eutanasia en América Latina. Pero es, en realidad, una acción fraternal, del familia, el respeto , aunque suene raro, a la vida.
ResponderBorrarExactamente . Más allá del despliegue mediático debido al prestigio de Matador, es un ejemplarizante caso de solidaridad y respeto por las decisiones ajenas, así implique una gran dosis de dolor personal, apreciado Eskimal.
ResponderBorrarAquí se abrió una puerta que , con seguridad muchos se empecinarán en cerrar, empezando por los sacristanes del procurador.