Quienes detentan alguna forma de poder duermen poco. Se despiertan varias veces en
la noche, sudorosos y alarmados. Temen perder
sus lingotes de oro, su sillón
presidencial, los reflectores de su fama,
su séquito de aduladores o su escritorio
gerencial. Mejor dicho, para ellos no vale el dicho aquél de “dormir a pierna
suelta”. Todo lo contrario: muchas veces prefieren hacerlo parados, como los caballos. Así pueden
reaccionar más rápido ante la irrupción de posibles asaltantes, que no son pocos.
Porque el poder propio desata la
codicia ajena, y con ella nace la paranoia, la sensación de ver perseguidores, reales o inventados, por todas
partes.
Un vecino bastante poderoso- o
eso cree él- desarrolló unos hábitos por
lo menos curiosos: de día consume cocaína
para mantenerse alerta y al ritmo
de las exigencias de su mundo y de noche se atiborra de somníferos para
obtener una pizca de sosiego artificial. Más curioso todavía: quienes lo
rodean lo consideran un triunfador o “un hombre exitoso” como dicen en los
manuales de auto superación.
Leo biografías de reyes,
celebridades, magnates, gobernantes y otros especímenes y encuentro una legión
de seres habitados por el miedo. Y este
último puede engendrar cosas terribles. Como el totalitarismo, para mencionar
solo una de ellas. Stalin, por ejemplo,
persiguió por todos los rincones de la tierra a León Trotski y no descansó hasta que un fanático
de apellido Mercader acabó con su
vida destrozándole el cráneo con un pico de alpinista en su refugio de
Coyoacán, México.
En Colombia el miedo a los terratenientes creó las guerrillas
comunistas. Años después, el miedo a estas
sirvió de justificación a los paramilitares. Los amigos de estos engendraron a su vez los ejércitos
anti restitución de tierras. Y así vamos, cabalgando en ese potro de
horrores llamado Historia Patria.
Paso a los asuntos de la vida
privada y el panorama no mejora. “La maté porque tenía miedo de perderla”,
tituló uno de esos periódicos cuya lectura deja las yemas de los dedos
tintas de sangre. Estamos aquí ante una forma del pavor que es a la vez
visceral y metafísica: la desencadenada
por el poder sexual, que en muchos sentidos resume a todos los demás. El temor a perder el
cuerpo del otro y con él la posibilidad
de controlar su vida, es quizás el más hondo de todos. Tanto, que la
expresión “crimen pasional” todavía
lleva implícita una carga de
justificación. Hasta hace poco tiempo, el derecho penal consideraba como atenuante
de un crimen “la ira y el intenso dolor”
provocados por los celos.
Los teóricos de
la guerra afirman que la mejor
defensa es el ataque. El guerrero teme
tanto a su enemigo, es decir a la posibilidad de que este invada su territorio,
que opta por aniquilarlo antes de que él haga lo propio. Esa misma premisa se aplica en
todas las facetas de la vida en que un alguien quiere ocupar el lugar de otro. En el mundo
de los negocios lo llaman libre competencia de los mercados. En el de las
pugnas religiosas recibe el nombre de lucha contra los herejes. En el caso del
poder político prefieren hablar de
defensa de los principios. La potencia
de turno se siente así autorizada a
aplicar el principio de tierra arrasada
en nombre de esos valores.
Por eso ninguno duerme. Todos ven
conspiraciones, asaltantes, trepadores, advenedizos o sustitutos dispuestos a
ocupar su lugar al menor descuido. Para
ganar un poco de tranquilidad levantan muros a la medida de sus temores. En la
alta noche, cuando los mortales duermen a pierna suelta, es posible ver sus sombras deslizarse por los pasadizos
del reino. De vez en cuando bostezan y añoran. Bostezan y añoran. No se sabe
qué, pero añoran.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Una biografía contaba que Lenin dormía en tiempos de la revolución apenas 3 horas diarias,lo que a la postre lo llevó prematuramente a la tumba. Del bendito Hugo Chávez el documental de Oliver Stone aseguró que dormía no más entre 4 y 5 horas porque dedicaba 16 a trabajar. Y algo similar dicen del señor ese de la valeriana (usted sabe quién es).
ResponderBorrarSupongo que yo, que alcanzo records maravillosos de 12 y 13 horas de sueño, vengo a ser algo así como un morfeoanarquista.
Saludos. Cami.
Me gustó eso de Morfeoanarquista, apreciado Camilo. A propósito, Trotski pidió en una sus famosas consignas ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de diversión. Por eso lo mandaron fusilar, aunque supongo que a usted la quedarían debiendo cinco horas de sueño.
BorrarJa, lo que cuenta Camilo acerca del comandantico eterno es poca cosa, su lugarteniente andino,Evo Morales, "trabaja 25 horas al dia", según aseguró uno de sus congresistas más rastreros, ansioso por hacer buena letra con el jefazo. Algun ministro ha afirmado tambien que el "hermano presidente" se acuesta muy tarde y se levanta antes que los gallos, que a las cinco de la madrugada sostiene reuniones en palacio de gobierno con dirigentes de los movimientos sociales. Que aun en pleno vuelo continua la agenda con sus colaboradores, por lo que la contemplación de nubes rosadas no es lo suyo ni mucho menos pegar el ojo. Ya decía alguien que el poder es una enfermedad incurable o una adicción sin retorno.Lo que sucede con los caudillos mesiánicos de nuestras republiquetas es el más claro síntoma.
ResponderBorrarCon razón el caudillo de El otoño del patriarca solo podía echar polvos de pie y durante no más de cinco minutos, apreciado José. "Polvo de gallo" le dicen a esa triste práctica en la costa caribe colombiana.
BorrarArgumentos le sobran al poeta catalán que nos acompaña en la banda sonora cuando afirma que " es mejor un buen polvo que un rapapolvo".