En su columna del martes 19 de
diciembre Martha Alzate le anunció al mundo la buena nueva de un pequeño redescubrimiento:
un humilde invento para conjurar la avanzada de ruido y furor que hace
tiempo se apoderó de nuestros barrios y
veredas.
Nada del otro mundo a decir
verdad. Se trataba, según ella, de los simples tapones que pueden ser
adquiridos en cualquier farmacia o de los que le entregan a uno en los aviones.
Más aún: pueden ser elaborados en casa con
sendas bolitas de algodón.
Lamento desilusionar a Martha y a
sus numerosos seguidores: esa utilería resulta inútil cuando el irrespeto y la
desconsideración por el prójimo trascienden los límites de la insania.
Fronteras que se superan con
facilidad cuando la gente no quiere escuchar música sino aturdirse y aturdir de
paso al vecindario entero.
No importa si los vecinos están
enfermos, si deben madrugar, si son ancianos o simplemente quieren dormir lo que les dé la gana.
Frente a la histeria desatada del
Homo energumenus no cabe razonamiento.
A eso súmele que, según todos los indicios, el código de policía pierde toda vigencia al despuntar diciembre.
Añádale los locutores de
radio- autodenominados D.j- que incitan
al estropicio auditivo aullando a los cuatro vientos: ¡Subile, subile!
Son los primeros síntomas de lo que mi amigo Jorge Alberto Marín bautizó con
buen tino como “El efecto tutaina”.
Mi mamá Amelia, ochenta y dos
años bien vividos, desesperada por la avalancha de vallenatos, reguetón y
canciones de despecho que le arrojaron encima durante tres días con sus noches,
llamó con insistencia al 1 2 3 de la policía con la ilusión de obtener al menos una tregua navideña. Un acuerdo de
paz en miniatura.
En una inusitada muestra de
cinismo, el agente de turno le respondió, lapidario: “Estamos en diciembre, señora”.
El problema reside en que cada
mes, cada semana, cada día, siempre habrá un pretexto para saltarse las normas
de convivencia.
Así que mi vieja, minada por el
exceso de ruido y por la falta de sueño, sufrió una descompensación física y
mental.
De donde si le respondieron en el
acto fue del servicio médico en casa.
Como mantiene sus pagos al día, los médicos
encontraron una solución más efectiva que la policía: una descarga intravenosa
de somníferos.
Solo que esa no es, desde luego,
la mejor manera de resolver las cosas.
Porque todo esto pasa por la
sinrazón, por la falta absoluta de mesura.
Imaginemos la pieza musical más
bella del mundo.
Ignoro cuál sea: eso depende de
los gustos de cada quien.
Si a usted, melómano irredento,
se le hace sonar su melodía favorita
durante horas seguidas a todo volumen y acompañada de los coros estridentes de
quienes no saben cantar y por eso aprovechan la oscuridad de la alta noche para
perpetrar sus crímenes, es seguro que terminará abrumado, enfermo y odiando a
Orfeo y a toda su descendencia.
Mucho me temo que ese es el
malévolo propósito de quienes, no contentos con poner la música a todo volumen,
sacan los amplificadores a la calle.
Los sociólogos, los antropólogos
y los etnoeducadores, que suelen tener a mano una explicación para esos
fenómenos, nos dicen que de esa forma “Las
comunidades afirman su identidad y, de paso, desahogan sus frustraciones acumuladas”.
Y vaya manera de justificar las
cosas.
Porque lo que se dice
frustraciones y búsqueda de la identidad
es un asunto común a los humanos desde el comienzo de los tiempos.
Pero no todos optamos por arrasar
a los vecinos para resolverlo.
Y
es que a estos niveles- o, mejor dicho, decibeles- no se salvan ni los
recién nacidos, definidos por sus padres y abuelos como “Unos angelitos que duermen en santa paz”.
Justo ahora lo entiendo todo:
esta horda ruidosa y llena de furia fue enviada por el mismísimo Herodes en
persona para perturbar el sueño de los Santos Inocentes.
Solo que en el medio estamos los
otros y debemos padecer lo que en el
lenguaje de la guerra llaman“Daños
colaterales”.
Así que mi querida Martha Alzate…
Aquí va enlace a la citada columna de Martha Alzate:
PDT : Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Lleva usted razón, amigo Gustavo, los tapones y demas cosas para protegerse no resuelven el problema, pues es una forma artificiosa de procurarse silencio o tranquilidad.Para auténticos santos inocentes, nuestros amigos los perros, que tienen que soportar el ruido torturante que generan los humanos en sus noches de fiesta. Mi tio tenía un recio braco alemán que cuando oia petardos y estruendos de fuegos artificiales, solia esconderse debajo de la cama u otro sitio. Suponíamos que era por cobardia del animal, y nos extrañaba que siendo cazador huyese asustado. Luego,en algun sitio lei que los perros (especialmente algunas razas) tienen un oido muy sensible y ciertos ruidos les ocasiona dolor y otras molestias. Menos mal que nosotros no tenemos el oido tan fino, que sino andaríamos con ganas de estrangular a cualquier vecino ruidoso.
ResponderBorrarPS. Muchas gracias por sus artículos y por el generoso intercambio de opiniones. Mis mejores augurios para el año que viene. Un gran abrazo.
Mil gracias a usted, apreciado José. Conversar- así sea en el reino de la virtualidad- es uno de los placeres impagables de este mundo.
ResponderBorrarY que todos sus buenos deseos se le devuelvan multiplicados en el nuevo año que ya se nos vino encima.